El verdadero origen del adulterio.

August 30, 2015

Hace un par de días alguien logró hacerse con la base de datos de todos los usuarios de la web de aventuras extramaritales “Ashley Madison” y la publicó en internet. De la base de datos sacaron del armario a cientos de adúlteros: famosos, políticos, pequeñas celebridades de Youtube. Todo el mundo tenía algo que decir al respecto. Muchos se rieron de los adúlteros por haber sido pillados con las manos en la masa. Otros los criticaron duramente por haber engañado a sus parejas. Hubo incluso quienes escribieron artículos para defender su derecho a la privacidad. Los adúlteros también hicieron de todo: ignoraron el tema, pidieron perdón, sacaron a sus mujeres a defenderlos, y otros argumentaron que su nombre aparecía en la lista porque “un pirata informático” lo puso allí.

El hecho es que, sin darnos mucha cuenta, el hackeo a Ashley Madison nos ha hecho hablar acerca del matrimonio, de la familia, y de lo que significa el adulterio. Para mí todo esto es positivo, porque el matrimonio en nuestra generación es un tema que se toca poco, y cuando lo tocamos lo hacemos con pinzas. Para nosotros el matrimonio es una reliquia, es como una olla de presión: alguien te la regaló cuando te mudaste, pero la metiste en un armario porque no sabes ni para qué sirve ni qué se cocina con eso. No la tiras a la basura porque quizás algún día prepares alguna receta que requiera de una olla de presión y no está de más tenerla, por si acaso. Eso es el matrimonio.

Pero a pesar de que el matrimonio nos resulta un concepto un poco obsoleto, a todos nos parece mal el adulterio. Posiblemente porque aunque no te hayas casado, seguramente has tenido un novio alguna vez y no te gustaría que tu novio te engañara. En ese sentido cualquiera se puede identificar con las víctimas del engaño. Hay consenso: ser adúltero está mal. Es tan unánime esta idea que quizás escribir un artículo sobre esto es innecesario. ¿Para qué? Decir que el adulterio está mal está a la par de decir que el cielo es azul, que el agua fluye hacia abajo, o que mil euros son mejores que diez: una verdad evidente. Decir que el adulterio está mal no requiere de valentía. No es un litmus test. Nadie te va a dar una medalla por decirlo.

Los mejores artículos, los más populares, o quizás los que más me gustan a mí, son precisamente aquellos que intentan derrumbar una verdad que parece inamovible, pero que en realidad no lo es. Como estrategia sería más astuto por mi parte tratar de argumentar que la infidelidad no está del todo mal. Que bajo cierto punto de vista, el adulterio es lo normal. Decir que hay que ponerse en el lugar de los adúlteros. Eso generaría toneladas de clicks, odio y amor a partes iguales, y posiblemente pondría el cociente de viralidad de la portada de mi blog a tope. Pero sería deshonesto.

Si no tomo la ruta anterior no es por falta de talento. Por alguna razón D*os me ha bendecido con la capacidad de poder argumentar cualquier cosa que quiera sin límite alguno y salirme con la mía, incluso cosas que a simple vista no tienen ni pies ni cabeza, y cuando tenía veinte años me divertía llevándole la contraria a la gente sólo por diversión. Pero llega un punto en la vida de cualquiera, por más talento que tenga, en el que desea hacer lo correcto. Decir cosas que son mentira, distorsionar la realidad, sólo para anotarme unos puntos no es kosher.

Entonces, ¿por qué escribir este artículo? ¿Qué valor puede tener hablar sobre lo malo que es ser infiel si todos estamos de acuerdo en que está mal? ¿Es agua bajo el puente? Quizás. Pero si en lugar de hablar de lo bueno y de lo malo, hablásemos de lo natural y de lo artificial, posiblemente el veredicto no sería unánime. Son muchos los que, a pesar de considerar que el adulterio está mal, lo encuentran natural. El argumento es este: en los humanos la monogamia prolongada es artificial, es algo aprendido. Por lo tanto un matrimonio honesto es un oxímoron. Cualquier persona que acepta casarse está sometiéndose a la infelicidad. Si el matrimonio es honesto vivirá una vida llena de insatisfacciones: tendrá que suprimir sus impulsos, ir en contra de su propia naturaleza. La otra posibilidad es que su matrimonio termine en un divorcio, o en la infidelidad de uno o de ambos.

