La vida simple

January 16th, 2012

Para robar en una librería sólo hace falta entrar con libros tuyos en la mano. Pones lo que te quieres llevar encima y nadie se entera. Lo sé porque durante años me dediqué a robarlos. La razón por la que los robaba no era filosófica aunque sí usé la filosofía de excusa varias veces. Cualquier gesto que yo encontrara reprochable en algún librero en particular era razón suficiente para despertar mi sentido de la justicia. Un librero famoso en Caracas vende revistas importadas como el TIMES. A veces esas revistas traen un libro gratis de regalo. Pues este librero separa la revista del libro y los vende por separado y a full price. De más está decir que me encargué de que a ese librero no le dieran las cuentas al final del mes jamás.

Pero la razón real por la que robaba los libros era porque a los 15 me propuse crear mi propia biblioteca. Yo no hago nada de forma mediocre así que si iba a tener una biblioteca debía ser una biblioteca de proporciones épicas. Disponía de dinero pero mi ambición era más grande que el dinero del que disponía así que lo que podía lo compraba y el resto lo saqueaba. Robé de todo. Clásicos, libros nuevos, usados, narrativa, poesía, libros sobre fotografía. Sin discriminar. Así que cuando me fui de Venezuela y lo dejé todo atrás, ese “todo” incluye más de 500 libros.

LA SEGURIDAD DE LOS OBJETOS

Cuando mi hermana tenía 8 años le pidió a mi madre que le comprara unos Converse. Se lo pidió y agregó que los quería porque “son los que usa la gente que escucha buena música”. La honestidad de su petición me pareció genial porque reveló lo que todos piensan pero nadie dice. Los Converse son zapatos. Su función es proteger tus pies. En realidad no tienen nada que ver con la música, pero se han convertido en un símbolo colectivo. Usar Converse te hace una persona interesante.

Tenemos una relación especial con los símbolos. Los símbolos no indican nada en la realidad directamente, más bien son bastante arbitrarios. Se eligen por consenso y se replican por una especie de contagio que se transforma en tradición. Las letras son símbolos. Las palabras también. La palabra “agua” no tiene nada que ver con el agua en sí misma, es necesario que alguien nos enseñe lo que significa para poder entender y usar esa palabra. Hay objetos que se transforman en símbolos, como los Converse y después hay otros que nunca tuvieron una función utilitaria, su único propósito es representar algo. Un ejemplo es la corona del rey que sólo sirve para representar su poder.

Los símbolos nos permiten organizar la realidad y ponerle límites. Estamos acostumbrados a la seguridad que nos brindan los objetos y depositamos en ellos la tarea de definir partes de nuestra identidad. De la misma forma solemos definir a los demás por sus objetos. Eso nos hace dependientes de los símbolos para comprender el mundo. Pero los símbolos pueden confundirnos. ¿La corona es para el rey o el rey para la corona? ¿Si le damos la corona a alguien más, se convierte en rey?

Por eso cuando pensamos en una persona rica, lo que imaginamos es una gran casa, un armario gigante, un reloj y un bolso caro. Creemos que si nosotros tuvieramos ese reloj seríamos ricos también. En realidad el materialismo no es una crisis moral. Es una crisis simbólica. Es el resultado de confundir la realidad con su símbolo.

Los prejuicios también son producto de malas relaciones simbólicas. Cuando un hombre rico se compra un Rolex, ese reloj simboliza su riqueza. Otras personas pueden decir de él que es “un pijo” por comprarse ese reloj. Si el hombre es rico o es “pijo” es algo que carece de importancia, el centro de la interacción es el Rolex. Al decir que el Rolex es de “pijos” están reforzándolo como símbolo con un nuevo significado. Las estructuras mentales que acompañan a los símbolos son rígidas. Una vez que un objeto adquiere un significado simbólico (sea real o falso) es casi imposible desprendérselo. Por más que la realidad confronte al símbolo, muchas veces preferimos aferrarnos a él.

Nos apegamos a los objetos porque simbolizan una parte de nuestra identidad. Cuando pensamos en deshacernos de los Converse creemos que la parte de nosotros que es interesante se irá con ellos.

LOS OBJETOS SON PROBLEMAS

Desde que me fui he echado de menos mis libros, dejarlos me causó culpa. Pensaba que era un sentimiento genuino. Los imaginaba en el estante cogiendo polvo sin que nadie los leyera. Tenía una fantasía recurrente en la que contrataba un barco de mudanzas. También pensaba que una posible solución era traerlos poco a poco en viajes sucesivos y pagando sobrepeso en el avión, pero ¿alguna vez has llenado una maleta con libros? Pesan tanto que tardaría años en lograrlo. Así que decidí ser responsable y solucionar el problema. Me pregunté cuántos libros de los que tenía quería volver a leer. La lista no llegaba a los 10. Y esos 10 libros no necesitaba tenerlos en físico, podía comprarlos para el iPad.

El sentimiento de culpa no es algo exclusivo de los libros. La ropa es una fuente excelente de culpa. ¿Cuándo fue la última vez que compraste algo por impulso en unas rebajas y no te lo pusiste nunca? A mí me ha pasado varias veces. Cada vez que abro mi armario ciertas prendas me miran raro. Como diciendo “tú y yo nos conocemos”. Es complicado tirarlas a la basura o regalarlas porque es como admitir tu derrota, entonces las dejas ahí, en el armario, y te resignas a saludarlas todos los días.

Después están esas prendas que compraste calculadamente pero que tampoco te pones porque ya no te gustan. Te duraron menos de 6 meses. ZARA y las demás cadenas de moda rápida son expertas en eso. Cada temporada diseñan su ropa alrededor de una idea extravagante. Intenta encontrar una prenda básica en cualquier colección de ZARA, te reto. No las venden. Es su forma de garantizar que volverás el mes que viene porque aunque tienes 20 vestidos no tienes nada que ponerte.

A estas alturas de la vida todos conocemos la diferencia entre un objeto desechable y un objeto permanente. La mayoría de los objetos tienen dos versiones. La vida simple no se trata de escoger siempre lo permanente. Se trata de escoger deliberadamente aquello que te satisface.

Mi padre me regaló un set de bolígrafos de arquitectura una vez. Dibujar con ellos era muy placentero. Cambiarles el cartucho de tinta y limpiarlos no. Decidí que para mí lo ideal es un bolígrafo desechable que pueda usar y tirar cuando se gaste. Y eso está bien. Por otro lado mis gafas son para mí de gran importancia. Las uso cada día y necesito que sean cómodas y simples. Me compré unas Ray Ban con la idea de que sean permanentes: son grandes, cómodas, están hechas de un material resistente, solo tienen 3 piezas y si se me rompen sé que puedo volver a encontrar el mismo modelo exacto.

El problema se presenta cuando hay objetos desechables que se hacen pasar por objetos permanentes.

La caducidad programada de la moda no está en la calidad de la ropa, está en la extravagancia. En su capacidad de hacer que objetos desechables PAREZCAN objetos permanentes. Así la temporada pasada en ZARA todo era color neón, y ahora ¿qué haces con esos pantalones de pinza color verde fluor?

Cada vez que le asignas una parte de tu personalidad a un objeto, estás depositando tu identidad en cosas externas. A la larga, y la vida de cualquier persona es lo bastante larga, puedes llegar a acumular una cantidad de objetos enorme. Como su función principal no es utilitaria sino simbólica, son objetos inútiles. Ir por la vida arrastrandolos es agotador. Es como empujar el carro de un supermercado. Vas por ahí chocando contra todo, midiendo el espacio, navegando por los pasillos con dificultad. Tardas 2 horas en hacer algo que con una cesta tardarías 10 minutos. En un mundo dinámico es preferible ser compacto.

Cada objeto es un problema, así que escógelos bien.

Inés de la Fressange contaba en una entrevista que los franceses ven su armario como algo que se conquista a lo largo de la vida. Solo compran 4 o 5 prendas al año. Se aseguran de que lo poco que compran les dure para siempre. Por eso su armario está lleno de básicos que combinan y a medida que pasa el tiempo tienen más opciones para combinar.

LAS METAS ESTÁTICAS

La generación de los baby boomers abarca a la gente que nació entre el 46 y el 64. Son nuestros padres. Nacieron después de la Segunda Guerra Mundial así que eran demasiado jovenes para recordarla pero llegaron a tiempo para crecer en una época de bonanza económica y de confianza optimista en el progreso. Los baby boomers fueron la generación privilegiada.

Las familias de los baby boomers estuvieron organizadas de acuerdo con premisas estáticas. Sus madres (nuestras abuelas) fueron amas de casa y sus padres trabajaron en una oficina toda su vida para retirarse en la vejez. Vivieron en los suburbios, en la misma casa de varias habitaciones toda su vida.

Pero a pesar de tener una situación familiar estática, los baby boomers crecieron en la década de los 60 de manera que conocieron de primera mano la revolución sexual, participaron activamente en la liberación de la mujer y lograron hacer del divorcio una práctica aceptable. Fueron responsables de cambiar el mundo, lo convirtieron en un lugar más dinámico.

