Bienvenidos a América

February 17, 2012

Me compraba el cereal que tuviera más chocolate. Ese era mi criterio. Compraba los infantiles, los que tienen la cara de una mascota en la caja. En España, por ejemplo, desayunaba Chocapic. En Estados Unidos Cocoa Pebbles. Mi elección de desayuno tenía poco que ver con mi estómago. No desayunaba cereales porque estuviera a dieta, porque me preocupara mi alimentación, ni siquiera porque tuviera hambre. Lo hacía porque desayuné cereales toda la vida, y era lo que me resultaba familiar. Desayunaba cereales cada día porque era una forma de conectarme con mi hogar.

Si lees habitualmente A70 en este punto me dirás: “oh, Yae, el cereal, ¡qué símbolo! no confundas los cereales con tu hogar” y yo tendré que darte la razón. Pero ese tipo de símbolos a veces son necesarios. Es la calma del nómada. Su constante. Me gusta y también temo mi condición de nómada a partes iguales. Por un lado disfruto tener la libertad de moverme de un lugar a otro, pero al mismo tiempo sufro la falta de un hogar fijo. Uno de mis miedos es no encontrar un lugar en el que me sienta “en casa”, o encontrarlo pero no poder adaptarme a él, y entonces volver a mi país y descubrir que las cosas han cambiado tanto que ya tampoco me reconozco en él. El miedo del nómada es no tener a dónde regresar.

Es posible perder el hogar porque el hogar es un lugar geográfico, pero también es un lugar temporal. Por eso aunque una persona viva toda su vida en un mismo sitio, puede extrañar su hogar en el tiempo. Es el viejo que comenta que ya nada es igual a como era antes. Cuando vives toda tu vida en un mismo lugar los cambios son paulatinos, pero cuando te desconectas para volver muchos años después, recuerdas con nitidez la última imagen, y no concuerda con lo que encuentras a tu regreso. El contraste asombra.

El extranjero vive en una orilla. En el punto en el que las olas tocan la arena, el sitio en el que todo se unen y también se separa. El nómada busca en todo lo que hace un gesto conocido, una práctica familiar, algo que pueda reconocer como propio, el punto en el que su experiencia se une con el lugar en el que está; y a cambio encuentra las diferencias. Por eso es el extranjero el que mejor define una cultura, porque le es ajena.

La foto de arriba es de un animal de México que se llama “axolotl” (se pronuncia “ajolote”). Julio Cortázar tiene un cuento sobre un hombre que se identifica con ellos. El protagonista ve en sus caras algo de humanidad. Dice: “Los rasgos antropomórficos de un mono revelan, al revés de lo que cree la mayoría, la distancia que va de ellos a nosotros. La absoluta falta de semejanza de los axolotl con el ser humano me probó que mi reconocimiento era válido, que no me apoyaba en analogías fáciles”. El protagonista del cuento se obsesiona con descubrir lo que sienten y piensan los axolotl del acuario hasta que termina por convertirse en uno de ellos. Bajo cierta luz este cuento trata sobre la experiencia del extranjero.

Al vivir en un lugar ajeno adoptas algunas costumbres. No te sientes cómodo con ellas, no al principio, pero las cumples porque es una forma de adaptarte. De alguna manera buscas comprender al otro y adaptarte a él. Pero si te mudas de país en país muchas veces se te olvida qué costumbres te pertenencen. Diría que esto es triste, pero en realidad debajo de las costumbres brilla tu identidad.

La tradición es una convención social que se aprende. Mucha gente depende de lo social para autodefinirse. Usan las costumbres para crear una identidad común. Todos los “equipos” cumplen con esa función: los hinchas del Barcelona, el partido comunista, el Opus Dei, y cualquier nación. Cuando entras en este tipo de grupos sientes la presión de adoptar sus tradiciones, sus símbolos, y sus creencias. A cambio recibes dos cosas: una nueva forma de ordenar el mundo (nosotros y ellos), y una fuente de orgullo (yo pertenenzco). Kurt Vonnegut, un autor que me gusta mucho, los llama “Granfalloons”. Vivir en muchos países te permite desprenderte de los Granfalloons y descubrir tus propias constantes.

