Abrir candados

December 23rd, 2014

Este video es de ayer, del primer mitin de Pablo Iglesias en Barcelona, en el centro deportivo municipal Olímpics Vall d’Hebron. Habló de iniciar un proceso constituyente que “abra puertas y ventanas, que abra los candados”.

Seguramente te suene la frase de “abrir candados” y de “proceso constituyente” porque en Julio comenté que a medida que se acerquen las elecciones generales sus discursos se irán centrando más sobre este tema hasta que no escucharemos otra cosa que la furiosa necesidad de cambiar la constitución. Incluso utilicé el mismo término de “abrir candados”, de manera negativa, para ilustrar el riesgo.

Constituyente

Aunque comenté este tema hace seis meses, cuando Pablo Iglesias no hablaba de esto aún, no lo traigo aquí para hacer gala de la predicción. No hace falta ser demasiado inteligente para detectar el guión que pretenden ejecutar, basta con conocer lo que ocurrió en Venezuela para poder adivinar lo que tienen pensado hacer a corto y largo plazo, es un calco del proceso “revolucionario” que se está implementando en toda Sudamérica.

En la imagen hay un fragmento de mi artículo, pero podéis leer todo lo que escribí sobre el proceso constituyente en el apartado que lleva el mismo nombre pulsando en el siguiente enlace (he incorporado un índice para hacer la navegación más sencilla y para que podáis enlazar a un apartado en concreto):

El Proceso Constituyente

En ese apartado podéis leer los riesgos de un proceso constituyente y cuál es el verdadero objetivo de Podemos con ese proceso (que no es abrir ventanas ni puertas que no sé lo que significa, aunque sí es todos los candados, los candados que protegen la democracia, las libertades, la separación de poderes, etc.)

Cubama

December 18th, 2014

El objetivo de las sanciones sobre Cuba no es derribar el régimen de Castro, es un tema de principios. No te sientas a la mesa con un asesino, no compartes con él tu comida. Si después de 50 años el asesino sigue siendo un asesino, y todo permanece igual, al menos sabrás que has hecho lo correcto. Lo que no debes hacer es sentarte a almorzar con él porque “claramente tu estrategia de comer en otra parte no ha funcionado”.

El régimen cubano es una dictadura sanguinaria que ha cobrado decenas de miles de vidas a lo largo de 50 años en su propio suelo, pero las víctimas que ha tenido su influencia en suelo internacional son incalculables. El régimen ha financiado cientos de ataques terroristas en Sudamérica, y en Europa. Ha dado cobijo a criminales y terroristas desde los Black Panthers hasta ETA. Cada vez que hay un ataque terrorista y no está directamente asociado al islam, el primer lugar al que hay que darse la vuelta a mirar es a Cuba, porque lo más probable es que de una o de otra forma Castro esté involucrado.

El que está a la cabeza de Cuba sigue siendo el mismo que hace unas décadas propuso a Rusia un plan para desatar sobre el suelo americano un ataque nuclear usando la isla como plataforma de lanzamiento. Hace unos meses Putin visitó a los Castro con el objetivo de re-establecer la base militar soviética en Lourdes. Castro es un enemigo de los americanos, lo ha sido durante toda su vida, y a diferencia de otros enemigos como Corea del Norte, Castro opera a 90 millas de Florida.

Hay quien piensa que el bloqueo perjudica a los cubanos y que por ese motivo hay que eliminarlo, que la razón por la que en Cuba carecen de los insumos más básicos es por causa del bloqueo. Pero cualquiera que entienda lo que es el bloqueo sabe que no es la causa de los problemas que aquejan a Cuba. En primer lugar porque el bloqueo es una política interna de EEUU y sólo afecta a los ciudadanos americanos y sus empresas. Cuba mantiene relaciones comerciales con la mayoría de los países del mundo, incluso forma parte de la WTO desde 1995. En segundo lugar porque en otros países comunistas como lo es Venezuela sufren los mismos males y no hay bloqueo alguno. No es por el bloqueo que la economía de Cuba es un desastre.

Otros creen, como el Papa Francisco, que para promover la democracia y la libertad hay que estrechar las relaciones. Pero quien crea que se puede persuadir a un dictador de ser una mejor persona tratándolo bien no conoce nada de política internacional. Eliminar el bloqueo sobre Cuba no traerá libertades a la Isla porque no depende de que los individuos de Cuba adopten la libertad como modo de vida. Depende de que el dictador sanguinario con un ejército a su espalda decida colgar la toalla.