Sin embargo, sus vidas fueron parecidas a las de sus padres en un sentido: tuvieron el mismo esquema. Al igual que sus padres los baby boomers fueron a una universidad a estudiar una carrera para poder ser empleados en una oficina durante muchos años y así ganarse su jubilación. Para ellos el éxito es algo que se cosecha. La fábula favorita de los baby boomers probablemente sea la de la cigarra y la hormiga.

Nuestros padres nos dejaron en herencia dos cosas: un mundo dinámico y unos valores estáticos.

Los valores estáticos tienen como recompensa el éxito estático. La idea de éxito de nuestros padres parece un sitio geográfico al que llegas y te instalas, si no para siempre por una buena temporada. En El Exito hay una casa con muchas habitaciones, un gran coche, un premio Pulitzer, un marido fiel y una oficina en una gran empresa internacional.

Siguiendo los consejos de sus padres una parte de la generación Y, la nuestra, decidió estudiar una carrera creyendo que la carrera les garantizaría el futuro. O al menos un buen puesto de trabajo. Salieron de la universidad y la realidad los confrontó: los puestos de trabajo no existen. El mundo que sus padres les prometieron no existe. Los consejos y las instrucciones de sus padres no funcionan porque están pensados para un mundo que se acabó.

Pero en lugar de indignarse con sus padres por darles las herramientas equivocadas, la generación Y se indignó contra el gobierno. Su reacción fue infantil: en vez de solucionar su problema fueron a manifestarse. El gobierno no tiene las soluciones. Los gobiernos europeos no suelen actuar de mala fe. Si el gobierno hubiese tenido soluciones las hubiese ofrecido, ningún gobierno quiere a un pueblo en la calle. El enfado real tenía que ser contra sus padres y la reacción responsable era buscar la solución real y práctica a su problema en lugar de salir a la calle pidiendo soluciones a alguien que lamentablemente no las tiene.

Nosotros somos la generación Y. Estamos viviendo lo que probablemente es la crisis económica más fuerte que el mundo ha conocido desde 1929. Vivimos el 11 de septiembre. Sabemos que las empresas cierran. Los bancos pueden quitarte tu casa si no pagas la hipoteca. Una carrera universitaria no te garantiza nada. Somos la generación de internet. Nuestra vida no es estática, no podemos pretender tener éxito con las reglas de un mundo que ya no existe. Vivir así es vivir una vida ingenua.

Al ser la generación de internet seguramente tienes twitter. Yo también. Si quieres puedes seguirme pulsando en este enlace: @acapulco70

TUS PATRONES TE LIMITAN

La razón por la que arrastramos actitudes que no nos satisfacen es porque el hombre ha evolucionado para crear rutinas. Las crea de forma automática. Hay una parte del cerebro dedicada exclusivamente a comprimirlas. Se llama bulbo raquídeo. Es una parte primitiva del cerebro que compartimos con la mayoría de los mamíferos. Como es tan primitiva es muy eficiente, de hecho, está allí para ayudar al cerebro a ahorrar energía. Lo que hace es automatizar una serie de pasos y transformarlos en impulsos no conscientes. La actividad del bulbo raquídeo es muy importante, controla procesos como la respiración y las funciones cardíacas. Pero también es responsable de automatizar otras cosas. Estoy segura de que cada vez que te conectas a internet revisas “automáticamente” Facebook, tu correo o Twitter. No te das ni cuenta. Es tu bulbo raquídeo.

La mala noticia es que el bulbo raquídeo no solo repite las buenas rutinas. Repite las malas también. Su función es comprimir, no evaluar. Así que es una herramienta deficiente si lo que buscas es resolver problemas. Y a decir verdad muchas veces es responsable de crearlos porque además es un poco torpe. Digamos que si siempre has lavado los platos de una manera, es poco probable que la cambies aunque haya una forma mejor de hacerlo. Quizás si te compras una vajilla nueva y rara te replantees tu sistema, pero eso no es común. Pasamos la mayor parte del día en un piloto automático con muchas rutinas que fueron programadas en la infancia y eso hace que perdamos de vista alternativas mejores.

Cuando Facebook cambia su diseño todo el mundo se queja. El problema no es que el nuevo diseño sea más o menos conveniente. El problema es que la gente detesta salir de su piloto automático. Enseñarle cosas al bulbo raquídeo toma tiempo y varias repeticiones. Pero ningún cambio se da desde el autopiloto. Y mejorar es un tipo de cambio. Eso significa que para poder solucionar problemas hace falta tomar el mando en el momento preciso.

LA VIDA SIMPLE ES LA VIDA ÓPTIMA

No odiamos la rutina, la rutina en sí no es un problema. Me atrevería a decir que amamos la rutina aunque suene poco romántico. Lo que sí odiamos es forzarnos cada día a tomar decisiones nuevas para resolver los mismos problemas de siempre. Son esos problemas lo que nos molesta de la rutina. Abrir el armario cada mañana y emplear 15 minutos en escoger tu atuendo para tener que repetir el mismo proceso desde cero al día siguiente. Vivimos como si cada día fuera el primero: resolviéndolo todo por primera vez, una y otra vez.

Vivir una vida simple significa resolver los problemas cotidianos con soluciones permanentes. Si hoy solucionas un problema para siempre, es un problema menos que tendrás que resolver mañana. Esas soluciones liberan espacio mental y tiempo que puedes emplear en lo que verdaderamente importa. A la larga las soluciones se acumulan y tu vida se simplifica progresivamente.

Por ejemplo, imagina que tienes muchas camisetas. Sueles doblarlas y guardarlas en un cajón. Cada mañana cuando te vas a vestir tardas diez minutos en encontrar la camiseta que estás buscando, desordenas el cajón, a veces no la encuentras aunque sabes que está allí y eso te frustra porque tienes prisa. Es probable que durante mucho tiempo te hayas resignado a sufrir esa rutina incómoda. La queja en tu cabeza puede ser algo así: “necesito más cajones, no tengo suficientes, esto es un desastre siempre”. Quizás no te lo habías planteado nunca y esto te va a sorprender pero es posible resolver el problema. Tardarás dos minutos en encontrar la solución. Aunque te hayan enseñado que las camisetas se doblan tú puedes hacerlo de forma diferente. Puedes comprar perchas y colgarlas en el armario. Al principio cuando laves la ropa es probable que las dobles automáticamente y sólo cuando estés por guardarlas en el cajón recuerdes que ahora van en las perchas. Pero es cuestión de repetirlo varias veces para que pase al autopiloto.

Sé que el ejemplo es una simpleza, pero nuestra vida está llena de momentos simples que nos crean frustración y roces innecesarios. Resolverlos hace que te sientas autosuficiente. Yo tengo una olla que detesto: es demasiado delgada, todo se le pega, el mango pesa más que la olla así que cuando caliento leche para tomarme un café a veces se vuelca. Tengo dos opciones, puedo enfadarme cada vez que ocurre eso, o puedo tirar la olla y comprarme una mejor, una que resuelva mi problema PARA SIEMPRE. Como comprenderás, la vida simple no es la vida barata, pero sí es la vida óptima.

Otro ejemplo que se me ocurre es la obsesión con las vajillas. El regalo típico que se le da a cualquier pareja el día de su boda es una vajilla para diez comensales. Por lo general esas vajillas terminan en un cajón y si las usas 2 veces en toda tu vida te puedes alegrar. ¿Quién quiere una vajilla elegante para diez comensales? Es algo absurdo, parte de la vida estática, muy baby boomer. Cada uno de los platos de esa vajilla es un problema. Ocupa un gran espacio, es frágil, imposible de transportar. Además imagina que invitas a todos tus amigos a cenar. Después tienes que lavarlos con Fairy uno por uno. Podrías comprar un lavavajillas pero lamentablemente automatizar no es solucionar. Solucionar significa resolver el problema, desatar el nudo, llegar a una conclusión.

Mi vajilla ideal, por ejemplo, es la vajilla de Ōryōki que tiene tres platos. Cuando veas como la limpian (minuto 2) lo comprenderás todo:

La vida simple implica retar todas tus convicciones. Identificarlas, sacudirlas y ponerlas a prueba. Quedarte únicamente con lo que te funciona a ti. Uno de los libros que dejé en mi gran biblioteca épica es La Educación de Henry Adams, cuando lo leí no entendí totalmente lo que quería decir. Ahora sí: retar sus convicciones fue un momento clave de su vida. Claro que sus convicciones van mucho más allá de las perchas del armario, pero es un buen punto para empezar.

TU MEJOR ALIADO ES TU CONVICCIÓN

La idea de la vida simple es muy simple también. Se puede resumir en dos pasos:

1) Identifica lo que es importante para ti.
2) Elimina todo lo demás.

Lo que pasa es que cada paso tiene sus dificultades. Es complicado identificar lo que es importante para ti si no te conoces bien. Es complicado conocerse bien si tu vida está tan llena de objetos que no hay espacio ni para ti mismo. Para poder conocerse hace falta primero vaciarse.