Pero te despojes o no de las costumbres, la cultura americana es un refugio para el nómada. Sus símbolos están en todas partes. Un restaurante McDonalds es igual aquí que en Pekin. Las hamburguesas son las mismas, las servilletas son las mismas, y nadie tiene que explicarte el menú. Lo mismo ocurre con las películas y la música. Estados Unidos es el mayor exportador de cultura en el mundo. Así que es muy probable que aunque no hayas visitado América la conozcas. Que te hayas paseado por las calles de Nueva York a través de una película o de una serie. Que sientas su cultura como algo familiar vivas donde vivas. America es el hogar psicológico de la humanidad. Es fácil fantasear con América, pero es difícil imaginar lo que significa vivir aquí.

Hay muchos mitos alrededor del americano. El americano es gordo. El americano es ignorante. El americano es estúpido. El americano es “patriotero”. El americano es bélico. El americano es frío. El americano es simple. Pero debo decir que aunque es tentador pensar en esos términos, esas características no son una parte importante del carácter americano, son simplemente una anécdota. Una expresión de algo más profundo y arraigado. Eso es lo que pienso explorar en este post. La verdadera personalidad del americano y qué se siente al vivir aquí.

Mi relación con América (1) es especial. Por eso quizás encuentres que este artículo es más completo, menos parcial que el de Fé y OVNIs. A pesar de que mi padre es español y toda mi familia es del norte de Europa, mis lazos con Europa son débiles. Siento más afinidad con Estados Unidos por la tele, las pelis, y la música. Los autores que más me gustan también son americanos, y a veces hasta me siento más cómoda hablando en inglés. Por eso puedo ofreceros una visión más completa de la personalidad del americano que de la personalidad del español.

(1) Sé que a los latinoaméricanos les enferma que la gente se refiera a Estados Unidos como “América”. Pero su indignación viene de la ignorancia. A Estados Unidos se le llama “América” porque son los Estados Unidos de América. Es una forma de acortar el nombre. No hay otro país en el continente que contenga la palabra América en su nombre, así que la gente se refiere a ellos como americanos. De la misma manera al Español le enferma que le llamen latino al latinoaméricano y para diferenciarse usan la palabra “sudamericano”. Este es otro error de la ignorancia. Nadie llama al latino así por creer que tiene algo que ver con Roma. Se le dice Latinoamérica para diferenciarla del norte porque mientras que el norte fue colonizado por los franceses y los ingleses, el sur fue colonizado por Portugal y España: países latinos. De manera que latinoamérica se usa para describir esa América, la que fue colonia de los países latinos. Con esto zanjo ambos temas. Llamo americanos a los estadounidenses y latinoamericanos a los sudamericanos y ya está.

AMERICA: TIERRA PROMETIDA

Imagina que descubren un planeta habitable cerca de la Tierra. La NASA envía una misión con varios hombres para explorarlo y regresan contando historias maravillosas: hay océanos, ríos, vegetación, y animales. Hay cosas que nadie ha visto nunca, naturaleza nueva. Deciden enviar una nueva misión con miles de personas para colonizar el planeta. El viaje tarda un mes y cualquiera puede hacerlo. ¿Te arriesgarías a ir?, ¿Con qué intención irías?, ¿qué te llevarías? El día antes del viaje ¿qué sentirías? ¿miedo? ¿emoción? Ahora piensa en todos los tipos diferentes de persona que escogerían hacer el viaje contigo.

Con América pasó justamente eso. Era una nueva tierra inexplorada, salvaje, bella, pero también desconocida. Y frente a lo desconocido el hombre se proyecta a sí mismo. De la misma caja que brotan los sueños brotan las pesadillas. Así que quién se embarcó hacia América lo hizo con dos sentimientos opuestos: el terror y el deseo. Esa actitud ambivalente es el principal rasgo cultural del americano.

EL OPTIMISMO Y EL TERROR

Una de las cosas más impactantes que te puede pasar en Estados Unidos es estar aquí durante una catástrofe natural. No por la catástrofe en sí, sino por todo lo que se genera alrededor. El miedo frente a una catástrofe es natural, pero en Estados Unidos el miedo tiene mucho de teatro.

Hace un par de años hubo una amenaza de huracán en Miami. Salió por las noticias durante varios días. Te alertaban del huracán, te instaban a comprar provisiones y a no salir de tu casa durante 5 días. Lo más impresionante era entrar al supermercado. En cada caja había una cola de gente comprando pilas, linternas, radios, generadores de electricidad y botellas de agua. Llenaban carros hasta el tope. Limpiaron el pasillo de los enlatados: no quedó nada.

