La marabunta

August 29, 2014

La retórica de Podemos funciona porque es ideología de la identidad. Busca que el votante se identifique con el partido hasta un punto tal en el que el partido se convierte en él mismo. La idea se transforma en una equivalencia de tipo EL PARTIDO = YO = EL PUEBLO. El escenario se complica cuando el partido gana y entonces el gobierno pasa a ser sinónimo del pueblo y todo el que se oponga a él deja de ser el pueblo. Si no estás con Pablo Iglesias, no eres el pueblo. Se termina por asociar a todo el que se opone con fuerzas extranjeras. En Venezuela, al opositor se le trataba de “yanqui” o “proyanqui” o “pitiyanqui” es decir: una persona que es fiel a EEUU por encima de Venezuela ya que Venezuela es Chavez y Chavez es Venezuela.

El mecanismo entra en efecto rápidamente, por poner un ejemplo, en el mensaje privado que una mujer que no conozco me dejó en Facebook y que aparece en la siguiente captura:

Maite Costal Mascato

Ella dice: “Ocúpate de tu país y deja de meterte con Podemos” préstale atención a la frase, la voy a volver a poner para que la leas nuevamente y léela con atención: “Ocúpate de tu país y deja de meterte con Podemos” Es decir, que me ocupe de mi país y deje de meterme con España, pero en lugar de usar la palabra España la sustituye con el nombre del partido: me estoy metiendo con Podemos, que ya es España en su imaginario. Por consiguiente, si Podemos es España, cualquiera que critique a Podemos no es España: a pesar de que todo el mundo sabe que soy española, se utiliza la estrategia de acusarme de ser extranjera para invalidar mi opinión simplemente porque he vivido en otros países como Venezuela o EEUU.

Puede que esta señora sea militante de un círculo de Podemos, o puede que sencillamente sienta un vínculo sentimental con el partido. En muchas ocasiones los que votan a partidos populistas ni siquiera están involucrados de manera activa en la política: ni van a mítines ni están apuntados a nada. Se limitan a comprarse la camiseta, a dejar comentarios en blogs, como mucho a colgar una pancarta en su balcón, y desde luego, llegado el momento, a votar por ellos. Aunque parezca un caso aislado y poco relevante, en cada país hay una marabunta de gente deseando que llegue un populista al poder para implicarse religiosamente con él y desahogarse de un sentimiento de fervor que en nuestras sociedades seculares raras veces encuentra expresión.

A Podemos desde luego le viene de maravilla ese fenómeno y lo estimulan a todo nivel. La idea de que el gobierno es el pueblo se ha utilizado desde la Revolución Francesa con el mismo objetivo: el de oprimir a la nación. Todo tipo de atropellos se cometen bajo la premisa de que se hace por el bien de la ciudadanía. Medidas dictatoriales, tasas de impuestos absurdas, expropiaciones, y en los peores casos hasta gulags y medidas de control que son réplicas de los episodios más oscuros de la historia. Todo se lleva acabo bajo la idea de que el gobierno es el pueblo.

Por ejemplo, cuando expropian una empresa lo hacen “por el pueblo” porque según su discurso, al expropiarla las ganancias de la empresa “serán de todos” cuando en realidad se expropia desde el gobierno con la idea de meter el brazo hasta el hombro y financiar la fiesta de corrupción y de amiguismo. La marabunta, desde luego, no ve un duro porque cuando toca repartirse las ganancias de ese trabajo de piratería que es el acto de gobernar de manera socialista, queda en evidencia la treta: el partido quiere que tú te identifiques con ellos, pero ellos no se identifican contigo. Cuando hay que repartir no hay pueblo que valga, ahí la distribución se hace entre la clase gobernante. No quiero decir con esto que sería mejor si entregasen los dividendos a la marabunta, después de todo el gobierno para ellos no es otra cosa que una mafia a sueldo que roba a unos para dárselo a otros. Lo que quiero decir es que la marabunta es la única criatura capaz de tropezar dos mil veces con la misma piedra sin escarmentar: una y otra vez participan del timo de la estampita.

En realidad la idea de pueblo, ese “nosotros” que somos los gobernados, el tú y yo, el hombre de a pie, no es otra cosa que la sumatoria de los individuos que componen la nación. El gobierno no es ni nunca será equivalente a la ciudadanía, y cuando toca aplicar medidas raras veces se hacen con la ciudadanía en mente, independientemente de lo que diga el discurso. Cuando el gobierno viola los derechos de un individuo, no sólo está violando los derechos de una persona en concreto, está violando los derechos en general, los de todo el pueblo porque nadie garantiza que si hoy se lo hacen a A, mañana no lo harán con B, con C, y hasta contigo. Esta es la realidad que la ideología populista busca opacar de forma desesperada. Cuando hacen a la gente creer que hay dos tipos de ciudadano, “nosotros” (que somos el pueblo) y “ellos” (que son la casta, o los extranjeros, o los yanquis, o lo que sea) la gente que les vota cree que son intocables y que las violaciones sólo se harán en contra de ese “ellos pervasivo” nunca piensan que también se pueden hacer en contra de “nosotros”. Al final todos caen, desde luego, porque el único “nosotros” para cualquier gobierno son las cabezas de su propio partido.

Esta marabunta de gente que vota a partidos populistas hiberna en todos los países del mundo. Cuando las situaciones son las propicias y aparece un líder dispuesto la marabunta se levanta y el país descubre que en él ha dormido siempre esa bestia. Si Podemos llega a ganar las elecciones lo hará apoyado por este tipo de gente, y España se llevará una sorpresa amarga. Muchos de vosotros descubriréis de golpe que no sois españoles, sois “europeístas” o cualquier otro término que convenientemente se sacarán de la manga llegado el momento.