Yoga para escépticos

February 8, 2012

Sabía el tipo de persona que se asocia con el yoga. Hay dos tipos en realidad: uno es la mujer menopáusica de la jet set que lo practica porque suena exótico y combina con sus flores de Bach; y el otro es esa gente, esos con rastas, los enamorados del incienso y las ayudas del gobierno, fans de Manu Chao y los bongós. Yo no me veía en ninguno de esos dos grupos.

Así que cuando se puso de moda entre mis amigas de la universidad y me invitaron a una clase mi respuesta fue: “¿hablas en serio?, ¿yo?, ¿en una clase de yoga?” Ellas ignoraron mi comentario y reanudaron su conversación sobre guerreros, perros, planchas, y triángulos.

Soy una persona de naturaleza escéptica porque en mi casa son todos muy cerebrales. Mi madre es psicóloga y mi padre fue profesor de matemática en la universidad. Somos judíos pero mi padre se considera ateo. Me criaron para respetar las ciencias y la lógica por encima de todo lo demás. No entendía muy bien cuál era la conexión entre mi cuerpo y yo, ni cómo podía disfrutar de él sin traicionarme. Digamos que veía mi cuerpo como un método de transporte para mi cabeza. Pero como la única característica que tengo más acentuada que el escepticismo es el orgullo, cuando una de esas amigas me retó a ir a una clase de yoga en público no pude decir que no.

No era la mejor candidata para un experimento como ese. Aunque era muy buena con los movimientos finos (dibujar, teclear, ensartar hilos en agujas), los movimientos gruesos (patear balones, trepar, el baloncesto) no se me dan bien. Las clases de educación física en el instituto eran una tortura para mí y no sé si era un mecanismo de defensa o si era real, pero después de dar 1 sola vuelta a la pista de atletismo me entraban náuseas y lo usaba como excusa para irme a la enfermería. Odiaba sudar, odiaba quedarme sin aliento y por encima de todo odiaba sentir que no tenía el control. Así que después de graduarme mi plan era pasar el resto de mi vida en la única posición que me gusta: sentada. También fumaba más de media caja de Marlboro al día y bebía café. Mucho café. Digamos que la salud no era mi fuerte.

Aún así decidí cumplir con mi palabra. Como no pensaba pagar un céntimo por una clase de yoga a la que después de todo no quería ir, me metí en una clase gratuita. La clase era al aire libre en un parque. No tenía idea de qué era el yoga. Imaginaba que la gente cantaba en círculos como los hare krishnas. Pero llegó el profesor y no era un monje con una túnica. Era un hombre delgado con ropa de deporte, de lo más normal. Preguntó quiénes de los que estábamos allí veníamos por primera vez a su clase y varias personas levantaron la mano. Con esa frase se rompió el hielo. En menos de 5 minutos ya estaba involucrada y tratando de seguir el ritmo de la clase. Tuve suerte con el profesor porque no me hizo cantar mantras, meditar en grupo, ni oler incienso. Me sentí a gusto, a pesar de que el ejercicio era difícil.

Lo más importante fue lo que ocurrió al final. Me di cuenta de que por primera vez en mucho tiempo NO ME DOLÍA NADA. Y lo que me impresionó no fue eso sino que sólo entonces me di cuenta de que normalmente me dolía la espalda. Quiero decir que hasta ese momento no era consciente de ello. El dolor era algo tan cotidiano para mí que lo había dejado de percibir, era mi estado natural. Como cuando escuchas un murmullo mucho rato y dejas de oírlo, o un mal olor al que te acostumbras. Yo me había acostumbrado a mi dolor hasta esa clase de yoga. También sentí otras cosas: un cosquilleo en las palmas de las manos y de los pies, veía los colores más nítidos y tenía una sensación muy agradable en el pecho, parecida a lo que siento después del sexo.

Así que me compré un mat y comencé a practicar yoga 3 veces a la semana. De eso hace 4 años. Con el tiempo otras cosas ocurrieron: se me quitó el insomnio, me reguló el apetito, y un día mientras me vestía descubrí frente al espejo que mi espalda estaba recta. El yoga me había corregido la postura.

