La vida simple
January 16th, 2012Para robar en una librería sólo hace falta entrar con libros tuyos en la mano. Pones lo que te quieres llevar encima y nadie se entera. Lo sé porque durante años me dediqué a robarlos. La razón por la que los robaba no era filosófica aunque sí usé la filosofía de excusa varias veces. Cualquier gesto que yo encontrara reprochable en algún librero en particular era razón suficiente para despertar mi sentido de la justicia. Un librero famoso en Caracas vende revistas importadas como el TIMES. A veces esas revistas traen un libro gratis de regalo. Pues este librero separa la revista del libro y los vende por separado y a full price. De más está decir que me encargué de que a ese librero no le dieran las cuentas al final del mes jamás.
Pero la razón real por la que robaba los libros era porque a los 15 me propuse crear mi propia biblioteca. Yo no hago nada de forma mediocre así que si iba a tener una biblioteca debía ser una biblioteca de proporciones épicas. Disponía de dinero pero mi ambición era más grande que el dinero del que disponía así que lo que podía lo compraba y el resto lo saqueaba. Robé de todo. Clásicos, libros nuevos, usados, narrativa, poesía, libros sobre fotografía. Sin discriminar. Así que cuando me fui de Venezuela y lo dejé todo atrás, ese “todo” incluye más de 500 libros.
LA SEGURIDAD DE LOS OBJETOS
Cuando mi hermana tenía 8 años le pidió a mi madre que le comprara unos Converse. Se lo pidió y agregó que los quería porque “son los que usa la gente que escucha buena música”. La honestidad de su petición me pareció genial porque reveló lo que todos piensan pero nadie dice. Los Converse son zapatos. Su función es proteger tus pies. En realidad no tienen nada que ver con la música, pero se han convertido en un símbolo colectivo. Usar Converse te hace una persona interesante.
Tenemos una relación especial con los símbolos. Los símbolos no indican nada en la realidad directamente, más bien son bastante arbitrarios. Se eligen por consenso y se replican por una especie de contagio que se transforma en tradición. Las letras son símbolos. Las palabras también. La palabra “agua” no tiene nada que ver con el agua en sí misma, es necesario que alguien nos enseñe lo que significa para poder entender y usar esa palabra. Hay objetos que se transforman en símbolos, como los Converse y después hay otros que nunca tuvieron una función utilitaria, su único propósito es representar algo. Un ejemplo es la corona del rey que sólo sirve para representar su poder.
Los símbolos nos permiten organizar la realidad y ponerle límites. Estamos acostumbrados a la seguridad que nos brindan los objetos y depositamos en ellos la tarea de definir partes de nuestra identidad. De la misma forma solemos definir a los demás por sus objetos. Eso nos hace dependientes de los símbolos para comprender el mundo. Pero los símbolos pueden confundirnos. ¿La corona es para el rey o el rey para la corona? ¿Si le damos la corona a alguien más, se convierte en rey?
Por eso cuando pensamos en una persona rica, lo que imaginamos es una gran casa, un armario gigante, un reloj y un bolso caro. Creemos que si nosotros tuvieramos ese reloj seríamos ricos también. En realidad el materialismo no es una crisis moral. Es una crisis simbólica. Es el resultado de confundir la realidad con su símbolo.
Los prejuicios también son producto de malas relaciones simbólicas. Cuando un hombre rico se compra un Rolex, ese reloj simboliza su riqueza. Otras personas pueden decir de él que es “un pijo” por comprarse ese reloj. Si el hombre es rico o es “pijo” es algo que carece de importancia, el centro de la interacción es el Rolex. Al decir que el Rolex es de “pijos” están reforzándolo como símbolo con un nuevo significado. Las estructuras mentales que acompañan a los símbolos son rígidas. Una vez que un objeto adquiere un significado simbólico (sea real o falso) es casi imposible desprendérselo. Por más que la realidad confronte al símbolo, muchas veces preferimos aferrarnos a él.
Nos apegamos a los objetos porque simbolizan una parte de nuestra identidad. Cuando pensamos en deshacernos de los Converse creemos que la parte de nosotros que es interesante se irá con ellos.
