La psicología de la traición

September 24, 2015

Si te pido que hagas un esfuerzo e intentes recordar alguna instancia en la que has sido traicionado, seguramente se te ocurrirá al menos una. Casi todos hemos pasado por eso alguna vez. La reacción ante una traición es siempre parecida: empieza con una sensación de sorpresa seguida de una profunda indignación, la sensación de que has sufrido una violación, de que te han usado. Es una sensación parecida a lo que sentiríamos si nos hubieran robado algo.

Los efectos de la traición no son solamente prácticos. Cuando alguien te traiciona no solamente pierdes la confianza en él, pierdes, en cierta medida, la confianza hacia ti mismo y tu capacidad de juzgar el carácter de los demás, porque confiaste en el traidor y no supiste darte cuenta de que lo era. También pierdes la confianza en el mundo que te rodea, como consecuencia de la traición te vuelves más escéptico, eres menos propenso a depositar tu confianza en otra persona, quienquiera que sea. Es decir, la traición es un asalto a la integridad de la persona que es traicionada.

El episodio no concluye hasta que no encuentras una forma de restablecer el orden, de cerrar el capítulo, de sentir que has recuperado tu lugar. Para hacerlo tienes que vengarte o perdonar al traidor. La mayoría de la gente te va a recomendar hacer lo segundo. Yo no. Pero de eso hablaremos más tarde.

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Es mentira, Estados Unidos no es un país de Inmigrantes

August 16, 2015

Lo primero que hace un socialista en una discusión es sacar del bolsillo de atrás del pantalón la libretita en la que ha apuntado lo que tiene que decir: datos absurdos y estudios poco serios como prueba de que el socialismo es lo mejor para todos los pueblos. Como la fuente de las cifras no está a la mano y ponerse a investigar a fondo lo que está diciendo para refutarlo no da tiempo en esa discusión, esta posiblemente sea la estrategia más útil para tener la última palabra.

Pero cuando eso no funciona, los socialistas hacen un esfuerzo e intentan ofrecer argumentos. El argumento en el caso de la inmigración es uno solo y siempre el mismo: Los países más prósperos del mundo son países de inmigrantes como EEUU. Si se les presiona pueden combinar el primer argumento con el segundo: todos en EEUU son inmigrantes, excepto los indígenas”.

Suena muy bien, sí, pero Estados Unidos no es un país de inmigrantes. Estados Unidos ha recibido millones de inmigrantes de otros países eso sí es cierto, en especial a partir de 1965 después de que se adoptara el “Immigration and Nationality Act” de Ted Kennedy, pero eso no significa que es un país de inmigrantes o que le deba su prosperidad a ellos.

EEUU fue creado, fundado, y poblado por británicos protestantes que eran en una gran mayoría ingleses aunque hubo también colonos escoceses e irlandeses. A excepción de un importante grupo de alemanes, los colonos hablaban en el mismo idioma, eran de la etnia inglesa, y tenían una cultura homogénea.

Los firmantes de la Declaración de Independencia eran también descendientes de británicos y por eso conocían bien a Locke y la filosofía de la Ilustración inglesa que fue el fundamento de las ideas de la Revolución Americana. No sólo fue inspirada en lo filosófico: el sistema de derecho que implantaron en América fue también británico: que el “common law”, distinto al derecho romano de las colonias españolas y portuguesas.

El país que fundaron los colonos americanos, por lo tanto, es una rama de la civilización británica. Por eso se parece a todos los países del Commonwealth. Las instituciones americanas son herederas de las británicas, su sistema de derecho es británico, sus tradiciones son británicas, EEUU tiene una esencia étnica y cultural definida, que no es diversa ni fue construida “por inmigrantes”.

