Eres la excepción a la regla

May 27, 2012

Soy judía, mujer, y a pesar de ser española tengo acento venezolano. Me han metido y sacado de todo tipo de sacos. He sido acusada, excusada, y juzgada, dependiendo de la parte de mí a la que se refieren. Me han considerado “una excepción”. Me han considerado “la regla”. Me han considerado “especial”. Todo sin que yo haya tenido que mover un dedo. Con lo que sé un par de cosas sobre las etiquetas. Voy a comenzar relatando un incidente que ocurrió hace unos años.

Estoy en una feria de trastos usados. Hay algunas curiosidades, pero en su mayoría son cosas viejas y no antiguas. Cómics repetidos, camisetas desteñidas de bandas populares como Pink Floyd, ¿sabes? esas camisetas que todo el mundo ya tiene y que por lo tanto no interesan. Estoy aburrida y a punto de irme, cuando de pronto, entre una caseta y otra, me topo de frente con un grupo de viejos amigos.

Pasó tanto tiempo desde la última vez que los había visto, que el grupo había cambiado. Cuando pasa algo así uno se queda perplejo. En la memoria nada se mueve, todo permanece como la última vez. Tu tío que murió joven, tendrá 35 años para siempre. Tus amigos de la universidad a los que no volviste a ver tendrán 20 años hasta que los encuentres por Facebook y en una sola tarde envejecerán de golpe los otros 20 cuando los etiqueten en una foto con mujer, hijos, y entradas.

Me pasa eso con ese grupo. Me descubro perpleja al descubrir la ausencia de algunas personas a las que consideraba “fijas”, pregunto por ellos y me responden algo vago: “oh, sí, se fue a vivir a Londres” o “ahora toca bajo en una banda de ruido”. La experiencia se repite al encontrarme con algunas caras nuevas, gente desconocida que llegó después de mí al grupo y que por lo tanto en mi memoria no existían.

Entre la gente nueva que me presentan hay dos mujeres, una rubia pecosa muy delgada, lleva jeans y gafas de pasta, y me resulta agradable a la vista. Su hermana es un poco gorda, lleva una camiseta de una banda de metal épico, y va de la mano con su novio, un chico con un bigote raro. Si yo fuese una buena persona me guardaría los nombres, pero no lo soy. La primera se llama Gabriela. A su hermana la llaman “Tumy”.

Gabriela y “Tumy” no son violentas ni agresivas, pero hay algo en el tono de su voz, en la forma condescendiente en la que sonríen mientras yo hablo que hace que me sienta a la defensiva. No es algo abierto ni directo, es más bien algo sutil. Como suelo dudar de mis propios sentimientos, no le doy importancia y voy con ellos a tomar algo.

Cogemos una mesa en la que alguien dejó un periódico del día. Revisamos la cartelera por curiosidad, y discutimos la posibilidad de ir al cine. Alguien sugiere ir a ver “El Pianista” esa peli con Adrien Brody sobre un pianista judío que sobrevivió al holocausto. Yo no digo nada porque esas películas me deprimen, no me gustan los dramas de guerra, o de catástrofes.

El novio de “Tumy”, el del bigote raro, se gira hacia mí, sonríe y dice: “Hollywood está controlado por judíos. Estas películas de judíos que se hacen las víctimas se las pueden meter por el culo.” Yo, que tengo 18 años y todavía no he aprendido el arte de lidiar con gente de mierda, le pregunto qué quiere decir con eso. Él responde: “Probablemente no debería decir esto en público, pero si Hitler hubiese tenido éxito, nos hubiese hecho un favor a todos. Obviamente no estoy a favor de Hitler, pero si los judíos desaparecieran sería mejor” Cojo la cerveza que me estoy bebiendo, se la vacío en la cabeza. Se la vacío completa y observo la reacción de sus amigos. Después de hacer esto sonrío, y me voy. Con este tipo de gente la sutilidad es contraproducente.