LOS OBJETOS SON PROBLEMAS
Desde que me fui he echado de menos mis libros, dejarlos me causó culpa. Pensaba que era un sentimiento genuino. Los imaginaba en el estante cogiendo polvo sin que nadie los leyera. Tenía una fantasía recurrente en la que contrataba un barco de mudanzas. También pensaba que una posible solución era traerlos poco a poco en viajes sucesivos y pagando sobrepeso en el avión, pero ¿alguna vez has llenado una maleta con libros? Pesan tanto que tardaría años en lograrlo. Así que decidí ser responsable y solucionar el problema. Me pregunté cuántos libros de los que tenía quería volver a leer. La lista no llegaba a los 10. Y esos 10 libros no necesitaba tenerlos en físico, podía comprarlos para el iPad.
El sentimiento de culpa no es algo exclusivo de los libros. La ropa es una fuente excelente de culpa. ¿Cuándo fue la última vez que compraste algo por impulso en unas rebajas y no te lo pusiste nunca? A mí me ha pasado varias veces. Cada vez que abro mi armario ciertas prendas me miran raro. Como diciendo “tú y yo nos conocemos”. Es complicado tirarlas a la basura o regalarlas porque es como admitir tu derrota, entonces las dejas ahí, en el armario, y te resignas a saludarlas todos los días.
Después están esas prendas que compraste calculadamente pero que tampoco te pones porque ya no te gustan. Te duraron menos de 6 meses. ZARA y las demás cadenas de moda rápida son expertas en eso. Cada temporada diseñan su ropa alrededor de una idea extravagante. Intenta encontrar una prenda básica en cualquier colección de ZARA, te reto. No las venden. Es su forma de garantizar que volverás el mes que viene porque aunque tienes 20 vestidos no tienes nada que ponerte.
A estas alturas de la vida todos conocemos la diferencia entre un objeto desechable y un objeto permanente. La mayoría de los objetos tienen dos versiones. La vida simple no se trata de escoger siempre lo permanente. Se trata de escoger deliberadamente aquello que te satisface.
Mi padre me regaló un set de bolígrafos de arquitectura una vez. Dibujar con ellos era muy placentero. Cambiarles el cartucho de tinta y limpiarlos no. Decidí que para mí lo ideal es un bolígrafo desechable que pueda usar y tirar cuando se gaste. Y eso está bien. Por otro lado mis gafas son para mí de gran importancia. Las uso cada día y necesito que sean cómodas y simples. Me compré unas Ray Ban con la idea de que sean permanentes: son grandes, cómodas, están hechas de un material resistente, solo tienen 3 piezas y si se me rompen sé que puedo volver a encontrar el mismo modelo exacto.
El problema se presenta cuando hay objetos desechables que se hacen pasar por objetos permanentes.
La caducidad programada de la moda no está en la calidad de la ropa, está en la extravagancia. En su capacidad de hacer que objetos desechables PAREZCAN objetos permanentes. Así la temporada pasada en ZARA todo era color neón, y ahora ¿qué haces con esos pantalones de pinza color verde fluor?
Cada vez que le asignas una parte de tu personalidad a un objeto, estás depositando tu identidad en cosas externas. A la larga, y la vida de cualquier persona es lo bastante larga, puedes llegar a acumular una cantidad de objetos enorme. Como su función principal no es utilitaria sino simbólica, son objetos inútiles. Ir por la vida arrastrandolos es agotador. Es como empujar el carro de un supermercado. Vas por ahí chocando contra todo, midiendo el espacio, navegando por los pasillos con dificultad. Tardas 2 horas en hacer algo que con una cesta tardarías 10 minutos. En un mundo dinámico es preferible ser compacto.
Cada objeto es un problema, así que escógelos bien.
Inés de la Fressange contaba en una entrevista que los franceses ven su armario como algo que se conquista a lo largo de la vida. Solo compran 4 o 5 prendas al año. Se aseguran de que lo poco que compran les dure para siempre. Por eso su armario está lleno de básicos que combinan y a medida que pasa el tiempo tienen más opciones para combinar.