Conviene aclarar dos puntos: el primero es que un inmigrante y un colono no son lo mismo. Un inmigrante es una persona que llega a un sistema que existe antes que él llegara. El inmigrante llega a un país que ya existe y se acomoda a él (o no). Un colono no es eso. El colono llega a un territorio en el que no hay un sistema, y lo construye. De manera que los colonos americanos en nada se parecen a los inmigrantes italianos que llegaron en los 70, por dar un ejemplo. El puritano inglés que fundó la colonia de Nueva Inglaterra en lo que previamente era un descampado se parece poco a Jesús, que llegó anteayer de Chiapas y se metió a jornalero.

También hay que aclarar la diferencia entre un territorio y un país. Los colonos británicos no fueron “inmigrantes” que llegaron a América a desplazar (o “masacrar” ya depende de la intensidad del socialista) a los indígenas. Los colonos llegaron a un territorio en el que lo único que había era tipis indios, y fueron ellos quienes fundaron lo que hoy conocemos como EEUU. Si no fuera por la colonización británica, en EEUU se seguiría viviendo en tipis, el sistema seguiría siendo tribal, los intercambios seguirían siendo por medio del trueque y el mayor avance tecnológico sería el cultivo rudimentario del maiz. Un inmigrante es una persona que llega a un país que ya está constituido. Los colonos no son inmigrantes.

Los colonos americanos llegaron a un territorio que solía ser de los indígenas y construyeron en él algo radicalmente nuevo y propio: un país. Construyeron en él una sociedad próspera con instituciones sólidas, valores protestantes, con un Estado de derecho, una moneda, y continuaron desarrollando su sistema hasta hoy. Un sistema que les pertenece, que nació de sus costumbres, de sus creencias y de su modo de vida, un sistema en esencia británico, protestante, blanco.

En resumen: EEUU no es un país de inmigrantes. Es un país que hasta 1965 era prácticamente homogéneo y constituido principalmente por europeos blancos y protestantes del norte de Europa occidental. A partir de 1965 ha recibido una inmigración masiva, olas de inmigrantes de todo tipo, sin discriminar, que están poniendo en riesgo el sistema. Si la inmigración continúa dentro de poco EEUU dejará de ser un país blanco/protestante/inglés y se convertirá verdaderamente en un país de inmigrantes. Cuando eso ocurra primero cambiarán los valores, después cambiará el idioma, y finalmente la cultura. El sistema se vendrá abajo cuando su esqueleto, que es la cultura que lo produjo, desaparezca.

Una sociedad no es un cúmulo de personas. Poner a un grupo de personas dentro de un territorio no los transforma en una sociedad. Poner un puñado de culturas dentro de un mismo espacio no produce un país. Una sociedad está conformada por personas, pero esas tienen lazos entre sí, cooperan, porque tienen un origen compartido y una idea destino común. Eso sí es una sociedad, y por eso las sociedades prósperas en todo el mundo suelen ser sociedades étnicas en las que todos los miembros se sienten como parte de una misma cosa. Mientras más inmigrantes hay, mientras más grupos de interés diferentes se mezclan en una misma sociedad, más débil es.

Los 4 tipos de inmigrante

August 13, 2015

La primera vez que mi madre me dejó acompañarla a una reunión de vecinos me sentí orgullosa porque esas reuniones “no eran para niños”. Tenía doce años y sentí que había sido invitada a formar parte de un club muy serio. Pero además sentí una gran envidia porque hasta entonces no sabía que las señoras del edificio preparaban galletas y tartas para presumir en la reunión, y que podía beber todo el refresco que quisiera.

El edificio era pequeño, no tenía más de 10 apartamentos, así que todos los vecinos nos conocíamos bien. Las relaciones eran estrechas porque muchos se conocían desde hacía más de diez años. A pesar de que había uno que otro desacuerdo (las hijas del señor García se apuntaron a clases de claqué, practicaban toda la noche, y no dejaban dormir a la señora Matos) el tono era de respeto porque era una comunidad de semejantes: el nivel de educación era parecido, teníamos todos expectativas similares, y había una sensación de destino compartido, de que estábamos todos en el mismo barco. Si al edificio le iba mal, a todos nos iba mal.

