Por qué ya no soy feminista
February 15, 2015En este artículo uso algunas anotaciones a pie de página que aparecen como números en superscript resaltados en amarillo. No es indispensable leer las anotaciones para entender el artículo, pero ofrecen mayor nivel de detalle sobre algunos puntos. No tengo que añadir que el artículo es largo, después de todo es A70 y en la extensión está la gloria, pero léelo completo, si eres feminista cabe la posibilidad de que al terminar de leerlo dejes de serlo.
* Artículo sobre feminismo. Pic related.
Hasta hace poco cuando alguien me preguntaba si soy feminista respondía con una sola palabra: “no”. Esa respuesta era inconveniente porque solía convertirse en el punto final de la conversación. Me quedaba con la sensación de que la otra persona se iba con la idea en la cabeza de que quizás yo estoy a favor de las violaciones y la diferencia de sueldos.
Así que ahora cuando me hacen la pregunta respondo que soy esencialista. El término me ha venido bien porque me ubica al margen de la propaganda de ambos lados, no me asocia con nadie, y por eso ese término suele ser el principio de una conversación y no el final. Casi nadie utiliza el término “esencialista”. A diferencia de “conservador” no te ubica sobre el territorio de la religión. Nada es menos urbano o cosmopolita que ser religioso. A diferencia de “tradicionalista” no denota una preocupación por lo práctico, tu postura no está motivada por la nostalgia. Puede que te salga algún pesado, pero siempre puedes actualizar el término agregándole un “neo” delante y te desprendes de lo clásico. Eres un neo-esencialista. Tres chic.
Claro que hay que hacer la advertencia de que si vas por ahí declarándote neo-esencialista en tu día a día es porque has bebido del Kool-Aid de A70. Escribir este tipo de material subversivo es como hubiese sido llevar ácido a la fiesta de tu grupo de amigos literarios en 1963. ¿Ese de ahí es un tonto? ¿Sí? Dale un vaso de la jarra azul que está allí. Diez años más tarde te enteras que el tonto está en Esalen dando clases de yoga y haciéndose llamar “Raj Bhatt”.
El esencialismo es una postura que las feministas considerarían inconveniente cuando no incompatible, así que puse el título a este artículo a propósito. Sé a lo que me expongo. Sé que me estoy metiendo en aguas profundas con las declaraciones que haré en este artículo, pero estoy preparada para el Dos Minutos de Odio reglamentario al que me someterán las aparatchiks del feminismo digital. ¿No eres feminista? ¡Has de ser misógina! ¡Allá va la judía sexista sionista y facha de A70! Da igual porque alguien tiene que corromper a la juventud.
TENGO UN PASADO
Hubo una época en la que la gente leía en unos artefactos rectangulares rellenos de hojas en el que las palabras que estaban escritas no se podían cambiar, al menos no de manera inmediata, tampoco se podían agregar o eliminar palabras, lo que ponía el papel era definitivo. Los blogs no existían y lo que hacía la gente era escribir en hojas sueltas, acumularlas, revisarlas, y al cabo de un par de años publicar todo lo que habían escrito en un sólo bloque.
Entonces era común utilizar diferentes métodos para editar el texto. Un texto que había empezado a escribir de cierta manera un par de años atrás, podía desembocar en un lugar enteramente diferente. Como nadie iba a leerlo hasta que no estuviese todo terminado, era posible regresar al principio y corregir las primeras páginas para que tuvieran coherencia con las últimas. Era posible dar la ilusión de continuidad.
Editar como práctica, en la actualidad y en lo que respecta a los blogs nos resulta cuando menos poco ético, y con razón. Algunos intentan editar sus archivos, si tienen éxito es porque nadie lee sus webs. Todavía recuerdo aquella vez en la que puse una foto bebiéndome un chocolate caliente unos seis meses después de publicar cierto artículo: “¿Pero no habías dicho que no bebías leche?”
Por eso con la paciencia suficiente es posible ir hacia atrás en este blog hasta encontrar un punto en la historia en el que no sabía que era esencialista, o lo que sea, y aún me denominaba feminista. Si me has estado leyendo desde hace tres o cuatro años seguramente lo recuerdas. Pero no te confundas, no estoy traicionando ninguna causa. Considéralo como una anécdota que sólo hace la historia más entretenida.
Lo que da más morbo es cuando dos amigos se pelean y dan por terminada la amistad. Ahí sale toda la mierda. Así que si el antagonismo merece la pena, y los de película siempre merecen la pena, es porque han nacido de una estrecha amistad. El resto son enemistades fugaces y ordinarias que interesan poco. Para ponerlo en perspectiva: si tengo razones para escribir más de 100 mil caracteres para renegar del feminismo es porque en algún punto de la historia hubo una cercanía.
Considero oportuno explicar esa peculiar afinidad: nunca me denominé feminista en mi adolescencia a pesar de que leí y disfruté autoras como Woolf y Beauvoir, sencillamente porque no tenía contacto con personas que compartieran mis inclinaciones literarias, ni conocía a ninguna feminista. De hecho, desconocía que el movimiento feminista trascendiese la historia del pasado reciente. Para mí, que trazo la línea del tiempo a través de iconos de la cultura pop, el feminismo llegaba como mucho hasta Doris Day. Mi ignorancia era natural: provengo de una era en la que internet como lo conocemos no existía. En el año 5 d. G. (después de Google) descubrí páginas como Jezebel. Internet me radicalizó.
En internet descubrí que existe un movimiento de mujeres que, a día de hoy, se denominan feministas. Shock. ¿Cuál podía ser el papel del feminismo en la actualidad? ¿El voto femenino? Check. ¿Herencia y control de propiedades? Check. ¿Acceso a cargos públicos? Check. ¿Capacidad de ser independiente en todo sentido del tutelaje de un hombre? Check. A mi entender las mujeres y los hombres son exactamente iguales ante la ley y lo éramos desde hace casi un siglo. Si lo que el feminismo quería alcanzar era la igualdad, ya lo había conseguido.
Entonces leí lo que muchas de las nuevas feministas tienen que decir. No voy a daros una clase de historia porque para eso esta Le Wik. Pero el feminismo actual está más enfocado en cambiar tendencias culturales. Propone que existen todavía diferencias en el trato que reciben las mujeres y los hombres y que eso altera el panorama de lo que cada sexo puede conseguir a lo largo de su vida. En eso todas las feministas parecen haber llegado a un consenso, dedican la mayor parte de su tiempo a denunciar esas diferencias en Tumblr y a marchar ligeras de ropa.
Solventar los problemas es otro tema (al que dedican poco tiempo y energía) cuando llega la hora de proponer cómo cambiar las cosas no se ponen de acuerdo, se dividen en tantos grupúsculos como blogs hay en internet. La variedad de opiniones es tan amplia que pienses lo que pienses tienes un espacio asegurado dentro del espectro feminista, puedes opinar básicamente lo que quieras, mientras tengas una cuenta de twitter.
Se me daba bien la socialización feminista. Ponerse de avatar una foto vieja de Drew Barrymore, citar algún discurso de Gloria Steinem, llevar un jersey de Wildfox, todo va en el mismo paquete porque el feminismo en la actualidad es un “estilo de vida”. Está más relacionado con llevar cierto tipo de ropa, escuchar cierta música, y admirar un panteón común que con una “lucha” real. Porque no queda nada ya por lo que luchar. Todo ha sido alcanzado, incluso los objetivos culturales. El feminismo lo permea todo y es tan perfectamente compatible con el status quo que considerarse feminista hoy es tan rebelde, tan subversivo, como hubiese sido tener 5 hijos y organizar fiestas del club de Tupperware en Long Island a finales de los 50.
Nada de esto fue un “deal breaker”. Siento una fascinación hacia los cultos pero también hacia los clubs y las tribus. Creo que he pertenecido al menos a cinco diferentes a lo largo de mi vida y todos me gustaron. Así que el feminismo no tenía por qué ser diferente. El problema fue más bien mecánico. A medida que me relacionaba con otras feministas, sobre todo en internet, me di cuenta de que había un cisma entre lo que predicaban y sus acciones.
Si el feminismo cultural, el de este siglo, pretende entre otras cosas crear una red, una especie de hermandad entre mujeres, en la práctica las feministas son una jauría de caníbales viciosas1 que destrozan todo a su paso: nada queda en pie. Se pelean por protagonismo y por liderazgo, calumnian y difaman a otras mujeres simplemente por disentir, o para resaltar, o porque las víctimas de sus ataques son más guapas o escriben mejor, o tienen más followers en twitter. Entrar en el mundillo del feminismo es como encontrarse en un estado de perplejidad perpetua, y por más que gritas “Soylent green is people!” nadie te escucha.
Así nació mi desconfianza hacia el feminismo como movimiento. Leyendo entre líneas comprendí que a diferencia de lo que predican el feminismo no lucha por abrir caminos para las mujeres. No busca libertad de elección ni de acción porque no es un movimiento que acepta la diversidad de pensamiento, ni la disidencia. No acepta ninguna desviación de la ortodoxia, de su tema central que es la idea de que no existen diferencias entre el hombre y la mujer. De la boca para afuera las feministas dicen defender la libertad de toda mujer de decidir sobre su propia vida, pero si una feminista declara que su pasión es la maternidad lo que recibe es el frío hombro de una comunidad que ahora es hostil hacia ella.
UN CURA Y UNA FEMINISTA ENTRAN A UN BAR
“Parece, entonces, que no todo ser humano femenino es necesariamente una mujer; para ser considerada como tal, debe compartir esa misteriosa realidad conocida como ‘feminidad’. ¿Es este atributo una sustancia segregada por los ovarios? ¿O es una esencia platónica, el producto de la imaginación filosófica? ¿Basta con ponerse una falda plisada para invocarla?” – Simone de Beauvoir.
“El pasado es un país extranjero” dice el dicho. Si el pasado es un país extranjero, el esencialista es un patriota de ese país. O mejor aún, un exiliado. La feminista mira al pasado y lo considera una pequeña, oscura, y barbárica provincia de este eterno y vasto reino llamado Presente.
El esencialista conoce la verdad: que es justo al revés y es el presente el que es una provincia del pasado. Como toda provincia tenemos nuestras especialidades, la comida por ejemplo. El iPad: formidable. Las películas: nunca mejores. Pero así en general: meh. El esencialista no paga un dólar por sus lecturas desde hace un par de años. Los libros que lee, por lo antiguos, son de dominio público.
Para encontrar héroes la feminista viaja en el espacio, por lo general a EEUU. Pero el esencialista mira a su alrededor y no encuentra un sólo héroe al que seguir. Ha de ir más lejos, viajar en el tiempo. ¿Seguirán leyendo a Platón en la Complutense? Jaja, ¡Platón!
El esencialismo no tiene nada de místico, es más bien simple y directo, cercano al sentido común. Si fuese un poco más enrevesado o contra-intuitivo, sería más atractivo, tendría mas edge, y sería más fácil de contagiar. Pero como es verdadero, el esencialismo no es difícil de entender.
Lo que propone es que cada objeto tiene una esencia que es lo que lo hace ser lo que es y no cualquier otra cosa. Por ejemplo, una manzana es una manzana y no es una pera porque cada una posee dentro de sí una esencia y esas esencias son diferentes. Si la manzana tuviese esencia de pera, sería una pera y no una manzana.
Al mismo tiempo cada objeto tiene accidentes que son características accesorias. Todo aquello que puedas quitar o agregar sin cambiar de manera esencial el objeto es un accidente. El color de una manzana, por ejemplo, es accidental. Una manzana puede ser roja, o verde, o amarilla, y sigue siendo una manzana. El color no altera su esencia.
Lo mismo ocurre con las personas. Tú eres quién eres porque tienes una esencia que es la que conforma tu identidad. Eres tú y no eres otra persona precisamente porque posees esa esencia. Si mañana te cortas el pelo o te operas la cara tus amigos seguirían reconociéndote porque tu pelo y tu aspecto son accidentes, la esencia sigue siendo la misma: tú sigues siendo tú.
Un esencialista sabe exactamente lo que piensa con respecto a casi cualquier tema, porque una vez conoces esta simple distinción es fácil separar los diamantes de la paja. En cuanto al feminismo se refiere, la lucha de sexos, etcétera, el esencialista encuentra una gran montaña de paja, y nada resulta más divertido a la naturaleza humana que tirarle una cerilla.