Henry David Thoreau vivió una vida simple y acuñó un montón de frases espléndidas incluyendo “Sólo un tonto crea una regla y solo un tonto la sigue”. Vivió en 1850 cuando Massachussetts era todavía territorio poco explorado. Quería demostrarse a sí mismo que era posible vivir una vida plena sin tener que trabajar como jornalero, que un hombre solo necesita un refugio y a la naturaleza para ser feliz. Dijo además, que deseaba conocer la vida con todas sus consecuencias. No quería descubrir en el lecho de muerte que no había vivido. Así que lo dejó todo y se fue a vivir al bosque de la laguna de Walden en Concord. Construyó una cabaña con sus propias manos cortando madera del bosque y vivió solo en la naturaleza durante dos años. Lo único que tenía cerca era un pueblo a 20 minutos de distancia. Durante el tiempo que vivió en Walden llevó un diario que se convirtió en uno de los textos fundamentales del trascendentalismo norteamericano. No digo que para llevar una vida simple debas mudarte a una cabaña en medio de un bosque, pero su experiencia es muy interesante de todas formas. Puedes descargar su libro en PDF en el enlace de arriba.

Todos hemos escuchado el cuento de la tortuga y la liebre. Pues con la vida simple no eres la tortuga pero tampoco eres la liebre. Decides no entrar en competición con nadie cuando te das cuenta de que la carrera entre la tortuga y la liebre se lleva a cabo dentro de la rueda de un hamster. Nuestros padres nos dijeron que para ganar la carrera había que ser la tortuga: constante y trabajador. La liebre es ágil y dinámica pero pretender ser la liebre es igual de ingenuo. Ser la liebre no tiene sentido porque la liebre acepta la meta como válida. La meta es “El Éxito”. Yo no quiero una casa de tres habitaciones, un coche, un buen trabajo y postergar mi vida hasta la jubilación. Esa meta ya no existe. Que se maten la tortuga y la liebre, la cigarra y la hormiga y a mí que me dejen en paz.

La vida simple es un proyecto pero no es un proyecto externo, no es El Éxito. Es un proyecto íntimo. Cuando dejas de atender a los compromisos sociales tu vida se simplifica. La gente intentará incluirte en la carrera. No te dejes. Cuando vean que actúas raro, que eres demasiado independiente, quizás se enfaden contigo. No los escuches. Para adoptar una vida simple cuando estás rodeado de gente tienes que tener firmeza en tus convicciones.

La vida simple es bella. La belleza es lo honesto, lo esencial. Cuando nada sobra y todo está justificado el objeto es bello. Lo demás es histeria.

EL MUNDO DINÁMICO

Estamos en el fin del mundo. Suena sensacionalista pero lo digo en serio. Estamos atendiendo al fin del mundo conocido. Es aquí donde termina. Lo que viene de ahora en adelante es un territorio que no ha sido explorado todavía y por lo tanto nadie tiene mucha idea. Quizás la razón por la que los gobiernos están tratando de salvar a los bancos es porque saben lo que ocurre pero no saben cómo responder ante el cambio y se están agarrando a un clavo ardiendo. Pero la realidad es que el mundo que conocíamos ya no existe. El mundo de tus padres se acabó. No es un drama, las cosas cambian, cada cierto tiempo hay que renovarse. Pero el que quiera sobrevivir tendrá que hacer un esfuerzo voluntario por desprenderse de las tradiciones, entender este mundo y ajustarse a sus circunstancias.

El mundo dinámico es caótico como la jungla y a la jungla hay que ir bien equipado.

No voy a pretender que estas reglas que creé para mí son reglas universales. No se supone que le funcionen a nadie más que a mí misma. No son reglas rígidas ni eternas, si el mundo cambia hay que adaptarlas. Voy a compartirlas porque pienso que he llegado a conclusiones que pueden funcionarle a otras personas y deseo compartirlas. Si sientes que estas reglas no son para ti no tienes por qué adoptarlas, tú puedes crear las tuyas. Para mí una vida simple que se ajuste al mundo dinámico debe cumplir con las siguientes condiciones:

1) No estudies una carrera universitaria: esta regla no la seguí. Me di cuenta demasiado tarde. Pero una carrera es una pérdida de tiempo y de dinero. No te lleva a ningun sitio.

2) No te hipoteques: una hipoteca es una locura, creo que nos quedó claro. Yo no me hipotecaría con una casa JAMÁS. Además, quiero vivir en casas pequeñas. Las casas de varias habitaciones están pensadas para recibir visitas y después sientes la necesidad psicológica de llenarlas de objetos. Yo no recibo visitas y no quiero objetos, así que mi situación ideal es vivir en un estudio.

3) Compra objetos, no problemas: cada objeto debe ser la solución permanente a un problema cotidiano. No compraré objetos repetidos, no compraré cosas baratas, no compraré nada que no pueda transportar en una mochila.

4) No tengas coche: cuando tienes un coche te pasas la mitad de tu vida buscando donde aparcarlo. Me moveré en transporte público, es más ágil.

5) No tengas hijos: tener hijos es una decisión muy grande que mucha gente toma más por inercia que por voluntad. Yo no quiero tener hijos porque después de pensarlo he decidido que no quiero dedicarle mi vida a otra persona.

6) Evita las tarjetas de crédito: si tienes dinero no necesitas una tarjeta de crédito y si no lo tienes mejor será que no lo gastes porque no tendrás como pagarlo después. La tarjeta de crédito es una fuente de ansiedad constante.

7) No busques un trabajo: un trabajo de oficina se traga tu vida, te ancla a un solo sitio y no te da nada a cambio. En el mundo dinámico internet te permite conseguir tus propios clientes. Ser dueña de mi tiempo es mi única prioridad.

Esto es parte del La Vida Simple, el libro que acabo de publicar. Escribirlo ha sido una manera de seguir el último punto de la lista porque en lugar de buscar un trabajo decidí escribir este libro. Ahora, por más tiempo que pase, tendré un libro que podré vender siempre, habré construido algo. En el libro hablo acerca de cómo hacer estas cosas, cuesta 15 euros y ha vendido más de 30 mil copias. Si quieres comprarlo puedes hacerlo a través de paypal “>pulsando aquí. O también puedes leer el FAQ

La Vida Simple

January 16th, 2012

Para robar en una librería sólo hace falta entrar con libros tuyos en la mano. Pones lo que te quieres llevar encima y nadie se entera. Lo sé porque durante años me dediqué a robarlos. La razón por la que los robaba no era filosófica aunque sí usé la filosofía de excusa varias veces. Cualquier gesto que yo encontrara reprochable en algún librero en particular era razón suficiente para despertar mi sentido de la justicia. Un librero famoso en Caracas vende revistas importadas como el TIMES. A veces esas revistas traen un libro gratis de regalo. Pues este librero separa la revista del libro y los vende por separado y a *full price*. De más está decir que me encargué de que a ese librero no le dieran las cuentas al final del mes jamás.

Pero la razón real por la que robaba los libros era porque a los 15 me propuse crear mi propia biblioteca. Yo no hago nada de forma mediocre así que si iba a tener una biblioteca debía ser una biblioteca de proporciones épicas. Disponía de dinero pero mi ambición era más grande que el dinero del que disponía así que lo que podía lo compraba y el resto lo saqueaba. Robé de todo. Clásicos, libros nuevos, usados, narrativa, poesía, libros sobre fotografía. Sin discriminar. Así que cuando me fui de Venezuela y lo dejé todo atrás, ese “todo” incluye más de 500 libros.

LA SEGURIDAD DE LOS OBJETOS

Cuando mi hermana tenía 8 años le pidió a mi madre que le comprara unos Converse. Se lo pidió y agregó que los quería porque “son los que usa la gente que escucha buena música”. La honestidad de su petición me pareció genial porque reveló lo que todos piensan pero nadie dice. Los Converse son zapatos. Su función es proteger tus pies. En realidad no tienen nada que ver con la música, pero se han convertido en un símbolo colectivo. Usar Converse te hace una persona interesante.

Tenemos una relación especial con los símbolos. Los símbolos no indican nada en la realidad directamente, más bien son bastante arbitrarios. Se eligen por consenso y se replican por una especie de contagio que se transforma en tradición. Las letras son símbolos. Las palabras también. La palabra “agua” no tiene nada que ver con el agua en sí misma, es necesario que alguien nos enseñe lo que significa para poder entender y usar esa palabra. Hay objetos que se transforman en símbolos, como los Converse y después hay otros que nunca tuvieron una función utilitaria, su único propósito es representar algo. Un ejemplo es la corona del rey que sólo sirve para representar su poder.

Los símbolos nos permiten organizar la realidad y ponerle límites. Estamos acostumbrados a la seguridad que nos brindan los objetos y depositamos en ellos la tarea de definir partes de nuestra identidad. De la misma forma solemos definir a los demás por sus objetos. Eso nos hace dependientes de los símbolos para comprender el mundo. Pero los símbolos pueden confundirnos. ¿La corona es para el rey o el rey para la corona? ¿Si le damos la corona a alguien más, se convierte en rey?

Por eso cuando pensamos en una persona rica, lo que imaginamos es una gran casa, un armario gigante, un reloj y un bolso caro. Creemos que si nosotros tuvieramos ese reloj seríamos ricos también. En realidad el materialismo no es una crisis moral. Es una crisis simbólica. Es el resultado de confundir la realidad con su símbolo.