Lo que no supe hasta meses después es que Gabriela y “Tumy” se hacían llamar “las hermanas germanas” porque eran de familia alemana. Su abuelo fue nazi, formó parte de la Gestapo, y ellas se sentían tope orgullosas de su árbol genealógico, y de su pureza genética. De ahí la hostilidad hacia mí. El novio del bigote raro sólo estaba haciéndoles la pelota.

Este es un caso extremo, el más extremo con el que me he encontrado. Lo que me afectó no fue la opinión de las “hermanas germanas” o del tío del bigote raro. Lo que me hizo sentir mal fue ver que todo el grupo, gente a la que yo consideraba “viejos amigos” no hicieron nada. Se quedaron ahí, riéndose de la situación.

El odio ciego no duele porque es eso, ciego. Lo que molesta son las actitudes intermedias. Gente que repite la opinión de otros sin saber mucho del tema, o que habla de las etiquetas sin tomar en cuenta la realidad. La gente reacciona de muchas formas diferentes cuando digo que soy judía. Muchos creen que los judíos son esos hombres raros de sombrero y rizos que vieron un día en la tele. Otros creen que son magnates mafiosos que controlan el dinero. La mayoría piensa que nos hacemos las víctimas para despertar simpatía con algún propósito turbio.

Ser judío no tiene mucho que ver con esas cosas. Es algo que sólo puede entender alguien que ha conocido a los judíos. Algunos judíos religiosos, los ortodoxos, llevan sombrero y rizos, pero son un porcentaje mínimo. Hay magnates mafiosos que son judíos, pero no son mafiosos por ser judíos, son mafiosos porque son mafiosos, lo de judíos es sólo un accidente. La realidad es que la mayoría de los judíos son gente laica como yo. Gente que sin ser religiosa, siente un lazo cultural con el judaísmo, un lazo de procedencia, como puede sentirlo un español con España.

Me pasa también con el tema de ser mujer. A veces cuando escucho hablar a la gente, o veo cierto tipo de anuncios siento que soy una especie de extraterrestre, que las cosas que se supone que tienen que gustarme no me gustan. A veces he llegado a sentirme mal por eso, porque la gente espera de mí algo que no puedo dar. Se supone que las mujeres somos suaves. Débiles. Frágiles. Se supone que somos superficiales. Que nos gusta hablar. Que nos gusta la familia. Que somos gregarias. Que podemos hacer 10 cosas al mismo tiempo. Pero ¿qué pasa si se es mujer y no se cumple con ninguno de estos criterios? ¿Qué pasa si soy una mujer fuerte, si no soporto la conversación fácil? ¿Si mi concentración es más afilada que un cuchillo pero sólo puedo enfocarme en una cosa a la vez? Una vez intenté freir un huevo y hablar por teléfono. Cuando colgué el plátano me di cuenta de que había freído el móvil. No creo que soy la única con este tipo de problemas.

Lo del acento sudamericano es lo peor. Aquí en España la gente habla de Sudamérica como si fuese un cubo de mierda. Uno podría pensar que gente como Boris Izaguirre e Ivonne Reyes han hecho un buen trabajo enseñando a los españoles cómo son los venezolanos, pero la realidad es que Chavez puede más que todos juntos. Cuando alguien escucha mi acento sin conocerme encuentra en mí a una venezolana, a una persona de segunda categoría que tiene por presidente a un payaso que canta rancheras en los discursos y habla de sus intestinos por televisión. Da igual si soy española, si soy una persona culta, si mi padre es español, que lo es, si mi madre es de Austria, que lo es, o si caí en Venezuela por un accidente de la naturaleza. Basta con que abra la boca para caer en ese saco sin pasar por la casilla de salida ni cobrar 200.

Si formas parte de una minoría, así sea de una minoría auto-impuesta, sueles estar expuesto a estas cosas. Nos pasa a todos en mayor o menor medida. Cuando eso pasa seguramente te sientes mal. Es normal sentirse mal porque cuando perteneces a un grupo sientes que lo que dicen sobre tu grupo es algo que dicen sobre ti. Cuando alguien cuestiona la identidad de tu grupo cuestiona también tu identidad individual. Todos nos hemos sentido así alguna vez.