Todavía me siguen pasando cosas gracias al yoga. El año pasado me pasó algo raro: una mañana no tenía ganas de fumar, así que no fumé. Al día siguiente tampoco tenía ganas, y tampoco lo hice. Eso fue en septiembre y no he vuelto a fumar. Dejé de fumar sin decidirlo. No fue una agonía ni un suplicio, ni siquiera lo planifiqué. Un día simplemente paré. Ahora me doy cuenta de que en esa época estaba practicando yoga todos los días.

Por la misma fecha empecé a cocinar por olfato. Normalmente uno cocina con la vista y el reloj, ¿no? Quiero decir, que sabes que algo está listo porque miras el reloj o porque destapas la olla y miras lo que hay dentro. Pues yo empecé a notar cuando la comida estaba lista por el cambio de olor en la cocina. Ya no tengo que mirar el reloj, puedo cocinar a distancia porque cuando es hora de apagar el fuego mi nariz me lo dice. Eso es algo que nunca había experimentado. Creo que nos enseñan desde chicos a confiar en los ojos y no queda espacio para aprender a usar los otros sentidos.

No es que el yoga sea mágico y “te cure” de fumar o te otorgue sentidos superdesarrollados, lo que sí hace es que te vuelve a conectar con tu cuerpo y escuchándolo aprendes nuevas formas de interactuar con el mundo.

El verdadero escepticismo no es confiar en la razón por encima de todo lo demás. Eso no es escepticismo, es rigidez mental. El verdadero escepticismo se da en quién prueba las cosas por sí mismo porque no le basta la opinión de nadie más. Ni de los supuestos expertos, ni de los científicos, ni de sus amigos. El escepticismo es curiosidad con dirección.

Así que no voy a explicarte las razones lógicas detrás del yoga. No voy a poner aquí un esquema de la anatomía del cuerpo humano. No voy a hablarte de tensión arterial ni de lubricación de los ligamentos. No voy a consultar con un médico ni voy a poner su opinión. No voy a hacer nada de eso porque no es lo que necesitas para convencerte. La lógica no es la razón por la que se rechaza el yoga, es sólo una excusa. Lo más probable es que, de la misma forma en que yo lo tuve, tú también tengas un prejuicio y la única forma de derrotar un prejuicio es poniéndolo a prueba. Lo que necesitas es apuntarte a una clase e ir, todo lo demás sobra.

YOGA 101

El yoga (en su parte física) es una serie de posturas que se conectan entre sí formando secuencias. Cada postura va unida a la respiración. Sirve para desarrollar flexibilidad, equilibrio, y fuerza. Una clase de yoga puede ser dinámica y enfocarse en los movimientos, o lenta para mejorar la alineación del cuerpo en cada una de las posturas. Si no sabes nada sobre el yoga, te diré que se parece mucho a la secuencia para calentar el cuerpo que te obligaban a hacer en la clase de educación física. Sé que probablemente lo recuerdas como algo aburrido, pero cuando lo haces a conciencia es una experiencia nueva.

El yoga no es un deporte. No es como el baloncesto, el fútbol, el tenis o el atletismo. Tampoco es como el ajedrez. El yoga no es un deporte porque no se practica en contra del otro, sino junto al otro. El yoga no es una competencia. No hay una meta ni puntajes. Cuando practicas yoga con alguien lo haces en su compañía y nada más.

A mí me gusta mucho porque va de la mano con la vida simple. Para hacer yoga sólo necesitas tu cuerpo. No necesitas apuntarte a un gimnasio, ni usar máquinas especiales, no necesitas trasladarte a otro lugar, ni comprar pesas o ropa especial, ni siquiera necesitas de un gran espacio. Todo lo que necesitas lo tienes en tu cuerpo y está a tu disposición donde quiera que estés.

Pero para poder practicar yoga por tu cuenta primero necesitas aprender las secuencias. Lo mejor que puedes hacer es ir a unas cuantas clases de yoga tradicional. Así descubres de qué va y tienes una guía para entender lo básico. Fíjate muy bien en cada detalle de las posturas y cómo las ejecuta el profesor. Una vez que te sientes cómodo y has aprendido varias secuencias puedes hacerlo por tu cuenta.

