Volver a casa

February 3, 2013

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El que se va no siempre sabe qué le espera. Por un lado está la incertidumbre acerca del futuro, no tener ni siquiera una idea vaga de qué esperar, de lo que estarás haciendo en seis meses o en un año. La incertidumbre no sólo es con respecto al futuro, también se extiende hacia el pasado. La línea del tiempo se va haciendo borrosa en ambas direcciones a medida que se aleja de ti. Recordar el pasado y el lugar en el que estabas se hace más difícil cada vez.

Al mudarte todo te parece nuevo. Pasas la mayor parte del tiempo explorando y comparando lo que encuentras con tu hogar porque es el único lugar en el que has vivido. Entender el país nuevo se trata de un ejercicio de comparación, se entiende por contraste o se entiende por semejanza, y ese ejercicio se extiende a todo: la comida, la gente, el clima, y hasta el paisaje.

El que se va entiende el lugar al que ha llegado buscando las cosas familiares y las que no lo son. Algunos se refugian en las semejanzas, esas cosas que se parecen al hogar, que son familiares y cómodas, y para las que no tienes que adaptarte. Otros se refugian en la diferencia, buscan aquello que es nuevo porque quieren distanciarse del lugar del que vinieron y también porque quieren aprender el nuevo código, establecer un nuevo hogar.

Entender por contraste es un ejercicio de evocación constante. Es ese ejercicio de memoria el que te permite orientarte. Con el tiempo superas la necesidad de recordar y de contrastar, pero para entonces recordar se ha convertido en tu segunda naturaleza, recordar se ha convertido en tu nuevo hogar.

Pero luchar contra el tiempo es una batalla perdida de antemano. Todo se va. Primero los detalles: olvidas de qué color era el techo del salón, o la forma exacta que tenía la montaña cuando la veías a través de la ventana de tu habitación. Tratas de aferrarte a estos recuerdos pero son vagos en el mejor de los casos. Aún así, recuerdas lo que se siente vivir en tu hogar y algunos rituales hacen que recuerdes un poco más.

A veces te encuentras con una foto y tu cabeza absorbe la información y la incorpora. Con el tiempo la memoria completa los espacios vacíos. Pinta el techo y dibuja la montaña y se encarga de rellenar cada una de las partes que creías haber olvidado.

Cuento esto porque volví a Venezuela por primera vez en muchos años, concretamente a la antigua casa de mis padres en la que me crié. Mis padres querían venderla y fui para arreglar algunas cosas. No pensé mucho en el tema hasta que llegué, abrí la puerta y solté el bolso. La sensación fue extraña. Fue una sensación de esas que te hacen ladear la cabeza porque supe que había algo fuera de lugar pero no pude señalar el qué. Como cuando alguien se abotona mal el jersey.

Quizás es un problema de dimensiones —pensé—, la casa es demasiado pequeña, o los muebles demasiado grandes. Quizás fueron detalles más sutiles, en mi memoria el suelo de madera no era tan brillante y pregunté a mi madre si lo lo habían pulido. La sensación no se limitaba a mi casa, el Ávila, la montaña que rodea Caracas, también cambió. Es igual de inmensa, pero sus colores no coincidían con lo que recordaba.

Regresar a una casa después de muchos años es como vivir dentro de un sueño: las cosas te resultan familiares, pero sustancialmente distintas. No sabes señalar con exactitud qué es lo que ha cambiado, lo tienes en la punta de la lengua, pero por más que te esfuerzas no das con ello, y eso te desorienta.

Cuando regresas a un país los que se quedaron no entienden tu perplejidad. Les causa risa. No entienden cuando tropiezas con el escalón de la cocina que en tu mente había desaparecido, o cuando preguntas cosas que para ellos son obvias y también lo eran para ti antes de irte. Si además estás regresando a un país con una devaluación brutal como puede ser Islandia o Venezuela, no sabrás qué es caro y qué es barato, o qué precio es razonable. Más risas.