Quien considere que eliminar sanciones ayudará a propagar la democracia, no conoce a los Castro. En Cuba cualquier transacción comercial debe ser aprobada por el régimen y pasar a través de él, así que cualquier intercambio con “los cubanos” sólo fortalece a los Castro. Hay que ser naive para pensar que el hecho de que una empresa americana pueda comprar cañas de azúcar y firmar un cheque a Raúl Castro va a beneficiar de alguna manera a la gente de Cuba.

El romance entre Obama y el dictador de Cuba no es algo nuevo. Es anterior al precio del petróleo, a las amenazas de Putin, a su propia presidencia. Re-evaluar el bloqueo fue una de sus promesas de campaña. Ahora ha decidido actuar sobre este tema sin consultar a nadie. No hubo discusión sobre Cuba en el Senado ni en la Casa de Representantes. Obama actuó solo. El gobierno de Obama se ha caracterizado desde el inicio por darle la espalda a los aliados de Occidente y besarle la mano a sus enemigos.

Por eso no sorprende que haya elegido este momento justamente para estrechar lazos de amistad. Fidel Castro tiene 88 años, su hermano tiene 83, el precio del petróleo ha caído y con él el tributo que le paga Venezuela. La situación del régimen en este momento es precaria y cada vez es más evidente que Cuba tendrá que buscar un sucesor. Las sanciones eran un arma de negociación que podía usar EEUU para persuadir al nuevo régimen de hacer concesiones democráticas que brindaran nuevas libertades al pueblo cubano. En lugar de eso Obama le lanzó a Fidel un salvavidas.

Ajedrez y democracia.

December 8th, 2014

A menos de que tengas doscientos años lo más probable es que al escuchar la palabra “democracia” pienses en prosperidad, justicia, progreso, y paz. Pero para mí la palabra “democracia” significa tiranía, guerra, y atraso. De manera que es probable que si nos encontrásemos en alguna parte tú y yo tendríamos algunas cosas que decirnos.

Cuando frente a un hecho se desprenden dos explicaciones: una basada en la realidad y otra basada en una ficción, no siempre gana la primera. Es posible que en una disputa entre la verdad y la ficción, sea la ficción la que gane, y no solo que gane, sino que además, por atractiva o conveniente, suplante a la realidad.

Imagina que una persona comenta que está cansada y otra le dice que la mejor forma de descansar es salir a correr un rato. Todos sabemos que la solución no es esa sino precisamente la contraria, pero con el mensaje adecuado y la intensidad suficiente se puede llegar a convencer a todo un pueblo de que la solución al cansancio está en salir a correr. En especial si el gobernante es el dueño de la fábrica de zapatillas deportivas.

No siempre las ficciones son lo opuesto a la realidad como en el ejemplo anterior, muchas veces son simplemente explicaciones alternativas y ficticias, como señalar que la solución al cansancio pasa por comer brócoli. El caso es que casi siempre estas ideas ficticias se propagan porque quienes están en el poder tienen el motivo y los medios para propagarlas, y porque la marabunta carece del ingenio necesario para detectar el engaño.

El truco de las ficciones políticas está en que nadie las detecta. Se sostienen precisamente porque son capaces de suplantar a la realidad de forma completa. Hay que acotar que no son mentiras cogidas por los pelos, son ficciones creíbles, difíciles de desmentir, que evolucionan junto con la sociedad a lo largo de varios siglos, en el caso de la democracia son los últimos 200 años, y es una idea que está tan arraigada socialmente que planteársela trae consigo un estigma social.

El mejor ejemplo para ilustrar esto es el de la Monarquía Divina porque es una ficción difunta: ya nadie cree en esto, pero hace unos siglos todo el mundo creía que la Monarquía Divina era el gobierno perfecto: un sistema en el que el Rey es elegido y puesto allí por D-os para gobernar sobre todos. Dado que en el pasado sí creímos en esto de forma colectiva y hoy nadie cree en ello entonces la única conclusión que se puede sacar es que o bien la ficción suplantó a la realidad en el pasado y estuvimos todos engañados; o lo estamos ahora y la Monarquía Divina sí es, en efecto, un designio de los Cielos.