El supermercado también se ocupaba de difundir información. Habían carteles que ponían: ¿estás preparado para el huracán? y un pasillo con pirámides de linternas, de botellas de agua, de baterías, cajas de herramientas. Pero no hacía falta acercarse a los productos para darse cuenta de que no eran reales. Parecían sacados de una tienda de chinos, eran cosas de pésima calidad. Parecían herramientas de juguete: de usar y tirar. Las linternas, las herramientas, y las radios eran del tipo de cosas que le compras a un niño para que se vaya de campamento. Si te estás preparando para un desastre natural lo normal es justo lo contrario: comprar cosas duraderas. Pero aquí nadie se estaba preparando, no en realidad, los americanos estaban jugando al huracán. Al final no pasó nada. El huracán se transformó en una tormenta tropical, la alarma pasó, pero aún así, durante los 5 días que el huracán iba a pasar por aquí, nadie salió de su casa. Nadie. Todo estaba desierto.

Por otro lado está la cara optimista del desastre natural. Después del huracán Katrina un grupo de gente se encargó de recolectar mixtapes. Te decían que los damnificados habían perdido todo: sus casas, su comida, sus familiares, y también sus colecciones de música. La idea era ofrecerles mixtapes para reconstruir sus vidas. El americano tiene la idea de que no importa lo que ocurra siempre se puede salir adelante. Su optimismo es ingenuo y persistente. No importa lo que ocurra, el americano está convencido de que su nación es grande y fuerte y de que si trabajan juntos todo volverá a la normalidad.

Las experiencias que formaron esa ambivalencia en el carácter del estadounidense eran americanas, pero las ideas que había detrás eran inglesas. Se formaron en Savoy y en la campiña inglesa. Para entender la personalidad del americano no es suficiente con estudiar al pionero. Conocer su relación con los indios, con el comercio, y con las leyes de la tierra es un paso, pero hay que ir más allá. El europeo que se embarcaba con destino a América era un tipo peculiar. Para entender cómo llegó hasta allí hace falta entender qué estaba pasando en Europa en ese momento.

Durante el medievo sólo se conocía un trozo de la tierra y un trozo del mar. La vida del hombre en La Tierra era finita. Las ocupaciones de una persona eran limitadas. Pero el cielo era infinito. La vida del hombre en La Tierra era solamente la antesala del mundo eterno en el más allá. Esas ideas fueron cambiando poco a poco. Primero, con la invención del reloj mecánico que dividió el tiempo en pequeñas unidades medibles, y después con la introducción de la latitud y la longitud en la cartografía. Gracias a esos dos inventos el navegante podía saber en qué punto del tiempo y del espacio se encontraba. Así se inauguró una nueva etapa: el interés por la exploración de la tierra, de los mares, y de la mente (2).

Con el descubrimiento de América se le asestó el último golpe a la cultura medieval. La Tierra era ahora infinita, y el cielo era su espejo. El hombre buscaba formas nuevas de ocupar su tiempo en La Tierra, y la vida del más allá perdió su importancia. No quiero decir con eso que el cambio fue radical o total, mucha gente siguió creyendo en esas cosas, pero los líderes intelectuales de la época no.

El americano sustituyó la eternidad por el futuro. El más allá se transformó en el mañana. El americano se proyecta hacia adelante, glorifica la esperanza. Sustituye las ideas de razón, naturaleza, vida, con la idea de “un mejor futuro para el hombre”. Pero esa moneda tiene otra cara y es la del terror. La amenaza oculta que puede destruir el futuro. Una amenaza que aunque raras veces se concreta siempre está presente.

EL PURITANO, EL PIONERO, Y EL HOMBRE DE NEGOCIOS

No sé si viste Jesus Camp. Yo sí. Es un documental aterrador. Enseña cómo los evangélicos adoctrinan a sus hijos en campamentos ideológicos. No es la única secta protestante aterradora. Hay muchas. Está, por ejemplo, el YFZ Ranch, una colonia de mormones fundamentalistas aislada en Texas en la que se practica la poligamia y casan a las niñas con 12 y 13 años. El gobierno intenta ponerles un freno y cada cierto tiempo les hacen una redada. Pero es imposible disolverlos. Los mormones normales y los testigos de jehová son otras denominaciones de la iglesia protestante americana, y todas son descendientes directos de los primeros puritanos que llegaron a América en 1630.