Pero entonces mi vecino, el que vivía justo en frente de mi casa, tuvo que vender su apartamento, y aceptó la oferta de un hombre que venía de una favela pero que había ganado mucho dinero de golpe porque había empezado a trabajar para el gobierno: tenía un sueldo cien veces por encima del que tenía cualquier persona normal por tener un puesto en un Ministerio. (Voy a usar el término “favela” que es brasilero, para que te hagas una imagen visual del lugar del que este hombre venía. El término en Venezuela es “barrio”, que por razones obvias es confuso para un español. De todas formas, a lo que me refiero es esto. De allí venía el nuevo vecino)

Si eres español te puede parecer extraño que una persona que antes vivía en una chabola llegue al gobierno y por esa razón gane mucho dinero de la noche a la mañana, pero algo me dice que no falta mucho para que se entienda este fenómeno en España. El hecho es que el hombre de la favela se trajo a toda su familia incluyendo a sus hermanas y a los hijos de sus hermanas, a vivir al edificio en un apartamento de tres habitaciones.

De inmediato nos dimos cuenta de que este hombre no era como nosotros. Como venían de una favela, sus costumbres y valores no coincidían con los nuestros. Su familia, gracias a su nuevo trabajo, tenía 4 coches SUV nuevos y como el apartamento tenía solamente dos plazas de parking, aparcaban sus SUV en cualquier sitio, ocupando las plazas de los demás.

Pero además tenían costumbres muy extrañas y hacían cosas que nos afectaban a nosotros directamente porque vivíamos justo en frente. Por ejemplo, cada vez que abrían la puerta del apartamento se podía ver hacia adentro, al salón de su casa, y allí, en medio del salón, tenían dos colchones en el suelo donde siempre había alguien diferente durmiendo. También tenían un parco dominio del idioma (no porque fuesen extranjeros, sino porque no sabían hablar), no saludaban a los otros vecinos y trataban de malas maneras a los demás por cualquier motivo. Las reuniones de vecinos terminaban a gritos.

Mis vecinos chavistas se apropiaron del pasillo: la puerta de su apartamento estaba perpetuamente abierta, se sentaban a beber cervezas en frente del ascensor y dejaban las botellas y las latas tiradas en el suelo. Además le dieron copias de las llaves del edificio a todos sus amigos de la favela, que entraban y salían a placer del edificio, a todas horas.

Fue entonces cuando empezaron a pasar otras cosas más graves: una mañana un vecino se iba a montar en su coche para ir al trabajo y descubrió que su coche no estaba: se lo habían robado. Dos personas que no vivían en el edificio estaban siempre en el parking, hablando con otras personas a través de la reja, y lanzándose paquetes. Algunos vecinos comentaban en secreto que los amigos del nuevo vecino estaban usando el parking del edificio como punto para vender droga.

Era evidente que mi vecino chavista y su familia no era gente como nosotros. No tenían la misma educación, ni los mismos valores, ni venían del mismo lugar. No consideraban el edificio como un barco en el que íbamos todos juntos, ni nos consideraban a nosotros como semejantes, como parte de una misma tripulación. Nuestros vecinos chavistas eran más bien como piratas, gente que vino a utilizar el edificio para un fin ruin, sin importar las consecuencias que tuviera para los demás.

Desde su punto de vista, lo que estaban haciendo era normal. Es lo que estaban acostumbrados a hacer en la favela de la que venían. Seguramente en su chabola ponían los colchones en el “salón”, bebían alcohol en la puerta con sus amigos, lo dejaban todo tirado por el suelo, y vendían droga por la puerta de atrás. Posiblemente todos sus amigos vivían de la misma manera, en su cultura eso era lo normal.