Convencer a un ciudadano egipcio del siglo 3 AdC de que la Monarquía Divina no era real, que D-os no seleccionó a nadie, y que por lo tanto el gobernante estaba allí de forma más o menos arbitraria, sería un ejercicio tan complicado como convencer al ciudadano del siglo 21 de que la Democracia Participativa es una ficción, que no produce igualdad ni trae bienestar ni paz a los pueblos, y que en definitiva está en el origen de las tiranías.

Quizás esto es un artículo que por lo extenso debería ir en la sección de artículos, pero dado que las ideas aunque forman un cuadro sólido, entre ellas son más o menos independientes prefiero hacer varias notas cortas, cada una explicando una idea puntual acerca de la ficción de la Democracia, que un artículo largo. Esta es la primera de ellas acerca de lo pernicioso que es el voto popular.

Imagina que hay un tablero de ajedrez. Tenemos las fichas negras, las fichas blancas, un jugador a cada lado. Alrededor del tablero hay además una audiencia. A medida que se desarrolla el juego la audiencia hace apuestas. Algunos apuestan a favor del jugador negro. Otros a favor del blanco. Dependiendo de los movimientos que hace cada uno las probabilidades de ganar o de perder aumentan y lo mismo ocurre con las apuestas.

Supongamos que el juego acaba de empezar. El tablero está intacto. En este momento tanto el blanco como el negro tienen las mismas probabilidades de ganar, y por lo tanto colocar una apuesta a favor de uno o a favor del otro paga lo mismo: 50-50.

El blanco abre con un movimiento tradicional, como podría ser el Peón del Rey. Es un movimiento típico para el que existe una amplia gama de respuestas predeterminadas y que por lo tanto no afecta en gran medida el desenlace del juego. Si decides apostar en este punto las probabilidades siguen siendo 50-50 o supongamos que son algo así como 49-51 dado que el blanco ya ha movido.

Ahora imagina que en lugar de abrir de la forma tradicional, el blanco abre con una jugada torpe como el Peón del Alfil. Es difícil recuperarse si cometes un error estúpido al principio de un juego. Sabemos que la audiencia considera que el blanco tiene menos probabilidades de ganar porque las apuestas rondan el 30-70 a favor del negro.

Considera las posibilidades de este arreglo y piensa en lo que pasaría si tú pudieras conocer de antemano las apuestas que haría la audiencia en base al juego que se está desarrollando. Sabrías qué apuestas haría la audiencia dependiendo de cada movimiento, y podrías elegir cómo reaccionar en base a eso. Es decir, serías capaz de eliminar al jugador. Es una idea radical y hasta cierto punto genial. No dependes de la capacidad del jugador para elegir de qué forma mover las fichas y parece que has logrado desprenderte del error humano.

Pero aquí viene el problema y es el siguiente: para que este ejercicio tenga un final feliz la audiencia ha de cumplir con tres requisitos:

1) La audiencia ha de conocer el juego.

2) La audiencia ha de estar involucrada con el desenlace del juego.

3) No debe haber un conflicto de interés.

La audiencia ha de conocer cómo funciona el ajedrez y debe tener experiencia jugando. Si la audiencia no conoce la diferencia que existe entre abrir con el Peón del Rey y abrir con el Peón del Alfil, están apostando a ciegas y sus elecciones tendrán poca relación con la realidad por lo que guiarte por ellas no será mejor que lanzar una moneda.

Si a la audiencia le da igual el desenlace del juego porque no ha invertido nada en él entonces también tenderán a apostar por diversión. No apostarán de manera rigurosa ni estudiarán las posibilidades con atención. Quizás una manera de corregirlo sería observar cuánto dinero apuesta cada cual. Una persona que no ha invertido nada, o casi nada, en la apuesta tiene menos que perder que alguien que ha invertido una cuantiosa suma, podemos pensar que la tendencia es que la gente que invierte fuertemente lo hace con convicción: sabe a qué está apostando. El dinero se toma simplemente como una medida de cuánto confía el que apuesta en su elección: mientras más ha arriesgado una persona en una empresa, tanto más importante es para él el desenlace.

En última instancia es necesario que no existan conflictos de interés. Supongamos que a un miembro de la audiencia se le ocurre que si apuesta fuertemente a un resultado determinado puede ganar mucho dinero pero para ello necesita que el resto de la audiencia apueste al escenario contrario aunque no tenga mucho sentido hacerlo. Si esta persona puede utilizar su dinero para alterar el patrón de apuestas de la audiencia e influir en sus elecciones lo hará siempre y cuando le reporte un beneficio. Digamos que él sabe que apostar a cierto resultado le generará una cantidad de dinero, llamémoslo X. Y él determina que para influenciar las apuestas de la audiencia de manera que su apuesta funcione debe invertir una cantidad de dinero, llamémoslo Y. Esta persona cambiará el resultado de las apuestas siempre que Y sea menor que X. Así que podríamos estar basando nuestras jugadas sobre el tablero no en lo que verdaderamente la audiencia considera que es la movida acertada, sino en un espejismo: en lo que una persona de la audiencia eligió de antemano por su propio beneficio.