Los puritanos fueron protestantes ingleses que creían que las reformas de la iglesia británica eran insuficientes. Partieron hacia América y se imaginaron repitiendo la historia del Éxodo. América era su Tierra Prometida. Sentían un pacto especial con Dios: si eran fieles a sus doctrinas dios los bendeciría, si no, los castigaría. Vivieron en colonias y fueron laboriosos, autosuficientes, sencillos. Les disgustaban las artes y el ocio. Sin saberlo los puritanos contribuyeron con la revolución industrial. Pero sus huellas más evidentes las encontramos en la herencia que nos dejaron: los mormones, los evangélicos, los testigos de jehová, y también dos cosas de la personalidad del americano: su simpleza y su optimismo.

Los pioneros llegaron un siglo y medio después de los puritanos. Se lanzaron a la conquista de América por una oportunidad externa, la de explorar una tierra virgen, pero su impulso era interno. Estados Unidos se fundó sobre los escombros de la cultura medieval europea. Las instituciones estaban desgastadas y vacías (1). No quedaba nada en Europa que un hombre inteligente de su siglo quisiera preservar. Hacía falta un aire nuevo que renovara la cultura y lo buscaron en la naturaleza.(2) La naturaleza se puso de moda. Maria Antonieta construyó una casa de campo en Versalles en la que jugaba a ordeñar vacas, Rousseau se fue a las montañas. Pero la pasión por la naturaleza no era racional. No era la misma pasión que sentían los físicos como Newton. Medirla y estudiarla no era el interés de los románticos. Lo que les atraía hacia ella era lo salvaje, lo espontáneo. (3)

Es fácil entender entonces por qué América tuvo un atractivo especial para el romántico europeo. Aunque podían someter al campesino europeo al escrutinio, y descubrir que la vida en el campo no era tan fascinante como Rousseau quería hacer ver, al colono americano se le idealizaba desde lejos. La naturaleza americana era virgen, salvaje, e infinita en sus posibilidades. En ella el hombre podía reencontrarse consigo mismo, escapar de la sociedad, autodeterminarse, explorar infinitamente. Por más que las películas nos enseñen masacres de indígenas, la fiebre del oro, y pistoleros salvajes, lo que estuvo detrás de la expansión hacia el oeste fue el romanticismo.

De los pioneros el americano heredó el deseo de libertad, el pragmatismo, la exploración, y la idea del progreso.

El último en llegar fue el hombre de negocios y llegó justamente para eso: para hacer negocios. Vieron en América una oportunidad para comenzar desde cero. Muchos se asentaron en Ohio, al sur de las montañas apalaches. En en el siglo 18 nada estaba escrito sobre piedra, así que Francia e Inglaterra seguían disputándose territorios. Los mercaderes ingleses comenzaron por explotar las pieles. Comerciaban con los franceses y también con los indios. Especulaban con el territorio y se lo vendían a los inmigrantes. Son los que más adelante construyeron los ferrocarriles. También estaba el hombre de negocios que era un inventor. Benjamin Franklin y Alexander Graham Bell son dos nombres que me vienen a la mente. En América se inventó la clave morse, el telégrafo, el teléfono, la bombilla, la avioneta, el barco a vapor, el hule. Todos inventos que produjeron mucho dinero.

El hombre de negocios le dejó en herencia al americano el ingenio, el materialismo, el utilitarismo, y las ansias de poder.

(1) Voltaire acabó con la Iglesia, Montesquieu y Rousseau con el Estado, Turgot con las corporaciones

(2) Habían probado ya con el pasado clásico (Grecia, Roma) y resultó aburrido; lo medieval era demasiado reciente como para revivirlo; lo oriental no era más que una curiosidad; y lo único que quedó por explorar fue la naturaleza.

(3) The Myth of the Machine: Pentagon of Power de Lewis Mumford.

(4) The Pioneers de James Fenimor Cooper.