Los prejuicios también son producto de malas relaciones simbólicas. Cuando un hombre rico se compra un Rolex, ese reloj simboliza su riqueza. Otras personas pueden decir de él que es “un pijo” por comprarse ese reloj. Si el hombre es rico o es “pijo” es algo que carece de importancia, el centro de la interacción es el Rolex. Al decir que el Rolex es de “pijos” están reforzándolo como símbolo con un nuevo significado. Las estructuras mentales que acompañan a los símbolos son rígidas. Una vez que un objeto adquiere un significado simbólico (sea real o falso) es casi imposible desprendérselo. Por más que la realidad confronte al símbolo, muchas veces preferimos aferrarnos a él.

Nos apegamos a los objetos porque simbolizan una parte de nuestra identidad. Cuando pensamos en deshacernos de los Converse creemos que la parte de nosotros que es interesante se irá con ellos.

LOS OBJETOS SON PROBLEMAS

Desde que me fui he echado de menos mis libros, dejarlos me dio culpa. Pensaba que era un sentimiento genuino. Los imaginaba en el estante cogiendo polvo sin que nadie los leyera. Tenía una fantasía recurrente en la que contrataba un barco de mudanzas. También pensaba que una posible solución era traerlos poco a poco en viajes sucesivos y pagando sobrepeso en el avión, pero ¿alguna vez has llenado una maleta con libros? Pesan tanto que tardaría años en terminar de trasladarlos. Así que decidí ser responsable y solucionar el problema. Me pregunté cuántos libros de los que tenía quería volver a leer. La lista no llegaba a los 10. Y esos 10 libros no necesitaba tenerlos en físico, podía comprarlos para el iPad.

El sentimiento de culpa no es algo exclusivo de los libros. La ropa es de las mayores fuentes de culpa. ¿Cuándo fue la última vez que compraste algo por impulso en unas rebajas y no te lo pusiste nunca? A mí me ha pasado varias veces. Cada vez que abro mi armario ciertas prendas me miran raro. Como diciendo “tú y yo nos conocemos”. Es complicado tirarlas a la basura o regalarlas porque es como admitir tu derrota, entonces las dejas ahí, en el armario, y te resignas a saludarlas todos los días.

Después están esas prendas que compraste calculadamente pero que tampoco te pones porque ya no te gustan. Te duraron menos de 6 meses. ZARA y las demás cadenas de moda rápida son expertas en eso. Cada temporada diseñan su ropa alrededor de una idea estrafalaria. Haz la prueba: encuentra una prenda básica en cualquier colección de ZARA, te reto. No las venden. Es su forma de garantizar que volverás el mes que viene porque aunque tienes 20 vestidos no tienes nada que ponerte.

A estas alturas de la vida todos conocemos la diferencia entre un objeto desechable y un objeto permanente. La mayoría de los objetos tienen dos versiones. La vida simple no se trata de escoger siempre lo permanente. Se trata de escoger deliberadamente aquello que te satisface.

Mi padre me regaló un set de bolígrafos de arquitectura una vez. Dibujar con ellos era muy placentero. Cambiarles el cartucho de tinta y limpiarlos no. Decidí que para mí lo ideal es un bolígrafo desechable que pueda usar y tirar cuando se gaste. Y eso está bien. Por otro lado mis gafas son para mí de gran importancia. Las uso cada día y necesito que sean cómodas y simples. Me compré unas Ray Ban con la idea de que sean permanentes: son grandes, cómodas, están hechas de un material resistente, solo tienen 3 piezas y si se me rompen sé que puedo volver a encontrar el mismo modelo exacto.

Cada vez que le asignas una parte de tu personalidad a un objeto, estás depositando tu identidad en cosas externas. A la larga, y la vida de cualquier persona es lo bastante larga, puedes llegar a acumular una cantidad de objetos enorme. Como su función principal no es utilitaria sino simbólica, son objetos inútiles. Ir por la vida arrastrandolos es agotador. Es como empujar el carro de un supermercado. Vas por ahí chocando contra todo, midiendo el espacio, navegando por los pasillos con dificultad. Tardas 2 horas en hacer algo que con una cesta tardarías 10 minutos. En un mundo dinámico es preferible ser compacto.

Cada objeto es un problema, así que escógelos bien.

Inés de la Fressange contaba en una entrevista que los franceses ven su armario como algo que se conquista a lo largo de la vida. Solo compran 4 o 5 prendas al año. Se aseguran de que lo poco que compran les dure para siempre. Por eso su armario está lleno de básicos que combinan y a medida que pasa el tiempo tienen más opciones para combinar.

LAS METAS ESTÁTICAS

La generación de los baby boomers abarca a la gente que nació entre el 46 y el 64. Son nuestros padres. Nacieron después de la Segunda Guerra Mundial así que eran demasiado jóvenes para recordarla pero llegaron a tiempo para crecer en una época de bonanza económica y de confianza optimista en el progreso. Los baby boomers fueron una generación privilegiada.

Las familias de los baby boomers estuvieron organizadas de acuerdo con premisas estáticas. Sus madres (nuestras abuelas) fueron amas de casa y sus padres trabajaron en una oficina toda su vida para retirarse en la vejez. Vivieron en los suburbios, en la misma casa de varias habitaciones toda su vida.

Pero a pesar de tener una situación familiar estática, los baby boomers crecieron en la década de los 60 de manera que conocieron de primera mano la revolución sexual, participaron activamente en la liberación de la mujer y lograron hacer del divorcio una práctica aceptable. Fueron responsables de cambiar el mundo, lo convirtieron en un lugar más dinámico.

Sin embargo, sus vidas fueron parecidas a las de sus padres en un sentido: tuvieron el mismo esquema. Al igual que sus padres los baby boomers fueron a una universidad a estudiar una carrera para poder ser empleados en una oficina durante muchos años y así ganarse su jubilación. Para ellos el éxito es algo que se cosecha. La fábula favorita de los baby boomers probablemente sea la de la cigarra y la hormiga.


Nuestros padres nos dejaron en herencia dos cosas: un mundo dinámico y unos valores estáticos.

Los valores estáticos tienen como recompensa el éxito estático. La idea de éxito de nuestros padres parece un sitio geográfico al que llegas y te instalas, si no para siempre por una buena temporada. En El Exito hay una casa con muchas habitaciones, un gran coche, un premio Pulitzer, un marido fiel y una oficina en una gran empresa internacional.

Siguiendo los consejos de sus padres una parte de la generación Y, la nuestra, decidió estudiar una carrera creyendo que la carrera les garantizaría el futuro. O al menos un buen puesto de trabajo. Salieron de la universidad y la realidad los confrontó: los puestos de trabajo no existen. El mundo que sus padres les prometieron no existe. Los consejos y las instrucciones de sus padres no funcionan porque están pensados para un mundo que se acabó.

Pero en lugar de indignarse con sus padres por darles las herramientas equivocadas, la generación Y se indignó contra el gobierno. Su reacción fue infantil: en vez de solucionar su problema fueron a manifestarse. El gobierno no tiene las soluciones. Los gobiernos europeos no suelen actuar de mala fe. Si el gobierno hubiese tenido soluciones las hubiese ofrecido, ningún gobierno quiere a un pueblo en la calle. El enfado real tenía que ser contra sus padres y la reacción responsable era buscar la solución real y práctica a su problema en lugar de salir a la calle pidiendo soluciones a alguien que lamentablemente no las tiene.

Nosotros somos la generación Y. Estamos viviendo lo que probablemente es la crisis económica más fuerte que el mundo ha conocido desde 1929. Vivimos el 11 de septiembre. Sabemos que las empresas cierran. Los bancos pueden quitarte tu casa si no pagas la hipoteca. Una carrera universitaria no te garantiza nada. Somos la generación de internet. Nuestra vida no es estática, no podemos pretender tener éxito con las reglas de un mundo que ya no existe. Vivir así es vivir una vida ingenua.

TUS PATRONES TE LIMITAN

La razón por la que arrastramos actitudes que no nos satisfacen es porque el hombre ha evolucionado para crear rutinas. Las crea de forma automática. Hay una parte del cerebro dedicada exclusivamente a comprimirlas. Se llama bulbo raquídeo. Es una parte primitiva del cerebro que compartimos con la mayoría de los mamíferos. Como es tan primitiva es muy eficiente, de hecho, está allí para ayudar al cerebro a ahorrar energía. Lo que hace es automatizar una serie de pasos y transformarlos en impulsos no conscientes. La actividad del bulbo raquídeo es muy importante, controla procesos como la respiración y las funciones cardíacas. Pero también es responsable de automatizar otras cosas. Estoy segura de que cada vez que te conectas a internet revisas “automáticamente” Facebook, tu correo o Twitter. No te das ni cuenta. Es tu bulbo raquídeo.

La mala noticia es que el bulbo raquídeo no solo repite las buenas rutinas. Repite las malas también. Su función es comprimir, no evaluar. Así que es una herramienta deficiente si lo que buscas es resolver problemas. Y a decir verdad muchas veces es responsable de crearlos porque además es un poco torpe. Digamos que si siempre has lavado los platos de una manera, es poco probable que la cambies aunque haya una forma mejor de hacerlo. Quizás si te compras una vajilla nueva y rara te replantees tu sistema, pero eso no es común. Pasamos la mayor parte del día en un piloto automático con muchas rutinas que fueron programadas en la infancia y eso hace que perdamos de vista alternativas mejores.