Es importante explicar la diferencia entre infidelidad y adulterio. Ambos son en esencia lo mismo, pero el primer término se usa para noviazgos y el segundo se usa exclusivamente para matrimonios. Puedes ser infiel a tu novia, pero no puedes cometer un adulterio si no estás casado. En ese sentido, para la mayoría la infidelidad está mal porque es un engaño. El problema principal no está en estar con terceros, sino en ocultarlo. Si en lugar de hacerlo a escondidas el infiel confesara a su pareja su deseo, entonces podrían llegar a un acuerdo. Terminar o negociar. To sue or to settle. Por otra parte el adulterio como tal está mal porque además de ser un engaño, se le añade el agravante de que es la violación de un contrato. Este argumento considera que el matrimonio es una transacción como podría ser ir al banco: lo que el adúltero hace está mal en primer lugar porque está violando un contrato, no porque estar con varios esté en sí mal.

NO TE CASES

Hay un grupo que cree haber encontrado solución al problema del adulterio: no casarse. Si no te casas jamás serás un adúltero. Fácil. La solución a la infidelidad es un poco más complicada, pero pasa por un camino parecido: ten solamente relaciones abiertas. Si tú y tu pareja llegan al acuerdo de tener sexo con otros (y otras) entonces jamás lo engañarás. No sólo eso, además las relaciones poli ¡Son súper divertidas! Al menos eso declara la mitad de las revistas “femeninas”. Ningún entusiasta del poliamor admitirá jamás que si estás con todos no estás con nadie. Da igual si tienes una división jerárquica y organizada de los “niveles” en los que ubicas a tus diferentes parejas, una relación abierta implica necesariamente la disolución de la pareja.

Una relación romántica, al igual que un país, lo es en virtud de sus fronteras. Mientras más permeables son sus fronteras, menos sólida es. Digamos que la apertura y la cercanía son inversamente proporcionales: mientras más aumentas el grado de una, más disminuye la otra. Mientras más abierta es una pareja, menos “pareja” es. Y viceversa. Así que la solución del poliamor es una versión light del “no te cases”. Es: “ten un novio, sí, pero a medias”.

Para mí estas soluciones son siempre una chapuza. Es como cuando un autor novato está escribiendo una novela y no sabe cómo terminarla, así que decide matar al protagonista: se suicida, lo mata un desconocido, o un amigo, da igual. Sin personaje no hay historia. Punto y fin. Digo que este tipo de soluciones son una chapuza o una novatada porque lo son. Es la solución menos elegante a un problema complejo. No estás respondiendo la pregunta, estás negándote a responder. No estás resolviendo el problema, estás renunciando a él. Hay una diferencia.

Si el puente que une dos partes de una misma ciudad se cae, la solución es construir uno nuevo. Quizás repararlo, si queda algo que se pueda rescatar del puente original. Declarar que cruzar el río ya no es posible, que cada ciudadano tendrá que quedarse por fuerza de su lado de la ciudad y no volver a cruzar al otro porque no hay forma, o ir aún más allá y ofrecer como alternativa que cada parte de la ciudad se independice y forme su propia entidad separada no es una solución. Es una renuncia.

LA TRANSFORMACIÓN DEL MATRIMONIO

Desmontar las no-soluciones al problema es fácil. Lo interesante es entender por qué algunos consideran que estas dos alternativas: lo de las relaciones abiertas y lo de no casarse, son válidas. Para llegar a esa conclusión, primero hay que convencerse de que el puente se ha caído, y de que es imposible volverlo a construir. Es decir, hay que estar convencido de que es imposible ser fiel a una pareja. ¿Qué es lo que motiva esta creencia?

Para muchos será un tema de experiencia personal: quizás han sido engañados por una pareja en el pasado, o han engañado ellos, o lo han visto ocurrir a su alrededor. Esa es una razón de peso para creer que cualquier experiencia que tengan en el futuro se parecerá a lo que ya conocen. Pero en muchos casos no se trata de una conclusión personal, sino de una idea teórica que han aprendido. La idea de que lo natural en el hombre no es la monogamia.

He leído libros, artículos, y ensayos, usualmente escritos por profesores de “ciencias sociales”: antropólogos, sociólogos, psicólogos etc, que argumentan que lo natural en el ser humano no es la fidelidad sexual, que lo natural es la promiscuidad. Las conclusiones sobre “la verdadera naturaleza del hombre” las suelen sacar estudiando tribus primitivas, para ello se trasladan al África, a Asia, o a Sudamérica. Porque para el progresismo académico la naturaleza del hombre sólo se encuentra en estado puro en el barbarismo. La naturaleza humana, al parecer, no aflora en la civilización, es necesario un taparrabos para invocarla.