EL SUEÑO AMERICANO

¿Quién no ha soñado con crear una aplicación para el iPhone? ¿O una página que genere mucho dinero? Quizás fantaseas con buscar un ángel que financie tu proyecto y convertirlo en el próximo Facebook. Todos hemos escuchado historias al respecto. Silicon Valley es desde hace algunos años el nuevo sueño americano, y no es casual que esté en la Costa Oeste.

Se cree que el sueño americano es el de vivir en una casa con una valla blanca y un perro labrador. O que es llegar sin nada y hacerse rico de la noche a la mañana. Pero el sueño americano es algo más profundo. Es la idea de que todos somos iguales incondicionalmente. Estados Unidos se formó (en un principio) para garantizar esa igualdad. Mientras que Europa era un lugar de pocas libertades, la corrupción era patente, y los impuestos ahogaban a cualquiera, en América podías llegar y mudarte a donde quisieras. No necesitabas un pasaporte para viajar de un estado al otro. El mérito y la fidelidad eran las únicas fuentes del honor. En América no habían cortes corruptas ni reyes, ni derechos de nacimiento. El sueño americano es un sueño de orden social. Estados Unidos se fundó con la idea de que cada persona pudiera desarrollar su máximo potencial sin las barreras que solían frenarlo en el resto de las culturas. El sueño americano es una de las caras del optimismo.

Pero en su parte concreta se trata del éxito. En ese sentido ha variado a lo largo de la historia, y siempre ha estado unido al Oeste. Al principio el deseo era el de poseer tierras para cultivo. Cualquier ciudadano de América podía poseer tierras. Pero como la tierra era infinita, el pasto siempre era más verde en el Oeste. Ese fue el motor que impulsó la colonización de América. El movimiento compulsivo hacia el Oeste en busca de mejores tierras terminó en la costa del Pacífico porque no había más lugar a donde ir.

Cada generación repite el peregrinaje de sus ancestros, siempre hacia el oeste, y hacia una vida mejor. La Fiebre del Oro, Hollywood, Disneylandia, Beverly Hills, Silicon Valley están en California; y también “On the Road” de Kerouac, los hippies, Timothy Leary, los psicoanalistas, las historias de road trips por la ruta 66: Cualquier sueño, metálico o espiritual desemboca siempre en California.

Pero aunque en teoría el sueño americano se cumple y está respaldado por la constitución, en la práctica se traiciona tanto en lo material como en lo espiritual. La dimensión de la personalidad del americano que heredó del comerciante, del hombre de negocios, se desarrolló muy rápido con el impulso de la industrialización; mientras que la guerra civil y el progreso material aplastaron la espiritualidad del puritano y del pionero. La espiritualidad del americano quedó rezagada, y lo que sobrevivió fue la frialdad de lo material.

De esa forma ha sido traicionado el sueño americano. Los sueños se han convertido un producto más de la industria. Ofrecen clases para ser actor, cantante, dibujante de cómics, seductor, prometen agrandar tus bíceps y tus pechos, hacer de ti un emprendedor para que tú también puedas alcanzar tus sueños. Cuando se cree en la prosperidad como un fin absoluto, si se pierde la prosperidad se pierde todo. Cuando un americano que ha hecho todo lo que le dicen que debe hacer para cumplir sus sueños se encuentra de frente con su fracaso pierde toda la fe en América.

LA CULPA BLANCA

Una vez tuve el siguiente diálogo con una amiga:

Amiga: te vino a buscar un señor

Yael: ¿Quién?

Amiga: ni idea, no le pregunté el nombre

Yael: Bueno, pero cómo era.

Amiga: Alto, tenía gafas…

Yael: ¿tenía barba?

Amiga: no, no tenía… no era gordo ni delgado… era normal

La conversación continuó durante varios minutos y yo no tenía idea de quién me estaba hablando. Al día siguiente pasó a buscarme la misma persona, sólo que esa vez abrí la puerta yo misma. Era un amigo negro. No tenía idea de quién me hablaba porque mi amiga no mencionó en NINGÚN MOMENTO que era negro. Ese fue mi primer contacto con la culpa blanca.

En Europa no hubo mezcla de culturas. Las colonias estaban lejos. Ni los negros ni los indios eran bienvenidos. En Latinoamérica los españoles se mezclaron con los indios y con los negros y la mezcla dio lugar a una sociedad distinta de todas las que lo conformaron. Pero en Estados Unidos los blancos y los negros convivían sin mezclarse. Durante mucho tiempo los negros fueron esclavos y al liberarlos pasaron a formar parte de la sociedad. Es difícil entonces plantearse el tema de la igualdad.