LAS METAS ESTÁTICAS
La generación de los baby boomers abarca a la gente que nació entre el 46 y el 64. Son nuestros padres. Nacieron después de la Segunda Guerra Mundial así que eran demasiado jovenes para recordarla pero llegaron a tiempo para crecer en una época de bonanza económica y de confianza optimista en el progreso. Los baby boomers fueron la generación privilegiada.
Las familias de los baby boomers estuvieron organizadas de acuerdo con premisas estáticas. Sus madres (nuestras abuelas) fueron amas de casa y sus padres trabajaron en una oficina toda su vida para retirarse en la vejez. Vivieron en los suburbios, en la misma casa de varias habitaciones toda su vida.
Pero a pesar de tener una situación familiar estática, los baby boomers crecieron en la década de los 60 de manera que conocieron de primera mano la revolución sexual, participaron activamente en la liberación de la mujer y lograron hacer del divorcio una práctica aceptable. Fueron responsables de cambiar el mundo, lo convirtieron en un lugar más dinámico.
Sin embargo, sus vidas fueron parecidas a las de sus padres en un sentido: tuvieron el mismo esquema. Al igual que sus padres los baby boomers fueron a una universidad a estudiar una carrera para poder ser empleados en una oficina durante muchos años y así ganarse su jubilación. Para ellos el éxito es algo que se cosecha. La fábula favorita de los baby boomers probablemente sea la de la cigarra y la hormiga.
Nuestros padres nos dejaron en herencia dos cosas: un mundo dinámico y unos valores estáticos.
Los valores estáticos tienen como recompensa el éxito estático. La idea de éxito de nuestros padres parece un sitio geográfico al que llegas y te instalas, si no para siempre por una buena temporada. En El Exito hay una casa con muchas habitaciones, un gran coche, un premio Pulitzer, un marido fiel y una oficina en una gran empresa internacional.
Siguiendo los consejos de sus padres una parte de la generación Y, la nuestra, decidió estudiar una carrera creyendo que la carrera les garantizaría el futuro. O al menos un buen puesto de trabajo. Salieron de la universidad y la realidad los confrontó: los puestos de trabajo no existen. El mundo que sus padres les prometieron no existe. Los consejos y las instrucciones de sus padres no funcionan porque están pensados para un mundo que se acabó.
Pero en lugar de indignarse con sus padres por darles las herramientas equivocadas, la generación Y se indignó contra el gobierno. Su reacción fue infantil: en vez de solucionar su problema fueron a manifestarse. El gobierno no tiene las soluciones. Los gobiernos europeos no suelen actuar de mala fe. Si el gobierno hubiese tenido soluciones las hubiese ofrecido, ningún gobierno quiere a un pueblo en la calle. El enfado real tenía que ser contra sus padres y la reacción responsable era buscar la solución real y práctica a su problema en lugar de salir a la calle pidiendo soluciones a alguien que lamentablemente no las tiene.
Nosotros somos la generación Y. Estamos viviendo lo que probablemente es la crisis económica más fuerte que el mundo ha conocido desde 1929. Vivimos el 11 de septiembre. Sabemos que las empresas cierran. Los bancos pueden quitarte tu casa si no pagas la hipoteca. Una carrera universitaria no te garantiza nada. Somos la generación de internet. Nuestra vida no es estática, no podemos pretender tener éxito con las reglas de un mundo que ya no existe. Vivir así es vivir una vida ingenua.
Al ser la generación de internet seguramente tienes twitter. Yo también. Si quieres puedes seguirme pulsando en este enlace: @acapulco70
TUS PATRONES TE LIMITAN
La razón por la que arrastramos actitudes que no nos satisfacen es porque el hombre ha evolucionado para crear rutinas. Las crea de forma automática. Hay una parte del cerebro dedicada exclusivamente a comprimirlas. Se llama bulbo raquídeo. Es una parte primitiva del cerebro que compartimos con la mayoría de los mamíferos. Como es tan primitiva es muy eficiente, de hecho, está allí para ayudar al cerebro a ahorrar energía. Lo que hace es automatizar una serie de pasos y transformarlos en impulsos no conscientes. La actividad del bulbo raquídeo es muy importante, controla procesos como la respiración y las funciones cardíacas. Pero también es responsable de automatizar otras cosas. Estoy segura de que cada vez que te conectas a internet revisas “automáticamente” Facebook, tu correo o Twitter. No te das ni cuenta. Es tu bulbo raquídeo.