El hombre tiene una esencia que lo separa de los animales, de las plantas, y del resto de las cosas. Un hombre no es una lagartija porque cada uno tienen esencias diferentes. Todos los seres humanos independientemente de su sexo comparten una esencia humana que es la misma, pero un hombre y una mujer son, a su vez, dos seres diferenciados. Un hombre no podría ser una mujer, y viceversa, porque lo femenino y lo masculino son esencias distintas. Para muchos esta idea es obvia, pero hay personas que no lo tienen tan claro. Las feministas de plano la rechazan.
Las diferencias esenciales entre hombres y mujeres tienen muchos niveles. Las más evidentes y difíciles de rebatir son las que se explican desde la ciencia: hay diferencias genéticas, hormonales, orgánicas, de competencias cerebrales y habilidades cognitivas2.
Las cualidades diferenciadas tienen una distribución normal. No todas las hembras expresan cualidades femeninas de la misma manera, ni todos los hombres cualidades masculinas. De hecho, puede haber un individuo femenino en particular que sea más agresivo que un individuo masculino específico. Pero la tendencia es a que el grueso de la población femenina se comporte de manera más dócil y más sociable que el grueso de la población masculina.
Las diferencias se pueden justificar desde la biología evolutiva. Es imposible creer en la evolución de las especies y al mismo tiempo descartar que existen diferencias profundas entre los sexos. Si los seres humanos evolucionaron, como lo hicieron todas las especies, es natural que la selección natural dotaría de características diferentes a cada sexo para que cada uno cumpliera con sus funciones de manera óptima. Si crees en la evolución has de creer en las diferencias sexuales. No puedes creer en una y no en la otra. Creer en una y no creer en la otra está al nivel del evangélico de North Dakota que saca a sus hijos de la escuela y le instruye en su casa que los hombres convivieron con los triceratops.
Si la ciencia no te satisface, o si te gusta ir más allá, los argumentos filosóficos son fuertes también. Desde la antigüedad se conocía que la naturaleza del hombre y la mujer eran diferentes y complementarias. Aristóteles, que ha sido acusado por las feministas de ser el responsable de las ideas de la inferioridad de la mujer en la filosofía (Beauvoir acusó sin fundamentos a Aristóteles de decir que “La mujer es mujer por una cierta carencia de cualidades” y también que las mujeres sufren de una “defectuosidad natural”) consideraba que había una diferenciación notable entre los machos y las hembras de todas las especies animales. Explica que las hembras son pasivas y los machos son activos, en parte por las ideas de actividad y pasividad de la filosofía clásica. Por “actividad” Aristóteles se refiere a la causa eficiente, y por “pasividad” se refiere a la causa material. Es decir, que el hombre aporta el movimiento y la mujer el sustrato. Como el óvulo y el espermatozoide.
Lo masculino y lo femenino aparecen en casi todas las culturas como fuerzas complementarias. El ying y el yang. Italo Calvino decía que toda buena historia tiene sólo dos posibles argumentos: la continuidad de la vida, o la inevitabilidad de la muerte. O, lo que es lo mismo, la comedia, o la tragedia. Es la misma idea de Freud del Thanatos y el Eros. La mujer es la continuidad de la vida a través del sexo. El hombre es la inevitabilidad de la muerte a través de la guerra. De estas dos maneras de ser surgen los conceptos de “feminidad” y “masculinidad”: aquello que es afin a la naturaleza de la mujer es femenino, y aquello que es afin a la naturaleza del hombre es masculino. Se pueden usar para describir cosas que tienen poco que ver con el hombre.
Existen mujeres masculinas y hombres femeninos, desde luego, pero son la excepción a la regla. A lo que voy es que aunque existen Gilmore Guys, los hombres en general, no suelen exaltarse hasta las lágrimas cuando Big le dice a SJP “you are the one”. Las mujeres por su parte prefieren tener una larga conversación telefónica con sus madres antes que ir a ver 300. Si la aplicación de Kim Kardashian es la más descargada en la historia del app-store no es porque las mujeres como grupo tengan un interés natural hacia la carpintería.
No es extraña la idea de que los sexos son esencialmente distintos. Tiene un sentido práctico. Si algo sabemos acerca de la naturaleza es que ante todo conserva sus recursos de manera extraordinaria. Si los sumerios ya sabían que lo más práctico era dividir el trabajo, y Platón consideraba que el Estado más pequeño posible consiste de cuatro o cinco individuos: “el agricultor, el constructor, el sastre, el zapatero y un par de personas más” no era en vano. Un sólo hombre es incapaz de producir todo lo que necesita para vivir de manera civilizada, no le da la vida. Lo más natural es que haya todavía una división de trabajo anterior al Estado: desde que el hombre bajó de los árboles el trabajo de sobrevivir se hizo entre dos, entre el hombre y la mujer.
Lo más lógico entonces es que las labores diarias se dividiesen entre los dos. No tendría sentido que ambos hicieran todo. Lo sensato es que cada uno se ocupase de unas tareas determinadas, dedicase a ellas todo su tiempo, y aprendiese a hacerlas lo mejor posible. Las mujeres respondieron a su naturaleza y se dedicaron al hogar y a los hijos. Los hombres se encargaron de buscar el sustento y defenderlas. La naturaleza del hombre y la naturaleza de la mujer son complementarias porque vivimos en pareja.
Existen “Supermamás” que trabajan y crían a sus hijos, que lo hacen todo a la vez. Se puede debatir si lo hacen “todo a la vez” o no hacen “nada a la vez” depende de si consideras el vaso medio lleno o medio vacío. Pero quizás el ejercicio más interesante es plantearse el escenario contrario. Una mujer puede decidir si quiere tener hijos o ir a trabajar. En algunos países la mujer es hasta Ministro de Defensa
Pero un hombre no tiene esa opción. Un hombre puede quedarse en su casa, limpiar, y cocinar, pero su experiencia jamás será completa porque para un hombre es imposible quedar embarazado, llevar el embarazo a término, parir un hijo, y amamantarlo. Esta es una experiencia exclusivamente femenina, a la que los hombres jamás tendrán acceso. Las mujeres pueden fingir o adoptar roles masculinos, pero un hombre jamás podrá adoptar el rol por excelencia femenino, un hombre no posee la capacidad anatómica para ello.
Ahora que he explicado lo que significa ser esencialista, conviene explicar por qué si eres esencialista no puedes ser feminista.
Básicamente, el feminismo parte de la idea contraria. Para el feminismo la única diferencia entre un hombre y una mujer es anatómica y más específicamente genital. Para el feminista medio existe un prototipo de “ser humano” básico al que, agregándole tal o cual genital se convierte en un hombre o en una mujer. De resto somos exactamente iguales porque según el feminismo tenemos idénticas capacidades, inclinaciones, y gustos. No lo digo a la ligera, aunque dos o tres feministas consideren que la diferencia entre los sexos es relevante, son consideradas por el resto de las feministas como disidentes porque su opinión va en contra del establishment feminista (tanto académico como activista).3
El feminismo intenta en la medida de lo posible evitar el debate de las diferencias naturales porque saben que su postura es difícil de defender, pero si deben abordarlo buscan por todos los medios desacreditar a priori la idea de que pueden existir diferencias esenciales entre los sexos. Es importante para el feminismo acabar con este debate porque pone de manifiesto lo artificial de su teoría y de sus objetivos.
Eso explica la razón por la que las feministas defienden con vehemencia los derechos de los transexuales. En algunos países han conseguido que ni siquiera sea necesario someterse a una cirugía o tomar hormonas para cambiar de estatus legal. Basta con declarar que “te sientes mujer” o “te sientes hombre” ante un notario para cambiar tu sexo legal. Técnicamente puedes ser un señor con bigote y tener un pasaporte que pone “sexo femenino” porque en esto consiste el sexo para el feminista: en una elección interior.
El feminismo explica el divorcio entre la realidad y su teoría utilizando la cultura. El feminista admite que las diferencias existen, pero discrepa en el origen de las diferencias. Niega que sean innatas o naturales. Cualquier diferencia entre hombres y mujeres no es el resultado de una inclinación natural, sino que es aprendido y por tanto artificioso.
Su postura es que es la sociedad quien enseña a nuestros hijos a jugar como cowboys y a nuestras niñas a jugar como princesas, desde que nace hasta que muere una persona está manipulada por la sociedad para que actúe de acuerdo con su sexo. Entender este punto es muy importante porque este es el tema principal del feminismo: las diferencias entre los sexos no son naturales, son aprendidas, son producto de la cultura que educa a la gente para cumplir con ciertos roles que son artificiales.
Pero no se queda ahí. El segundo tema del feminismo es la idea de que las diferencias son perjudiciales. No puede ser de otra manera porque de acuerdo con el feminismo estas diferencias entre los sexos hacen que uno de ellos esté subordinado al otro.
Si eres esencialista comprendes rápidamente la razón, que es física: un hombre es más fuerte que una mujer y más agresivo. La mujer es más débil, más pequeña, y más dócil. Es fácil para un hombre dominar a una mujer, pero el escenario contrario es difícil de encontrar. Si observas las diferencias entre ambos sexos eres capaz de ver este punto. Pero las feministas no observan la realidad, sino que la sustituyen. Afirmar que se trata de algo físico va en contra de la idea de que las diferencias, cualesquiera que sean, son artificiales, por eso es necesario ignorar esto y actuar como si fuese la cultura la culpable de esta relación de subordinación de un sexo al otro.
No te voy a dar la enfermedad sin ofrecerte la medicina: a través de la historia esa diferencia de fuerza entre sexos ha modelado la cultura. En el mejor de los casos la mujer busca la protección de un hombre que la toma como suya y la protege de los demás (matrimonio). En el peor de los casos, el hombre hace uso de su fuerza para aprovecharse de la mujer en contra de su voluntad (violación o rapto). Pero es de esta diferencia de donde salen mandamientos culturales tan importantes como la negativa de un hombre de golpear a una mujer (en nuestra cultura, no en todas).
El tercer punto del feminismo actual es el siguiente: no sólo las diferencias son artificiales y negativas, además la cultura predominante educa a las personas de manera sexuada con un objetivo específico: el de perpetuar el sistema de opresión del hombre hacia la mujer. Es decir, que estas diferencias culturales entre los sexos se producen con alevosía y premeditación bajo la complacencia de sus protagonistas.
Según algunas corrientes feministas, la gente no se opone a la educación sexuada porque están ciegos y no son capaces de ver la cultura en la que están inmersos. Son cómplices sin quererlo y muchos participan activamente de los actos opresivos. La lucha del feminismo se trata, por lo tanto, de hacer despertar a la gente para poder vencer estos 3 paradigmas y fundar una nueva cultura que no haga distinción entre los sexos para que así cada quién sea capaz de elegir su destino de manera verdaderamente libre.
A esta cultura en la que se educa a la gente de manera sexuada para prolongar un estado opresivo en contra de la mujer lo llaman “Patriarcado”.
EL PATRIARCADO DEL ESPAGUETI VOLADOR
El Patriarcado es como Matrix: nos rodea, estamos inmersos en él, pero no somos capaces de verlo de la misma manera en la que un pez no es capaz de ver el agua, mucho menos el océano del que forma parte. Y desde luego, el feminismo es la píldora roja. Ser feminista sería como pasar a formar parte de un grupo de rebeldes, de una resistencia que es capaz de percibir lo que nadie más percibe, y por tanto de luchar en su contra. De pronto, detalles sobre los que jamás había reparado en el pasado saltan a la vista del feminista como claros actos de sexismo.
La indignación es de amplio espectro porque el Patriarcado es el sistema en su totalidad. La indignación comienza con eventos sexistas que todos reconocemos como podría ser una violación, discriminación a una mujer en una oficina, o un caso mal manejado de violencia doméstica, pero el sexismo no termina allí. El nivel de detalle en la búsqueda de sexismo al que puede llegar un feminista varía, pero a estas alturas casi todos aceptan el término “micro-agresiones” como válido. La micro-agresión es la discriminación involuntaria y casual de otra persona por su condición. Estas micro-agresiones son más peligrosas que los casos de sexismo directo porque son más difíciles de identificar y son parte del aparato de opresión, o eso dicen los feministas.