El blanco no sabe cómo manejar eso. Sabe que el racismo es un pecado en América. Quizás no esté consciente de la razón por la que sus privilegios le producen vergüenza, pero sí hay una y es muy simple. En Estados Unidos el racismo no es un insulto contra una raza, es una ofensa contra el sueño americano. Admitir que una raza tiene privilegios o que otra es segregada es renegar de los valores que admiran en su propia cultura. ¿Es que acaso no todos tenemos las mismas oportunidades?, ¿es el sueño americano una mentira?, ¿en qué otros asuntos me han mentido?

Por eso el blanco hace muchas cosas para expiar su culpa. Busca demostrar la igualdad cuando se le presenta la oportunidad. Quiere ganarse el afecto y la confianza de las minorías. Hace cosas muy raras para aplacar su vergüenza. Hay un blog fantástico que se llama “Stuff White People Like” (cosas que le gustan al blanco) sacaron un libro sobre el blog y paradójicamente se vende en Urban Outfitters, una de las tiendas más blancas que hay.

Entre las cosas que le gustan al blanco están:

LA AMENAZA INVISIBLE

Quizás ya has visto este vídeo. Se llama Duck and Cover y es la película que le ponían a los niños en la escuela en la década de los 50 para enseñarles a reaccionar en caso de que estallara una bomba atómica. Les recomendaban, por ejemplo, esconderse debajo del pupitre y cubrirse con un periódico.

La contraparte del sueño americano es la amenaza invisible. Es una de las caras del terror. Quizás la más obvia. Al igual que el sueño, la amenaza muta. Cada vez que se presenta una amenaza el americano se transforma en el pionero. Adopta su pasión por la supervivencia. Construye refugios, se abastece de pilas, guarda enlatados, traza planes. Por encima de todo al americano le gusta estar preparado.

La amenaza ha sido la bomba atómica, el calentamiento global, la gripe porcina, Al Qaeda, el antrax, Katrina, etc. No quiero decir que estas amenazas no sean reales. Tampoco quiero decir que no exista un motivo real para sentir miedo. Pero la reacción del americano es desmedida. En vez de contrastar la información y actuar de manera racional, frente a la amenaza el americano siente pánico y actúa por impulso. Por eso el miedo es un arma de poder. Para movilizar a la sociedad se usa el terror. (1)

(1) Be Very Afraid de Robert Wuthnow

LA INFANTILIZACIÓN DEL AMERICANO

Puede ser que en España haya un grave problema con la falta de empleo. Pero aunque creáis que en América lo tienen fácil, no importa qué clase de empleo tenga una persona, es y será durante toda su vida un esclavo del banco. Aunque creas que en Europa ya eres esclavo del banco, no tienes ni idea de los métodos retorcidos que usan los bancos americanos para esclavizar al ciudadano.

De la mezcla entre la laboriosidad del puritano y la frialdad del comerciante surgió la producción masiva. Si Dios dijo: “crece y multiplícate” ¿por qué no hacerlo con los bienes?, ¿por qué no hacerlo con los dólares? Pero del otro lado de la cadena de producción siempre tiene que haber un cliente. Alguien a quién venderle la mercancía. Así que la primera preocupación de la industria es tener clientes. Una vez que los consigue, ya se plantea qué es lo que va a vender. La primera prioridad de la economía norteamericana es hacer de las personas clientes.

Para que una persona sea cliente necesita dos cosas: un deseo insatisfecho, y dinero en su cuenta bancaria. Los publicistas se encargan de fabricar los deseos, y los bancos se encargaron del dinero. En América es imposible escapar del círculo vicioso del crédito y la deuda.

Voy a tratar de explicarme porque esto es algo que no sucede en ningún otro país que yo sepa. Conseguir una tarjeta de crédito o un préstamo del banco en América es muy fácil. No necesitas avalistas ni nóminas, ni siquiera necesitas dar la cara. Si alguien pide un crédito lo obtiene. Conozco gente que gana menos de 2 mil dólares al mes y tienen una tarjeta de crédito con 20 mil dólares de límite. Pero la forma en que funciona la tarjeta de crédito americana es un poco diferente:

En España tienes una tarjeta de mil euros y tú estableces con el banco si vas a pagar al final del mes la totalidad de lo que debes o un porcentaje, y te atienes a ello. En cambio, en Estados Unidos puedes pagar cada mes la cantidad que quieras. Si tienes una tarjeta de 20 mil dólares y has gastado 10 mil, tienes la opción de pagar la cantidad que tú quieras. Pero hay un mínimo que debes pagar cada mes para poder seguirla usando. Ese mínimo son los intereses que genera tu deuda.