La mala noticia es que el bulbo raquídeo no solo repite las buenas rutinas. Repite las malas también. Su función es comprimir, no evaluar. Así que es una herramienta deficiente si lo que buscas es resolver problemas. Y a decir verdad muchas veces es responsable de crearlos porque además es un poco torpe. Digamos que si siempre has lavado los platos de una manera, es poco probable que la cambies aunque haya una forma mejor de hacerlo. Quizás si te compras una vajilla nueva y rara te replantees tu sistema, pero eso no es común. Pasamos la mayor parte del día en un piloto automático con muchas rutinas que fueron programadas en la infancia y eso hace que perdamos de vista alternativas mejores.
Cuando Facebook cambia su diseño todo el mundo se queja. El problema no es que el nuevo diseño sea más o menos conveniente. El problema es que la gente detesta salir de su piloto automático. Enseñarle cosas al bulbo raquídeo toma tiempo y varias repeticiones. Pero ningún cambio se da desde el autopiloto. Y mejorar es un tipo de cambio. Eso significa que para poder solucionar problemas hace falta tomar el mando en el momento preciso.
LA VIDA SIMPLE ES LA VIDA ÓPTIMA
No odiamos la rutina, la rutina en sí no es un problema. Me atrevería a decir que amamos la rutina aunque suene poco romántico. Lo que sí odiamos es forzarnos cada día a tomar decisiones nuevas para resolver los mismos problemas de siempre. Son esos problemas lo que nos molesta de la rutina. Abrir el armario cada mañana y emplear 15 minutos en escoger tu atuendo para tener que repetir el mismo proceso desde cero al día siguiente. Vivimos como si cada día fuera el primero: resolviéndolo todo por primera vez, una y otra vez.
Vivir una vida simple significa resolver los problemas cotidianos con soluciones permanentes. Si hoy solucionas un problema para siempre, es un problema menos que tendrás que resolver mañana. Esas soluciones liberan espacio mental y tiempo que puedes emplear en lo que verdaderamente importa. A la larga las soluciones se acumulan y tu vida se simplifica progresivamente.
Por ejemplo, imagina que tienes muchas camisetas. Sueles doblarlas y guardarlas en un cajón. Cada mañana cuando te vas a vestir tardas diez minutos en encontrar la camiseta que estás buscando, desordenas el cajón, a veces no la encuentras aunque sabes que está allí y eso te frustra porque tienes prisa. Es probable que durante mucho tiempo te hayas resignado a sufrir esa rutina incómoda. La queja en tu cabeza puede ser algo así: “necesito más cajones, no tengo suficientes, esto es un desastre siempre”. Quizás no te lo habías planteado nunca y esto te va a sorprender pero es posible resolver el problema. Tardarás dos minutos en encontrar la solución. Aunque te hayan enseñado que las camisetas se doblan tú puedes hacerlo de forma diferente. Puedes comprar perchas y colgarlas en el armario. Al principio cuando laves la ropa es probable que las dobles automáticamente y sólo cuando estés por guardarlas en el cajón recuerdes que ahora van en las perchas. Pero es cuestión de repetirlo varias veces para que pase al autopiloto.
Sé que el ejemplo es una simpleza, pero nuestra vida está llena de momentos simples que nos crean frustración y roces innecesarios. Resolverlos hace que te sientas autosuficiente. Yo tengo una olla que detesto: es demasiado delgada, todo se le pega, el mango pesa más que la olla así que cuando caliento leche para tomarme un café a veces se vuelca. Tengo dos opciones, puedo enfadarme cada vez que ocurre eso, o puedo tirar la olla y comprarme una mejor, una que resuelva mi problema PARA SIEMPRE. Como comprenderás, la vida simple no es la vida barata, pero sí es la vida óptima.