Es evidente que el hombre Occidental es, y ha sido desde hace siglos un ser monógamo. La monogamia es una parte fundamental de la sociedad organizada como la conocemos, lo que sirve de base a nuestra Civilización. La monogamia puede ser una opción poco popular si tomamos en cuenta todas las culturas de la historia de la humanidad, pero es que la civilización tampoco es común. La poligamia puede ser natural en las tribus del África, pero la monogamia es igual de natural en cualquier ciudad de Europa.

Históricamente el matrimonio monógamo, que era la base de la sociedad occidental, no era producto del amor romántico. Eso es nuevo. El significado del matrimonio ha cambiado en los últimos dos siglos, y guarda poca relación con lo que el matrimonio había sido tradicionalmente. Me di cuenta viendo una de mis películas favoritas: “El violinista sobre el tejado”. En la película, Tevye, que es un hombre pobre y padre de cuatro hijas, consigue comprometer a su hija mayor con el carnicero, que era el hombre más rico del pueblo. Su hija le dice que no puede casarse con él porque el sastre y ella están enamorados. Además le pide que la deje casarse con el sastre. Tevye sabía que su mujer no aceptaría la unión porque el sastre era pobre y el carnicero rico.

Así que Tevye regresa a su casa con el cometido de explicarle a su mujer, Golde, lo que ha ocurrido, sabiendo que ella no va a aprobarlo. La escena se desarrolla así:

TEVYE
Golde, he decidido darle permiso a Perchik, el sastre, para comprometerse con nuestra hija Hodel

GOLDE
¿Cómo? ¡Es pobre! ¡No tiene nada!, ¡absolutamente nada!

TEVYE
Es un buen hombre, Golde. Me cae bien. Y lo más importante es que a Hodel le gusta. Hodel lo quiere. ¿Qué podemos hacer? Es un mundo nuevo, un mundo nuevo. El amor, Golde… ¿tú me quieres?

GOLDE
¿Que si qué?

TEVYE
Que si me quieres

GOLDE
¿Que si te quiero? Nuestras hijas se están casando, hay problemas en el pueblo, estás enfadado, estás cansado, ¡ve a acostarte! Quizás tienes una indigestión.

TEVYE
Golde, te estoy haciendo una pregunta… ¿me quieres?

GOLDE
Eres tonto

TEVYE
Lo sé… pero, ¿me quieres?

GOLDE
¿Que si te quiero? Durante veinticinco años lavé tu ropa, cociné tu comida, te di hijos, ordeñé las vacas, y después de veinticinco años ¿me vas a hablar de amor?

TEVYE
Golde, la primera vez que te vi fue el día de nuestra boda, tenía miedo

GOLDE
Yo era tímida

TEVYE
Estaba nervioso

GOLDE
Yo también

TEVYE
Pero mi padre y mi madre me dijeron que aprenderíamos a querernos y por eso te pregunto, Golde, ¿tú me quieres?

GOLDE
Soy tu mujer

TEVYE
Ya lo sé, pero ¿me quieres?

GOLDE
¿Si lo quiero? Durante veinticinco años he vivido con él, peleado con él, pasé hambre con él. Durante veinticinco años mi cama fue la suya, si eso no es amor, ¿qué es?

Esa escena me enseñó que la idea del matrimonio ha cambiado drásticamente en los últimos dos siglos. Cuando vemos películas de época la idea del matrimonio era similar a la que tenían Golde y Tevye. Los matrimonios eran arreglados, eran asuntos familiares. No se trataba de amor romántico. Era un arreglo para perpetuar la familia y mejorar su condición. La mejor elección para una mujer era un hombre fuerte, con los medios para mantenerla de la mejor forma posible. La mejor elección para un hombre era una mujer joven y guapa (fértil) que pudiera darle varios hijos.