Cuando Facebook cambia su diseño todo el mundo se queja. El problema no es que el nuevo diseño sea más o menos conveniente. El problema es que la gente detesta salir de su piloto automático. Enseñarle cosas al bulbo raquídeo toma tiempo y varias repeticiones. Pero ningún cambio se da desde el autopiloto. Y mejorar es un tipo de cambio. Eso significa que para poder solucionar problemas hace falta tomar el mando en el momento preciso.

LA VIDA SIMPLE ES LA VIDA ÓPTIMA

No odiamos la rutina, la rutina en sí no es un problema. Me atrevería a decir que nos gusta. Lo que sí odiamos es forzarnos cada día a tomar decisiones nuevas para resolver los mismos problemas de siempre. Son esos problemas lo que nos molesta de la rutina. Abrir el armario cada mañana y emplear 15 minutos en escoger tu atuendo para tener que repetir el mismo proceso desde cero al día siguiente. Vivimos como si cada día fuera el primero: resolviéndolo todo por primera vez, una y otra vez.

Vivir una vida simple significa resolver los problemas cotidianos con soluciones permanentes
. Si hoy solucionas un problema para siempre, es un problema menos que tendrás que resolver mañana. Esas soluciones liberan espacio mental y tiempo que puedes emplear en lo que verdaderamente importa. A la larga las soluciones se acumulan y tu vida se simplifica progresivamente.

Por ejemplo, imagina que tienes muchas camisetas. Sueles doblarlas y guardarlas en un cajón. Cada mañana cuando te vas a vestir tardas diez minutos en encontrar la camiseta que estás buscando, desordenas el cajón, a veces no la encuentras aunque sabes que está allí y eso te frustra porque tienes prisa. Es probable que durante mucho tiempo te hayas resignado a sufrir esa rutina incómoda. La queja en tu cabeza puede ser algo así: “necesito más cajones, no tengo suficientes, esto es un desastre siempre”. Quizás no te lo habías planteado nunca y esto te va a sorprender pero es posible resolver el problema. Tardarás dos minutos en encontrar la solución. Aunque te hayan enseñado que las camisetas se doblan tú puedes hacerlo de forma diferente. Puedes comprar perchas y colgarlas en el armario. Al principio cuando laves la ropa es probable que las dobles automáticamente y sólo cuando estés por guardarlas en el cajón recuerdes que ahora van en las perchas. Pero es cuestión de repetirlo varias veces para que pase al autopiloto.

Sé que el ejemplo es una simpleza, pero nuestra vida está llena de momentos simples que nos crean frustración y roces innecesarios. Resolverlos hace que te sientas autosuficiente. Yo tengo una olla que detesto: es demasiado delgada, todo se le pega, el mango pesa más que la olla así que cuando caliento leche para tomarme un café a veces se vuelca. Tengo dos opciones, puedo enfadarme cada vez que ocurre eso, o puedo tirar la olla y comprarme una mejor, una que resuelva mi problema PARA SIEMPRE. Como comprenderás, la vida simple no es la vida barata, pero sí es la vida óptima.

Otro ejemplo que se me ocurre es la obsesión con las vajillas. El regalo típico que se le da a cualquier pareja el día de su boda es una vajilla para diez comensales. Por lo general esas vajillas terminan en un cajón y si las usas 2 veces en toda tu vida te puedes alegrar. ¿Quién quiere una vajilla elegante para diez comensales? Es algo absurdo, parte de la vida estática, muy de baby boomer. Cada uno de los platos de esa vajilla es un problema. Ocupa un gran espacio, es frágil, imposible de transportar. Además imagina que invitas a todos tus amigos a cenar. Después tienes que lavarlos uno por uno. Podrías comprar un lavavajillas pero lamentablemente automatizar no es simplificar. Simplificar significa resolver el problema, desatar el nudo, llegar a una conclusión.

La vida simple implica retar todas tus convicciones. Identificarlas, sacudirlas y ponerlas a prueba. Quedarte únicamente con lo que te funciona a ti. Uno de los libros que dejé en mi gran biblioteca épica es La Educación de Henry Adams, cuando lo leí no entendí totalmente lo que quería decir. Ahora sí: retar sus convicciones fue un momento clave de su vida. Claro que sus convicciones van mucho más allá de las perchas del armario, pero es un buen punto para empezar.

TU MEJOR ALIADO ES TU CONVICCIÓN

La idea de la vida simple es muy simple también. Se puede resumir en dos pasos:

1) Identifica lo que es importante para ti.
2) Elimina todo lo demás.

Lo que pasa es que cada paso tiene sus dificultades. Es complicado identificar lo que es importante para ti si no te conoces bien. Es complicado conocerse bien si tu vida está tan llena de objetos que no hay espacio ni para ti mismo. Para poder conocerse hace falta primero vaciarse.

Henry David Thoreau vivió una vida simple y acuñó un montón de frases espléndidas incluyendo “Sólo un tonto crea una regla y solo un tonto la sigue”. Vivió en 1850 cuando Massachussetts era todavía territorio poco explorado. Quería demostrarse a sí mismo que era posible vivir una vida plena sin tener que trabajar como jornalero, que un hombre solo necesita un refugio y a la naturaleza para ser feliz. Dijo además, que deseaba conocer la vida con todas sus consecuencias. No quería descubrir en el lecho de muerte que no había vivido. Así que lo dejó todo y se fue a vivir al bosque de la laguna de Walden en Concord. Construyó una cabaña con sus propias manos cortando madera del bosque y vivió solo en la naturaleza durante dos años. Lo único que tenía cerca era un pueblo a 20 minutos de distancia. Durante el tiempo que vivió en Walden llevó un diario que se convirtió en uno de los textos fundamentales del trascendentalismo norteamericano. No digo que para llevar una vida simple debas mudarte a una cabaña en medio de un bosque, pero su experiencia es muy interesante de todas formas. Puedes descargar su libro en PDF en el enlace de arriba.

Todos hemos escuchado el cuento de la tortuga y la liebre. Pues con la vida simple no eres la tortuga pero tampoco eres la liebre. Decides no entrar en competición con nadie cuando te das cuenta de que la carrera entre la tortuga y la liebre se lleva a cabo dentro de la rueda de un hamster. Nuestros padres nos dijeron que para ganar la carrera había que ser la tortuga: constante y trabajador. La liebre es ágil y dinámica pero pretender ser la liebre es igual de ingenuo. Ser la liebre no tiene sentido porque la liebre acepta la meta como válida. La meta es “El Éxito”. Yo no quiero una casa de tres habitaciones, un coche, un buen trabajo y postergar mi vida hasta la jubilación. Esa meta ya no existe. Que se maten la tortuga y la liebre, la cigarra y la hormiga y a mí que me dejen en paz.

La vida simple es un proyecto pero no es un proyecto externo, no es El Éxito. Es un proyecto íntimo. Cuando dejas de atender a los compromisos sociales tu vida se simplifica. La gente intentará incluirte en la carrera. No te dejes. Cuando vean que actúas raro, que eres demasiado independiente, quizás se enfaden contigo. No los escuches. Para adoptar una vida simple cuando estás rodeado de gente tienes que tener firmeza en tus convicciones.

La vida simple es bella. La belleza es lo honesto, lo esencial. Cuando nada sobra y todo está justificado el objeto es bello. Lo demás es histeria.

EL MUNDO DINÁMICO

Estamos en el fin del mundo. Suena sensacionalista pero lo digo en serio. Estamos atendiendo al fin del mundo conocido. Es aquí donde termina. Lo que viene de ahora en adelante es un territorio que no ha sido explorado todavía y por lo tanto nadie tiene mucha idea. Quizás la razón por la que los gobiernos están tratando de salvar a los bancos es porque saben lo que ocurre pero no saben cómo responder ante el cambio y se están agarrando a un clavo ardiendo. Pero la realidad es que el mundo que conocíamos ya no existe. El mundo de tus padres se acabó. No es un drama, las cosas cambian, cada cierto tiempo hay que renovarse. Pero el que quiera sobrevivir tendrá que hacer un esfuerzo voluntario por desprenderse de las tradiciones, entender este mundo y ajustarse a sus circunstancias.

El mundo dinámico es caótico como la jungla y a la jungla hay que ir bien equipado.

No voy a pretender que estas reglas que creé para mí son reglas universales. No se supone que le funcionen a nadie más que a mí misma. No son reglas rígidas ni eternas, si el mundo cambia hay que adaptarlas. Voy a compartirlas porque pienso que he llegado a conclusiones que pueden funcionarle a otras personas y deseo compartirlas. Si sientes que estas reglas no son para ti no tienes por qué adoptarlas, tú puedes crear las tuyas. Para mí una vida simple que se ajuste al mundo dinámico debe cumplir con las siguientes condiciones:

1) No estudies una carrera universitaria: esta regla no la seguí. Me di cuenta demasiado tarde. Pero una carrera es una pérdida de tiempo y de dinero. No te lleva a ningun sitio.

2) No te hipoteques: una hipoteca es una locura, creo que nos quedó claro. Yo no me hipotecaría con una casa JAMÁS. Además, quiero vivir en casas pequeñas. Las casas de varias habitaciones están pensadas para recibir visitas y después sientes la necesidad psicológica de llenarlas de objetos. Yo no recibo visitas y no quiero objetos, así que mi situación ideal es vivir en un estudio.