El Patriarcado no solamente es el sistema en el que el hombre es quien ostenta el poder primario y la mujer está subordinada a él. El Patriarcado es también la cultura en la que el Patriarcado se apoya y todos los mecanismos que se utilizan para promover, perpetuar, y resguardar ese equilibrio. De acuerdo con la teoría feminista los mecanismos de subyugación se agrupan en torno a dos ejes:
1) Disparidad: desigualdades de empleo, de salarios, de derechos, de privilegios, etc. Al convertir a las mujeres en una especie de casta inferior, son capaces de dominarlas.
2) Violencia: tanto las violaciones como la violencia doméstica. De acuerdo con el feminismo vivimos en un mundo en el cual las violaciones son cosa de rutina y por lo tanto no se persiguen ni se denuncian. Las autoridades se hacen la vista gorda, se educa a las mujeres para no llevar minifalda en lugar de educar a los hombres para no violar, etc. La violencia doméstica es similar a la cultura de la violación en forma y fondo, sólo que ocurre dentro del seno familiar. Con la violencia el Patriarcado se perpetúa porque hace de la mujer una víctima temerosa del hombre.
Es imprescindible para el movimiento hacer promoción de estas situaciones porque su lucha se basa en la indignación. Si la gente no se indigna no se manifiestan, si no se manifiestan es difícil pasar legislación que favorezca los intereses del feminismo. Por esa razón el feminista medio es tan propenso a la queja, porque no es una queja vacía, es una queja intencionada que busca llamar la atención sobre la existencia de este Patriarcado que no vemos, pero que según el feminismo, nos rodea.
Los triunfos del Patriarcado son discretos: pasan desapercibidos por todos. La manera en la que el Patriarcado se agencia esta sorprendente tarea es por medio de una compleja red de recompensas y castigos sociales. Por ejemplo, convence a las mujeres de que ser madres debe ser su objetivo primordial. Que el hombre es más fuerte que ella, más inteligente, más capaz, y la mujer debe ser dócil y sumisa. Este trabajo de educación comienza desde la infancia y continúa a lo largo de toda la vida.
Pero el Patriarcado no solamente es responsable de la opresión histórica de la mujer, es también el origen de otros males como las guerras, la esclavitud, y el imperialismo, porque al educar al hombre para ser agresivo y darle a él las llaves del reino, él dirigirá a la sociedad hacia objetivos violentos.
El fin último del feminismo es derrotar el Patriarcado. Los objetivos inmediatos (como las cuotas de trabajadoras en las empresas) no son otra cosa que un estado intermedio. Al final la idea es eliminar el Patriarcado y su cultura: sus valores, sus esquemas, sus instituciones; y suplantarlo con un sistema diferente que esté regido por la mujer. Es decir, suplantar el Patriarcado por un Matriarcado. De acuerdo con la teoría feminista una cultura matriarcal sería superior porque se basaría en los valores femeninos en lugar de basarse en los masculinos, y esto daría lugar a una sociedad pacífica e igualitaria.
Cualquier esencialista, independientemente de sus gustos personales, considera esta idea cuando menos temeraria. No es otra cosa que un peligroso experimento social. Si en la historia escrita hubiese casos notables de matriarcados prósperos los conoceríamos, pero aunque cada civilización que ha existido en la historia de la humanidad ha sido patriarcal, no conocemos todavía la primera cultura matriarcal fuera de la anécdota. En resumen: los hombres crearon esta civilización. Como diría Camille Paglia: si las mujeres estuviéramos a cargo del devenir de la sociedad seguiríamos viviendo en chozas.
Cuando al feminista se le confronta con la historia, saca a pasear algunas teorías de la historia, escritas directamente por feministas o simpatizantes del feminismo, que intentan reconstruir las culturas humanas primigenias previas a la escritura y al sedentarismo. Estas teorías son interesantes, pero no dejan de ser especulaciones, porque existen pocos métodos para estudiarlas más allá de las suposiciones. Casi todas estas teorías se basan en reconstruir una cultura a partir de figurines de arcilla, o de pintura rupestre.
De acuerdo con estas teorías de la historia, el Patriarcado no es el resultado de una inclinación natural humana, sino que ha sido construido por medio de la cultura porque los pueblos más antiguos de la humanidad, los de cazadores y recolectores, eran matriarcados. La conclusión aparente es que si el Patriarcado ha sido construido históricamente, también puede ser destruido históricamente.
No soy fan de la palabra “meme” en primer lugar porque su sonido es estúpido, pero aparte porque ya existe en nuestro vocabulario un término útil para expresar el mismo concepto: “idea”. Pero para efectos de este artículo utilizaré el término “meme” porque hace una analogía sobre la manera en la que una idea se propaga por un proceso similar a la reproducción de un virus o un gen.
Lo del Patriarcado, al igual que cualquier meme, es una idea atractiva, sólida, difícil de desmontar a simple vista. Si fuese sencillo detectarla como artificial, no sería popular, pero el hecho de que mucha gente crea en ella no la hace verdadera. Si tuviéramos que medir la realidad de acuerdo con la opinión predominante, seguiríamos creyendo que la Tierra es plana. Para que un meme tenga éxito no ha de ser verdadero, sólo ha de ser atractivo. Por eso si examinamos la idea del Patriarcado de cerca podemos ver las incongruencias.
Ninguna cultura ha conseguido subyugar u oprimir a una minoría sistemáticamente por tiempo prolongado. Si bien los ejemplos de opresión son múltiples, y atraviesan casi todas las culturas y las regiones, ninguno ha sido duradero. La gente se levanta, los regímenes caen, lo hemos visto a lo largo de toda la historia. Alejandro lo sabía, y lo sabía Roma, por eso daban licencia a los pueblos conquistados de practicar sus culturas. Sin embargo, según el feminismo, a la mujer, que no es una minoría sino que representa la mitad de la humanidad, se le ha tenido en estado de opresión durante toda la historia conocida, es decir, durante más de cinco mil años. Es cuando menos, una idea exótica.
¿Cabe la posibilidad de que junto con las opresiones y los desprecios, las mujeres encontrasen alguna ventaja en el Patriarcado? Si bien los roles no son iguales, las desigualdades no van en una única dirección. Cada sexo tiene un rol que emana de su naturaleza y de acuerdo con él obtiene privilegios, obligaciones, y responsabilidades. A los feministas, que niegan la esencia y creen que el sexo es un constructo social, el orden de la familia les resulta arbitrario y opresivo. Los que aceptan que nuestro orden social puede tener ventajas, consideran en sí mismas son también un problema, el Patriarcado es malo porque cualquier desigualdad es mala.
Bajo este punto de vista es fácil entender la cruzada de las feministas en contra de la feminidad. La feminidad no es otra cosa que la expresión del Patriarcado. La mujer femenina es el producto de una educación patriarcal y encarna en sí misma la continuidad de la opresión. La existencia misma de la mujer femenina es una traición. Lo mismo ocurre con la masculinidad. Cualquier hombre que se identifique con los roles tradicionales masculinos es un opresor. Por eso la baja tolerancia del feminismo hacia la mujer femenina.
Cuando toca discutir la forma en la que el Patriarcado oprime a la mujer, la discusión se vuelve densa. Es cuando menos divertido plantearle a una feminista la siguiente idea: si el veneno es el arma femenina y la mujer sufría de una opresión generalizada y persistente, ¿qué tipo de soborno se le ofreció a las mujeres para que no colocaran arsénico en la cena de sus maridos? K.O. Las que se recuperan antes de los 10 segundos reglamentarios murmuran cosas como que las mujeres estaban tan oprimidas que no se daban cuenta de que lo estaban.
Es posible probar la asimetría que existió a lo largo de siglos en el acceso al poder político entre hombres y mujeres, pero es mucho más complicado probar que las mujeres se encontraban oprimidas por ello. El argumento más manido quizás sea el que acusa a nuestra civilización de relegar a la mujer a las tareas domésticas, apartarla por fuerza de la vida pública y colectiva, prohibirle trabajar, el acceso a la educación, o ejercer labores intelectuales, y en cambio forzarla a tener hijos o a casarse por fuerza. Pero basta con leer las biografías de las madres del feminismo (como Mary Wollstonecraft) para darse cuenta de que estas ideas tienen poco fundamento4.
En Occidente, y dentro de ciertos parámetros, la mujer ha gozado de libertad para trazar su destino. El ser ama de casa, madre, o mujer de un hombre no ha sido impuesto sobre ella a la fuerza. Al menos no desde el Estado (como ocurre en los países islámicos). Ha sido siempre una elección privada. Aunque el concepto sea difícil de comprender, las mujeres han gozado de libertad para ser tan independientes como el hombre. La diferencia es que por naturaleza él impone su voluntad, y ella, por su naturaleza también, acepta con mayor facilidad decisiones de terceros acerca de su vida. Para la mujer muchas veces es más importante agradar, mantener la armonía, y el status social, que hacer cumplir su voluntad.
Si una mujer no quería casarse no tenía por qué hacerlo aunque su padre la obligase. Abundan los ejemplos en la historia de mujeres que huyeron de sus casas para evitar que el padre las casase con un hombre que no era de su agrado. También los hay de mujeres que se fugaron porque no sólo no querían casarse con un hombre determinado, sino que preferían vivir una vida de amor libre. De la misma manera en la que la mayoría de las mujeres carecían de una educación completa porque la sociedad no lo consideraba oportuno o necesario, hubo familias que educaron a sus hijas en todos los temas, y pusieron a su disposición el mismo material que ofrecieron a sus hijos varones. Jane Austen, las hermanas Brontë, y otras familias menos ilustres como la Montagu, son un perfecto ejemplo. El Patriarcado se construye con normas sociales, pero cada individuo es también libre de aceptarlas o rechazarlas.
Con esto no quiero decir que la mujer lo tuvo fácil. Cristina de Pisan comienza “El libro de la ciudad de las damas” (publicado en 1405) contando la tristeza con la que leyó Las Lamentaciones de Mateolo. En su poema, Mateolo comenta que las mujeres hacen de la vida de sus maridos algo insoportable. De Pisan se sintió avergonzada al leerlo: “Este pensamiento inspiró en mí una gran sensación de asco y de tristeza. Empecé a despreciarme a mí misma y a todo mi sexo como una aberración de la naturaleza” De Pisan confesó creer, al principio del libro, que la mujer debía ser mala y viciosa por naturaleza porque no podía encontrar un trabajo sobre filosofía o sobre moral en el que el autor no dedicase al menos un párrafo o capítulo a atacar al sexo femenino. Consideraba que era poco probable que tantos hombres ilustres, dotados de una inteligencia aguda y entendimiento sobre todos los temas, pudieran mentir tantas veces sobre la misma cosa.
De Pisan fue posiblemente la primera mujer en señalar la inteligencia femenina y solicitar que la mujer fuese considerada como sujeto de la misma manera que el hombre, que se le ofreciera acceso a la educación. Sin embargo, cabe mencionar, que De Pisan vivió en la Francia medieval y a pesar de quedar viuda a los 25 años, fue capaz de mantener a sus hijos porque sus obras literarias fueron bien recibidas tanto por hombres como por mujeres, sus escritos se hicieron populares en la corte.
Quizás el problema principal de la mujer sea su necesidad de agradar al otro. El hecho de que la mujer esperase que el hombre le otorgara el permiso para educarse. Si en lugar de esperar la mujer se hubiese preocupado por educarse a sí misma, como muchas lo hicieron, y utilizar su conocimiento para educar también a sus hijas, no hubiésemos llegado a tener estas discusiones. Pero no podemos olvidar que si la mujer no buscase agradar no sería mujer. El agradar es parte de su naturaleza. La mujer ha de atraer al hombre como las flores a las abejas, todo en ella está dispuesto para ello. Las mujeres que, como De Pisan, escapaban de este paradigma lo hacían a pesar de su feminidad.
Aunque no comparto la idea de que las mujeres han vivido oprimidas durante milenios, entiendo por qué las feministas están convencidas de ello y por qué alimentan y propagan estas ideas. El meme tiene varias ventajas. Por una parte confirma el Weltanschauung feminista: que vivíamos oprimidas hasta que el feminismo nos liberó. Pero además permite trazar un vector histórico hacia el futuro: ¡seguimos oprimidas! ¡La labor no ha terminado! ¡El feminismo es necesario!
