Los 4 tipos de inmigrante

August 13, 2015

La primera vez que mi madre me dejó acompañarla a una reunión de vecinos me sentí orgullosa porque esas reuniones “no eran para niños”. Tenía doce años y sentí que había sido invitada a formar parte de un club muy serio. Pero además sentí una gran envidia porque hasta entonces no sabía que las señoras del edificio preparaban galletas y tartas para presumir en la reunión, y que podía beber todo el refresco que quisiera.

El edificio era pequeño, no tenía más de 10 apartamentos, así que todos los vecinos nos conocíamos bien. Las relaciones eran estrechas porque muchos se conocían desde hacía más de diez años. A pesar de que había uno que otro desacuerdo (las hijas del señor García se apuntaron a clases de claqué, practicaban toda la noche, y no dejaban dormir a la señora Matos) el tono era de respeto porque era una comunidad de semejantes: el nivel de educación era parecido, teníamos todos expectativas similares, y había una sensación de destino compartido, de que estábamos todos en el mismo barco. Si al edificio le iba mal, a todos nos iba mal.

Pero entonces mi vecino, el que vivía justo en frente de mi casa, tuvo que vender su apartamento, y aceptó la oferta de un hombre que venía de una favela pero que había ganado mucho dinero de golpe porque había empezado a trabajar para el gobierno: tenía un sueldo cien veces por encima del que tenía cualquier persona normal por tener un puesto en un Ministerio. (Voy a usar el término “favela” que es brasilero, para que te hagas una imagen visual del lugar del que este hombre venía. El término en Venezuela es “barrio”, que por razones obvias es confuso para un español. De todas formas, a lo que me refiero es esto. De allí venía el nuevo vecino)

Si eres español te puede parecer extraño que una persona que antes vivía en una chabola llegue al gobierno y por esa razón gane mucho dinero de la noche a la mañana, pero algo me dice que no falta mucho para que se entienda este fenómeno en España. El hecho es que el hombre de la favela se trajo a toda su familia incluyendo a sus hermanas y a los hijos de sus hermanas, a vivir al edificio en un apartamento de tres habitaciones.

De inmediato nos dimos cuenta de que este hombre no era como nosotros. Como venían de una favela, sus costumbres y valores no coincidían con los nuestros. Su familia, gracias a su nuevo trabajo, tenía 4 coches SUV nuevos y como el apartamento tenía solamente dos plazas de parking, aparcaban sus SUV en cualquier sitio, ocupando las plazas de los demás.

Pero además tenían costumbres muy extrañas y hacían cosas que nos afectaban a nosotros directamente porque vivíamos justo en frente. Por ejemplo, cada vez que abrían la puerta del apartamento se podía ver hacia adentro, al salón de su casa, y allí, en medio del salón, tenían dos colchones en el suelo donde siempre había alguien diferente durmiendo. También tenían un parco dominio del idioma (no porque fuesen extranjeros, sino porque no sabían hablar), no saludaban a los otros vecinos y trataban de malas maneras a los demás por cualquier motivo. Las reuniones de vecinos terminaban a gritos.

Mis vecinos chavistas se apropiaron del pasillo: la puerta de su apartamento estaba perpetuamente abierta, se sentaban a beber cervezas en frente del ascensor y dejaban las botellas y las latas tiradas en el suelo. Además le dieron copias de las llaves del edificio a todos sus amigos de la favela, que entraban y salían a placer del edificio, a todas horas.

Fue entonces cuando empezaron a pasar otras cosas más graves: una mañana un vecino se iba a montar en su coche para ir al trabajo y descubrió que su coche no estaba: se lo habían robado. Dos personas que no vivían en el edificio estaban siempre en el parking, hablando con otras personas a través de la reja, y lanzándose paquetes. Algunos vecinos comentaban en secreto que los amigos del nuevo vecino estaban usando el parking del edificio como punto para vender droga.