Otro ejemplo que se me ocurre es la obsesión con las vajillas. El regalo típico que se le da a cualquier pareja el día de su boda es una vajilla para diez comensales. Por lo general esas vajillas terminan en un cajón y si las usas 2 veces en toda tu vida te puedes alegrar. ¿Quién quiere una vajilla elegante para diez comensales? Es algo absurdo, parte de la vida estática, muy baby boomer. Cada uno de los platos de esa vajilla es un problema. Ocupa un gran espacio, es frágil, imposible de transportar. Además imagina que invitas a todos tus amigos a cenar. Después tienes que lavarlos con Fairy uno por uno. Podrías comprar un lavavajillas pero lamentablemente automatizar no es solucionar. Solucionar significa resolver el problema, desatar el nudo, llegar a una conclusión.
Mi vajilla ideal, por ejemplo, es la vajilla de Ōryōki que tiene tres platos. Cuando veas como la limpian (minuto 2) lo comprenderás todo:
La vida simple implica retar todas tus convicciones. Identificarlas, sacudirlas y ponerlas a prueba. Quedarte únicamente con lo que te funciona a ti. Uno de los libros que dejé en mi gran biblioteca épica es La Educación de Henry Adams, cuando lo leí no entendí totalmente lo que quería decir. Ahora sí: retar sus convicciones fue un momento clave de su vida. Claro que sus convicciones van mucho más allá de las perchas del armario, pero es un buen punto para empezar.
TU MEJOR ALIADO ES TU CONVICCIÓN
La idea de la vida simple es muy simple también. Se puede resumir en dos pasos:
1) Identifica lo que es importante para ti.
2) Elimina todo lo demás.
Lo que pasa es que cada paso tiene sus dificultades. Es complicado identificar lo que es importante para ti si no te conoces bien. Es complicado conocerse bien si tu vida está tan llena de objetos que no hay espacio ni para ti mismo. Para poder conocerse hace falta primero vaciarse.
Henry David Thoreau vivió una vida simple y acuñó un montón de frases espléndidas incluyendo “Sólo un tonto crea una regla y solo un tonto la sigue”. Vivió en 1850 cuando Massachussetts era todavía territorio poco explorado. Quería demostrarse a sí mismo que era posible vivir una vida plena sin tener que trabajar como jornalero, que un hombre solo necesita un refugio y a la naturaleza para ser feliz. Dijo además, que deseaba conocer la vida con todas sus consecuencias. No quería descubrir en el lecho de muerte que no había vivido. Así que lo dejó todo y se fue a vivir al bosque de la laguna de Walden en Concord. Construyó una cabaña con sus propias manos cortando madera del bosque y vivió solo en la naturaleza durante dos años. Lo único que tenía cerca era un pueblo a 20 minutos de distancia. Durante el tiempo que vivió en Walden llevó un diario que se convirtió en uno de los textos fundamentales del trascendentalismo norteamericano. No digo que para llevar una vida simple debas mudarte a una cabaña en medio de un bosque, pero su experiencia es muy interesante de todas formas. Puedes descargar su libro en PDF en el enlace de arriba.
Todos hemos escuchado el cuento de la tortuga y la liebre. Pues con la vida simple no eres la tortuga pero tampoco eres la liebre. Decides no entrar en competición con nadie cuando te das cuenta de que la carrera entre la tortuga y la liebre se lleva a cabo dentro de la rueda de un hamster. Nuestros padres nos dijeron que para ganar la carrera había que ser la tortuga: constante y trabajador. La liebre es ágil y dinámica pero pretender ser la liebre es igual de ingenuo. Ser la liebre no tiene sentido porque la liebre acepta la meta como válida. La meta es “El Éxito”. Yo no quiero una casa de tres habitaciones, un coche, un buen trabajo y postergar mi vida hasta la jubilación. Esa meta ya no existe. Que se maten la tortuga y la liebre, la cigarra y la hormiga y a mí que me dejen en paz.