3) Compra objetos, no problemas: cada objeto debe ser la solución permanente a un problema cotidiano. No compraré objetos repetidos, no compraré cosas baratas, no compraré nada que no pueda transportar en una mochila.

4) No tengas coche: cuando tienes un coche te pasas la mitad de tu vida buscando donde aparcarlo. Me moveré en transporte público, es más ágil.

5) No tengas hijos: tener hijos es una decisión muy grande que mucha gente toma más por inercia que por voluntad. Yo no quiero tener hijos porque después de pensarlo he decidido que no quiero dedicarle mi vida a otra persona.

6) Evita las tarjetas de crédito: si tienes dinero no necesitas una tarjeta de crédito y si no lo tienes mejor será que no lo gastes porque no tendrás como pagarlo después. La tarjeta de crédito es una fuente de ansiedad constante.

7) No busques un trabajo: un trabajo de oficina se traga tu vida, te ancla a un solo sitio y no te da nada a cambio. En el mundo dinámico internet te permite conseguir tus propios clientes. Ser dueña de mi tiempo es mi única prioridad.

El mito del champú

January 11th, 2012

El pelo no es una sartén. No es necesario desengrasarlo con detergentes industriales cada día. Y sin embargo, todos creemos que sí.

El camarero me entrega una servilleta. La abro y tiene un número de teléfono escrito dentro. Juro que no estoy contando una película, me pasó de verdad. El detalle es que el nombre que acompaña al número de teléfono es “Gaby” y está escrito en rotulador rosa. Esto pasó a finales de 2007 y fue cuando me planteé que quizás el pelo corto ya no era para mí. Gaby resultó estar sentada del otro lado del restaurante, así que cuando me levanté de la mesa comenzó a hacerme señas sin saber que mi objetivo no era su mesa sino la salida de emergencia. No me malinterpretéis a mí encanta que me insinúen que parezco una persona interesante, venga de quien venga, pero a veces ese tipo de cosas son un wake up call.

LA AVENTURA DEL PELO LARGO
Todo el mundo tiene consejos para ti cuando comentas que te vas a cortar el pelo. Todas las personas que conoces tienen una opinión, sus madres también. No te dejan en paz. Pero si dices que te vas a dejar el pelo crecer nadie dice nada. Lo interesante es que es justo en ese momento cuando más necesitas los consejos, porque el pelo corto es SUPER FÁCIL de cuidar, pero el pelo largo, ay amiga mía.

Sin una guía y con la candidez que acompaña a cualquier principiante, yo pretendí seguir con mi rutina de siempre: Pantene Clásico champú y acondicionador, y en seis meses mi pelo parecía un estropajo. Las raíces estaban bien, pero las puntas estaban totalmente opacas. Decidí que mi relación con Pantene había llegado a su fin. Dediqué bastante energía a encontrar el producto ideal que solucionara mi problema. Me paseé por todas las tiendas de cosméticos, probé recetas de mascarillas caseras, baños de crema, tratamientos hidratantes, todo lo que había en el mercado. Cuando eso no funcionó, le pedí consejos a mis amigas. Los peluqueros se aprovechaban de mí y salía de la peluquería con dos o tres productos que no servían mucho. En fin, fue un camino lleno de obstáculos.

EL MEJOR PRODUCTO ES NINGÚN PRODUCTO

Cuando estaba escribiendo el artículo sobre la fé me pregunté si no estaba yo cometiendo un error de axioma con lo del pelo. ¿Por qué asumo que para resolver el problema de mi pelo necesito MÁS productos? ¿Es posible que no necesite agregar nada?, ¿que más bien necesite eliminar productos de mi rutina? Como siempre yo consulté con un especialista (Google).

El pelo no es una sartén. El cuero cabelludo no es el motor de un coche. No es necesario desengrasarlo con detergentes industriales cada día. Y sin embargo, todos creemos que sí. Las ideas que rodean al champú y al pelo parecen sacadas de alguna mitología extraña. Nada tiene sentido, pero la industria farmaceutica nos vende el mito muy bien. Tan bien, de hecho, que en el siglo XXI comentar que estás pensando en dejar el champú es un sacrilegio. Quienes creen que ya nada es tabú en nuestra sociedad, jamás han contemplado dejar el champú.

EL CHAMPÚ COMO MITO

Nadie tiene muy claro cómo funciona el champú. Estamos convencidos de que funciona porque vemos la lista de ingredientes en la parte de atrás de la botella y pensamos que si los obligan a poner los ingredientes alguien debe estar vigilando que funcionen. Claro que yo, por ejemplo, no estudié química y las listas igual podrían estar escritas en sueco y me iban a servir de lo mismo. En realidad uno escoge el champú con una mezcla de fé e intuición. Compramos una marca porque nos gusta el olor, o porque nos la recomendó alguien, pero no tenemos ni idea de cómo funciona la cosa. Así que cuando usamos un champú por primera vez y hace mucha espuma pensamos “¡Está funcionando!”

Uno de los grandes avances del cerebro humano fue comprender la causa y el efecto de las cosas. Somos tan buenos en eso que somos capaces de ver un efecto y entonces inferir su causa. Por ejemplo, cuando el hombre primitivo veía humo, sabía que había fuego y corría en la dirección opuesta. De la misma manera, si veía huellas en el suelo sabía que algún animal había pasado por allí y era capaz de cazarlo. Este tipo de signo se llama índice y la supervivencia de la humanidad dependió tanto de saber interpretarlos que una gran parte de nuestro cerebro se dedica a resolver este tipo de problemas. Sin embargo esa operación es poco precisa. Si un hombre cae en una piscina podemos inferir que saldrá empapado. Pero la operación opuesta es poco confiable. Si nos encontramos a un hombre empapado en medio de la calle, ¿podemos asumir que la razón es que se cayó a una piscina? No necesariamente. Se me ocurren al menos otras 3 posibilidades igual de factibles. La espuma es un índice del jabón, de la limpieza, nosotros lo aceptamos como una muestra ineludible de que el champú “está funcionando” cuando en realidad tiene poco que ver una cosa con la otra.

LA CIENCIA DEL CHAMPÚ

El objetivo de lavarse el pelo es eliminar la grasa. El problema es que la grasa no es soluble en agua. Por eso necesitamos usar un champú: para disolverla. Hay muchos químicos que sirven para eso, el zumo de limón es uno de ellos, el vinagre otro, el detergente otro más. El nombre científico de este tipo de compuestos es “tensioactivos” porque funcionan alterando la superficie de los líquidos. Hay muchas clases de tensioactivo y cada uno puede tener varias propiedades. El tensioactivo más común que usan en el champú se llama Lauril Sulfato de Sodio que es muy barato y una de sus características es que produce mucha espuma. El problema es que el lauril sulfato de sodio es un irritante. Es tan irritante, de hecho, que está clasificado como un corrosivo. Si te cae un poco en los ojos y no te los lavas al momento puedes sufrir daños serios. Imagina lo que le hace a tu cuero cabelludo y a tu pelo.

Pero las cosméticas son listas. No quieren cambiar de tensioactivo porque el lauril sulfato de sodio produce más espuma que cualquier otro, así que deciden mezclarlo con un segundo tensioactivo (generalmente usan cocamidopropil betaína) que tiene como propiedad dormir los ojos y la piel. Así cuando te cae champú en los ojos te duele, pero mucho menos de lo que te dolería si el lauril sulfato de sodio estuviese actuando por sí solo. Entiéndeme, te está irritando igual que antes, pero no te das cuenta. Como no era suficiente con dos, ellos agregan varios tensioactivos más, algunos para espesar la mezcla, otros para darle mejor consistencia, y todos y cada uno de ellos son al mismo tiempo detergentes que le restan humedad y lubricación a tu pelo.

Otros dos problemas del champú son las sales y los alcoholes. Las sales se las agregan porque sin ellas el PH de los tensioactivos es inestable. Para preservarlo todo y darle larga vida en las estanterías del supermercado le agregan alcoholes. Y si no lo has adivinado aún, las sales y los alcoholes contribuyen a destruir tu pelo.

Aquí hice fotos de las marcas de champú más populares y sus ingredientes. Están en inglés porque estoy en Estados Unidos, y para que veáis que no miento cuando digo que la actitud de la gente aquí es distinta, fijáos que las fotos las hice en Publix, el supermercado más grande de aquí, y nadie se acercó para gritarme ni para pedirme que guardara la cámara.

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Garnier Fructis es el champú que parece tener menos químicos dañinos para tu pelo, y es el que escogí poner en grande. En la galería hay fotos de Dove hidratante, L’Oreal Everpure, Herbal Essences para cabello maltratado, Tressemé y Pantene ProV cuidado clásico. Si el champú que tú usas no está entre estos pero lo tienes a mano, puedes traerlo y comparar. Te voy a explicar qué partes de la fórmula podrían estar dañando tu pelo. En la galería de arriba marqué en rojo los componentes de las fórmulas que son dañinos y aquí abajo te dejo una tabla con los tensioactivos, sales y alcoholes más comunes.