Era evidente que mi vecino chavista y su familia no era gente como nosotros. No tenían la misma educación, ni los mismos valores, ni venían del mismo lugar. No consideraban el edificio como un barco en el que íbamos todos juntos, ni nos consideraban a nosotros como semejantes, como parte de una misma tripulación. Nuestros vecinos chavistas eran más bien como piratas, gente que vino a utilizar el edificio para un fin ruin, sin importar las consecuencias que tuviera para los demás.

Desde su punto de vista, lo que estaban haciendo era normal. Es lo que estaban acostumbrados a hacer en la favela de la que venían. Seguramente en su chabola ponían los colchones en el “salón”, bebían alcohol en la puerta con sus amigos, lo dejaban todo tirado por el suelo, y vendían droga por la puerta de atrás. Posiblemente todos sus amigos vivían de la misma manera, en su cultura eso era lo normal.

Esto que cuento pasó en Venezuela a todo nivel. Gracias al chavismo, la clase media que estaba constituida en su mayoría por médicos, arquitectos, ingenieros, gente con una profesión conocida, con valores, con capacidad moral; fue sustituida por una nueva clase social chavista. Los “boliburgueses” (así es como los llamaban) son gente que está acostumbrada a vivir del crimen. Continúan viviendo del crimen a través del gobierno criminal del que forman parte. Tradicionalmente habían estado relegados a vivir en favelas, pero gracias al chavismo se convirtieron en el pilar de la sociedad venezolana. La clase moral pasó a la periferia.

El éxodo masivo comenzó cuando la clase criminal inundó la ciudad y el fenómeno que ocurrió en mi edificio se extendió a todos los rincones del país. El crimen fue tan pronunciado que la vida se hizo imposible para todo el que no fuese un criminal. Los venezolanos jóvenes que tenían posibilidades de irse porque tenían dinero ahorrado en dólares y un pasaporte de otro país, lo hacían: se iban a cualquier sitio, huyendo. Los más afortunados se fueron a EEUU. Muchos se fueron a Europa: a España, a Italia, a UK. Los menos afortunados, los que no tenían doble nacionalidad, o no tenían suficiente dinero, se tuvieron que conformar con huir a Argentina, a Colombia, a México, es decir, se conformaron con darle una patada hacia adelante al problema, que al final tendrán que volver a atender tarde o temprano considerando que toda Sudamérica está bajo la influencia del chavismo.

Estos jóvenes exiliados, en su gran mayoría son gente normal, gente como tú. No se irían a otro país de manera ilegal porque no son personas que estén acostumbradas a romper las leyes. Son personas que cumplen la ley, que se asimilan de buena gana a la cultura del país al que llegan, aprenden su idioma y sus costumbres, y lo único que desean es una vida al margen del crimen y de la debacle social de la que huyeron porque, al igual que sus padres, son médicos, arquitectos, diseñadores, o ingenieros, porque en definitiva, tienen una profesión conocida y quieren vivir entre semejantes.

Pero estos no son los únicos inmigrantes que hay. Existe otro tipo de inmigrante que también huye del crimen: otros criminales. Cuando la cosa se pone difícil entre criminales, un criminal huye de los otros antes de que lo maten a él porque un criminal también pueden ser víctima del crimen, y al igual que una persona normal tienden a refugiarse cuando la situación lo amerita. Muchas veces huyen a países vecinos a través de la frontera.

Mi madre, que es psicóloga, hizo trabajo social durante muchos años en una escuela pública en Caracas atendiendo a los niños de las favelas. Me contó, por ejemplo, el caso de una niña de 5 años que estaba deprimida. Tratándola mi madre descubrió que la niña era mula de droga. Su madre la utilizaba para movilizar drogas de una favela a otra. La niña vivía con su madre y con su tío. En un altercado entre dos bandas su padre mató a su tío (eran de bandas contrarias), y la banda del tío se vengó matando a su padre. Así que, sin protección de ninguna de las dos bandas, la niña tuvo que huir con su madre a otra favela. Esa era la razón de su depresión.