LA LABOR NO HA TERMINADO
Era el otoño de 2012 y Jackie llevaba un mes en la Universidad de Virginia cuando un conocido llamado Drew (a quién conoció cuando ambos trabajaban de salvavidas en la piscina de la universidad) la invitó a salir a la fiesta de reclutamiento de su fraternidad, Phi Kappa Psi. Según el testimonio de Jackie, durante la fiesta la violaron 7 miembros de esa fraternidad, uno detrás del otro, durante 3 horas y media. El episodio fue descrito con lujo de detalles, la dejaron inconsciente y ensangrentada en el suelo de la habitación. Según su testimonio algunos de los miembros de Phi Kappa Psi gritaban “¿No queréis ser miembros? ¡Todos lo hemos hecho, ahora os toca a vosotros!” Dando a entender que era un ritual de iniciación.
Cuando Jackie despertó llamó a sus tres mejores amigos para que fueran a recogerla. Al verla le preguntaron: “¿Qué te han hecho?” Ella se echó a llorar. Uno de sus amigos ofreció llevarla al hospital, pero los otros dos se negaron por miedo a las represalias sociales, temían no volver a ser invitados a las fiestas de ninguna otra fraternidad.
Este recuento apareció en el reportaje “A Rape on Campus” del panfleto Rolling Stone en Noviembre de 2014. Lo que sigue al testimonio de Jackie es una feroz crítica a la Universidad de Virginia, a la que acusaron de ser cómplice por ignorar los casos de violación en su universidad. Según la revista, esto era un claro indicio de que vivimos en una cultura de la violación en el que estas cosas ocurren con la complicidad de las autoridades, y en la que, cuando una víctima de agresión sexual habla de su experiencia, se le acusa de mentir o de exagerar lo que ocurrió.
Las feministas y su máquina de ecos hicieron que este artículo de Rolling Stone se convirtiera en uno de los más leídos del año. Aparecía en todas partes, en internet, en los periódicos, en la televisión. Hasta que un periodista de Washington Post aguó la fiesta. Resulta que la historia de Jackie no parecía del todo fiel a la realidad: había numerosas discrepancias con los hechos.
En primer lugar las ceremonias de reclutamiento de Phi Kappa Psi no ocurren durante el otoño, sino durante la primavera. El fin de semana que Jackie señaló como la noche de la violación, Phi Kappa Psi no hizo ninguna fiesta o evento. Ningún miembro de la fraternidad trabajó como salvavidas en el Aquatic and Fitness Center. “Drew” que fue el que llevó a Jackie a la fiesta y el que inició la violación, no sólo nunca había sido miembro de Phi Kappa Psi, sino que jamás tuvo una cita con Jackie. Los amigos que supuestamente la disuadieron de ir al hospital se pronunciaron para decir que ese episodio jamás ocurrió, que Jackie no estaba herida cuando la encontraron, y que le ofrecieron llevarla a la policía y fue ella quién dijo que no.
La de Jackie no fue la primera historia acerca de una violación que resultó ser falsa. Lo mismo ocurrió con Tawana Brawley y el equipo de Lacrosse de la universidad Duke. Por no mencionar aquel caso en la feria de Málaga que nos pilla más cerca. Todos los casos aparecieron en los medios, tuvieron una difusión impresionante, y en la corte se comprobó que eran falsos. Si la gente tratase los casos de violación de manera sobria, como tratan cualquier otro caso, estas cosas no sucederían porque la gente solicitaría evidencias junto con la historia. Sin embargo el feminismo se ha dado a la tarea de elevar el estatus de la declaraciones de una víctima de violación hasta el punto de que cuestionarse la validez de la historia es considerado sexista.
Si el feminismo logra construir una narrativa de opresión convincente, tendrán la mitad del trabajo hecho. Porque no es necesario que la opresión exista, sólo es necesario que exista la percepción de esa opresión. Si yo fuese una curandera, por ejemplo, buscaría convencer a todo el que pueda de que sufre de alguna dolencia. Después sería cuestión de ofrecerle la cura previo pago por el servicio. Si convences a un grupo de personas de que su sociedad es opresiva, da igual que lo sea, mientras ellos crean que lo es estarán dispuestos a comprar tu solución.
El Buen Feminista lleva consigo el Almanaque Mundial del Patriarcado allí a donde va, con todas las cifras que pudiera necesitar para probar que vivimos en una sociedad opresiva. Tal como aparece en varias fuentes confiables (blogs) vivimos una “epidemia de sexismo” que nos azota en el Primer Mundo en el que quizás no lapidemos a las adúlteras o echemos vírgenes a los volcanes, pero casi. Os ahorraré la profusión de datos porque con desmentir los más frecuentes es suficiente para dar una idea del panorama.
Lo diré de forma clara: la mayoría de los datos que ofrecen las feministas como argumento son fabricaciones. El feminismo es muy dado a inventar y después a hacerse eco unos a otros de las invenciones, agregando niveles de detalle que alcanzan el virtuosismo, hasta que el resultado y la realidad están tan lejos el uno del otro que se pierden en el horizonte.
Empecemos por lo más básico. Las feministas juzgan el Patriarcado usando 2 ejes temáticos: la disparidad (de sueldos, de acceso a lo público, de cargos políticos), y la violencia (violaciones, violencia doméstica). Estos son los dos ejes principales en lo que respecta al Patriarcado aunque hay temas menores como los derechos reproductivos.
En cuanto a la disparidad, si estás familiarizado con el discurso feminista conoces la cifra de 70 céntimos por dólar “por hacer el mismo trabajo que un hombre”. La cifra varía diez céntimos arriba, diez abajo, dependiendo de la semana y del periódico, pero el argumento se mantiene: haciendo exactamente el mismo trabajo durante exactamente las mismas horas, una mujer gana una fracción de lo que gana un hombre.
Conviene dar mención al preciosismo con el que se fabricó esta ilusión ¿Sabías que existe un Día Nacional de la Igualdad de Sueldos en EEUU? Se celebra el 8 de Abril. ¿Sabes por qué se celebra en esta fecha? Porque este es el día en el que una mujer que trabaja a tiempo completo finalmente ha ganado lo mismo que ganó un hombre el año anterior. Fantástico, dos mil retweets.
En realidad la cifra de 70 céntimos corresponde a la diferencia entre el promedio de los sueldos de todos los hombres que trabajan a tiempo completo, y el promedio de los sueldos de todas las mujeres que también trabajan a tiempo completo. La razón de la diferencia es simple: las mujeres y los hombres toman diferentes decisiones. How totally shocking.
Las mujeres suelen elegir carreras que pagan menos como educación, enfermería, psicología y las humanidades, mientras que los hombres eligen carreras como ingeniería, ciencias, medicina, o desempeñan trabajos de mayor riesgo que tienen una mayor retribución.
De la misma manera, las mujeres suelen dejar su trabajo cuando quedan embarazadas a razón de un año o más por hijo. Los hombres no suelen hacerlo. Cuando se controlan todas las variables la diferencia de sueldos desaparece por completo.
Estas son decisiones que la gente ha tomado libremente. Se puede cuestionar si las mujeres que eligen estudiar enfermería lo hacen porque han sido “socializadas” para ello o porque su cerebro tiene ciertas competencias distintas a las del hombre. Pero a menos de que el feminismo esté preparado para forzar a las mujeres a elegir carreras determinadas, la diferencia de sueldos seguirá existiendo mientras existan individuos con inquietudes diferentes.
En lo personal, si tuviese un empleo estaría feliz de ganar 77 céntimos por cada dólar que gana un hombre, si eso significa que jamás tendré que pagar la cuenta cuando salgo a cenar. No sorprende que el feminismo quiera abolir la diferencia de sueldos, después de todo se sabe que las feministas (y las mujeres de izquierda en general) son en promedio 77% más feas. Cuando alguien me menciona en twitter y veo en su avatar que es una mujer guapa, sé automáticamente que es fan, y viceversa. Si es fea seguramente viene a odiarme.
El hecho es que cada vez que se repite el mito de la diferencia de sueldos diciendo que una mujer gana menos que un hombre por hacer “el mismo trabajo” es una mentira (aunque difícilmente el feminista que repite esta idea sabe que lo que está diciendo es mentira).
Los datos son así de fiables en casi todas sus reivindicaciones. Según el feminismo 1 de cada 3 mujeres sufrirá algún tipo de agresión sexual en su vida y 1 de cada 5 sufrirá una violación. Pero según el feminismo casi cualquier cosa se puede considerar una violación o agresión sexual. Si un hombre y una mujer tienen sexo bajo los efectos del alcohol, por ejemplo, eso puede ser considerado una violación aunque ella haya dicho que sí en el momento y el hombre estuviera totalmente borracho.
La cifra de la esclavitud infantil es la más sorprendente. De acuerdo con el feminismo entre 100 y 300 mil niñas son vendidas como esclavas sexuales y esto es solamente en EEUU. 300 mil niñas esclavas en una población de 200 millones de personas equivale a 1 niña por cada 666 personas. Lo que quiere decir que si has conocido a 1000 personas en tu vida, cabe la posibilidad de que al menos una esté disfrutando de su niña-esclava.
Desde luego, esta cifra sensacional es una fabricación. Salió de un estudio de 2001 de la facultad de sociología de UPenn acerca de la explotación sexual infantil. Según el autor la cantidad de niños *en riesgo* de ser explotados era entre 100 y 300 mil. No eran las víctimas sino aquellos en riesgo. A la hora de hablar de víctimas reales: el número de niños que son secuestrados y usados como esclavos sexuales cada año no alcanza los 500 e incluye un gran número de varones. Si hay cientos de niños en situación de esclavitud, sigue siendo un problema preocupante, pero la diferencia en la cifra cambia nuestra perspectiva acerca de la sociedad en la que vivimos.
Lo mismo ocurre con la violencia doméstica. La cifra de 38% sale de un estudio del Departamento de Justicia. Pero la cifra se refiere a las 40 millones de mujeres que visitan salas de emergencia cada año por heridas de violencia, que son alrededor de 500 mil. De esas, aproximadamente el 38% fueron atacadas por familiares que viven con ellas. Si hablamos de todas las mujeres que visitan las emergencias de las clínicas la cifra no alcanza el 1%.
¿De dónde parte y por qué se genera este fenómeno de desinformación? Si fuesen casos aislados y las cabezas visibles del feminismo se pronunciaran para renegar de los argumentos una vez que han sido desmentidos, se podría afirmar que se trata de un simple error común. Pero las fabricaciones son frecuentes, persistentes, y son repetidas una y otra vez a sabiendas de que son falsos. Así que no se trata de un error sino de una estrategia.
FEMSPEAK
Uno de los puntos más interesantes del conservadurismo es que descubrió una rotunda verdad: todas las ideologías son falsas. Una ideología es un sistema de ideas cerrado que pretende explicar la totalidad de la realidad de una manera sencilla. La ideología sostiene que su sistema de creencias es verdadero en cualquier circunstancia. Evidentemente, la realidad termina por contradecir el sistema. En principio lo contradice en uno o dos puntos, pero a medida que el sistema se pone a prueba la realidad el número de puntos en los que se separa de la realidad sólo aumenta. Las ideologías son incapaces de adaptarse porque no permiten ajustes.
El creyente se encuentra en una encrucijada: si elige la realidad tiene que desechar su ideología. Así que muchas veces prefiere suprimir la realidad. La guerra de la ideología en contra de la realidad es total. Utiliza todo su poder, todas las armas que tenga a su alcance, para suprimir la realidad. Por lo general se traduce en culturas de lo “Políticamente Correcto” es decir, la ideología utiliza su poder para construir una cultura en la que existen cosas que son “correctas” o no, cosas que se pueden o no expresar dependiendo de si es conveniente para el sistema ideológico.
Lo “Políticamente Correcto” no es otra cosa que “la línea del partido político” todo lo que favorezca la agenda política es correcto, y lo que la perjudique es incorrecto. Lo Políticamente Correcto es la postura del establishment. Quién se atreve a contradecirla se arriesga a ser expulsado del aparato social.
