El Yoto

January 3, 2024

No sé si queda algún despistado haciendo compras de último minuto, pero quería enseñaros algo que a pesar de ser un simple objeto, ha transformado mi relación con los espacios de mi casa y por lo tanto me ha hecho muy feliz. Creo que sería un regalo perfecto de Reyes para alguien especial.

Se llama “Yoto”, es un reproductor de audio: “bueno y qué”, pero es que en realidad el Yoto más que un reproductor, es un sistema de individuación de la música, que le devuelve a la música esa cualidad un tanto más conceptual que solía tener cuando venía agrupada en “paquetes”: en casettes, en CDs, y que ha perdido desde que se digitalizó.

 

Es una especie de cubo con dos botones a los lados y una ranura en la parte superior. Tiene una pantalla de “píxeles” no es un touch screen ni nada que se le parezca, su función es la de ser un “mapa” de lo que estás escuchando y poco más: pone la hora, el clima, el número de la pista que está sonando, pero también puedes asignarle iconos a las pistas que suenan, como el rayo de la imagen de arriba que se lo asigné a una canción de esa tarjeta de música “Pop” que está sonando.

 

El Yoto funciona muy parecido a como funcionaban los reproductores de casettes en apariencia. Es decir, hay unas tarjetas de plástico en las que puedes “meter” música, y entonces al introducir la tarjeta en la ranura del Yoto la música se reproduce como “por arte de magia”.

La forma técnica en la que funciona esto es un poco “un truco” porque las canciones no están físicamente dentro de las tarjetas como sí lo estaban en la cinta de un cassette. Es decir, las tarjetas no tienen un “chip” con la música dentro ni nada así. Van por medio de playlists en “la nube” y la tarjeta sencillamente la puedes enlazar a un playlist específico. El Yoto descarga la música que esté en tu carpeta de la nube y al meter la tarjeta suena lo que esté asignado a ella. No tiene que estar conectado a internet una vez que se ha descargado.

A mí me encanta por varios motivos, el primero es que es nostálgico. Veréis, para mí la música era esto:

 

Había una relación directa y material, táctil entre la música y quien la escuchaba. En esa relación se obligaba al que escuchaba a hacerle un sitio concreto dentro de la mente a esa música en específico, es decir, como si cogías una caja en tu cabeza y le ponías una etiqueta con el nombre del album y metías allí la música. La materialidad de un casette o de un CD hacía que escuchar música fuese un acto consciente. Manoseabas el librito que venía dentro con las letras, te las aprendías, veías las fotos mientras escuchabas la música. Cada álbum vivía en un espacio separado y delimitado de todo lo demás en tu mente.

Un gesto de aprecio era hacerle un mixtape a otra persona, para hacerlo había que elegir cuidadosamente una serie de canciones que de alguna manera reflejasen lo que sentías o querías expresarle, y después había que cazarlas en la radio para que cuando las pusieran le dieras al botón de play y rec… o había que ir a casa del amigo que había comprado el casette original para pedirle que te permitiese grabarlo. No era simplemente cuestión de “descargarlo” mágicamente a través de internet. Y después, con mucho mimo y un rotulador o varios le hacías la lista de canciones y algún dibujo o detalle en la portada.

El artista, el músico a la hora de plantearse su música no estaba buscando solamente el “hit” sino que el “hit” solo podía venderse acompañado de 12 canciones más y en esas canciones adicionales vivía la experimentación, el juego, el fracaso también, por qué no. Pero te forzaba a explorar cosas menos brillantes, que se quedaban entre el fango y la gloria, y que de alguna manera tu cerebro podía jugar a redimir.

Eso ya no existe, se ha perdido. Escuchamos batiburrillos de hits fabricados por otra persona en playlists interminables que no tienen ni principio ni fin y en el que el arte del album responde a aquello que sea más tuiteable, mas instagrameable. Si acaso se le asigna una emoción a la lista. Cuando abres spotify eres CONDUCIDO, entras en una corriente que te arrastra y te da igual lo que suene mientras suene algo. La música en sitios como Spotify se funde en una especie de fango uniforme, un puré de sonidos, sin identidad propia, sin contornos definidos. Un poco como le pasa a la gente también en según qué contextos cuando se dejan arrastrar demasiado por el entorno, que se funden entre sí y ya es imposible diferenciarles.

El “manoseo” es importante en toda relación, jajaja. Cuando manoseas la música, la haces tuya. No solo la escuchas con el oído sino que empiezas a entenderla, a relacionarte con ella con todo el cuerpo. Es una manera muy diferente de aprehender las cosas. Es además un idioma que el inconsciente entiende mucho mejor y puede sincronizarse con la parte despierta. Por eso en lo que respecta a la música ganamos tecnología, comodidad y amplitud con internet pero perdimos ese contacto, esa familiaridad de lo que se manosea.

Este aparato, el Yoto, me ha regalado la posibilidad de volver a manosear la música por medio de sus tarjetas y eso me gusta mucho. Imagina que te regalan esto y una tarjeta, un mixtape hecho especialmente para ti. Que fantasía.

De más está decir que nadie me ha pagado para escribir esto, lo escribo porque me gusta de corazón y creo que a más de uno podría gustarle. Si nunca antes habías oido hablar de esta cosa es porque está diseñado para niños y porque sospecho que se darán cuenta de que para un adulto es, si cabe, aún más divertido en un futuro próximo y entonces empezaremos a verlo en todas partes. Yo es que siempre me adelanto a todo dos o tres años.