Si esa historia te parece terrible es porque lo es. Pero a pesar de ser terrible no es una historia excepcional. En las favelas en Caracas este caso es uno de miles parecidos, mi madre ha tratado a decenas de niños en casos similares porque la cultura de la favela es violenta. Estas situaciones son parte del día a día de la gente que vive allí. Evidentemente hay gente en las favelas que no está involucrada con el crimen, no viven de él, pero no son la mayoría.

Si esta niña hubiese vivido en una ciudad fronteriza con un país como EEUU, posiblemente en lugar de escapar de una favela a otra, hubiese cruzado la frontera hacia el país de al lado. En un país como EEUU estaría mucho más segura y a salvo de las bandas que mudándose a una favela cercana.

Puede ser que la historia de la niña mula y su madre te produzca lástima, pero cuando se trata de la seguridad nacional de un país hay que analizar el caso con ojo crítico. El hecho de cruzar una frontera no te convierte mágicamente en un miembro de otra cultura. A lo que voy es que aunque la madre y la niña cruzasen la frontera, eso no las convierte de golpe en gente moral como tú y como yo. Los inmigrantes ilegales de este tipo no adquieren un código moral de la noche a la mañana. Lo más probable es que continúen dedicándose a lo que se han dedicado siempre: al crimen.

Muchos grupos piden amnistía para los inmigrantes ilegales. Cada cierto tiempo vuelven a introducir el DREAM act en el senado americano que promete otorgar residencia permanente a todos los inmigrantes ilegales que hayan entrado a EEUU con menos de 16 años. Pareciera una bonita iniciativa, porque ¿qué culpa puede tener un niño de que sus padres lo hayan hecho cruzar la frontera de manera ilegal? ¿qué culpa tiene la niña mula de que sus padres la utilizaran para movilizar droga? ¿Está la niña mula condenada a ser una criminal sólo porque sus padres la criaron de esta manera?

Son preguntas válidas y si tienes un corazón grande puede ser que este tipo de dramas te consuman. Si te consideras una buena persona y te parece que la niña merece una vida mejor posiblemente te parezca una buena idea el DREAM act, es posible que si estuviera en tu mano, o si fueras americano, apoyarías la iniciativa de otorgar un camino para la ciudadanía a niñas como esta. Pero esa visión es sumamente corta. Es una reacción visceral a un problema delicado. Los sentimientos raras veces permiten observar los problemas con una visión a largo plazo.

Imagina por un momento lo que ocurriría con la niña mula si le otorgasen la ciudadanía. Aunque se integrara, una vez obtenida la ciudadanía podría pedir legalmente que vinieran sus familiares y extenderles la ciudadanía (en EEUU funciona así). Podría, por ejemplo, pedir a sus hermanos que siguen viviendo en la favela y pertenecen a bandas violentas. Sus hermanos entrarían a EEUU de forma legal, y con el tiempo podrían pedir a sus mujeres, a sus hijos, el ciclo se repetiría sin final.

Evidentemente no todos los inmigrantes ilegales son como la niña mula y su madre. Habrá inmigrantes ilegales que son buenas personas y sólo quieren vivir mejor. Gente que cruza la frontera y lo único que quiere es encontrar un trabajo y mantener a su familia. Sin embargo, ningún país está en la obligación de aceptar a todas las personas pobres del mundo, a toda persona que esté pasando por una situación difícil. Cada país tiene sus propios ciudadanos pobres, a los que tiene que atender, pero sobre todo tiene la responsabilidad de proteger el futuro de sus ciudadanos, pobres o ricos.

Cuando un inmigrante ilegal “que sólo quiere trabajar” entra a un país ilegalmente y encuentra un trabajo, se está sumando a una clase social inferior que no tiene derechos ni deberes para con el país que los acoge. A lo que me refiero es que las empresas que los contratan no tienen que ocuparse de pagar seguridad social ni de darles condiciones dignas de trabajo, como muchos de los defensores de la amnistía han señalado. Pero por otra parte, el inmigrante ilegal difícilmente paga impuestos, no está sometido a las limitaciones de salario que impone el gobierno, y además utiliza el sistema educativo y el sistema de salud sin costo alguno.