Esta cultura busca alterar todas las normas que gobiernan las relaciones entre las personas
y entre las instituciones. Busca alterar el comportamiento de la gente: lo que dicen, lo que hacen, e incluso lo que piensan. Para eso es necesario alterar el lenguaje, porque quién contra el lenguaje controla el pensamiento. El lenguaje se utiliza como arma en contra de la realidad. El feminismo forma parte de una ideología, y quizás sea uno de sus brazos más potentes.
Si como ideología necesitas desafiar las normas de la lógica, has de opacar la realidad. Ninguna persona aceptará sin cuestionar que 2 + 2 = 5. Si quieres que lo hagan tienes que plantear la situación de forma tal que no puedan encontrar a simple vista la contradicción. La forma más fácil es enredar la terminología. Decir, por ejemplo, que (3-1) + √4 = 5. La mitad de la gente aceptará el resultado por simple pereza, porque la operación no se ejecuta en su cabeza de inmediato. Al aceptar eso están aceptando 2 + 2 = 5, pero expresado de una forma diferente. Lo mismo ocurre con el lenguaje. Al retorcer las palabras, se puede convencer a otro de aceptar algo que de otra forma rechazaría simplemente porque no tiene ni pies ni cabeza.
Por eso es juicioso desconfiar de una persona que evita el lenguaje simple y directo. Si es preciso utilizar un lenguaje enredado para expresar un argumento o una teoría hay probabilidades de que su contenido esté en contradicción con la verdad observable. Casi siempre se hace con fines políticos. Freud, campeón del enredamiento verbal fue instrumental en la adopción y el esparcimiento de esta práctica que ha cambiado el panorama del pensamiento académico moderno.
Ante todo conviene recordar que la realidad no depende del lenguaje, sino que existe por sí misma independientemente de él. Quizás te convenga insistir en que una mesa es en realidad un “elemento cuadrúpedo de salón” porque te interesa hacer énfasis en la idea de que la mesa debe ir en un lugar determinado de la casa, pero una mesa no deja de ser una mesa, y muchos tenemos una en la cocina sin problema.
El feminismo como heredero de la filosofía continental, implementa el femspeak para hablar del mundo, en general, y pretende extender el uso de su terminología a toda la sociedad. El feminismo tiene una plétora de formas idiomáticas propias con una capacidad de mutación sorprendente, y por lo tanto es complicado entender qué quieren decir si no estás al tanto de cuál es la frase de la semana.
Hay que añadir que hay una diferencia entre lo que podría ser una jerga, y el femspeak. El propósito de la jerga es trazar una frontera entre el “nosotros” y el “ellos” con la principal intención, de excluir al otro y así ganar exclusividad. Es Nadsat. El femspeak y la terminología ideológica no es una jerga. Su metodología es la misma: trazar fronteras entre los que están “dentro” y los que están “fuera” pero su propósito es trazar límites claros dentro del idioma entre aquello que se puede expresar y aquello que no. Además el femspeak no pretende establecerse como símbolo de exclusividad, sino expandirse imponiendo las nuevas prácticas desde posiciones de poder (como la academia) con el objetivo político de sincronizar el pensamiento. El lenguaje ideológico es Newspeak.
El mismo hecho de hablar de femspeak como el lenguaje del feminismo probablemente sorprenda o incluso llegue a ofender a algún feminista. Dentro de su ideología, femspeak no es un dialecto, es el lenguaje correcto. Es una corrección que se ha hecho a nuestro idioma que es “sexista”; ellos lo están arreglando. Es nuestro idioma y no el suyo el que tiene una finalidad política que es la de oprimir a la mujer y perpetuar el dominio del hombre sobre la humanidad.
De acuerdo con el feminismo el “lenguaje sexista” lo permea todo, comienza con el uso de pautas masculinas como si fueran universales, por ejemplo, utilizar el pronombre “ellos” para referirse a un grupo de mujeres y hombres, o hablar de “el hombre” para referirse a la humanidad. De ahí la empalagosa práctica del “ellos y ellas”. Hay quien va más allá y considera que el orden en el que se enumeran los pronombres es en sí mismo una expresión de subordinación, y hay que mezclarlos en el habla para evitar dar la sensación de que existe una jerarquía sexual. Pasamos al “ciudadanas y ciudadanos españoles” no sin cierto dolor de estómago.
Ver a un profesor universitario dar un discurso ante una facultad de humanidades es un espectáculo conmovedor. Va dando el discurso poco a poco, con dificultad, evitando pronunciar cualquier palabra ofensiva, evita una palabra espontánea como si en lugar de estar dando una conferencia estuviese atravesando un campo minado. Da la sensación de estar viendo a un borracho rehabilitado dar su testimonio en un rally del Salvation Army.
El “lenguaje sexista” es, desde luego, una invención del movimiento feminista. El lenguaje adopta formas determinadas en cada sociedad, pero esas formas no son la realidad ni un reflejo de ella. Todos sabemos diferenciar entre la realidad y la representación. Pensar que la cultura es sexista por la forma en la que está construido su idioma es una forma de pensamiento mágico, es similar a creer que por enunciar una maldición tu enemigo caerá enfermo. Existe una distancia entre la palabra y la cosa.
Si las formas del lenguaje tuviesen algún tipo de relación con las estructuras sociales culturas como la guajira serían menos opresivas con la mujer. En wayú (el idioma de los guajiros) el pronombre genérico es el femenino. Sin embargo la sociedad guajira es famosa por sus altos índices de prostitución infantil que se hace desde la familia, es decir, los padres venden el derecho a violar a sus propias hijas pequeñas.
Es normal que para una persona que se encuentra al margen de la academia el tema del lenguaje sexista resulte tremendamente trivial, especialmente al compararlo con todos los actos reales de opresión a la mujer que ocurren en este momento en otras culturas. Para el observador tendría más sentido que las feministas se trasladaran a los lugares en los que las mujeres están verdaderamente oprimidas e hicieran su trabajo allí donde es necesario.
Los sentimientos de los feministas ante el lenguaje pueden ser legítimos, pueden sentirse ofendidas al escuchar a la gente hablar utilizando el género masculino como universal. Pero esta es una teoría del lenguaje que está basada únicamente en los sentimientos de sus autores. Femspeak eleva lo sentimental al plano de la hermenéutica.
Para el que tiene un poco de perspicacia es evidente que el problema del lenguaje feminista es político. Es la legitimación de una ofensiva que forma parte de una estrategia política más amplia. Dentro de esta estrategia cada vez que el pronombre masculino ha de ser purgado de los textos, cada vez que se ha de insertar la palabra “persona” como sufijo genérico, cada una de estas actividades constituye una victoria simbólica dentro de una lucha mayor.
Las feministas no inventaron la manipulación del lenguaje con fines políticos. Hay numerosos ejemplos en la historia.
El idioma italiano tiene pronombres para designar niveles de intimidad entre las personas. Así como en español tenemos “tú” para referirnos a alguien cercano y “usted” para referirnos a una persona a la que debemos respeto o con la que no tenemos mayor relación, el italiano tiene como forma íntima “tú” y como forma respetuosa “lei” (que además es la tercera persona del plural). Bien, en un punto de 1930 Mussolini dio un discurso en el que condenó el uso del pronombre “lei”. Lo consideraba un pronombre afeminado, una forma afeminada del lenguaje. El propósito de la Revolución Fascista, dijo, era restaurar el vigor y la virilidad del pueblo italiano. De manera que el buen fascista era el que usaba formas directas tanto en el lenguaje como en la acción. El buen fascista, por lo tanto, no usaba el pronombre “lei”, en lugar de eso usaba “voi” (la segunda forma del plural).
Esto es ridículo desde cualquier punto de vista. Antes del discurso de Mussolini nadie consideraba el uso del pronombre “lei” como afeminado era, sencillamente, italiano. Pero la situación cambió dramáticamente a partir del discurso. Todos comenzaron a prestar atención al tema, se podría decir que fueron concienciados. Utilizar “lei” se transformó en un símbolo subversivo, de actitud reaccionaria. Utilizar “voi” en su lugar, en especial si se pronunciaba en alto y con orgullo era evidencia de que el locutor era un buen fascista, es decir, se convirtió en el equivalente verbal del saludo fascista. En resumen: una palabra que antes de ese discurso era un elemento neutro y apolítico del idioma italiano se transformó en un símbolo cargado de significado político.
La cruzada política por transformar el idioma gana terreno a medida que el movimiento que lo propone gana auge. Si el feminismo no fuese prevalente nadie se tomaría sus quejas en serio, no pasarían de ser una fantasía inofensiva. Pero a medida que ganan espacios su censura se impone sobre libros de texto, manuales del gobierno, e incluso las leyes. Se planifican boycotts en contra de aquellos que utilizan el supuesto lenguaje sexista en los medios públicos. Y desde luego se abren puertas y espacios para las líderes feministas que imparten cursos en sintaxis no sexista y escriben los lineamientos que los editores deben seguir.
Las feministas revisan las bibliotecas de los colegios, escrutinizan los programas de televisión con atención inquisidora, acosan a quienes no se plegan a sus ideas en las aulas y en los mítines políticos, reclutan a editores de texto y de periódicos y los ponen al servicio del “lenguaje correcto”. Los más ambiciosos invaden los jardines de infancia con una lista de tabúes idiomáticos que se ha de imponer a los niños, y reescriben los clásicos con su dialecto. No puede ser de otra forma dada la pálida religiosidad de la modernidad, el impulso existe pero no tiene destino, y se vuelca sobre causas seculares. Tenemos en el feminismo un una nueva falange de clérigos enloquecidos traduciendo la Biblia y las encíclicas al lenguaje de Jane Magazine. Todo esto se hace con actitud de total certidumbre, después de todo a la marabunta no se le da bien el escepticismo, la moderación, ni la humildad.
La expansión de femspeak más allá de los círculos sectarios se tiene que comprender como parte de un imperialismo cultural de una nueva clase intelectual que busca imponer su lenguaje, sus valores, y su dominio político por encima del resto de las clases de la sociedad occidental. Se entiende como parte de la cultura de lo Políticamente Correcto.
EL ORIGEN DEL FEMINISMO
La razón principal por la que un racionalista de cualquier denominación no acepta el feminismo es porque el feminismo es una ilusión. A lo que me refiero con la palabra “ilusión” es que es una creencia irracional que conduce al error. Ilusión es toda creencia que contradice directamente la realidad, las evidencias, y la lógica simple. Para poder aceptar el feminismo hay que rechazar la realidad.
Pero además de ser una ilusión, el feminismo es un simulacro: en apariencia es una cosa, pero en realidad es otra. La mayor parte de la gente que se denomina feminista lo hace solo por estar convencidos de que el feminismo es lo que aparenta ser. Es decir, consideran que el feminismo se trata de defender los derechos de la mujer y que no tiene un fondo ulterior más allá de lo aparente.
En la práctica, sin embargo, las ideas y las creencias funcionan como redes entrelazadas. La mayoría de la gente acepta o rechaza ideas de manera social. El feminismo forma parte de un racimo de creencias que están inscritas dentro del marco del universalismo que si bien ha existido de una forma o de otra desde que existe el cristianismo, ha sido la “religión” predominante del pensamiento occidental desde hace al menos un par de siglos. Su principal creencia irracional es: “todos somos iguales”.
Dentro del marco del universalismo hay múltiples variantes ideológicas, cada una adaptada a un espacio determinado. Si el universalismo fuese winamp, las diferentes variantes son solo skins (perdonadme lo desfasado de la referencia, pero es el ejemplo más perfecto que encontré para explicar el concepto). Hay quien prefiere el texto en color rojo y los botones en gris.
Las variantes del universalismo son muchas. El animalismo, el marxismo, el vegetarianismo, quizás la más potente sea la democracia que es al mismo tiempo la forma de gobierno del universalismo y su más potente repetidor. Todos creemos en la igualdad porque creemos en la democracia y viceversa.
Las creencias son importantes únicamente cuando se traducen en acciones. Puede que la creencia de que el cielo es fucsia sea irracional, pero mientras sea una creencia de tipo pasivo, la secta no es problemática. Una creencia sólo representa un problema cuando deja de ser una simple concepción y se convierte en acciones prácticas que deben ejecutarse en la realidad.