Heráclito dijo que un hombre no puede bañarse dos veces en el mismo río. La segunda vez ni el río es el mismo ni él es igual. Es cierto, aunque en la memoria el tiempo es estático, en la realidad el tiempo transcurre contigo o sin ti. Así que cuando regresas ya nada es lo que era.

Ese es quizás el mayor miedo de la persona que deja su país: perder su hogar. El miedo de que al volver tu país haya cambiado tanto que ya no lo reconozcas. Que el hogar que recordabas ya no exista y entonces deje de ser un lugar en el mapa y se convierta en un lugar en la memoria.

Cuando te vas no sólo extrañas un lugar en el espacio, también extrañas un lugar en el tiempo. El hogar no es solamente un espacio geográfico, es también un espacio temporal. Mientras vives en él ambas dimensiones coinciden: observas las transformaciones a medida que se desarrollan y por lo tanto las entiendes. Pero al irte esa conexión se pierde. El hogar temporal, el que recuerdas, se aleja cada vez más del hogar geográfico, el que muta.

Hay una escena en Cinema Paradiso en la que Alfredo le dice a Toto que se vaya y nunca regrese:

Cuando vives aquí día tras día, crees que este es el centro del mundo. Crees que nada puede cambiar. Entonces te vas: un año, dos, cuando regresas todo ha cambiado. Lo que viniste a buscar ya no está aquí. Lo que era tuyo se perdió. Tienes que irte por un largo tiempo, tienen que pasar muchos años, hasta que puedas regresar y encontrar lo que dejaste, tu gente, la tierra en la que naciste. Pero en este momento no lo encontrarás, es imposible, tú estás más ciego que yo.”

Quizás hayas sentido esa desconexión en otras cosas. Es lo que sientes cuando después de muchos años vuelves a ver una película que te gustó y descubres que ya no te gusta. Esa diferencia entre lo que era y lo que es te hace reflexionar sobre cómo has cambiado y te hace dudar de tu memoria.

Perder el hogar no es sólo un tema de cambios en la distancia. También es un problema de la distorsión de la memoria. Si le pides a alguien que compare la memoria con una herramienta electrónica lo más probable es que la comparen con una cámara de fotos o de vídeo. Con algun instrumento capaz de registrar y almacenar información. Pero la memoria es principalmente creativa. No sólo recuerda u olvida; la memoria también sustituye, reescribe, une, divide, y crea.

La realidad es caótica y tiene tantos factores que muchas veces carece de sentido. La memoria nos ayuda a crear historias, a seleccionar información relevante, a unir los puntos y encontrar significados. Para la memoria es más importante la coherencia que la veracidad, cuando necesitas una explicación la memoria te la proporciona así tenga que sacrificar la verdad en el proceso.

Todo recuerdo es una reconstrucción. El mundo se crea y se destruye mil veces en la memoria, y cada recuerdo es una historia que nos contamos que tiene partes de ficción y partes de realidad. A medida que pasa el tiempo más se apodera la ficción del relato, si pudieras compararlos te darías cuenta del peso que tiene la imaginación en el recuerdo.

La mejor forma de explicarlo es con las relaciones. Cuando una relación personal se termina y te encuentras con la persona años después, puede ocurrir que descubras que no era como la recordabas. Puede que te sorprendas al disfrutar de la compañía de alguien que en tu memoria era desagradable, o que encuentres que una persona que te hizo daño es en realidad intrascendente. En fin, es posible que encuentres que hay diferencias irreconciliables entre lo que recordabas y lo que es.

Al igual que con una amistad, las partes que la memoria agrega o reescribe dependen en parte de las razones de la ruptura. Es más probable que recuerdes cosas malas sobre una relación que terminó mal, y cosas buenas sobre una que terminó bien. Lo mismo ocurre con el hogar.

Hay muchas maneras de irse. No es lo mismo mudarse que escapar y no es lo mismo escapar que abandonar. No es lo mismo ser un exiliado que un expatriado, que un inmigrante, o un aventurero. La relación cambia.

El aventurero se va porque le gusta la idea. Se va porque esa es su voluntad, y lo hace con entusiasmo.