Muchos defensores de la amnistía en Estados Unidos responden a este argumento diciendo que los inmigrantes ilegales se encargan de hacer los trabajos que “ningún americano querría hacer”. El argumento siempre es vago y se ofrecen pocos detalles, pero pareciera que se refieren a trabajos de alto riesgo o trabajos desagradables como limpiar baños. Pareciera que los americanos son personas sensibles que prefieren pasar hambre que ensuciarse las manos.

Pero ese, desde luego, no es el motivo por el que los inmigrantes ilegales obtienen puestos de trabajo por encima de los americanos. No se trata de sus expectativas ni sus fortalezas, no es un tema de quién trabaja más duro, o qué cosas producen asco al americano medio. Lo que ocurre es que el que es un ciudadano está obligado a cumplir con leyes que el inmigrante ilegal puede saltarse.

A lo que me refiero es a lo siguiente: imagina que una empresa que fabrica tornillos quisiera expandirse y para ello necesitara contratar a 100 nuevos empleados. La empresa tiene al menos 200 candidatos americanos interesados en trabajar para ellos en esta nueva expansión. Sin embargo el presupuesto solo alcanza para pagar 4 dólares la hora a cada empleado nuevo. Muchos americanos desempleados estarían dispuestos a trabajar por ese sueldo, es preferible a estar en la calle, pero no pueden hacerlo porque están obligados a cumplir con las leyes de sueldo mínimo que es $7.25 la hora. Quizás algunos americanos estarían dispuestos a violar la ley y trabajar por menos que eso, pero ninguna empresa se arriesgaría a contratar a un ciudadano americano pagándole menos del sueldo mínimo porque nada impide que esa persona vaya a un juzgado a introducir una demanda a la empresa.

Dado que ningún americano puede trabajar por menos de $7.25 la hora, la empresa se ve en la necesidad de contratar a 100 trabajadores ilegales, o desechar su proyecto de expansión. Algunas empresas eligen una ruta, otras empresas la otra. Quizás si no hubiesen inmigrantes ilegales la empresa tendría que buscar una alternativa, quizás tendría que contratar solamente a 50 trabajadores americanos pagándoles $8 la hora. Cuando un inmigrante ilegal viene a EEUU “solo a trabajar” está sumándose a una casta inferior que perjudica al trabajador americano quitándole puestos de trabajo.

Si bien el inmigrante ilegal “bueno” no es violento como el “malo”, es imposible diferenciarlos. Ambos cruzan la frontera sin pasar por filtro alguno, el Estado no sabe ni siquiera que existen. Si un puñado de mexicanos cruza la frontera el día lunes, no sabrás cuántos de ellos son trabajadores y cuántos son criminales. Aceptar a un grupo implica necesariamente aceptar al otro.

Por otro lado cuando un país acepta a un inmigrante legal, esa persona ha pasado por un filtro. A esa persona, por ejemplo, se le puede haber pedido un certificado de penales, detalles acerca de su situación económica, y otros factores que ayudarán a determinar si su presencia en el país será positiva o negativa, si es “bueno” o “malo”. Sin embargo no hay que caer en el error de creer que simplemente porque alguien entró de manera legal en el país, implica que es un “buen” inmigrante. La inmigración legal es también un problema cuando el país de acogida no se toma en serio el proceso de filtrar a los candidatos y abre las puertas a cualquiera.

Dzhokhar y Tamerlan Tsarnaev (los terroristas del maratón de Boston) eran ambos inmigrantes legales que vivían de ayudas del Estado, Dzhokhar era ciudadano naturalizado. Este es sólo un ejemplo de la larga lista de destacados terroristas con pasaporte americano.

Anwar al-Awlaki, miembro de Al-Qaeda, y bebé ancla, también tenía un pasaporte americano. Murió en Afganistán durante un ataque con drones orquestado por el ejército americano. Su muerte provocó que el senador Rand Paul iniciara un filibuster de 13 horas que buscaba prohibir que el gobierno americano atacara con drones a “ciudadanos americanos desarmados”.