Las creencias irracionales no solo son de tipo religioso. Existen creencias irracionales en lo secular (“todos somos iguales”) que muchas veces desembocan en acciones. Dado que tenemos que compartir el mundo con un gran número de fanáticos, conviene entender que lo único que diferencia a una creencia religiosa de una secular es su origen. La religiosa tiene un origen paranormal, y la secular no. Pero aunque el origen sea diferente, eso no transforma sustancialmente la creencia.
Si una tribu es víctima de una mala cosecha, el chamán puede considerar que la razón es que no se sacrificaron suficientes vírgenes a Baal. Así que la tribu reúne a tres vírgenes de pelo negro y las echa al volcán. Esto sería terrible. Pero ¿qué ocurre cuando la idea no es de tipo religioso? Imagina que la tribu echa las vírgenes de pelo negro al volcán para purificar su raza. ¿Es menos terrible?
A lo que voy con esto es que contra el primer escenario tenemos una defensa: la secularización del Estado. Desde hace un par de siglos todas las democracias occidentales tienen como una de sus bases la separación entre el gobierno y la religión. En Occidente no es legal escribir las leyes de un país basándose en un texto religioso. Si un arzobispo quisiera convertirse en presidente del gobierno y obligar a toda la población a ir a misa los domingos bajo pena de cárcel, eso sería inconstitucional. La idea es que cosas como La Inquisición no puedan volver a ocurrir. Sin embargo la cláusula de la secularización no es suficiente porque sólo abarca las religiones (creencias irracionales de origen paranormal). Las creencias irracionales de origen secular todavía pueden ser utilizadas para legislar, como ocurrió por ejemplo en la Alemania Nazi. No estamos protegidos contra las creencias irracionales de origen secular porque la diferencia que hacemos entre las creencias religiosas y las que no lo son es dramática y nos dificulta entender lo parecidas que son, en lo práctico son la misma cosa. La única diferencia entre ambas es de origen. Poco importa el origen cuando las creencias se transforman en acciones.
Para poder trascender la frontera entre la categoría “religión” y la categoría “secular” en las creencias es necesario cambiar un poco el lenguaje que usamos para hablar acerca de ellas.
De aquí en adelante usaré la palabra “germen” para referirme a un conjunto de creencias irracionales acerca del mundo, por ejemplo, “todos somos iguales”, y “repetidor” para hablar de las instituciones que sirven como método de difusión de esos gérmenes. Por ejemplo, el cristianismo es un germen y la Iglesia es su repetidor.
La transmisión de gérmenes se parece un poco a la manera en la que funciona internet. El repetidor emite una serie de paquetes de gérmenes, y cada receptor elige si aceptar los paquetes o rechazarlos. Si un paquete combina bien con el germen personal del receptor, probablemente lo acepte y lo incorpore. Pero si contradice o no se acopla bien a su germen entonces lo rechazará. Si una persona se ve en la situación de rechazar más paquetes de los que acepta, posiblemente se cambie de iglesia.
El marxismo es una germen y la universidad es uno de sus repetidores: las universidades están llenas de profesores que son marxistas o cuyas ideas han sido fuertemente influenciadas por el marxismo. Ni siquiera dentro de las universidades las creencias del marxismo son pasivas. Han transformado el currículo de las universidades y las facultades, se han añadido carreras enteras como sociología, que tratan sobre marxismo, y clases como “estudios poscoloniales”.
Las creencias marxistas aunque no son de origen paranormal, son tan irracionales como las católicas. Si existe un equivalente secular al creacionismo cristiano, sería sin duda la economía marxista. Con la diferencia de que el creacionismo es un germen menos tóxico por ser una creencia más pasiva. La universidad es en apariencia una institución dedicada a la difusión del saber racional, y en su seno las creencias religiosas no tienen cabida, sin embargo creencias igual de irracionales de origen secular como los marxistas desbordan sus aulas.
El feminismo es otro de los repetidores del marxismo. En apariencia va de proteger y defender los derechos de la mujer, pero en la práctica forma parte de la ideología y la doctrina marxista y esconde el objetivo marxista de desestabilizar y subvertir la civilización occidental a través de la renuncia a sus principales instituciones.
El nexo ideológico entre el feminismo y el marxismo es tan estrecho que la separación es casi nula. Pero como el “skin” es diferente, es fácil creer que se trata de un programa diferente. Es posible considerarse feminista, haber leído gran parte de sus textos más importantes, sin intuir esa relación.
No es casual que cuando estudias historia del feminismo, dentro de la lista de los textos seminales del movimiento se suele citar junto a Vindication of the Rights of Woman de Wollstonecraft, The Second Sex de Beauvoir, y Feminine Mystique de Betty Friedan, al cuarto pilar fundamental: “El origen de la familia, la propiedad privada, y el Estado” de Engels.
Después de la muerte de Marx, Engels se dio a la tarea de poner por escrito sus ideas acerca de la familia en ese tratado. En él ubica el origen del capitalismo en la familia tradicional, señala que la primera opresión de clases ocurrió del hombre hacia la mujer, y asoma que para derrotar al capitalismo es necesario primero derrotar la familia5. El libro es el resutado de 3 cosas que Marx y Engels comprendieron:
1) Que si querían imponer su modelo tenían que hacerlo sobre las ruinas del modelo anterior. Es decir, que mientras la civilización occidental fuese robusta, las probabilidades de implantar con éxito el comunismo eran nulas.
2) La base de la civilización occidental es la familia. (Me refiero a la familia tradicional que es monogámica y en la que el padre y la madre tienen roles definidos y permanentes.)
3) Es imposible derrotar la cultura occidental sin deshacerse primero de la familia.
No es un tema religioso, ni siquiera moral, aunque creencias que la justifiquen las encontramos desde todos los ángulos. En lo práctico la familia es valiosa porque es el bloque social más estable.
La sociedad funciona como los legos. Un individuo es el bloque más pequeño, el de un solo punto: Es útil como pieza, pero no puedes construir nada sólido con legos de un punto. Las asociaciones libres (corporaciones, equipos deportivos, clubes, etc) son múltiples piezas de un punto trabajando en conjunto: se pueden construir cosas, pero sus lazos son débiles y su alcance es incompleto. Si una mañana te levantas y sin querer pisas tu torre de legos, no sólo maldecirás en voz muy alta, sino que destrozarás lo que construiste por completo.
Sin embargo, la familia tradicional, cuando no existen conflictos de interés en su seno, tiene varios individuos que funcionan como uno solo. En ese sentido es como un bloque de 4 o 6 puntos: Puedes construir con ellos lo que quieras y no se caerá porque esos bloques son indivisibles. La familia funciona de esta manera porque, entre otras cosas, la propiedad privada es común a sus miembros: cuando uno se beneficia, se benefician todos.
La familia funciona como un freno natural al Estado porque mientras una persona obtenga todo lo que necesita de su familia y no requiera nada del Estado, sus elecciones serán libres y menos viciadas. El individuo que es cliente de su familia no es cliente del Estado y viceversa. Cuando un individuo carece de una familia (o fue criado en una “familia” moderna en la que los padres son a su vez clientes del Estado) entonces su destino estará siempre en manos del gobierno de turno y dará su voto a cambio del mejor soborno.
Marx y Engels tenían visión amplia y entendieron el problema que representa la familia para el triunfo del comunismo, pero también dentro de cualquier sistema que pretenda hacerse con el poder absoluto. El totalitarismo disuelve las asociaciones naturales y las reemplaza por columnas verticales vacías de significado (El Partido, las Juventudes Hitlerianas, etc). Es decir, la única relación posible es vertical y ocurre entre el individuo y el Estado. Las relaciones laterales son aplacadas.
Sin asociaciones libres lo suficientemente fuertes como para ofrecer protección y sustento a sus miembros, nadie compite con el Estado (o con el líder) por la lealtad de su pueblo. Todo esto se puede resumir en que existe un conflicto de interés entre la familia y el Estado. Funciona en ambas direcciones. Cuando Sonny se entera de que Michael se apuntó al Ejército le dice que su padre jamás va a aceptarlo. Después de todo ¿qué clase de traidor se va a arriesgar su vida para defender a desconocidos? Lo valioso es la sangre.
En la cultura de lo Políticamente Correcto es imposible cuestionarse ciertas cosas. El universalismo hace imposible si quiera pensar en ellas y cuando se trata del feminismo hasta el lenguaje se ha retorcido para ocultar los puntos en los que la ideología se separa de la realidad. Por lo general sabes que te has encontrado con uno de estos puntos tabú cuando por alguna razón la simple idea de pensar en algo resulta peligrosa.
El más saliente ejemplo de la cultura de lo Políticamente Correcto en el feminismo es el voto femenino. Es imposible cuestionárselo. Si te cuestionas si es cierto que la mujer debe votar, eres catalogado no solamente de sexista, sino de ser un radical, y la consecuencia es ser expulsado del círculo social al que pertenezcas.
Pero cuanto más peligrosa es una idea tanto más hay que insistir. Si dejamos a un lado los resquemores ideológicos y nos hacemos la pregunta de si debe o no la mujer votar con seriedad, una cosa salta a la vista: si frente al debate la gran mayoría de las mujeres se oponían al sufragio femenino, quizás había una razón de peso para ello. Asumir que todas ellas eran parte del Patriarcado es dar por sentado que una mujer carece de independencia de pensamiento.
En un ataque de rebeldía furtiva busqué literatura anti-sufragista, y fue muy difícil conseguirla, pero encontré varios intercambios epistolares entre mujeres anti-sufragistas y miembros de la Iglesia, o entre ellas y políticos conservadores. En estas cartas las mujeres expresan su preocupación por lo que consideran una peligrosa intromisión. La razón por la que las anti-sufragistas no querían el voto no era porque creyeran que las mujeres eran inferiores al hombre, o que no merecían que sus opiniones fuesen tomadas en cuenta, es porque las anti-sufragistas ya formaban parte de la vida política a través de sus maridos. En cada una de sus cartas las anti-sufragistas explican que el voto debe ser para las familias y que el marido es el representante político de su familia como ellas son las representantes en asuntos religiosos y sociales.
Los anti-sufragistas consideraban que otorgarle el voto a la mujer producía un conflicto dentro de la familia. El Estado se entrometía entre marido y mujer. Si tenían que compartir el voto, el deber cívico era motivo de encuentro para la familia, de debate, y de compromiso. Pero si cada uno votaba por su lado la mujer votaría al candidato que le prometiera más dádivas a ella por su condición, y el hombre a él; y al final esas diferencias políticas terminaban por separarlos en lugar de unirlos.
Si el feminista es inteligente, cree haber encontrado el agujero en este argumento: “Si el punto es otorgar un solo voto por familia ¿Por qué no darle el voto a ella? ¿Por qué elegir al hombre como representante y no a la mujer?” La razón por la que el hombre era quién poseía el derecho a votar es muy sencillo: era el hombre quién arriesgaba su vida en las guerras y también quién se encargaba de sostener a su familia. De manera que era él y no ella, quién tenía la capacidad para medir qué necesitaba su familia en lo político y en lo económico. Para el anti-sufragista hubiese sido difícil de comprender, por ejemplo, el motivo por el que una mujer (que no va a una guerra) tenga la capacidad de elegir al político que es el que las declara.
La razón por la que explico los argumentos anti-sufragistas no son porque considere que debamos quitarle el voto a la mujer (aunque sin duda el mundo sería muy diferente si las mujeres no votásemos, posiblemente la social-democracia no se hubiese tragado a Europa). El motivo que me lleva a contar todo esto es demostrar que el hecho de que las mujeres no pudieran votar no respondía a una decisión arbitraria y opresiva que pretendía mantener a las mujeres subyugadas. Una vez que entiendes los argumentos en contra del voto femenino descubres que el voto masculino tenía un sentido lógico que funcionaba bajo un orden diferente del nuestro.
Bajo ese orden la familia era lo primordial. Formar una familia era una obligación ciudadana. Una persona que no formaba una familia, fuese del sexo que fuese, no era considerada un ciudadano en toda regla. A diferencia de la mujer, el hombre podía tener amoríos sin que eso supusiera una mancha a su reputación. Pero el que llegaba a su vejez soltero era tan mal visto como la mujer libertina. El voto femenino era compatible con el feminismo que no busca fortalecer a la familia sino debilitarla.