La razón principal por la que te recomiendo empezar con un profesor es porque aunque todo el mundo diga que el yoga es saludable, que lo es, también es peligroso. En la práctica involucras los músculos, los tendones, y el esqueleto. Si no tienes cuidado te puedes lesionar. Para practicar yoga de forma segura tienes que escuchar a tu cuerpo. Así sabrás cuando detenerte. Pero también tienes aprender a combinar las posturas de forma adecuada.

Busca un profesor que se parezca a ti. El yoga es como la psicoterapia, lo más importante es que tengas afinidad con el profesor. En mi caso he tenido muchas experiencias diferentes. Algunas han sido buenas y otras no. Una vez entré a una clase con un profesor que me presionaba y lo pasé mal. En otra oportunidad me tocó una profesora que nos hacía recitar mantras antes de cada clase y ponía incienso durante la relajación. Me sentí incómoda. Pero quizás una persona más espiritual que yo se sentiría bien allí. Esas consideraciones son personales y lo más importante es que busques un profesor con el que tú te sientas bien. Si vas a una clase y no te gusta, antes de descartar el yoga pregúntate si fue por el ejercicio o por el estilo del profesor.

SALUDO AL SOL

El saludo al sol es una secuencia de yoga básica que sirve para calentar el cuerpo. Está compuesta por 12 posturas diferentes que se unen por medio del movimiento y la respiración. Se practica al principio de cada clase, pero también es un excelente ejercicio en sí mismo. Estira todo tu cuerpo, desde los hombros hasta las plantas de los pies y te ayuda a desarrollar fuerza en los brazos, los hombros, el abdomen y las piernas. Es muy sencilla de hacer y puedes practicarla cada día.

Si quieres ver cómo es la secuencia básica de un saludo al sol, puedes ver este video de Maria Villela:

Con el tiempo puedes modificar esa secuencia y añadirle o quitarle cosas. Una secuencia especial que me gusta mucho es el saludo al sol ninja de Sadie Nardini:

POSTURAS Y CONTRAPOSTURAS

El yoga sólo se puede practicar desde el respeto por tu propio cuerpo. Eso significa que debes conectarte con él y escucharlo para no lesionarte. En cada postura haces presión sobre una parte del cuerpo para poder extender otra. En ese momento estás generando tensión en los músculos. Para no lesionarte tienes que hacer un movimiento opuesto después. Por eso cada postura tiene una contrapostura, una postura opuesta que sirve para equilibrar el cuerpo. Hay muchas contraposturas diferentes para una misma postura, pero aprenderlas te llevará algo de tiempo porque no son intuitivas.

Por ejemplo, una postura que me gusta mucho es la la mariposa. Una de sus contraposturas es la mesa. No tiene mucho sentido hasta que te enteras de que lo que estás estirando en mariposa son los músculos aductores que van de la cadera al muslo y que en la postura de la mesa también se estiran pero en la dirección contraria, por eso se elimina la tensión. Ahora, si yo te hubiera preguntado qué postura se te ocurre que sería la opuesta a la mariposa, seguramente me dirías que es la postura del pez, porque las piernas están estiradas y la espalda se flexiona hacia atrás. Pero la postura del pez no involucra los aductores.

Las posturas y sus contraposturas no son intuitivas. Tienes que aprenderlas.

LA RESPIRACIÓN

Yo pensaba que la respiración era una tontería, que más allá de respirar bien y despacio no había nada más que agregar. Pero un día estaba muy ansiosa y me descubrí aguantando la respiración. Leí en alguna parte que Freud decía que nos castigamos a nosotros mismos con la respiración. Que cuando sentimos culpa o angustia nos privamos de oxígeno. En mi caso es cierto. Después noté que lo mismo me pasa cuando estoy preocupada. No me descubro aguantando la respiración, pero sí noto que mi respiración se acelera, es entrecortada y superficial. Dejar de respirar así no es algo que uno puede decidir libremente, es algo que brota de tus emociones. El estado de ánimo está directamente relacionado con la respiración. Es posible cambiar tu estado de ánimo cambiando tu forma de respirar.

Cuando te sientas ansioso deja a un lado lo que estás haciendo, acuéstate boca arriba, cierra los ojos, y concéntrate en tu respiración. Inhala lentamente hasta llenar tus pulmones y exhala con la misma lentitud. Repítelo 20 veces y verás como te sientes mejor.