Por eso cuando me decían estas cosas yo solía responder con contundencia. Solía tratar de explicarle a la persona dónde estaba su error. También he visto cómo otros frente al mismo tipo de situaciones actúan con la misma contundencia, pero no saben qué argumentos dar. Quiero decir, que algunas personas se sienten mal, pero no siempre saben qué es lo que les produce ese sentimiento, si lo que dice el otro es real o no, ni como rebatirlo. Entonces suelen usar el argumento de “no generalices” del que hablo en el vídeo. Es una forma de decir: “puede que pienses que algunos miembros de mi grupo son así, pero eso no significa que YO soy así”.

La verdad es que casi todos estos esfuerzos son en vano. La mayoría de la gente tiene ideas formadas acerca de las minorías, las conozcan o no, y esas ideas han sido reforzadas por la cultura en la que viven. Es imposible rebatir las ideas generales porque no es posible comprobarlas. ¿Son los judíos avaros? No lo sé. Puede que muchos lo sean, otros no lo serán, pero no sé si la avaricia es un rasgo que los define. Lo único que puedo decir es que yo no me considero avara, pero ¿quién sí se considera así?

La única forma de dejar de sentirse mal cuando uno se enfrenta a gente que te mete en un saco, y te pone una etiqueta es recordar que el grupo al que perteneces no te define. Eso es algo que tú eliges. Soy judía, me siento judía, pero sé que existe una diferencia entre el judaísmo y yo. Si alguien dice algo sobre el judaísmo no necesariamente está atacandome a mí en mi identidad individual. Lo mismo con el lugar de origen, el acento, los rasgos físicos, o el sexo.

También ayuda pensar que el problema real no está en las ideas preconcebidas que existen sobre una cultura, o sobre una minoría. Esas ideas son formas de construir nuestro mapa mental, son generalizaciones necesarias, aún si son generalizaciones de tipo negativo. El problema sólo se hace real cuando a partir de una generalización te juzgan a ti como individuo sin darte la oportunidad de demostrar cómo eres más allá de la etiqueta. Si alguien dice que los judíos son avaros, no tengo por qué ofenderme, soy capaz de excluirme de esa categoría, pero si alguien me dice que yo en lo personal soy avara PORQUE soy judía, ahí ya tenemos un problema.

Hay que aprender a desprenderse un poco del grupo al que uno cree que pertenece. Es la única manera de llegar a conocerse. Cuando adquieres distancia ciertas cosas se dibujan con más precisión. Desde una nueva perspectiva, entiendes que la mayoría de las mujeres sí son suaves, sí son femeninas, y sí quieren tener una familia, con lo que entiendo que nos pongan esas etiquetas. Yo soy una excepción.

Lo mismo ocurre con Sudamérica. Me duela o no, la realidad es que Venezuela actualmente sí es un cubo de mierda, que el 80% de la gente vive en favelas, que el 50% sí voto por el payaso que canta rancheras, y que es esa la mayoría, los Boris Izaguirres somos la excepción.

Los judíos sí suelen tener más dinero y un mayor grado de instrucción que el ciudadano promedio en el país en el que vive, que la cara más distintiva y reconocible es la de los hombres raros de sombrero y rulitos, y a partir de ahí es fácil sacar la conclusión de que somos gente rara. En este caso yo formo parte de la mayoría, pero en el caso de los judíos la mayoría es invisible.

Digo todas estas cosas porque esta semana estuve en Madrid. Pasé varios días allí porque me llamaron de una editorial importante con la idea de publicar mi libro de La Vida Simple en papel. Fui a reunirme con ellos, pero decidí quedarme más tiempo porque me encantó la ciudad. Durante mi estadía fue la final de la Copa del Rey en la que los hinchas del Athletic de Bilbao y los del Barça decidieron unirse para pitar el himno nacional.