Sería fácil adoptar la postura de que Engels “secuestró” el movimiento feminista, sería atractiva y fácil de digerir para el lector medio de internet, porque le daría permiso de renegar del feminismo moderno sin renegar del primigenio. Pero aunque sería más atractivo, sería una mentira.
En realidad las raíces del feminismo son las mismas que las del socialismo marxista y se encuentran en la Revolución Francesa. Todas las autoras del feminismo primigenio eran jacobinas, admiraban la Revolución Francesa, y adoraban a Rousseau como a un semidiós. Se podría decir que tanto el feminismo como el marxismo parten del mismo germen que es la creencia en el buen salvaje de Rousseau. Aquella idea de que el hombre es bueno hasta que la sociedad lo corrompe.
Por esta razón ambos movimientos son primitivistas: idealizan lo salvaje y desean regresar a ese estado. Las feministas hablan de matriarcado y de sociedades igualitarias. Cuando les pides ejemplos los extraen de las tribus de cazadores/recolectores, de indígenas de la Selva del Amazonas, y tribus de negros africanos. Cuando lees a Marx y a Engels o escuchas a un comunista convencido hablar de sus ideas (si es que sabe de lo que está hablando) encontrarás el mismo tipo de romance. Idealizan a las tribus nativas americanas y desearían regresar a un sistema en el que la propiedad privada no existe y toda la propiedad es común. Estas ideas son incompatibles con la civilización a la que pertenecemos, y en realidad con cualquier otra civilización, porque todas las civilizaciones se construyen con los mismos bloques: familia y propiedad. En esto el feminismo y el marxismo son aliados: para alcanzar su objetivo hay que destruir la propiedad y la familia.
EL FEMINISMO COMO SUBVERSIÓN
El marxismo tradicional propone la toma por la fuerza del poder mediante la Revolución que da paso a la dictadura del proletariado. Es, en resúmen, necesariamente violenta, y requiere de la participación de un gran número de personas de la clase proletaria agrupados bajo el mismo estandarte. Sería imposible bajo este esquema alcanzar el comunismo sin contar con la complicidad y la participación de la masa obrera.
Marx jamás consideró ese detalle como un problema porque su inspiración fue la Revolución Francesa y consideró que no sólo era posible replicar ese proceso de sublevación a gran escala, sino que además planteó que ese era el fin natural e inequívoco de la historia, que es inevitable. Según la dialéctica marxista toda sociedad capitalista lleva por fuerza una contradicción en su seno, un conflicto en tensión permanente entre dos clases: la burguesía y los obreros.
El éxito de la Revolución Bolchevique en 1917 parecía ser la confirmación de esta tesis e inspiró una ola de revoluciones en Europa entre el fin de la Primera Guerra Mundial y 1919. En Munich Kurt Eisner lideró una revolución para deponer la monarquía e instaurar la República Soviética de Bavaria. Rosa Luxemburgo hizo lo mismo en Berlín. En Hungría Bela Kun lideró la revolución y declaró la República Soviética de Hungría. Todo esto en espacio de dos años. Visto el panorama los comunistas de Europa y de EEUU pensaron que estaban a las puertas de una nueva era de igualdad proletaria.
En ese clima, el Ejército Rojo de Trotsky invade Polonia, y contrario a las expectativas, es derrotado. Una a una se derrumbaron todas las conquistas de los dos años anteriores porque no lograron amasar el apoyo necesario de la clase obrera. Es decir, a los obreros fuera de Rusia les interesaba poco la Revolución, que acabó por convertirse en un asunto de élites intelectuales con demasiado tiempo libre y pocas obligaciones. Una a una cayeron: Berlin, Munich, Hungría, Polonia.
Los comunistas se encontraron perplejos. Si el comunismo pretendía traer bienestar a los obreros y colocarlos en la cúspide de la estructura social, si serían ellos los beneficiarios del triunfo comunista, ¿por qué no respondieron? Los revolucionarios marxistas no culparon a su ideología por el fracaso, culparon a los obreros. Sólo un grupo de académicos comunistas supo señalar el problema dentro de la doctrina comunista.
La historia de la intelligentsia comunista es amplia y tiene demasiados nombres, pero hay que hablar de un par de ellos para poder entender el nexo entre el feminismo y el marxismo.
Antonio Gramsci, un teórico comunista italiano fue el primero en señalar que el poder en una sociedad no lo tiene quien controla el dinero, lo tiene quién controla la cultura. De acuerdo con Gramsci el fracaso de las revoluciones tuvo una causa clara: Europa no estaba preparada para ellas culturalmente. Antes de iniciar una Revolución habría que crear un Hombre Comunista. Un hombre que aceptase voluntariamente plegarse a la Revolución. Para ello había que modificar la cultura desde las instituciones: el gobierno, el aparato militar, y sobre todo el sistema educativo y los medios de comunicación. Si los comunistas lograban controlar las instituciones culturales, lo demás caería por su propio peso.
Estas ideas de Gramsci hoy nos resultan obvias, pero en su momento no lo eran, mucho menos dentro del pensamiento comunista porque según la teoría marxista la sociedad funciona de forma opuesta: lo económico es lo que determina lo cultural, y al cambiar la economía la cultura seguiría. Gramsci retó esa idea y le dio la vuelta, no sin éxito.
Georg Lukacs resumió las ideas de Marx y les dio más peso. Para que la cultura marxista pudiera surgir, dijo Lukacs, la cultura existente debe ser destruida. Un cambio tan drástico de valores a nivel global no puede llevarse a cabo sin que los revolucionarios aniquilen los valores antiguos, y mientras exista el cristianismo la revolución sólo puede fracasar.
Cuando Lukacs se convirtió en el Comisario de la Cultura en la Hungría comunista de Bela Kun, instauró un programa conocido como “terrorismo cultural”. Como parte del programa introdujo clases de educación sexual en las escuelas húngaras en el que se enseñaba a los niños acerca del amor libre, de las relaciones sexuales abiertas, la naturaleza arcaica de la familia, lo obsoleto de la monogamia, y que la religión es indeseable porque priva al hombre de la búsqueda de sus placeres.
Lukacs y otros intelectuales marxistas fundaron lo que se conoce como Escuela Crítica de Frankfurt (en Frankfurt). La idea detrás de la Escuela era atacar las bases de la cultura occidental de manera sistemática por medio de un trabajo en apariencia de crítica académica racional.
La Escuela Crítica de Frankfurt fue la que desarrolló el marxismo cultural de acuerdo con las teorías de Gramsci, y lograron convertir al comunismo de una lucha violenta de clases, en una lucha cultural. La forma en la que lo consiguieron fue sencilla: dejaron atrás cualquier etiqueta que los señalara como comunistas, presentaron su instituto como una escuela de estudios sociológicos objetivos y neutrales.
Al mismo tiempo, el objetivo de la Escuela Crítica era atacar la Civilización Occidental y todos sus valores hasta que no quedara nada en pie y al mismo tiempo promover todos los valores y los mensajes que la debilitaban como el libertinaje sexual, la obsolencia de la monogamia, el pacifismo frente a ataques, el multiculturalismo, y el desprestigio sistemático de las sensibilidades de la cultura Occidental.
El método de crítica que usaron fue una mezcla entre el análisis de Marx y el psicoanálisis de Freud. Criticaron el cristianismo, el capitalismo, la autoridad, la familia, el patriarcado, las jerarquías, la moral, las tradiciones, la modestia sexual, la lealtad, el patriotismo, el nacionalismo, la idea de la herencia, el etnocentrismo, las convenciones y el conservadurismo.
Las críticas calaron porque la excusa que usaron para escribir sobre ellas era el supuesto estudio de las causas y los motivos que llevaron a Alemania a apoyar el nacional-socialismo. El horror que experimentó el mundo entero tras la Segunda Guerra Mundial cuando se supo las atrocidades que había cometido el gobierno alemán con el apoyo de su pueblo fue tal, que cualquiera que se agenciara la labor de explicarlo estaba por encima de cualquier cuestionamiento.
Uno de los libros más importantes de la Escuela Crítica fue “La personalidad autoritaria”. Lo escribió Theodor Adorno. La tesis del libro planteaba que la razón por la que surgió el nazismo en Alemania es porque su pueblo contaba con elementos autoritarios dentro de su carácter, que es lo que hace a la gente ser más propensa a tener prejuicios. La segunda tesis del libro es que esa personalidad autoritaria que llevó a los alemanes a votar por Hitler era el resultado de haber sido criados bajo el cristianismo, el capitalismo, y la familia patriarcal. De ese libro se desprende la idea de que a menos de que se erradiquen esos males, otro Holocausto podría ocurrir.
Pero las ideas más importantes para propagar el marxismo cultural fueron las de Marcuse, porque se dio cuenta de algo que sus camaradas ignoraban y es que el comunismo estaba condenado desde el principio por hacer tanto énfasis en una clase social, la de los proletarios. Marcuse sabía que la lucha nunca podría ser de una clase contra la otra, porque la pelea sería en última instancia entre dos tipos de personalidad: la personalidad conservadora y la progresista (los reaccionarios y los revolucionarios). Dado que muchos proletarios eran al mismo tiempo conservadores, pretender que se levantarían en bloque en contra de la tradición era un error. En lugar de eso, concluyó Marcuse, había que trasladar la lucha. Los estudiantes universitarios, las minorías raciales, los homosexuales, los inmigrantes y las mujeres podían tomar el lugar del proletariado dentro de la Revolución Comunista. Hacia ellos había que dirigir todos los esfuerzos.
Las ideas de Adorno se complementaban perfectamente con las de otro de los intelectuales de la Escuela Crítica: Wilhelm Reich. En Mass Psychology of Fascism explica que la Escuela Crítica se separó del marxismo tradicional en que el marxismo pretendía enfrentar a dos clases socioeconómicas: la burguesía y el proletariado; mientras que el marxismo cultural buscaría enfrentar dos tipos diferentes de carácter: los reaccionarios y los revolucionarios (o los conservadores y los progresistas). La “familia autoritaria” (familia tradicional), de acuerdo con Reich era un modelo en miniatura del Estado Autoritario. En su seno se fraguan los valores y las expectativas que llevan al imperialismo.
Aportaré un sólo dato para entender lo popular que se hizo Marcuse y cómo caló su discurso en la contra-cultura estudiantil de los años 60, porque es tan contundente que no hace falta otro: fue Marcuse el que acuñó la frase “Make love, not war”.
El último frente de la Escuela Crítica fue la batalla en contra del lenguaje. Los intelectuales de la escuela plantearon que el marxismo cultural debía hacerse desde una rebelión lingüística que revirtiera los significados de las palabras. De estas ideas surgieron las corrientes filosóficas que están en el corazón de lo que se imparte en las universidades a día de hoy: el estructuralismo y el deconstruccionismo.
Los libros de Marcuse y de la Escuela Crítica en general se volvieron increíblemente populares entre los estudiantes de los 60, inundaron las universidades de EEUU y de Europa, y así las ideas del marxismo cultural llenaron las aulas. Al principio las teorías de la Escuela Crítica fueron repudiadas y rechazadas por los profesores de las universidades, la única manera en la que se esparcían era a través de las mismas manifestaciones estudiantiles, pero los estudiantes revolucionarios se dieron cuenta de que esa aproximación no tendría éxito a largo plazo. Así que muchos optaron por quedarse dentro del sistema y transformarlo desde adentro. Al graduarse pasaron a formar parte de las facultades y una vez allí, desde posiciones de poder como profesores y decanos, añadieron cursos, y hasta facultades enteras, cambiaron los programas, y ahí permanecen hasta el día de hoy. La educación que se imparte en las universidades occidentales no es otra cosa que una formación intensiva en marxismo cultural.
El feminismo no es el único repetidor del marxismo. Hay muchos otros. No es difícil identificarlos una vez que conoces la historia, cada vez que escuchas una idea que debilita la civilización en la que vives, sabes que estás en presencia de un brazo del marxismo cultural. La tolerancia excesiva hacia el enemigo, por ejemplo, es un índice claro del marxismo cultural.