La vida simple es un proyecto pero no es un proyecto externo, no es El Éxito. Es un proyecto íntimo. Cuando dejas de atender a los compromisos sociales tu vida se simplifica. La gente intentará incluirte en la carrera. No te dejes. Cuando vean que actúas raro, que eres demasiado independiente, quizás se enfaden contigo. No los escuches. Para adoptar una vida simple cuando estás rodeado de gente tienes que tener firmeza en tus convicciones.
La vida simple es bella. La belleza es lo honesto, lo esencial. Cuando nada sobra y todo está justificado el objeto es bello. Lo demás es histeria.
EL MUNDO DINÁMICO
Estamos en el fin del mundo. Suena sensacionalista pero lo digo en serio. Estamos atendiendo al fin del mundo conocido. Es aquí donde termina. Lo que viene de ahora en adelante es un territorio que no ha sido explorado todavía y por lo tanto nadie tiene mucha idea. Quizás la razón por la que los gobiernos están tratando de salvar a los bancos es porque saben lo que ocurre pero no saben cómo responder ante el cambio y se están agarrando a un clavo ardiendo. Pero la realidad es que el mundo que conocíamos ya no existe. El mundo de tus padres se acabó. No es un drama, las cosas cambian, cada cierto tiempo hay que renovarse. Pero el que quiera sobrevivir tendrá que hacer un esfuerzo voluntario por desprenderse de las tradiciones, entender este mundo y ajustarse a sus circunstancias.
El mundo dinámico es caótico como la jungla y a la jungla hay que ir bien equipado.
No voy a pretender que estas reglas que creé para mí son reglas universales. No se supone que le funcionen a nadie más que a mí misma. No son reglas rígidas ni eternas, si el mundo cambia hay que adaptarlas. Voy a compartirlas porque pienso que he llegado a conclusiones que pueden funcionarle a otras personas y deseo compartirlas. Si sientes que estas reglas no son para ti no tienes por qué adoptarlas, tú puedes crear las tuyas. Para mí una vida simple que se ajuste al mundo dinámico debe cumplir con las siguientes condiciones:
1) No estudies una carrera universitaria: esta regla no la seguí. Me di cuenta demasiado tarde. Pero una carrera es una pérdida de tiempo y de dinero. No te lleva a ningun sitio.
2) No te hipoteques: una hipoteca es una locura, creo que nos quedó claro. Yo no me hipotecaría con una casa JAMÁS. Además, quiero vivir en casas pequeñas. Las casas de varias habitaciones están pensadas para recibir visitas y después sientes la necesidad psicológica de llenarlas de objetos. Yo no recibo visitas y no quiero objetos, así que mi situación ideal es vivir en un estudio.
3) Compra objetos, no problemas: cada objeto debe ser la solución permanente a un problema cotidiano. No compraré objetos repetidos, no compraré cosas baratas, no compraré nada que no pueda transportar en una mochila.
4) No tengas coche: cuando tienes un coche te pasas la mitad de tu vida buscando donde aparcarlo. Me moveré en transporte público, es más ágil.
5) No tengas hijos: tener hijos es una decisión muy grande que mucha gente toma más por inercia que por voluntad. Yo no quiero tener hijos porque después de pensarlo he decidido que no quiero dedicarle mi vida a otra persona.
6) Evita las tarjetas de crédito: si tienes dinero no necesitas una tarjeta de crédito y si no lo tienes mejor será que no lo gastes porque no tendrás como pagarlo después. La tarjeta de crédito es una fuente de ansiedad constante.
7) No busques un trabajo: un trabajo de oficina se traga tu vida, te ancla a un solo sitio y no te da nada a cambio. En el mundo dinámico internet te permite conseguir tus propios clientes. Ser dueña de mi tiempo es mi única prioridad.
Esto es parte del La Vida Simple, el libro que acabo de publicar. Escribirlo ha sido una manera de seguir el último punto de la lista porque en lugar de buscar un trabajo decidí escribir este libro. Ahora, por más tiempo que pase, tendré un libro que podré vender siempre, habré construido algo. En el libro hablo acerca de cómo hacer estas cosas, cuesta 15 euros y ha vendido más de 30 mil copias. Si quieres comprarlo puedes hacerlo a través de paypal “>pulsando aquí. O también puedes leer el FAQ