Esto que cuento pasó en Venezuela a todo nivel. Gracias al chavismo, la clase media que estaba constituida en su mayoría por médicos, arquitectos, ingenieros, gente con una profesión conocida, con valores, con capacidad moral; fue sustituida por una nueva clase social chavista. Los “boliburgueses” (así es como los llamaban) son gente que está acostumbrada a vivir del crimen. Continúan viviendo del crimen a través del gobierno criminal del que forman parte. Tradicionalmente habían estado relegados a vivir en favelas, pero gracias al chavismo se convirtieron en el pilar de la sociedad venezolana. La clase moral pasó a la periferia.

El éxodo masivo comenzó cuando la clase criminal inundó la ciudad y el fenómeno que ocurrió en mi edificio se extendió a todos los rincones del país. El crimen fue tan pronunciado que la vida se hizo imposible para todo el que no fuese un criminal. Los venezolanos jóvenes que tenían posibilidades de irse porque tenían dinero ahorrado en dólares y un pasaporte de otro país, lo hacían: se iban a cualquier sitio, huyendo. Los más afortunados se fueron a EEUU. Muchos se fueron a Europa: a España, a Italia, a UK. Los menos afortunados, los que no tenían doble nacionalidad, o no tenían suficiente dinero, se tuvieron que conformar con huir a Argentina, a Colombia, a México, es decir, se conformaron con darle una patada hacia adelante al problema, que al final tendrán que volver a atender tarde o temprano considerando que toda Sudamérica está bajo la influencia del chavismo.

Estos jóvenes exiliados, en su gran mayoría son gente normal, gente como tú. No se irían a otro país de manera ilegal porque no son personas que estén acostumbradas a romper las leyes. Son personas que cumplen la ley, que se asimilan de buena gana a la cultura del país al que llegan, aprenden su idioma y sus costumbres, y lo único que desean es una vida al margen del crimen y de la debacle social de la que huyeron porque, al igual que sus padres, son médicos, arquitectos, diseñadores, o ingenieros, porque en definitiva, tienen una profesión conocida y quieren vivir entre semejantes.

Pero estos no son los únicos inmigrantes que hay. Existe otro tipo de inmigrante que también huye del crimen: otros criminales. Cuando la cosa se pone difícil entre criminales, un criminal huye de los otros antes de que lo maten a él porque un criminal también pueden ser víctima del crimen, y al igual que una persona normal tienden a refugiarse cuando la situación lo amerita. Muchas veces huyen a países vecinos a través de la frontera.

Mi madre, que es psicóloga, hizo trabajo social durante muchos años en una escuela pública en Caracas atendiendo a los niños de las favelas. Me contó, por ejemplo, el caso de una niña de 5 años que estaba deprimida. Tratándola mi madre descubrió que la niña era mula de droga. Su madre la utilizaba para movilizar drogas de una favela a otra. La niña vivía con su madre y con su tío. En un altercado entre dos bandas su padre mató a su tío (eran de bandas contrarias), y la banda del tío se vengó matando a su padre. Así que, sin protección de ninguna de las dos bandas, la niña tuvo que huir con su madre a otra favela. Esa era la razón de su depresión.

Si esa historia te parece terrible es porque lo es. Pero a pesar de ser terrible no es una historia excepcional. En las favelas en Caracas este caso es uno de miles parecidos, mi madre ha tratado a decenas de niños en casos similares porque la cultura de la favela es violenta. Estas situaciones son parte del día a día de la gente que vive allí. Evidentemente hay gente en las favelas que no está involucrada con el crimen, no viven de él, pero no son la mayoría.

Si esta niña hubiese vivido en una ciudad fronteriza con un país como EEUU, posiblemente en lugar de escapar de una favela a otra, hubiese cruzado la frontera hacia el país de al lado. En un país como EEUU estaría mucho más segura y a salvo de las bandas que mudándose a una favela cercana.