El feminismo se imparte desde las aulas universitarias en donde hay cátedras enteras dedicadas al feminismo y a su pensamiento, que no es otra cosa que comunismo with a twist. Si logran convencer al estudiante de que las diferencias entre los sexos no existen y son artificiales, entonces los sexos se transforman en clases. El feminismo transforma la lucha entre clases económicas del marxismo clásico en una lucha entre géneros. Si el marxismo proponía abandonar la propiedad privada y regresar a un estadio primitivo de la cultura para alcanzar el igualitarismo; el feminismo plantea abandonar la familia y regresar al matriarcado. Abandonar la familia es igual a abandonar la propiedad privada, son conceptos equivalentes porque la familia monógama es el primer garante de la propiedad privada.
La única manera de resistirse al marxismo cultural es detectándolo. En segundo lugar hay que retarlo. No es suficiente con mantenerse al margen, hay que cruzar todas las fronteras, usar las palabras que las feministas odian, repudiar la idea de que cualquier cosa es sexista, defender la familia, defender la propiedad privada, y defender la civilización en la que vivimos que es infinitamente superior al orden que usaron los grupos salvajes de recolectores y de cazadores.
MODERN FAMILY
La primera vez que leí La Mística Femenina de Betty Friedan, con 20 años, creí en la tesis de la autora. Pensé que era cierto que las amas de casa, no sólo durante la década de los 50, sino en todas las épocas, fueron víctimas de un sistema que les negaba la trascendencia y las encadenaba en tareas mundanas como las labores domésticas. Creí que Friedan tenía razón, que ser ama de casa y encontrar satisfacción personal eran dos conceptos reñidos.
Pero las últimas veces que he leído su panfleto feminista, una sensación de tristeza me sobrecoge. Porque lo que leo en sus páginas en lugar de parecer una pesadilla, parece más bien un sueño. Las mujeres de La Mística Femenina eran madres que tenían una casa propia, un coche, podían dedicarse a su familia a tiempo completo, cocinar para ella, cuidar de sus hijos, y reunirse con sus amigas. La tristeza me invadió al darme cuenta de que si bien esas amas de casa pudieron elegir si querían serlo o no, mi generación no corre con la misma suerte.
En la actualidad dedicarse a su casa es un lujo que casi ninguna mujer se puede permitir. Desde hace casi cincuenta años nadie habla de estas inquietudes. No se habla de ello en la literatura feminista, ni en las revistas, no se toca el tema en las columnas de los periódicos, ni siquiera en los textos de mujeres escritos para otras mujeres.
En los millones de artículos que escriben los expertos (y las expertas) se recomienda a la mujer ser independiente. Se le anima a buscar trascendencia en su oficina, a sentir satisfacción por sus logros académicos. Se hacen perfiles a mujeres famosas que le recuerdan la antigua promesa de que es posible “tenerlo todo” sin dejar de ser una misma. No hay mayor gloria que el triunfo laboral, le dicen.
Las revistas femeninas le enseñan hábitos de estudio, cómo elegir la mejor carrera, a preparar un buen currículum e ir a una entrevista de trabajo. Se le enseña a ser asertiva, a proyectar autoridad, a ser seria y a no tener miedo de negociar con sus jefes para obtener un aumento de sueldo y los mismos beneficios que él, a organizarse como grupo para pedir reformas políticas que la lleven a ser todavía más libre.
Se le enseña con ejemplos, a mujeres que han triunfado porque tienen una magnífica carrera y han logrado conjugarla con una familia unida. Resuena una vez más la antigua frase: “no has de renunciar a ningún camino, puedes tomar ambos, puedes tenerlo todo, si quieres”. Sin embargo la forma de conseguirlo está arropada en el misterio.
Aprende también a sentir cierta compasión por las mujeres menos inteligentes, menos apasionadas, menos independientes que ella. Las mujeres débiles y superficiales que expresan el deseo de ser amas de casa y ocuparse de sus hijos. Aprenden que una mujer de verdad debe desear tenerlo todo: carrera y familia, presencia política y educación universitaria, independencia y las mismas oportunidades y perspectivas de un hombre.
Así creció mi generación. La mayoría no ha tenido la oportunidad de cuestionarse el modelo, de preguntarse si es mejor o peor que lo anterior porque no conocen otra cosa. No saben si desean realmente “tenerlo todo” o si es posible siquiera alcanzar eso.
La mayoría creció dentro de una familia en la que la madre tenía un trabajo fuera de su casa, en la que ambos padres estaban en mayor o menor medida ausentes. Su infancia estuvo marcada por la espera, transcurrió entre la escuela, actividades extra-escolares, y el cuidado de terceros, cualquier cosa para mantener a los hijos ocupados 9 to 5. Las necesidades de los hijos dentro de esas familias eran raras veces la prioridad, y las madres que tenían trabajos fuera de casa acababan el día exhaustas sin tiempo para dedicar a sí mismas entre las responsabilidades de cuidar de una familia y sus compromisos laborales. Ese era el precio del sueño.
Las mujeres más intuitivas, observaron a la madre “tenerlo todo”, la vieron trabajar sin descanso, en la oficina y en el hogar, ocuparse de sus hijos al final del día, todo por probar que sí se puede y el resultado, lo sabemos ahora, es que no tuvo nada: ni familia, ni vocación; la trascendencia nunca llegó. Abandonó la idea de consagrarse a su familia por realizarse en un trabajo de oficina que al final del día no le trajo trascendencia ni elevó su espíritu a ninguna parte. En cambio lo que sí obtuvo fue una familia de miembros verdaderamente independientes en el que nadie depende de ninguna otra persona, ni hay encuentro ni proyecto compartido. Fueron, en todo menos en nombre, compañeras de piso de sus hijos.
Estas, las perspicaces, se sienten abrumadas por la expectativa contemporánea de “tenerlo todo”, no quieren repetir la experiencia de sus madres, pero pocas lo dicen en voz alta porque temen la compasión de sus congéneres: ser calificadas de superficiales o de desagradecidas, de darle la espalda al sueño. Así que han aprendido a renunciar a la porción correcta de ese sueño: como no pueden declarar una renuncia a la academia y a la vida laboral, rechazan en cambio la maternidad, la idea de familia, y hablan de ello como si estuvieran rompiendo esquemas.
En parte la renuncia a la maternidad se debe a un ejercicio comparativo. A su alrededor ven a algunas de sus amigas casarse, quizás conocen a una o dos mujeres, compañeras de universidad o antiguas amigas de la escuela, que han tenido hijos. Reconocen en estas nuevas madres una especie de inercia, que se han comprometido a tener una familia sin pensárselo demasiado, como quien sigue un guión establecido. La mujer perspicaz no se deja llevar de esta manera y lo sabe, pero también sabe, aunque no le gusta aceptarlo, que la postura de rechazo a la maternidad no rompe esquemas verdaderamente, no es una postura subversiva aunque de eso se disfraza porque dentro de mi generación quienes piensan de esta forma son la mayoría.
Veo a los primeros de mi generación pisar los 30 y lo que encuentro es desconcertante. La mayoría de mis congéneres viven solos, muchos sin pareja, compartiendo piso con amigos, como eternos adolescentes. Los que tienen un trabajo, apenas les permite mantenerse con lo mínimo, y poco más. No tienen pensado ni se plantean formar una familia porque la idea les resulta tan remota y fantasiosa como un cuento de ficción.
Según cifras del CIA World Factbook la tasa de natalidad en España durante el 2014 ha descendido al 9.11 por cada mil personas, cuando en los años sesenta era del 21 por mil. Según la INE, La edad promedio en el que las mujeres se casan ha alcanzado los 30 años cumplidos cuando hace tres o cuatro décadas era de 24. Vemos especiales en las revistas femeninas acerca de la maternidad a los 40 y a especialistas en fertilidad asegurar que sí se puede. La crisis es tal que surgen nuevas técnicas para prolongar el reloj biológico femenino, ¿no tienes pareja? ¿no tienes dinero? No importa, ¡congela tus óvulos! Forever young.
No nos gusta este sueño y es normal, pero no tenemos otro. Sabemos que por las circunstancias es imposible retroceder. Antes, con el sueldo de uno vivían todos, el padre trabajaba y la madre se dedicaba al hogar, pero hoy ni siquiera trabajando ambos se puede conseguir el mismo resultado. La razón de esto no es la avaricia de las empresas, ni el fracaso del capitalismo 6
No es solamente un tema de lo bajos que son los salarios en comparación con el costo de vida, sino que los trabajos son cada vez más escasos, las viviendas son cada vez más caras, y si no cuenta con ayuda externa, una familia joven pasa necesariamente por grandes dificultades. Es mucho más sencillo ser independiente y rechazar un objetivo que parece a todas luces inalcanzable. Es preferible quedarse en un estado de perpetua adolescencia.
A los hombres no les vino mejor. Ven a sus amigos que se han casado con mujeres que trabajan fuera de sus casas y no están del todo convencidos de querer meterse en eso. No se les puede culpar. Desplazados en su rol natural de proveedor, se encuentran sin un propósito claro: no son necesarios. Se convierten en un hijo más de su mujer, tanto en acción como en apariencia. No es raro ver a un hombre de 40 años colgando fotos en Facebook saltando con su monopatín o disfrazado de DJ.
El hombre contempla la realidad de su casa, de su familia, y no la siente como suya porque sabe que es intercambiable: sin él el cuadro no cambiaría demasiado porque él no puede ser madre, y sin embargo, su mujer puede hacer todo lo que hace él. Su masculinidad ha perdido la mística: no dirige, ni toma las decisiones, no es la cabeza de su familia, quizás un brazo, o una pierna. El hombre se vería más tentado a participar si encontrara una estrategia de salida, pero las leyes no le favorecen: separarse es sinónimo de ruina y de esclavitud de por vida a una familia a la que quizás ni siquiera le permitan ver. Por lo tanto, también el hombre ha elegido para sí la independencia.
Quizás para muchas la negativa a tener hijos no nace de una inclinación verdadera hacia fines más trascendentes como la academia o la política. Después de todo, ¿qué fin puede haber con mayor trascendencia que criar y educar a tu hijo, a otro ser humano que ha nacido de ti? ¿Organizar ficheros y hacer briefings? ¿Escribir textos graciosetes para un anuncio? Cabe la posibilidad de que el rechazo a la maternidad no sea el resultado de una elección libre, sino una resignación forzosa.
Puede ser que muchas mujeres de mi generación (las perspicaces desde luego) desengañadas de la promesa del feminismo, deseen secretamente poner marcha atrás al reloj y regresar a la antigua manera de hacer las cosas, pero pocas son capaces de confesarlo siquiera frente a sí mismas. La nostalgia se manifiesta de manera indirecta en sus gustos literarios, en el escapismo de las películas. La mujer de mi generación consume con avidez toda película de época, nunca antes había gozado Jane Austen de una popularidad tan universal. La mujer contemporánea suspira con Downtown Abbey. Dice compadecerse de sus protagonistas pero secretamente las admira. Encuentra en las antiguas preocupaciones de sus protagonistas, las preocupaciones de “casarse bien” y de aprender a llevar una familia con sentido y sensibilidad, ciertas verdades profundas que le hacen eco y no sabe por qué.
La mujer perspicaz lee La Mística Femenina de Betty Friedan y se sorprende, no por la opresión de las amas de casa en los 50, sino por su increíble bonanza. Le cuesta creer lo bien que vivían. Si entonces la mujer podía elegir si deseaba trabajar o tener una familia, hoy la elección ha desaparecido. Elegir ser ama de casa para las mujeres de mi generación no se presenta como otra cosa que un sueño prohibido del que hay que sentir vergüenza.
En realidad la mujer de mi generación no puede retroceder porque no tiene referentes. Su madre era ya una mujer liberada, como lo fueron sus tías. Todo lo que conocen es la retórica de la liberación femenina y de las bondades de su actual condición. Quizás en sus abuelas encuentran un ejemplo de familia tradicional, pero les pilla lejano.
Si no tenemos referentes es importante rescatarlos o directamente construirlos. Hay que ver películas y series en los que la familia monógama existe aunque sean difíciles de encontrar. Hay que celebrar lo femenino, aprender a cocinar, disfrutar del hogar. Abrirle la puerta a las tradiciones. Empezar a reconstruir lo que hemos perdido, y sobre todo tenemos que hacer un esfuerzo por llamar a las cosas por su nombre, tocar los temas que no quieren que toquemos, usar las palabras precisas aunque no sean las políticamente correctas.
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