Pon la otra mejilla

January 8, 2024

Una de las frases más famosas del Sermón de la Montaña es la de poner la otra mejilla. En esencia significa que frente a un conflicto no hay que reaccionar a él con la misma energía, no hay que oponer resistencia, sino facilitar el proceso. Este principio que podría parecer una apología del masoquismo a simple vista encierra verdades que tienen aplicaciones espirituales, claro, pero también prácticas.

Para poder entender esto no hay que pasar por encima de la idea, sino meterse dentro de ella. Cuando se leen las cosas hay que hacerlo así. Es fácil leerlo o escucharlo e imaginarse a Jesús poniendo la otra mejilla, o una pelea de bar en la que a uno le dan un puñetazo y en lugar de defenderse permite que le sigan pegando. Si se lee así, proyectándolo hacia afuera es poco lo que hay que rascar y se pueden concluir muchas cosas, entre ellas la conclusión de Nietzsche de que las religiones abrahámicas responden a una moralidad de esclavo, o la versión youtuber de la misma idea, que esto está pensado y formulado para apaciguar a los borregos y facilitar el paso por el redil.

Hay que entender las cosas a profundidad, más bien, rotarlas en la cabeza para que vayan soltando la luz que encierran. Hay que imaginar con la mayor cantidad de detalle posible que uno está peleándose con otra persona, y entre las posibles peleas hay que elegir una que sea particularmente dura o dolorosa, y preguntarse con toda sinceridad si uno sería capaz de poner la otra mejilla. Hay que trasladarse mentalmente a la situación utilizando la memoria, recordar alguna pelea en la que uno haya reaccionado con particular ferocidad y en ese recuerdo preguntarse qué hubiese tenido que pasar para que, en lugar de la ferocidad, uno hubiese podido dar la otra mejilla.

Si haces el ejercicio de arriba descubrirás que es muy difícil. Primero es difícil mantenerse sereno en un conflicto sobre todo si es de los gordos y segundo, aún más difícil es facilitarlo, dejar que se desenvuelva. Hay un fragmento casi bestial de uno mismo que sale a la superficie cuando uno se ve amenazado o en riesgo y que para preservarse intenta destruir al oponente antes de que el oponente lo ponga en peligro a uno, es decir, salta al frente, enseña los colmillos y muerde también.

De manera que para poder actuar de esa manera, para poder poner la otra mejilla, primero hay que gobernarse. No es un logro fácil, eso de gobernarse, implica llevar las riendas. Es decir, hay que domar la bestia que reside dentro de uno mismo, ponerle riendas, saber conducirla a voluntad, dirigirla con la Consciencia y no solo eso, llegar a refinar esa relación para que se de con amor y con delicadeza. Una alegoría bonita sobre este proceso interior se da en la película La Vida de Pi.

Lo natural ante el conflicto no es la reacción ordenada sino la caótica, es resistirse al palo, actuar sin pensar porque no se tiene un control sobre uno mismo, muchas veces se llegan a decir cosas que no se piensan o se sienten, se cruzan líneas que no se querían cruzar, se hace daño a la otra persona y todo esto se hace por miedo, por miedo al dolor. Nada de esto es irreparable, si se tiene un poco de autocrítica, pero a menos de que aprendas a gobernarte solo tendrás una posible reacción ante un conflicto: el caos. Si te gobiernas se te abren las puertas de múltiples soluciones a las peleas, primero no seguir hundiéndote cada vez más en el fango, no herir al otro sin necesidad y especialmente se te abre la puerta de la opción conciliadora, si es que deseas tomarla.

Pero ¿por qué poner la otra mejilla? Sencillo… cuando en una situación de conflicto facilitas la expresión de la otra persona, le permites desenvolverse a su antojo, no te opones ni juzgas y simplemente observas al principio puedes sentir dolor, incomodidad, pero si los dejas pasar como si fuesen nubes en el cielo y fijas la mirada en lo que hay detrás, si te centras en la observación consciente, llegas a vislumbrar la naturaleza verdadera de la otra persona. Aprendes más sobre él o ella de lo que podrías aprender en cien años de relaciones tersas o de explosiones combativas.

¿Cómo se conduce? ¿Hasta donde se deja arrastrar? ¿Es simplemente un espectáculo con poca sustancia o es un rencor duradero? Todas estas cosas te las revela la otra persona en un conflicto si lo dejas actuar. Aquí la clave es no juzgar, no solamente no emitir el juicio de manera verbal, es no juzgar ni siquiera en tu mente porque si empiezas a juzgar te dejas arrastrar por tus propios pensamientos e invitas a tu propia bestia a salir al ruedo. Aquí es la observación paciente y la reflexión se dará cuando la pelea haya concluido y los ánimos se hayan calmado.

Hay gente con bestias feroces, que los arrastran hacia un lado y hacia el otro con intensidad y a las que no dominan, pero que, pasado el momento de la pelea, cuando los ánimos bajan son capaces de reflexionar sobre lo que ha pasado y poner las cosas en orden. Cuando te cruzas con una persona así lo mejor es aprender que hay que dejarlos solos cuando se enfadan y darles tiempo para calmarse, de nada sirve entrar en una pelea con alguien que puede llegar a ser muy hiriente y después se arrepiente y se siente culpable por algo que no sabe controlar. Salís los dos perdiendo y es muy fácil evitarlo.

Luego hay gente que es fría y no se implica en una pelea, su bestia se parece más a una serpiente que a un león, y en lugar de saltar hacia adelante con ferocidad, se retrae y planifica. Lo que los domina es el rencor que es una especie de odio más largo placista, un odio que sabe esperar. Así que en estas peleas cualquier cosa que digas se puede torcer y ser usada después en tu contra, incluso si tu intención es conciliadora, es mejor callar y dejar estar que darle armas al otro. A veces no es fácil reconciliarse con alguien así, hay que permitirles saciar su sed de venganza y demostrar que uno permanece allí aún después de que se hayan cobrado lo que consideran que tienen que cobrarse.

Hay gente que en una pelea te demuestra que albergan sentimientos hacia ti que no conocías y que no se corresponden con la relación que creías tener. Otros que dan golpes tan bajos que sabes que están hiriendo a posta. Hay gente que en una pelea más bien demuestra su nobleza y sabes que podrían atacarte mucho peor de lo que lo hacen pero se cortan para no herir. En fin, hay de todo pero en una pelea si conservas la calma, pones la otra mejilla y los dejas actuar los verás revelarse a sí mismos como nunca los verás hacerlo en situaciones cotidianas y así sabrás de quién rodearte.