El matrimonio, por lo tanto, no dependía del amor romántico sino de la conveniencia. La idea del matrimonio era crear un equipo, el mejor equipo posible para tener hijos, criarlos, y vivir juntos toda la vida. Como el amor romántico no era un factor a tomar en cuenta en la elección y según la cultura el divorcio era muy difícil o imposible, los matrimonios no se disolvían: se mantenían juntos en las buenas y en las malas, hasta el final. Pero además, los matrimonios tenían todos los hijos que podían tener. Mientras más hijos tenían, era mejor. Los hijos formaban parte de la riqueza de una familia porque, además de perpetuar el nombre y hacer algo de provecho, al casarse crearían nuevas alianzas.

Eso tenía aspectos negativos, claro, cuando unían por fuerza a dos personas que no eran compatibles, por ejemplo, el resultado no era el mejor. Si una pareja tenía desacuerdos graves, o el marido golpeaba a la mujer, no siempre era posible separarse. Pero estas cosas también ocurren hoy. ¿Cuántas parejas se casan por amor romántico y al cabo de un par de años descubren que no son compatibles? ¿Cuántas parejas hay que se pelean y no pueden separarse por cuestiones económicas?

El matrimonio como concepto se ha transformado. La elección, que solía ser un tema familiar, se convirtió en algo individual. Cada uno de nosotros elige con quién casarse, a la familia solo se le informa. El criterio de elección pasó de ser la conveniencia, a ser el amor romántico. Este tipo de amor pasó a ser el único criterio a la hora de elegir una pareja, desplazó los criterios prácticos que habían sido la causa del matrimonio desde su origen. Por último, el objeto del matrimonio dejó de ser la procreación, el tener hijos, y pasó a ser la compañía. Las parejas, si tienen hijos, los planifican. Mientras menos, mejor, porque al hijo se le ve como una carga.

En realidad el cambio ha sido social. Nuestra cultura solía ver al individuo como parte de una familia, que tenía un patrimonio común. La unidad social más pequeña no era, como hoy, el individuo, sino la familia. Cuando una persona se casaba, realmente se estaba casando la familia. La fortuna de su pareja pasaba a ser la fortuna de todos: en nombre, en suerte, en bienes. Ahora el individuo y su familia tienen poca relación más allá de un a especie de amistad. Los hijos no se entienden como parte del patrimonio familiar, como un eslabón en la cadena, ni se entiende que tanto hijos como padres tienen una responsabilidad para con su familia. El cambio en nuestra percepción del matrimonio se ajusta a nuestro nuevo orden social que es individual.

¿Qué tiene esto que ver con el adulterio? Si bien el matrimonio ha cambiado, el adulterio es el mismo. Mientras exista la humanidad existirá el adulterio porque la gente toma y seguirá tomando decisiones estúpidas independientemente de sus circunstancias. Pero pensando en el tema de Ashley Madison me di cuenta de que el cambio en la idea de matrimonio posiblemente haya contribuido a crear una cultura en la que el adulterio puede entenderse como algo natural.

EL AMOR ROMÁNTICO

Si una persona tiene la capacidad de elegir a su pareja de manera individual, sin que le pese la opinión de terceros, usualmente elegirá la opción que más le guste a él. La conveniencia importa poco cuando estás enamorado. Por eso en parte, en el pasado los padres elegían por los hijos con la ayuda de casamenteras: porque era una decisión tan importante que no debía ser tomada a la ligera o bajo la embriaguez del romance. Era tan importante elegir bien, que no podían delegar esa decisión al hijo. Hoy, al retirar a la familia de la ecuación, y cualquier criterio de conveniencia, la elección se trata simplemente de gustos.

Lo que más contribuye a la cultura del adulterio es la obsesión infantil con el amor romántico. Esa cosa babosa, fugaz, que carece de valor y jamás perdura en el tiempo. Si una buena persona se convence de que la esencia del matrimonio es el amor romántico, de que esa es la base sobre la que fundarlo, al cabo del primer año, cuando se le pase el enamoramiento, concluirá que su matrimonio está en problemas, que ya no quiere a su pareja, buscará ayuda con especialistas, leerá libros sobre cómo reavivar “la chispa” en el dormitorio, y después de pasar por una larga agonía, quizás concluya que ese matrimonio no tiene salvación. Si no se atreve a engañar a su mujer, optará por un divorcio, de lo contrario se apuntará a Ashley Madison.

En vista de que el amor romántico es siempre pasajero, cualquier persona inteligente criada en el error del matrimonio por amor concluirá que todo matrimonio que perdura lo hace a costa de la felicidad de sus miembros. Si esa es la razón principal para elegir una pareja, entonces todo matrimonio está condenado irremediablemente al fracaso. Los matrimonios deberían durar lo que dura el enamoramiento. ¿Cómo privar al individuo de su derecho a sentirse enamorado?