Es probable que de cada 100 personas que lean este artículo las que tienen experiencia alguna en política, y entienden de qué manera se gobierna sean exactamente 0. Sin embargo cuando llegan las elecciones todos pueden ir a votar. Su voto es tan valioso como la apuesta del que no sabe diferenciar entre el Peón del Rey y el Peón del Alfil. Elegir el destino de una Nación en base a las elecciones arbitrarias de millones de personas es tan absurdo como lo es elegir tu estrategia sobre el tablero de ajedrez en base a las elecciones aleatorias de cientos de espectadores que están viendo por primera vez un partido de ajedrez.

Supongamos que mis 100 lectores han decidido ir a votar. Es probable que la mayoría de ellos no tenga nada invertido en el país: no tienen una propiedad a su nombre, ni son dueños de una empresa que opera y genera beneficios en España. Alguno habrá que tenga una familia y sea responsable por la vida de sus hijos, pero pocos son los padres que se dan cuenta de ese hecho y lo asumen con la debida responsabilidad. Habrá varios con múltiples nacionalidades, o españoles por el mundo que viven en otro país pero votan por el destino de España aunque ni siquiera vivan allí. Por lo tanto la mayor parte de quienes votan en unas elecciones son personas que tienen poco invertido en el país. Es como el miembro de la audiencia del juego de ajedrez que apostó un céntimo y lo único que arriesga es su propio aburrimiento: elegirá en base al que prometa mayor entretenimiento a corto plazo.

Es evidente que cuando se trata de gobernar los conflictos de interés son múltiples y comprar votos es rentable. A veces ni siquiera hace falta dinero para comprar votos, basta con promesas y discursos. Así que el voto popular que es el principal mecanismo de la Democracia Participativa es un mecanismo pernicioso que desemboca en movimientos estúpidos.

Aunque al voto popular es la cura al cansancio –nos lo venden como “el gobierno de todos”, es “el gobierno del pueblo”– en realidad es el gobierno de nadie porque se parece más a jugar ajedrez con los ojos vendados o seguir las direcciones de un tercero cuyo interés está en conflicto con el interés del pueblo que la ficción que nos venden.

La Democracia Participativa también la presentan como la alternativa a otros sistemas primitivos. En lugar de tener un Jefe de Jefes como las mafias o las tribus de gorilas en la selva, nosotros tenemos la Democracia, ese maravilloso antídoto a la opresión y a la violencia.

La realidad, sin embargo, es que la nación que elige como modelo la Democracia Participativa está en un estado de constante fricción. La lucha por el poder entre diferentes facciones o partidos en períodos de cuatro años es una especie de guerra limitada en la que no se pueden usar armas, sólo el número de cabezas. Este sistema sólo lo soportan sociedades homogéneas y estables en las que hay una idea de destino compartido con pocas variaciones. La Democracia en esas sociedades es un mal que a duras penas se soporta, y las sociedades que no consiguen soportarlo desembocan en guerras civiles y el posterior gobierno de gorilas.

La marabunta

August 29th, 2014

La retórica de Podemos funciona porque es ideología de la identidad. Busca que el votante se identifique con el partido hasta un punto tal en el que el partido se convierte en él mismo. La idea se transforma en una equivalencia de tipo EL PARTIDO = YO = EL PUEBLO. El escenario se complica cuando el partido gana y entonces el gobierno pasa a ser sinónimo del pueblo y todo el que se oponga a él deja de ser el pueblo. Si no estás con Pablo Iglesias, no eres el pueblo. Se termina por asociar a todo el que se opone con fuerzas extranjeras. En Venezuela, al opositor se le trataba de “yanqui” o “proyanqui” o “pitiyanqui” es decir: una persona que es fiel a EEUU por encima de Venezuela ya que Venezuela es Chavez y Chavez es Venezuela.