Nidal Malik Hasan, el shooter de Fort Hood, otro bebé ancla que era también americano, como lo era Faisal Shahzad, el terrorista del ataque a Times Square, sólo que Shahzad entró con una visa de estudiante y se naturalizó en 2009. Todos los inmigrantes somalíes que vivían en Minnesota y que votaron en bloque por Al Franken antes de viajar a Siria para unirse a ISIS también entraron de manera legal.

Ninguno de ellos contrató a un coyote para cruzar la frontera con México. Ninguno cruzó a nado el Rio Grande, ni entró por la frontera con Canadá. Todos ellos son inmigrantes legales, son bebés-ancla de madres musulmanas, o llegaron a EEUU en calidad de refugiados humanitarios, con visas de estudiante o de turista. Hay decenas de ejemplos más, pero creo que con este par es suficiente.

Para que la inmigración legal deje de ser un problema, el Estado tiene que utilizar sus filtros de la manera más dura posible. El baremo tiene que ser siempre alto. Aceptar únicamente lo mejor de las culturas semejantes. Nunca de culturas dramáticamente distintas, de países adversarios, o de religiones hostiles. No es suficiente con hacer un análisis de los antecedentes penales que pueda tener una persona porque muchos de estos criminales entran a EEUU siendo niños. La pregunta debe ser siempre: ¿de qué manera beneficiará este inmigrante a nuestro país? Si vamos a aceptar a esta persona en nuestro seno ¿qué nos ofrece él a cambio?

A lo que iba con todo esto es que es insuficiente pensar en la inmigración en términos de “inmigrantes vs ciudadanos”. O de “inmigrantes legales vs. inmigrantes ilegales” porque hay demasiadas variables y complicaciones.

Los inmigrantes legales que son personas normales tienen una afinidad, una alianza natural, con los ciudadanos de clase media que son trabajadores, como ellos. Ambos grupos comparten el interés de acabar con la inmigración ilegal porque consideran que es una fuente de criminalidad, y que les quitan los puestos de trabajo, no sin razón.

Los inmigrantes legales que son personas normales, en especial los hispanos, no quieren que EEUU se transforme en el país del que huyeron. En eso se parecen a la clase media del país de acogida, al menos a quienes tienen sentido común, y por eso no sorprende ver que ambos votarían de buena gana por alguien como Trump, precisamente porque (y no a pesar de que) propone construir un gran muro entre EEUU y México.

Por otra parte, existe otra alianza natural entre los grupos que están en el poder (de ambos lados) y la inmigración ilegal. Los progresistas tienen una cómoda alianza con los criminales, los legales y los ilegales, porque no solamente representan una actual o futura mina de votos, sino que además, cumplen una función mucho más vital: son agitadores, son turbas al servicio del poder. Los demócratas son capaces de movilizar estas turbas porque funcionan como milicias a sueldo del partido. Esa relación no es peculiar, no es algo único que no tenga antecedentes en la historia. Imagino que líderes como Farrakhan y Al Sharpton tendrían muchos temas que discutir si se encontrasen con Milo y Clodius, y se tomarían unas cervezas con los Tupamaros venezolanos.

Por su parte los conservadores que están en el poder tienen una alianza con los inmigrantes ilegales que “solo vienen a trabajar”. Hay grandes empresas que se benefician del hecho de que existe una casta inferior que está dispuesta a cobrar menos de lo que cobraría un ciudadano normal, y por quienes además, no tienen que pagar seguridad social al Estado. Los inmigrantes ilegales son una mina de oro. Si construyen un muro y los echan, muchas empresas dejarían de ser viables, y otras serían mucho menos rentables de lo que son hoy.

Esta es la razón por la cual de la inmigración no se habla en ninguna parte. Es sorprendente, pero es el único tema en el que no se escucha la opinión contraria en los medios de comunicación. Cuando se habla de otros temas polémicos como puede ser el aborto, escuchamos a los que están a favor, y también escuchamos a los que están en contra. Pasa con la seguridad social, con el asistencialismo del Estado, con los deshaucios, pasa incluso con el separatismo. Pero no con la inmigración. Cuando se trata de inmigración, lo único que escuchamos de ambos lados es alabanzas a la diversidad y a la multi-culturalidad.