Cada persona tiene un interés diferente que el banco calcula de acuerdo al riesgo. El porcentaje va del 0.2% al 19%, pero la mayoría de la gente ronda el 11%. Supongamos entonces que una persona que gana 2 mil dólares tiene una tarjeta de crédito y gasta 10 mil. Si el interés de su crédito es del 11% deberá pagar 1100 como mínimo cada mes. Eso es casi todo su sueldo. Le queda menos de la mitad para vivir. Paga cada mes pero no está pagando la deuda. Sigue debiendo la misma cantidad de dinero que antes porque lo único que ha pagado son los intereses. Así se esclaviza a una persona durante años.

Pero el americano promedio tiene más de una tarjeta, y no solamente le debe al banco. Por lo general además del crédito está pagando el préstamo de la universidad, el financiamiento del coche, quizás una hipoteca.

Pero aquí viene la segunda vuelta de tuerca: la deuda también es la oportunidad para un negocio. Hay empresas que compran tus deudas, las consolidan y te bajan los intereses, ahora en vez de pagarle a diferentes instituciones todo lo que debes, se lo pagas a una sola. Otras negocian por ti con el banco para que te baje los intereses a cambio de un porcentaje. Quizás te estés preguntando por qué el banco le da tanto dinero a la gente. Es una buena pregunta. Los bancos no regalan nada. Buscan tener muchos deudores porque las deudas de los clientes se pueden vender a otros bancos a cambio de dinero. Así es como el americano ha dejado de ser el cliente, y se ha convertido en un producto más de su propia economía.

Digo que es imposible escapar de este ciclo vicioso porque en América no puedes hacer nada sin el crédito. Quiero decir, que de acuerdo con las deudas que tengas y de tus pagos se genera un número que te hace un ciudadano más o menos confiable para otras instituciones. Si quieres alquilar una casa te piden el crédito. Si quieres una línea de teléfono móvil te piden el crédito. Es impresionante la cantidad de cosas para las que te piden el crédito en América. Y antes de que te hagas el listo: no, tener una tarjeta de crédito y no usarla, o pagarla toda puntualmente no es bueno para tu crédito, de hecho, te baja el “score”. Así que las mismas barreras que Estados Unidos veía en Europa y que pretendía abolir ahora son más severas aquí que en cualquier otro lugar.

Muchos creen que en América no se infantiliza a la sociedad porque no hay servicios sociales ni ayudas. Pero aunque en ese sentido el Americano es más independiente que el europeo, la infantilización sigue allí. Se sustituye la ayuda por un crédito casi ilimitado, pero se mantiene al individuo atado a esa dinámica por el resto de su vida. El Estado y las corporaciones han aprendido a utilizar el deseo y el miedo para controlar al individuo. Lo transforman en un niño. El americano se siente seguro dejando que otros asuman responsabilidades que le corresponden.

El americano ve en el crédito la continuación de la paga que le daban sus padres. La gasta como gastaría el dinero de sus padres. Se siente cómodo en ese rol y por eso la estética de las tiendas en América es infantil. Probarse ropa en Urban Outfitters te traslada a la niñez, al recuerdo en el que te metes en el armario de tu madre para probarte sus cosas. Restaurantes como Shake Shack están decorados con pintura de pizarra, tienen mesas largas y sillitas de plástico, parece un parvulario. Se han puesto de moda los camiones de comida, de frutas, de batidos, y los decoran para que parezcan el camión del heladero de la infancia, además de la musiquita ahora puedes seguirlos en twitter para saber cuándo llegan a tu barrio. Bank of America sacó una tarjeta de crédito con la cara de Hello Kitty.