VIVIR DESDE EL CUERPO

En el colegio nos enseñan a depender de la razón. Los profesores premian a los niños que piensan de manera lineal, a los que saben usar su lógica, y penalizan a los que piensan de una forma diferente, aún si el resultado es el mismo. Después de 15 años en el sistema educativo no me sorprende que rechacemos otras formas de experimentar el mundo. Vivimos en nuestras cabezas y estamos convencidos de que existe un orden en el cuerpo. Que la cabeza “dirige” y el cuerpo “sigue sus órdenes”.

Aferrarse a esa creencia es lo común. Pensar que el cuerpo tiene el control es como aceptar que tú no lo tienes. Más que separados del cuerpo estamos peleados con él. Yo suelo pensar muchas veces que el cuerpo es una cosa y yo soy otra, que el cuerpo no forma parte del “yo”. Por eso aceptar que los males psicológicos se reflejan en el cuerpo es fácil pero creer que los males del cuerpo se pueden reflejar en la psique no. De la misma manera creemos que se puede tratar el cuerpo desde la mente, pero nos cuesta mucho pensar en la posibilidad de que se pueda tratar la mente desde el cuerpo. Yo jamás he tenido una sesión de acupuntura, y desde mi rigidez mental las agujitas y la imposición de manos me parecían un chiste, pero ahora no estoy tan segura.

Yo tengo la teoría de que el rechazo al cuerpo viene del rechazo a la muerte. Creo que el cuerpo nos enfrenta a nuestra propia mortalidad. El cuerpo envejece, lo vemos envejecer en el espejo; y aceptar que somos eso, que envejecemos y que moriremos con el cuerpo es algo intolerable. Por eso preferimos separarnos de él, de los animales y de la naturaleza. Una parte de nosotros cree que alejarnos del cuerpo es librarnos de la muerte. Es sólo una teoría personal, pero me veo reflejada en ella.

Cada postura o “asana” es una posición determinada del cuerpo en la que estiras ciertas partes y flexionas otras. En el sentido espiritual las posturas están asociadas con estados de consciencia. De la misma manera en la que no puedes dormir de pie, y es difícil gritarle a alguien si estás acostado, cada postura está asociada a un estado de ánimo. Las emociones y la conciencia se manifiestan en el lenguaje corporal, pero el lenguaje corporal también se manifiesta en tus emociones. Lo que quiero decir es que el cuerpo y la mente están en un proceso de intercambio constante. Creemos que la mente “dirige” al cuerpo, pero en realidad ambos comparten, es una simbiosis.

Al practicar yoga, no importa si pasas de los mantras y de la meditación, sólo con hacer las posturas tu cuerpo se transforma y tu mente se transforma con él. Cuando logras estirarte y tocar el suelo no es sólo tu cuerpo el que se ha vuelto más flexible. Tu mente también se ha flexibilizado. Honrar la conexión que existe entre el cuerpo y la mente es enriquecedor.

Cada persona tiene asanas que le gustan más que otras. Esas asanas fluyen en él con naturalidad y orden. El repertorio de posturas es amplio y cada una tiene cualidades específicas. Algunas sirven para aumentar la energía y la vitalidad, otras para relajar y calmar. Algunas posturas ayudan a desarrollar la fuerza, otras a la concentración o el equilibrio, y algunas a la flexibilidad. Encontrar tus asanas favoritas es un proceso de autodescubrimiento, y de ellas puedes aprender sobre tu propia identidad.

Una de mis asanas favoritas es El Pino con los antebrazos. Me gusta porque al cambiar la relación del cuerpo con la gravedad descubres sensaciones nuevas. Saber que eres capaz de aguantar todo el peso de tu cuerpo con tus brazos y sostenerte de cabeza me hace sentir más seguridad en mí misma, algo que no siempre tengo.

Mi mente se ha flexibilizado tanto gracias al yoga, que aunque no los uso, me sé el nombre de esta postura en sánskrito: “Salamba Sirsasana” algo que mi yo de hace 4 años jamás me perdonaría. Tenemos derecho a cambiar de opinión. Somos nuestros únicos jueces.

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