El mecanismo entra en efecto rápidamente, por poner un ejemplo, en el mensaje privado que una mujer que no conozco me dejó en Facebook y que aparece en la siguiente captura:

Maite Costal Mascato

Ella dice: “Ocúpate de tu país y deja de meterte con Podemos” préstale atención a la frase, la voy a volver a poner para que la leas nuevamente y léela con atención: “Ocúpate de tu país y deja de meterte con Podemos” Es decir, que me ocupe de mi país y deje de meterme con España, pero en lugar de usar la palabra España la sustituye con el nombre del partido: me estoy metiendo con Podemos, que ya es España en su imaginario. Por consiguiente, si Podemos es España, cualquiera que critique a Podemos no es España: a pesar de que todo el mundo sabe que soy española, se utiliza la estrategia de acusarme de ser extranjera para invalidar mi opinión simplemente porque he vivido en otros países como Venezuela o EEUU.

Puede que esta señora sea militante de un círculo de Podemos, o puede que sencillamente sienta un vínculo sentimental con el partido. En muchas ocasiones los que votan a partidos populistas ni siquiera están involucrados de manera activa en la política: ni van a mítines ni están apuntados a nada. Se limitan a comprarse la camiseta, a dejar comentarios en blogs, como mucho a colgar una pancarta en su balcón, y desde luego, llegado el momento, a votar por ellos. Aunque parezca un caso aislado y poco relevante, en cada país hay una marabunta de gente deseando que llegue un populista al poder para implicarse religiosamente con él y desahogarse de un sentimiento de fervor que en nuestras sociedades seculares raras veces encuentra expresión.

A Podemos desde luego le viene de maravilla ese fenómeno y lo estimulan a todo nivel. La idea de que el gobierno es el pueblo se ha utilizado desde la Revolución Francesa con el mismo objetivo: el de oprimir a la nación. Todo tipo de atropellos se cometen bajo la premisa de que se hace por el bien de la ciudadanía. Medidas dictatoriales, tasas de impuestos absurdas, expropiaciones, y en los peores casos hasta gulags y medidas de control que son réplicas de los episodios más oscuros de la historia. Todo se lleva acabo bajo la idea de que el gobierno es el pueblo.

Por ejemplo, cuando expropian una empresa lo hacen “por el pueblo” porque según su discurso, al expropiarla las ganancias de la empresa “serán de todos” cuando en realidad se expropia desde el gobierno con la idea de meter el brazo hasta el hombro y financiar la fiesta de corrupción y de amiguismo. La marabunta, desde luego, no ve un duro porque cuando toca repartirse las ganancias de ese trabajo de piratería que es el acto de gobernar de manera socialista, queda en evidencia la treta: el partido quiere que tú te identifiques con ellos, pero ellos no se identifican contigo. Cuando hay que repartir no hay pueblo que valga, ahí la distribución se hace entre la clase gobernante. No quiero decir con esto que sería mejor si entregasen los dividendos a la marabunta, después de todo el gobierno para ellos no es otra cosa que una mafia a sueldo que roba a unos para dárselo a otros. Lo que quiero decir es que la marabunta es la única criatura capaz de tropezar dos mil veces con la misma piedra sin escarmentar: una y otra vez participan del timo de la estampita.

En realidad la idea de pueblo, ese “nosotros” que somos los gobernados, el tú y yo, el hombre de a pie, no es otra cosa que la sumatoria de los individuos que componen la nación. El gobierno no es ni nunca será equivalente a la ciudadanía, y cuando toca aplicar medidas raras veces se hacen con la ciudadanía en mente, independientemente de lo que diga el discurso. Cuando el gobierno viola los derechos de un individuo, no sólo está violando los derechos de una persona en concreto, está violando los derechos en general, los de todo el pueblo porque nadie garantiza que si hoy se lo hacen a A, mañana no lo harán con B, con C, y hasta contigo. Esta es la realidad que la ideología populista busca opacar de forma desesperada. Cuando hacen a la gente creer que hay dos tipos de ciudadano, “nosotros” (que somos el pueblo) y “ellos” (que son la casta, o los extranjeros, o los yanquis, o lo que sea) la gente que les vota cree que son intocables y que las violaciones sólo se harán en contra de ese “ellos pervasivo” nunca piensan que también se pueden hacer en contra de “nosotros”. Al final todos caen, desde luego, porque el único “nosotros” para cualquier gobierno son las cabezas de su propio partido.