La lista de tensioactivos es larga. Los tres de arriba son los más comunes, pero hay muchos más. Hay champús que ponen que no tienen sulfatos, como Everpure de L’Oreal y es cierto, pero aunque no tienen sulfatos sí que tienen otros tensiactivos igual de problemáticos como Sodium Lauriol Sarcocinate. Lamento no tener todos los nombres de los químicos en español, pero de verdad hay poca información en español en internet. Si queréis ver una lista de todos los tensioactivos, podéis revisar esta en la wiki.

En resumen: cuando usas champú te estás poniendo detergentes, sales y alcoholes en la cabeza. No se te ocurriría lavar un jersey de cachemire con detergente en la lavadora, no lo remojarías en un cubo con acetona, ni lo frotarías con sal. Sin embargo eso es justamente lo que le estás haciendo a tu pelo.

PEOR ES EL REMEDIO QUE LA ENFERMEDAD

El segundo mito que usan las farmacéuticas para vendernos sus productos (después de la espuma) es el del frizz. Cuando ponen a una mujer con el pelo dañado en el anuncio de un acondicionador, su pelo tiene frizz. Es cierto que el pelo seco suele tenerlo, pero también es cierto que el pelo seco no es su única causa.

– Frizz por humedad: el pelo funciona como una esponja. Cuando el pelo está seco pero el aire que lo rodea está húmedo, se hincha al absorber el agua del ambiente. En cambio, cuando el pelo está hidratado y sano es como tener una esponja húmeda: si la sumerges en agua no se hincha porque ya estaba mojada desde antes.

– Frizz por estática: esto le puede ocurrir a cualquiera. El pelo, como todo, tiene una carga eléctrica. Lo óptimo es que la carga sea neutra, porque si todos los pelos tienen carga negativa o una positiva se repelen los unos a otros, igual que ocurre con los imanes, y producen frizz. Los tensioactivos del champú suelen tener una carga negativa y por lo tanto le ceden electrones al pelo que termina cargándose de la misma forma.

Cuando sales de la ducha después de lavarte el pelo con champú, tu pelo no solamente está seco y dañado, sino que además tiene frizz por electricidad estática.

El gran gol de la cosmética fue hacer calar la idea del champú tan hondo que cuando tu pelo esta estropeado no te planteas culpar al champú, puede que culpes a una marca de champú en particular, pero no se te pasa por la cabeza que quizás el problema es el champú COMO CONCEPTO. Es más fácil asumir que el problema es tu pelo. Las cosméticas entonces pueden pasar directamente a venderte la solución para el problema que ellos mismos te han creado. La solución es el acondicionador.

LA VERDAD ACERCA DE LAS SILICONAS

Mi prima, que me lleva 10 años y siempre está al tanto de todo, fue de las primeras en comprarse una plancha para el pelo cuando salieron durante los 90. Pero además fue muy lista, porque se trajo de Miami algo que no existía en Venezuela para el momento, y que nadie sabía lo que era: Frizz Ease. John Frieda sacó la silicona para el pelo como un protector para el calor de las planchas. En esa época la botellita era diferente, era de cristal color marrón y parecía como un remedio para la tos infantil porque se aplicaba con gotero. Cuando me lo enseñó fue toda una revelación, nunca antes había visto algo como eso. Claro que no pasó mucho tiempo antes de que todas las marcas sacaran su propia versión, hasta las más cutres, y de que la plancha se convirtiera en una pesadilla. El look silicona se agotó muy rápido, pero ese avance le descubrió a las cosméticas un mundo nuevo al mezclarlas en el acondicionador.

Las siliconas no son del todo malas. La superficie del pelo no es lisa, visto con microscopio el pelo parece estar hecho de tejas, como si fuera el tejado de una casa. Esas tejas se llaman cutículas. Las siliconas crean una película de plástico alrededor de cada hebra de tu pelo que sella las cutículas y las protege del calor. Cuando tu pelo tiene silicona la humedad que está adentro no puede escapar, ni siquiera con el calor de la plancha, pero eso también significa que la humedad que está afuera no puede entrar. Es una barrera que interrumpe el intercambio del pelo con el aire.

Casi todos los acondicionadores traen siliconas. Aquí están las fotos de las mismas marcas que coloqué arriba con las siliconas y otros químicos dañinos resaltados en rojo:

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El problema principal de las siliconas es que la mayoría no son solubles en agua. Ninguna lo es en realidad, pero algunas son tan pesadas que ni siquiera son capaces de suspenderse en ella. Lo que quiere decir que es imposible quitarte la silicona del pelo a menos de que uses un detergente fuerte. Un detergente como el lauril sulfato de sodio. La silicona que está en tu pelo permanecerá en tu pelo a menos de que uses el champú. Y voy a ir aún más lejos: hay detergentes que no son compatibles con ciertas siliconas, por eso cuando la empresa cosmética te dice que Pantene ProV funciona mejor con el acondicionador de la misma marca, lo dice en serio.

¿Qué significa todo esto? Significa que el ciclo es redondo. El champú te daña el pelo, y sólo puedes arreglarlo con el acondicionador, pero el acondicionador a su vez deposita cosas sobre tu pelo que sólo puedes quitar con el champú. Estás atrapado en un ciclo vicioso en el que tu pelo sólo puede ir a peor.

Aquí te pongo una tabla con las siliconas que son insolubles y las que sí son solubles en agua:

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Básicamente, es imposible renunciar al champú sin renunciar al acondicionador, a menos de que las siliconas en el acondicionador sean solubles en agua. De serlo, bastaría con enjuagártelo muy bien bajo la ducha para eliminarlas. De otra forma tu pelo se llenará de “residuos” que no es otra cosa que una gran capa de plástico.

LA SOLUCIÓN AL PROBLEMA

Hace un poco más de un mes que dejé de usar champú. De verdad. No os lo había comentado antes porque pensé que sería un suicidio social, y probablemente lo es, pero como este año he decidido ser honesta, entonces lo comparto con vosotros y me hago responsable del posible ostracismo. La foto de abajo es una foto de mi pelo. Nunca lo había tenido así de sano.

No soy una persona que se preocupa demasiado por las cosas naturales. No es mi estilo. Hago yoga, pero me siento muy estúpida cantando los mantras. Me gusta comer natural pero no por un tema moral, sino porque de lo contrario me siento pesada. No soy de los que renuncian a tomar pastillas (la vida antes que el Espidifen) ni de los que beben cinco tazas de té verde. El metabolismo me tiene sin cuidado. Así que cuando me planteé abandonar el champú sentí una especie de vergüenza interna, como si estuviera entregándome de brazos abiertos a las rastas y Manu Chao. Porque ni siquiera después de saber todo lo que he explicado en este post podía sacudirme el mito del champú. La única forma en la que pude convencerme para comenzar a hacer lo que creía que era lo correcto fue pensar que si en algún momento me sentía incómoda SIEMPRE PODÍA VOLVER AL CHAMPÚ.

Si estás contenta con tu pelo, si tu pelo es brillante y suave, por dios santo, no cambies tu rutina. Pero si no estás contenta con tu pelo toma cartas en el asunto. Si vas a seguir mis consejos simplemente recuerda que no es un compromiso de por vida, si en cualquier momento te arrepientes, arreglar la situación te tomará 20 minutos, una ducha caliente y un poco de tu champú favorito.

EL CUERO CABELLUDO Y EL PELO SON DOS COSAS DISTINTAS

Esto es una idea tan simple que nadie se la plantea. El cuero cabelludo es piel, tiene poros y grasas. El pelo no. El pelo es tejido muerto. ¿Entonces por qué los tratamos como si fueran la misma cosa? Tienen necesidades diferentes y reaccionan distinto ante los mismos químicos. Es más, es posible tener un cuero cabelludo graso y pelo seco.

Una cosa que puedes hacer si no quieres dejar el champú pero te gustaría tener el pelo más sano es invertir el orden en el que te lavas el pelo. Te pones PRIMERO el acondicionador en todo el pelo, satúralo si puedes, y sólo entonces te echas unas gotas de champú en el cuero cabelludo y le das un buen masaje. Usa poco champú, lo estrictamente necesario y ve aplicándolo por zonas. Así el acondicionador protege tu pelo y evita el contacto con los sulfatos.

Pero si quieres probar algo drástico, aunque sea por tener una anécdota que contar, prueba lavarte el pelo CON EL ACONDICIONADOR. Sí, así como lo oyes, usa el acondicionador como si fuera el champú: aplícalo en todo el pelo y la cabeza y date un buen masaje. Si quieres hacerlo bien coge una pequeña cantidad, no más grande que una moneda de 20 céntimos y aplícalo en una zona reducida del cuero cabelludo con masajes circulares, repite el procedimiento hasta hacerlo en toda la cabeza. El acondicionador no se esparce igual de fácil que el champú, así que te tomará varios minutos más de lo que normalmente te toma lavarte el pelo.

CUANDO SALGAS DE LA DUCHA NO VAS A CREER LO LIMPIO QUE ESTÁ TU PELO.

La única forma de librarse del mito del champú es probando lavarse el pelo con acondicionador aunque sea una sola vez. La experiencia te transforma. La razón por la que funciona es que al acondicionador también le echan tensioactivos. Son tensioactivos más suaves y no corrosivos. Se lo echan para espesar la mezcla, pero en una cantidad más que suficiente para que arrastre las grasas y la suciedad de tu pelo. Lo importante es encontrar un acondicionador que no tenga siliconas, o de tenerlas que sea alguna de los dos tipos de silicona solubles en agua.

