A lo largo de cuatro años he experimentado con los comentarios de mil formas diferentes. En un principio los comentarios estaban abiertos, sin moderación, e incluso había un foro. Pero rápidamente me di cuenta de que este sistema es el preferido por la masa por una simple razón: la mayoría vienen a los blogs a comentar porque están aburridos y quieren llenar su cuota de protagonismo del día. Así que si dejo los comentarios abiertos se convierte todo en un desorden de disparates e insultos que no aportan nada positivo a los debates.
Después probé quitar los comentarios y dejar las discusiones para Facebook. Supuse que gran parte del problema era el anonimato y como en Facebook la gente escribe con nombre y apellido, las conversaciones se moderarían solas. Funcionó bastante bien pero cada vez que alguien decía algo realmente valioso en Facebook me daba mucha lástima pensar que nadie más podría leerlo y que una vez que desapareciera el post del timeline su comentario se perdería para siempre. Con los comentarios en los artículos eso no sucede porque acompañan al texto para siempre, con lo que cualquier persona que pinche sobre un enlace al blog podrá leer las perspectivas de los demás.
Así que ahora estoy probando la tercera vía que es permitir los comentarios en el blog pero con moderación. Es decir, que debo invertir parte de mi tiempo en leer vuestros comentarios cada día antes de decidir si deben ir o no junto al texto. Este trabajo toma mucho tiempo y esfuerzo porque de los cientos de comentarios que recibo solo apruebo como mucho un tercio, y tengo que leerlos todos al completo antes de decidir si merecen la pena o no. Como me toma tanto tiempo a veces paso un par de días sin aprobar o eliminar comentarios.
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