Esta marabunta de gente que vota a partidos populistas hiberna en todos los países del mundo. Cuando las situaciones son las propicias y aparece un líder dispuesto la marabunta se levanta y el país descubre que en él ha dormido siempre esa bestia. Si Podemos llega a ganar las elecciones lo hará apoyado por este tipo de gente, y España se llevará una sorpresa amarga. Muchos de vosotros descubriréis de golpe que no sois españoles, sois “europeístas” o cualquier otro término que convenientemente se sacarán de la manga llegado el momento.

“Ricos buenos – Ricos malos” el debate

August 23rd, 2014

Se desarrolla siempre con argumentos parecidos y el resultado es predecible. El que defiende la riqueza: “los ricos consiguen su dinero por medio de su esfuerzo”. El que la ataca “¿quieres decir acaso que el pobre no trabaja?” A relucir salen todo tipo de ejemplos de pobres que tienen dos y tres trabajos, madres solteras y padres de familias numerosas que sacrifican mucho para poder dar de comer a sus hijos. ¿Acaso el esfuerzo del pobre vale menos que el del rico? ¿Acaso el reponedor del Mercadona que trabaja 8 horas al día no se esfuerza? Es este el punto en el que agoniza el debate porque si hablamos de esfuerzo como tal, quizás ambos: el empresario rico, y el empleado pobre; se esfuerzan en igual medida y aún cabe la posibilidad de que en términos de horas y minutos, el pobre se esfuerce más. Esta realidad parece negar la premisa de que los ricos (como concepto, como “aquellos que han triunfado económicamente) lo son porque consiguen su dinero trabajando. Parece que este argumento da la razón al que piensa que el que es rico lo es porque algo malo habrá hecho, porque oprime o expolia al pobre.

El error es idiomático porque aunque la idea detrás del argumento es la correcta, las palabras no son las precisas. Aunque el esfuerzo es una condición necesaria para crear riqueza, la diferencia entre “el rico” y “el pobre” no radica ahí. Tampoco radica exclusivamente en las habilidades de cada uno: hay pobres hábiles y ricos sin talento. La característica que los diferencia es un valor, el de la responsabilidad. Un hombre que ha conseguido triunfar económicamente mediante su trabajo es ante todo una persona responsable. Una persona que no consigue sus aspiraciones, y los pobres suelen caer en esa categoría, no suele serlo.

Responsabilidad no significa poner el despertador y ser puntual. Tampoco es un sustantivo: “una responsabilidad” o “dos responsabilidades”, no es algo que otra persona te otorga, por ejemplo, en la oficina. Ser responsable no es hacer lo que te dice la autoridad sin más. Ser responsable implica algo completamente diferente y, si vives en el mundo moderno, casi radical: es comprender que cada uno de tus actos tiene consecuencias que te afectan a ti directamente. El reponedor de un supermercado ha elegido un trabajo en el que por mucho que se esfuerce no tiene la capacidad de ser responsable porque ser empleado es estar alienado de las consecuencias de tus acciones: tú siempre ganarás lo mismo, el mismo cheque a fin de mes, independientemente de lo que ocurra, de cómo le vaya a la empresa, de qué esté ocurriendo en el mundo. La única consecuencia que te puede afectar es un despido. La forma de pensar de una persona que elige ser un empleado, no suele ir acorde con la idea de la responsabilidad como forma de vida, por el contrario, suelen ser personas que si han de elegir entre ser libres y tener seguridad escogerán lo segundo. La persona que triunfa económicamente raras veces se somete a un escenario en el cual no es responsable de sus acciones, porque sabe que si se esfuerza en uno de los casos obtiene una medalla y en el otro obtiene independencia. El reponedor de un supermercado, que aunque se esfuerce, decidió tener una familia numerosa que no sabe si podrá mantener, o pedir un crédito que no sabe si podrá pagar, no es una persona responsable. El rico que ha aprendido a elegir la independencia aunque para ello tenga que sacrificar la seguridad, no comete este tipo de errores porque al no ser un empleado las consecuencias de sus actos las sufre de manera inmediata, por eso y no por otra cosa ha aprendido a elegir bien.

Si el contenido de esta nota te ha parecido indignante y te sientes ahora mismo tentado a escribir un comentario para señalar que no todo el que es rico lo consiguió por medio de su esfuerzo, que hay gente que lo ha heredado y que Rajoy, Bárcenas, todos los tópicos que se te puedan ocurrir… No estamos hablando de eso, no estamos hablando del rico como sujeto, sino del rico como concepto.