Yo soy de las que tienen un cuero cabelludo graso y el pelo seco, así que uso dos acondicionadores diferentes. Para el pelo uso Suave Naturals con olor a coco porque me gusta oler a playa. VALE 1 DÓLAR LA BOTELLA FAMILIAR. Te está hablando una persona insufriblemente snob con los cosméticos, la misma persona que hace menos de 3 meses se gastaba 30 euros cada dos semanas en American Cream de LUSH. No hace falta. LUSH es una estafa.

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En el cuero cabelludo uso un acondicionador especial para pelo graso totalmente natural y vegano de la marca Avalon Organics cuyo principal tensioactivo es extracto de árbol de té que se parece mucho al zumo de limón. Funciona como un sortilegio. El acondicionador es super espeso así que lo puse en un frasco para aplicar tintes, de esos que tienen una boquilla alargada y nunca he estado más satisfecha.

Sé que la rebeldía en contra del champú parece algo sacado de El club de la lucha. Pero creo que hay algo de válido en la idea de tomar responsabilidad por tus cosas. Así tengas que leerte la mitad de la wikipedia para entender cómo funcionan. Yo no me arrepiento de dejar el champú, mi pelo está mucho mejor y yo he dejado de echarle la culpa a la genética. No, mi pelo no está mal “de fábrica” lo que está mal es lo que le estaba haciendo yo voluntariamente.

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Para escribir este post conté con la ayuda de Rosa @landsvale que respondió muchas de mis dudas. Ella estudia química. Si tienes alguna duda sobre los compuestos químicos de tu champú puedes preguntarle a ella. Si tienes alguna duda sobre lo que puse aquí o si quieres saludarme, puedes seguirme en twitter @acapulco70. Soy amigable.

Hijos de la tele

January 8th, 2012

La única vez que he querido salirme de un cine en la mitad de una película fue cuando tenía 10 años. Mi madre, que había pasado de odiar a amar a Jim Carrey de la noche a la mañana nos había arrastrado a toda la familia. La sensación que tuve durante la película fue de furia. Estaba furiosa. No sabía muy bien por qué, pero me pareció que la película era de mal gusto. La verdad es que “The Cable Guy” no fue una buena película, pero tampoco era tan mala como para producir ese rechazo. A menos, claro, de que tú al igual que yo y que Jim Carrey hayas sido criado más por la tele que por tus padres. Entonces la sensación al ver esta escena está muy bien justificada:

Esta es la escena en la que usan la niñez de Jim Carrey para revelar algo sobre el personaje: era un adulto perturbado porque fue hijo de la tele. Desde ese punto de vista, “The Cable Guy” es una doble traición, una puñalada por la espalda. Es una situación absurda en la que la tele que te crió, reniega de ti y te considera un desadaptado social. Encontrarte con algo así en una película puede ser desconcertante. Pero en realidad, que te críe la tele no está mal. La tele es un buen sustituto de los padres, te juzga menos que ellos y si no te gusta lo que dicen siempre puedes cambiar el canal.

Si creciste en los 90, todo lo que te estoy diciendo te sonará familiar, independientemente de que hayas visto o no “The Cable Guy”. Para los de mi generación la vida familiar estaba monopolizada por la tele. Pero no en un mal sentido. Siempre consideré que la tele estaba junto a mí y a mi hermana. No me refiero a una proximidad en el espacio físico sino en una dimensión temporal. Al hecho de que la tele no es un ente sólido y estático como la tostadora, sino más bien un organismo vivo que crecía igual que el perro, igual que yo. Este hecho es muy importante y no todo el mundo lo entiende. La generación anterior (nuestros padres) consideran que la tele es un electrodoméstico y la generación que viene después de nosotros, los niños que ahora tienen 10 años, seguramente piensan en la tele como en el antepasado arcaico de internet. Nosotros, sin embargo, vimos a la tele crecer a medida que crecía la oferta de canales.

Cada generación tiene sus propios artefactos. Después de mi bisabuelo nadie se volvió a sentir a gusto con un periódico en formato sábana sobre la mesa, la suya fue la Edad del Papel. La generación de mis abuelos tiene La Radio, no la escuchan en el coche como lo haría uno, no, esta gente enciende la radio y se sienta a escucharla. Mi generación tenía la Tele por Cable que es una criatura tan diferente de la Tele Normal de mis padres que se podría decir que son dos Edades distintas. Es muy fácil reconocer a alguien de la generación del Cable, sólo hace falta verlo manejar un mando a distancia. Si tiene una estrategia de zapping, sabes que es de los tuyos. La gente que no tuvo cable se frustra con el mando: pasan los canales demasiado lento o demasiado rápido, o se quedan haciendo zapping cuando ya van por el canal 60 donde sólo están canales como RAI y Telemundo. No saben combinar la guía con el zapping ni se han memorizado los canales. Es como si alguien me diese a mí una radio manual, de las que tienen perillas y que hay que “sintonizar”, creo que me pondría a llorar.

Es fácil pedirle a alguien que valore algo que desconoce, lo que es difícil es tomar su opinión en serio. Excepto cuando se trata de temas polémicos como la televisión, y entonces todo el mundo parece querer unirse al baile de la negación. La opinión de los viejos es que la tele es mala. No es una opinión descriptiva sino un juicio de valor. A la tele se le desconoce y se le teme y por lo tanto es MALA. Ver la tele desde muy cerca te deja ciego, ver la tele por las tardes te convierte en un ser menos sociable, los programas infantiles son violentos, el contenido cultural es superficial y algunos programas pueden hasta volverte tonto. Se critica a los padres que permiten que sus hijos vean la tele más de un par de horas al día. En cambio se les recomienda apuntarlos a kárate, a lecciones de piano y ponerlos a jugar a mikado para “estimular su creatividad”. No me malinterpretéis, me parece fantástico el piano, si es lo que le gusta al niño, pero dudo que un niño de diez años se levante una mañana con unas ganas intensas de practicar solfeo. Lo que sí me parece descorazonador es ver a gente de mi edad poner en twitter que ellos no ven la tele, que ellos leen libros. Como si eso fuera motivo de orgullo en sí mismo. Vete tú a ver qué clase de libros leen.

Las reglas arbitrarias

December 15th, 2011

A España se llega con expectativas. Las hay de muchas clases. Las expectativas prácticas: en ningún lugar se come mejor que en España. Las culturales: Barcelona es cosmopolita. Las mágicas: la vida en España es mejor. Las románticas: la mujer española. Las ingenuas: la Costa del Sol. Pero cuando vas a España por más de dos semanas y has vivido en otros países, las diferencias reales, las del día a día, son las que más sorprenden.

Vivir en España y acostumbrarte a ello es una tarea difícil si no naciste allí. Hay reglas sociales para todo y la gente está pendiente de que las cumplas. Pero es complicado no romper las reglas cuando no las sabes de antemano. Si quieres comprobar lo arbitrario que es, basta con que hagas un experimento muy simple: pide fresas en el mercado en el mes de agosto. Bastaría con que el frutero te explicara que en agosto no hay cosecha de fresas en España, pero cuando haces la pregunta en su cabeza ocurre una especie de cortocircuito: ¿Fresas? ¡¿En Agosto?! se voltea y mira a las demás clientas y todos se ríen de ti con condescendencia. Sal a la calle con botas después de abril y cuenta cuántas mujeres te miran raro. Ten cuidado de lo que pides en las mercerías, si quieres terciopelo no se te ocurra pedirlo antes de octubre.

Los restaurantes son su propia galaxia. Mejor no esperes ir a comer entre las 3 y las 8 de la noche porque aunque el lugar esté abierto, la cocina está cerrada. Si te apetece comer caracoles, no te equivoques: los caracoles sólo los puedes pedir en los meses sin R (mayo, junio, julio y agosto). Nadie te va a servir un pan tostado después de las 11 de la mañana. No importa de cuánto dinero dispongas, gastártelo es complicado porque las tiendas son entusiastas entregadas a las reglas arbitrarias: abren solamente de 10 a 1, y de 5 a 8. Todo está cerrado los sábados por la tarde los domingos y los días festivos así que si te quedas sin tampones un domingo no hay quien te saque del apuro.

El español está orgulloso de sus reglas. Está convencido de que sus reglas locales son realidades universales. Tiene un apego ciego a sus doctrinas que no he visto yo en ninguna otra parte. Se puede debatir si ese rasgo los ayuda a preservar su cultura o si es lo que los mantiene en el atraso. Lo que es definitivo es que el español no le da la bienvenida a lo nuevo, ni a lo diferente, el status quo es el estado ideal. Contradecir a un español en sus reglas, o sugerir que en otras partes del planeta se hace de manera diferente le produce una irritación que les cuesta mucho ocultar. La irritación no viene de que le has señalado una forma alternativa de hacer las cosas, sino de la vergüenza que le da afrontar la noción de que hay lugares fuera de España a los que no tiene acceso. Quizás le han mentido toda su vida, ¿puede ser que en España NO se viva mejor? Su vergüenza nace del pudor provinciano de admitir que es la Tierra la que gira alrededor del Sol y no al revés.