Un expatriado es el que reside en un país distinto a aquél en el que creció. Da igual si el arreglo es temporal o permanente. La palabra se usa sobretodo para hablar de trabajadores cualificados, un expatriado, por ejemplo, puede ser una persona enviada por su empresa a trabajar en otro país. El expatriado no siempre está contento de irse a otro país, pero lo hace porque le resulta ventajoso.

El inmigrante está en contraste con el expatriado por su situación. Se suele llamar inmigrante a mano de obra barata, gente que llega de otro país buscando mejorar su vida. El inmigrante se va porque no le queda otra opción.

El exilio no lo eliges, es algo que te sucede. El exiliado es alguien que ha sido expulsado de su país y no le permiten regresar. Para los griegos el peor castigo no era la muerte, era el destierro.

Entre el expatriado y el exiliado hay un grupo sin nombre. Está compuesto por gente preparada que elige irse porque la situación en su país se ha vuelto insostenible. Es una especie de exilio auto-impuesto. En este caso partir es una elección, pero no siempre es libre, muchas de estas personas hubiesen preferido quedarse en su país si la situación fuese diferente.

Los aventureros, los que se van por voluntad propia y con entusiasmo, suelen recordar su país mejor de lo que es. Los exiliados lo recuerdan con romance, al sentimiento nacional se le agrega otro de espera, de aquello que está fuera del alcance. Pero a quienes se van porque la situación de su país se ha vuelto insostenible suelen recordar su país peor de lo que es.

Eso es en parte lo que me pasó a mí. Cuando regresas después de muchos años tienes la oportunidad de reconciliarte con él. Te das cuenta de que no todo era tan malo como lo recordabas, de que hay cosas buenas también, y de que aunque no vayas a quedarte mucho tiempo puedes pasarlo bien.

Por otro lado, puedes usar la visita para reafirmarte en tu posición. James Joyce, por ejemplo, buscó razones para odiar Irlanda y las mantuvo vivas toda su vida. Así podía seguirse oponiendo a todo lo que le era familiar. Cada vez que su relación con Irlanda estaba a punto de mejorar, Joyce encontraba una nueva excusa para prolongar su intransigencia y reafirmarse en su negativa de volver.

Para otros salir del hogar es necesario a modo de protesta. Lo que está en juego es la definición de la propia identidad como algo que trasciende los límites geográficos, culturales, y de idioma que impone el nacimiento. Para ellos salir es necesario, es una manera de romper el cascarón y convertirse en quien uno es.

Quizás lo más saludable no sea rechazar tu hogar ni aferrarte a él. El problema no está tampoco en rechazar o adjuntar otras culturas a la propia como política de vida. Quizás lo más saludable sea tomárselo con naturalidad, saber quién eres tú independientemente del lugar en el que estés.

Perder el hogar no es más que un elemento de una larga lista de cosas que se pierden. Venimos a este mundo solos y desnudos y nos vamos de la misma manera, y todo lo que obtenemos en el medio lo vamos a perder. Cada cosa que amas, que deseas, lo que disfrutas y lo que no, son todas pérdidas garantizadas. Ni siquiera la identidad es algo que puedes conservar.

Charles Manson (el asesino) escribió una canción muy bonita que se llama “Home is where you are happy“. Otros dicen que el hogar es donde está el corazón. En realidad el hogar no es otra cosa que el sentido de pertenencia, y si lo defines de acuerdo con cosas externas siempre podrás perderlo. En inglés hay un concepto que se llama self possession y que significa algo como “estar en posesión de uno mismo”. Self possession implica ser dueño de uno mismo. Es confiar en que sabes lo que quieres y hacerte responsable por eso. Si encuentras ese espacio dentro de ti en el que te perteneces, entonces te sentirás en casa en dondequiera que estés.

Es una gran virtud aprender a descartar poco a poco las cosas transitorias. El hombre que tiene una patria es un principiante, el que encuentra en cada suelo que pisa una extensión de su suelo nativo es fuerte, pero el que asume el mundo entero como un país extranjero es inquebrantable.