La verdad es que yo no he vivido en España y por lo tanto desconozco los roces regionales, las pugnas entre autonomías, y la intención de los separatistas. De estas cosas sólo puedo hablar como una espectadora, una extranjera que ve todo esto sin entender mucho. Aún así sentí que la relación entre los diferentes pueblos que conforman España es a veces tensa. La gente está sensible en cuanto a su región, porque hay categorías, etiquetas, y sacos para todos. En España de tu acento dependen muchas cosas. Ser canario, andaluz, gallego, vasco, o catalán tiene connotaciones muy diferentes, y la gente parece juzgarse entre sí.

Yo no conocía esta sensibilidad, pero puedo entenderla porque yo también formo parte de varias minorías, y he estado en la posición en la que sientes que tienes que defender al grupo al que perteneces. Pero quería decir que el mecanismo por el que se imponen estas ideas es bastante simple. Los grupos de personas tienden a considerarse, como grupo, mejores de lo que realmente son, tienden a minimizar las diferencias entre sus miembros, a buscar un “otro” para definirse por la diferencia, y a pensar que ese otro es peor que ellos. Esto es lo que permite la cohesión social. Lo expliqué con más detenimiento en mi artículo sobre estar en medio que puedes leer aquí. Cuando usas a un grupo para definirte como individuo, eres más susceptible a ser herido por las etiquetas. También sueles responder con más contundencia cuando sientes que alguien ha traicionado el orden que tú consideras verdadero.

La realidad es que todos, como individuos, somos mucho más complejos que el grupo al que pertenecemos. Tenemos matices que el grupo jamás va a abarcar. Cada persona es un cúmulo de excepciones a reglas y etiquetas que la sociedad le impone. Las etiquetas nunca son perfectas, porque no pueden serlo.

En el vídeo sobre generalizar que puse arriba di un ejemplo de esto. Existe una herramienta para estudiar la personalidad de acuerdo con la teoría de Jung. Se llama el Myers-Briggs. En ese test la personalidad depende de 4 variables: introversión/extroversión, intuición/sensación, pensamiento/sentimiento, y percepción/juicio. De la combinación entre esas variables surgen 16 tipos de personalidad. Cada persona tiene un tipo de personalidad entre esos 16 que es el que mejor la define. Si quieres hacer el test pulsa aquí. Yo soy INTP.

El caso es que algunos, al terminar el test y leer las características del tipo de personalidad que obtuvieron se sienten “defraudados”. Muchos consideran que solamente una parte de la descripción se ajusta a ellos, que el resto no. Otros se enfadan. Dicen que es imposible meter a toda la humanidad dentro de 16 tipos de personalidad. Que la gente es demasiado diferente entre sí, que las personas son únicas, y que es imposible describirlas con este test.

La realidad es que el test de Myers-Briggs, al igual que cualquier categoría son formas de resumir la realidad. Usamos estas herramientas porque la realidad es demasiado compleja para entenderla en su totalidad. El test de Myers-Briggs, es útil justamente porque tiene 16 tipos de personalidad que si bien no describen a la perfección a cada persona, sus categorías son lo suficientemente amplias como para comprender a un gran número de personas, y lo suficientemente específicas como para decir algo valioso acerca de cada tipo. Para que el Myers-Briggs describiera a cada persona a la perfección, tendría que tener 6 billones de tipos de personalidad, uno para cada persona que toma el test, y entonces como herramienta no tendría sentido.

Lo que quiero decir con esto, es que cuando formas parte de un grupo estás aceptando entrar en una categoría voluntariamente. Nunca serás totalmente definido por el grupo, ni por las etiquetas que otros le asignan. Tu individualidad es mucho más compleja de lo que el grupo admite. Por eso cuando alguien diga algo sobre un grupo al que perteneces, si lo que dicen no te describe, no asumas que el que está equivocado es el que crea la etiqueta. Pregúntate si eres tú una excepción a la regla.