Explosiones en el espacio

July 2, 2014

Tenía un amigo, que nunca se encontraba a gusto. Ir al cine a su lado era una experiencia más larga de lo habitual. En cada escena encontraba algo fuera de lugar y lo señalaba punto por punto durante toda la película. Su atención al detalle era admirable, pero su falta de sentido común no.

Todavía recuerdo cuando fuimos a ver una película de acción, del tipo de películas inspiradas en James Bond, en las que el héroe se propone un objetivo casi imposible y lo consigue en parte gracias a las bondades de la tecnología. Bueno, Brad Pitt estaba a punto de abrir una caja fuerte, la más segura del mundo entero, las alarmas del edificio se dispararon, todo muy trepidante, y ese fue el momento que mi amigo eligió para explicarme con todo lujo de detalles por qué era imposible que los integrantes de la banda se comunicaran entre sí por radio si las ondas electromagnéticas dentro de la caja fuerte interfieren con la señal. La ciencia es fascinante, sí, pero mi suspensión de la incredulidad se ha arruinado.

A este tipo de conducta he decidido llamarla “Explosiones en el Espacio” por la cantidad de gente que cree ser muy inteligente al señalar en Star Wars que es imposible que una nave estalle en el espacio.

El caso es que las Explosiones en el Espacio se repetían tanto que la gente comenzó a alejarse de mi amigo. Nadie quería salir con él. Normal. A mí me daba lástima. La gente decía que era un pesado, lo describían como una persona negativa. Pero las Explosiones en el Espacio no surgen de la negatividad. El problema de mi amigo es que no sabe administrar sus expectativas. Es un problema de sentido común. Todos sabemos que las películas de acción no tienen lógica ni siguen fórmulas matemáticas, aún así vamos a verlas. ¿Por qué? Porque da igual. Vamos a verla para entretenernos, para ver una historia divertida, para ver coches volando y a Tom Cruise escalar un rascacielos. La realidad es aburrida, no queremos que se cuele en las películas, al menos no en las de acción. Si mi amigo eligió entrar a una película de acción, es tonto esperar un documental. Las películas de acción son como son y ya. 

Las Explosiones en el Espacio ocurren en muchas circunstancias, no sólo con películas. Hace unos años Abercrombie & Fitch sacó una marca más sofisticada a la que le pusieron de nombre Ruehl. Desde el principio inventaron una historia elaborada para darle peso a la imagen de la marca, supuestamente era el legado de una familia de origen alemán de apellido Ruehl que emigró a Greenwich Village a principios de siglo y que abrió allí su primera tienda de ropa. Hasta inventaron un perro imaginario, un bulldog de la familia que sería el logo de la marca. Todo el mundo entendía que la historia era falsa, pero la veracidad de la historia daba igual. El hecho es que hacía de la tienda algo más divertido. Si a alguien le molestaba el tema de todas maneras no era el público adecuado para Ruehl, era el tipo de persona que compra en una tienda sin florituras, una tienda como GAP.

A mí por ejemplo me desagrada un montón pedir un taxi y que el taxista vaya hablando con el móvil todo el trayecto. Me enfada demasiado. Tanto, que cuando me ha pasado tengo que hacer un esfuerzo consciente por no quejarme, tengo que recordarme a mí misma que lo que he pedido es un taxi y no una limusina, y que lamentablemente este tipo de conductas son la norma. Las Explosiones en el Espacio comienzan en el minuto en el que decido llamar un taxi sabiendo de antemano cómo son y cuánto me enfada lidiar con ellos. Desde que entendí el concepto no he vuelto a llamar a un taxi, y cuando necesito trasladarme uso Uber.

Cuando Isra y yo decidimos crear nuestra revista, en un principio iba a ser una revista en español. Elaboramos una historia de fondo, mezclando mucho de ficción con algo de realidad. La historia decía que el edificio donde estaría el HQ de la revista era una antigua fábrica de refrescos en Brooklyn que habíamos heredado. Creamos una entrada de la Wikipedia que no enlazamos en ninguna parte, pero que si alguien buscaba en Google el nombre de la revista, o de la fábrica, la encontraría seguro, por hacer un juego: que si la gente lo buscaba lo encontrase, intentamos hacer algo divertido y original. Pero en cuanto publicamos la noticia, nos dimos cuenta de que la gente no entendió nuestro proyecto. En lugar de discutir sobre el primer artículo que enviamos, la gente se enfrascó en debates bizantinos acerca de si era real o no la historia de la creación de la revista. Les preocupaba si la historia de la revista eran datos reales. Durante semanas señalaban que nada era real y que por lo tanto el proyecto era una farsa. Lo que les pasó es similar a confundir a un actor con el personaje. Es como encontrarte en el aeropuerto con el actor que interpretó a Supermán y gritarle a la gente de alrededor que es mentira, que ese hombre no puede volar. Hasta el punto de que varias personas denunciaron el artículo de Wikipedia, y la Wikipedia lo eliminó. Nos dimos cuenta de que el público no estaba preparado para nuestra revista. Este tipo de maniobras publicitarias son una rutina afuera y la gente las acepta como un guiño, como un juego, pero en España en lugar de divertirse la gente se enfada y buscan destruir lo que el otro ha creado para ellos. Aquí es donde la línea se vuelve un poco difusa. No sé si la falta de sentido común la tenían los lectores al enfadarse con el mito, al esperar que la imagen de una marca sea la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad; o si por el contrario la falta de sentido común fue mía, por pretender hacer algo así con el público equivocado. Decidimos seguir adelante en inglés y olvidarnos del público español.

En parte el sentido común se trata de minimizar las Explosiones en el Espacio. De elegir lo que vas a hacer con un propósito y un objetivo. Si quieres ver ciencia pones un documental. Si vas a ver acción no esperes rigor científico. También ha de haber un punto de flexibilidad: las cosas cambian con el contexto y lo que funciona de una manera en España no se puede trasladar a Florida, o a Vancouver. Así que mudarse de un país a otro no sólo te permite ampliar tu experiencia, sino que te obliga a ejercitar el sentido común.