Sucede lo mismo con la comida. La persona pobre del tercer mundo y el millonario norteamericano tienen algo en común: la delgadez. La economía masiva se ha convertido en algo tan enredado que comer en McDonalds y comprar chucherías es la opción más barata. La comida barata está hecha con “corn syrup” que quita el hambre, pero alimenta poco y engorda mucho. Comprar verduras y comida sana es caro. Solamente una persona con dinero puede darse el lujo de comer bien. Así en América el rico es el delgado y el obeso es el pobre.

Ese no es el único problema con la comida. En vez de aprender a comer bien, la industria le enseña al americano a depender de ella. Hay un pasillo entero del supermercado dedicado a Weight Watchers. Si no lo conoces, Weight Watchers es una dieta con un sistema de puntaje: de acuerdo con tu edad y tu peso te asignan un número de “puntos” que puedes comer cada día, y cada comida equivale a una serie de puntos dentro de una tabla. Así, por ejemplo, si tienes 25 puntos cada día, un tomate vale 1 punto, pero una magdalena puede valer 8 o 10. Pero ahí no termina la cosa. Weight Watchers tiene toda una línea de comida de su propia marca con menos puntos. Una magdalena normal vale 8, pero la magdalena Weight Watchers vale 1. Así tienes a un montón de gente enganchada a tus productos, delegándote la responsabilidad sobre sus propios cuerpos, sin saber qué es lo que está detras de tu sistema, y perdiendo la capacidad de autoregular su alimentación.

De la infantilización la economía saca sus mejores dividendos. Si el ciudadano confía en la industria y le delega sus responsabilidades, la industria puede convertirlo fácilmente en un cliente, incluso cuando eso va en contra de su propio bienestar. El americano es un esclavo de sí mismo. El consumismo y el sistema bancario son los que mantienen su economía a flote, pero también son sus yugos. Mi problema no es con la industria, porque a fin de cuentas están allí para eso: para generar dinero. El problema es que la maquinaria publicitaria americana es tan poderosa que aunque quieras escapar de ella es difícil mantenerse al margen. Si eres el hijo de una familia infantilizada, y desde niño te infantilizan, es difícil romper el ciclo y encontrar tu propia voluntad.

El Americano creyó escapar de la vieja Europa construyendo un nuevo espacio más real. Sustituyó la ornamentación del Europeo por la simpleza del puritano. La corrupción por la integridad, lo social por lo individual. Pero la industria venció al espíritu. América pasó de ser la tierra de la libertad a ser la nación de la esclavitud.

LA NACIÓN VACÍA

De los ideales sobre los que se fundó América lo que queda es una capa de pintura. América fue fundada por puritanos, pioneros, y hombres de negocios. Se fundó como respuesta a los problemas de Europa. Su camino era la igualdad, la libertad, y la autodeterminación. La constitución se escribió para garantizar el sueño americano. Pero con el tiempo las bases espirituales se fueron borrando. El puritano se convirtió en un fanático. El pionero en cliente. El hombre de negocios en depredador.

El sueño americano sólo podía realizarse en lo individual, pero lo colectivizaron y le pusieron de nombre “el progreso”. Se perdió la autodeterminación, y el sueño ya no es alcanzar la plenitud, ni desarrollar todas tus potencias. El sueño ahora es el éxito.

América se fundó sobre la idea de la igualdad. Fue de los primeros países en abolir la esclavitud. Y dos siglos después la esclavitud ha vuelto a nacer. La igualdad no se consiguió porque el norte liberara a los esclavos del sur, sino porque con la industrialización los esclavizaron a todos. Blancos y negros.

Se sustituyó la libertad por la ilusión de libertad: una multiplicidad de opciones. El americano cree que su libertad es tener muchos productos diferentes en el estante. Poder escoger entre una marca de champú y otra. Entre una universidad y otra. Entre una religión y otra. Lo único que descubre detrás de tantas opciones es la indeterminación. Al igual que el pionero, el consumidor siempre cree que el pasto más verde está en el producto que dejó en el estante. El que no eligió.

En la América vacía el terror del americano doblega su voluntad y el optimismo lo conduce con docilidad hacia su propia esclavitud.

La mejor forma de vivir en Estados Unidos es no ser americano. Toma a América como lo que es: un parque de atracciones y un centro comercial gigante. Ven, pásatelo bien, no hay un sitio mejor en el planeta para divertirse, quédate todo el tiempo que te permita tu bolsillo, y después regresa a tu casa.

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