Pasa en todo Occidente. No queda un sólo país en Europa que se salve de la inmigración, de la importación masiva de barbarismo. No se sabe, por ejemplo, cuántos inmigrantes ilegales hay (ni en EEUU, ni en España, ni en Europa en general). Se usa la misma cifra estimada durante décadas (12 millones en EEUU, 5 en España) que claramente está muy por debajo de los números reales. No se sabe cuántos están empleados y cuántos están en paro, cuántos han cometido delitos, y nadie se atreve a discutir el tema de la inmigración de manera seria en el escenario político.

Las políticas de inmigración masiva son una traición a la clase trabajadora, al ciudadano medio, cuyo único aliado, paradójicamente, es el inmigrante legal decente. Nadie le dice al pueblo la verdad. Nadie le dice al ciudadano que la inmigración puede cambiar totalmente una cultura. Que al aceptar millones de personas que nada tienen que ver con nosotros ponemos en peligro nuestra forma de vida y debilitamos la sociedad de la que formamos parte.

De los problemas que las políticas masivas de inmigración traen consigo todos hablan, pero nadie dice que son problemas de inmigración. La pobreza infantil por ejemplo, ese meme absurdo que le gusta invocar a Carmena y compañía, es producto de la inmigración, como lo fue también la alarmante cifra de violencia doméstica en España, cuando parecía que cada semana una mujer diferente era asesinada por su marido y se llegaba a hablar de la nacionalidad de la mujer que era la víctima, pero raras veces se mencionaba la del hombre. El terrorismo, el narcotráfico, la trata de blancas, las violaciones y la inseguridad, la destrucción de los parques, el colapso del sistema de salud, los nuevos casos de enfermedades que habían sido erradicadas, todos son problemas importados.

Todos estos problemas son, a grandes rasgos, resultado de la inmigración, pero en los medios nadie los identifica como tal. El que asesina a su mujer es siempre “un hombre”, la pobreza infantil es siempre un problema de “familias en España”, etc. Si como ciudadano te cuestionas esto o si te atreves a decir que te gustaba como solía ser España antes, o como era EEUU en el pasado, te tildan de racista.

Pero la realidad es que al importar millones de inmigrantes de culturas que nada tienen que ver con la nuestra, traemos toda una serie de problemas al país, diluímos nuestra cultura, ponemos en peligro nuestro modo de vida, la libertad y la prosperidad de nuestras sociedades, y nos estamos arriesgando a un experimento social suicida.

Para ponerlo de manera más simple: tenemos 4 tipos básicos de inmigrante: (1) el inmigrante legal que cumple con la ley, (2) el inmigrante legal que es un criminal o un terrorista, (3) el inmigrante ilegal que viene “solo a trabajar”, (4) El inmigrante ilegal que es un criminal. La solución al problema de la inmigración varía según tus alianzas:

Si eres progresista, entonces tu solución es ofrecer una vía voluntaria para la ciudadanía a los grupos (3) y (4), pero sin hacerla obligatoria. De cara al público es porque “todos somos iguales” y por lo tanto no se debe criminalizar al inmigrante ilegal, los policías no deben tener la capacidad de pedirle los papeles a alguien únicamente por su aspecto o su conducta, y no se debe poder deportar a nadie del país. Para ello es necesario establecer ciudades “santuario” en las que ni siquiera es posible deportar a inmigrantes ilegales que han cometido un crimen. Con respecto a los grupos (1) y (2) el Estado no debe poder vigilar a nadie por las buenas, ni siquiera si existe la sospecha de que algun inmigrante legal pueda cometer un acto de terrorismo. La realidad es la alianza que mencioné antes.