La reverencia hacia el amor romántico raya en el fanatismo. Cualquier pareja que elijas, sea quién sea, es celebrada si la eliges por amor. Pero si alguien se atreve a usar un criterio distinto del amor romántico a la hora de elegir una pareja se convierte en objeto de reprobación. Cuando el criterio de una mujer al buscar pareja es la estabilidad financiera se le acusa de caza-fortunas, y si un hombre mayor usa como único criterio la fertilidad también se le juzga por ello. Vienen a ser una especie de apóstatas.

Las monarquías en general traicionan (o traicionaban) el concepto del amor romántico. Era lo que quedaba del matrimonio tradicional porque después de todo es uno de los pocos espacios en los que la familia y el patrimonio siguen siendo tan importantes como lo eran hace doscientos años. Entonces el Rey Felipe VI de Borbón eligió a Leticia y la mitad del país aplaudió porque fue por amor. En Inglaterra el Príncipe William se casó con una plebeya por la misma razón. Un grupo numeroso de personas defiende su elección porque al parecer ante todo el Rey Felipe no es Rey sino Felipe.

EL VERDADERO REMEDIO AL ADULTERIO

El carácter temporal de nuestro concepto del matrimonio tampoco ayuda. Es más fácil divorciarse que casarse. Creo que he llegado a ver anuncios de divorcios express, te disuelven tu matrimonio en dos horas. Después puedes volver a casarte, y repetir este procedimiento tantas veces como quieras. Cuanto más común es divorciarse y volverse a casar, menos valor tiene el matrimonio como institución. Pocos se lo toman en serio. Los hombres por lo general quieren variedad, pero muchos y en especial las mujeres engañan como quién va de shopping: están buscando el próximo antes de deshacerse del primero.

También afecta el objetivo del matrimonio. Si deja de ser una institución para perpetuar la familia y la propiedad; y se convierte en una palabra elegante para referirse al compañero de piso de turno, es mucho más fácil engañarlo. No es un contrato que uno se tome en serio. Si no hay hijos de por medio o los hijos se consideran una experiencia de vida, ¿qué más da engañarlos?

Como siempre, no voy a diagnosticar la dolencia sin recetar también la medicina. Si uno quiere mantenerse al margen de todo lo opaco, de las transacciones de callejón, de páginas web feas y situaciones bochornosas como puede ser que te pillen con las manos en la masa apuntándote a una página diseñada para engañar a tu señora, conviene entender el enamoramiento como lo que es: una forma de entretenimiento. Como jugar a la play, o hacer yoga, como ver una serie en la televisión, o leer un buen libro. Si llegas a casarte con alguien y te planteas en algún momento engañarlo, piensa si tu matrimonio vale más o menos, que un juego de la play. El enamoramiento no es algo a tomarse en serio. Definitivamente no es un criterio para elegir una pareja, especialmente si el objetivo es casarte con ella.

A los Reaccionarios nos gustaría echar el tiempo atrás y regresar a una época diferente en la que las estructuras sociales estaban mejor definidas. Pero eso es imposible. El matrimonio tradicional no creo que regrese y si lo hiciera no estoy segura de que me gustaría tener que dejar en manos de terceros las decisiones que definen mi vida. Pero eso no significa que tengamos que utilizar necesariamente el criterio del amor romántico para tomar decisiones de este tipo.

Si el enamoramiento florece entre tú y tu pareja: aquella que has elegido porque es la mejor persona para ti, la que más te conviene, porque es tu igual en todo, porque te complementa en tus carencias, porque tiene los medios y la disposición óptima, porque comparte tus afinidades y está dispuesto como tú a comprometerse, entonces será solamente un plus. Pero la elección debe hacerse primero. Si te enamoras primero y eliges después, corres el riesgo de sobre-estimar lo que tienes en frente.

El amor verdadero existe y no es algo que te ocurre. Es una elección. Es algo que cultivas. El amor verdadero es mucho más profundo que el enamoramiento, nace, como dijo Golde, de la convivencia con otra persona durante años. De fundir ambos destinos. De contárselo todo, de compartir las bendiciones y los problemas. Es un compromiso profundo contigo mismo y con tu pareja. Es saber que sois compañeros de vida, que estáis en el mismo bote, que es para siempre.