Si eres moderado, y aquí incluyo a la “derecha” que también suele pecar de Universalista, entonces tu solución es diferenciar al grupo (3) del (4) para poder deportar a uno y perdonar al segundo, de cara al público es un tema “de carácter”. Pero realmente es un tema de alianzas. aCon respecto a los inmigrantes legales, consideras que la diversidad es buena porque enriquece al país y se debe proteger y expandir el grupo (1). Al grupo (2) se le debe procesar como a cualquier otro ciudadano criminal.

Pero un esencialista comprende que la diversidad no es buena, que la sociedad más fuerte es la homogénea. Para el reaccionario todos los grupos (1), (2), (3), y (4) son un problema para el país de acogida porque debilitan el tejido social y diluyen la cultura original. Incluso los inmigrantes legales que cumplen con la ley son un problema para el país de acogida si su cultura y su idioma no son los mismos que los de la nación.

Imagina el caso del edificio de vecinos. Imagina que en lugar de venderle el apartamento a un chavista de la favela, mi vecino se lo hubiese vendido a un inmigrante chino que no habla español. La situación hubiese sido diferente, desde luego, no hubiésemos tenido problemas de venta de drogas en el estacionamiento ni latas de cerveza tiradas por los pasillos. Pero en las reuniones de vecinos las cosas posiblemente hubiesen sido más difíciles que antes. Llegar a un acuerdo con un chino que no habla el idioma hubiese sido todo un reto. Sus valores y sus costumbres hubiesen sido completamente diferentes a las del resto de los vecinos, y su presencia hubiese sido causa de incomodidad y fracturas en lo que solía ser un solo grupo de vecinos.

La presencia del chino hubiese sido una carga para el edificio. Si el vecino pagaba puntualmente su cuota de la comunidad y ponía de su parte a la hora de comunicarse, quizás a la larga se hubiese integrado y las reuniones serían un poco más fluidas. Pero ese trabajo de integración lleva tiempo y jamás es completo. También podría ocurrir lo contrario: que el chino se mantuviera al margen del edificio, continuara hablando en chino, avisara a sus amigos chinos de que hay otro apartamento en venta en el edificio y terminaran creando una coalición de chinos votando en bloque por propuestas que difieren de los intereses del resto de los vecinos.

Nada de esto hubiese ocurrido si mi vecino hubiese vendido su apartamento a un semejante. A un venezolano normal, o a alguien que compartiese el idioma y las costumbres como, por ejemplo, un español o un cubano decente. La presencia de un vecino cubano hubiese enriquecido las reuniones porque compartiría valores y costumbres, pero aportaría un punto de vista nuevo.

De manera que cuando se trata de inmigración la única inmigración que un país debe aceptar es la inmigración de semejantes. De gente que comparte idioma, cultura, etnia, y religión contigo. No hay problema alguno con que un italiano migre a España. A pesar de la diferencia de idiomas, son la misma cosa. Un español y un italiano se entienden porque forman parte de la misma cultura, profesan la misma religión, y tienen un sentido de destino compartido. La diversidad étnico-cultural no hace a un país fuerte, ni lo hace más interesante, ni más rico. Las minorías étnicas, raciales, religiosas, o culturales siempre desembocan en fricción social. Son como quistes en el tejido social de un país.

De la misma manera, aunque un país acepte inmigración de otro por sus semejanzas, no debe aceptar incondicionalmente a todos sus individuos por igual. Debe enfocarse en aceptar exclusivamente a los de cierta talla moral y rechazar a los criminales, a quienes no se apegan a la ley o a las buenas costumbres. Únicamente aplicando estos dos filtros se debería aceptar a un ciudadano de otro país en el tuyo.

He utilizado el ejemplo de EEUU porque considero que es un ejemplo más neutral para hablar de políticas de inmigración. Es fácil ver las cosas de manera objetiva si tú estás en España y te estoy hablando de inmigrantes mexicanos en California, que si cogiera como ejemplo a Europa y a los inmigrantes musulmanes que vienen de Turquía o a los negros que vienen de Africa a través de Marruecos. Pero en todas las naciones aplican los mismos principios.