Puede ser que la historia de la niña mula y su madre te produzca lástima, pero cuando se trata de la seguridad nacional de un país hay que analizar el caso con ojo crítico. El hecho de cruzar una frontera no te convierte mágicamente en un miembro de otra cultura. A lo que voy es que aunque la madre y la niña cruzasen la frontera, eso no las convierte de golpe en gente moral como tú y como yo. Los inmigrantes ilegales de este tipo no adquieren un código moral de la noche a la mañana. Lo más probable es que continúen dedicándose a lo que se han dedicado siempre: al crimen.

Muchos grupos piden amnistía para los inmigrantes ilegales. Cada cierto tiempo vuelven a introducir el DREAM act en el senado americano que promete otorgar residencia permanente a todos los inmigrantes ilegales que hayan entrado a EEUU con menos de 16 años. Pareciera una bonita iniciativa, porque ¿qué culpa puede tener un niño de que sus padres lo hayan hecho cruzar la frontera de manera ilegal? ¿qué culpa tiene la niña mula de que sus padres la utilizaran para movilizar droga? ¿Está la niña mula condenada a ser una criminal sólo porque sus padres la criaron de esta manera?

Son preguntas válidas y si tienes un corazón grande puede ser que este tipo de dramas te consuman. Si te consideras una buena persona y te parece que la niña merece una vida mejor posiblemente te parezca una buena idea el DREAM act, es posible que si estuviera en tu mano, o si fueras americano, apoyarías la iniciativa de otorgar un camino para la ciudadanía a niñas como esta. Pero esa visión es sumamente corta. Es una reacción visceral a un problema delicado. Los sentimientos raras veces permiten observar los problemas con una visión a largo plazo.

Imagina por un momento lo que ocurriría con la niña mula si le otorgasen la ciudadanía. Aunque se integrara, una vez obtenida la ciudadanía podría pedir legalmente que vinieran sus familiares y extenderles la ciudadanía (en EEUU funciona así). Podría, por ejemplo, pedir a sus hermanos que siguen viviendo en la favela y pertenecen a bandas violentas. Sus hermanos entrarían a EEUU de forma legal, y con el tiempo podrían pedir a sus mujeres, a sus hijos, el ciclo se repetiría sin final.

Evidentemente no todos los inmigrantes ilegales son como la niña mula y su madre. Habrá inmigrantes ilegales que son buenas personas y sólo quieren vivir mejor. Gente que cruza la frontera y lo único que quiere es encontrar un trabajo y mantener a su familia. Sin embargo, ningún país está en la obligación de aceptar a todas las personas pobres del mundo, a toda persona que esté pasando por una situación difícil. Cada país tiene sus propios ciudadanos pobres, a los que tiene que atender, pero sobre todo tiene la responsabilidad de proteger el futuro de sus ciudadanos, pobres o ricos.

Cuando un inmigrante ilegal “que sólo quiere trabajar” entra a un país ilegalmente y encuentra un trabajo, se está sumando a una clase social inferior que no tiene derechos ni deberes para con el país que los acoge. A lo que me refiero es que las empresas que los contratan no tienen que ocuparse de pagar seguridad social ni de darles condiciones dignas de trabajo, como muchos de los defensores de la amnistía han señalado. Pero por otra parte, el inmigrante ilegal difícilmente paga impuestos, no está sometido a las limitaciones de salario que impone el gobierno, y además utiliza el sistema educativo y el sistema de salud sin costo alguno.

Muchos defensores de la amnistía en Estados Unidos responden a este argumento diciendo que los inmigrantes ilegales se encargan de hacer los trabajos que “ningún americano querría hacer”. El argumento siempre es vago y se ofrecen pocos detalles, pero pareciera que se refieren a trabajos de alto riesgo o trabajos desagradables como limpiar baños. Pareciera que los americanos son personas sensibles que prefieren pasar hambre que ensuciarse las manos.

Pero ese, desde luego, no es el motivo por el que los inmigrantes ilegales obtienen puestos de trabajo por encima de los americanos. No se trata de sus expectativas ni sus fortalezas, no es un tema de quién trabaja más duro, o qué cosas producen asco al americano medio. Lo que ocurre es que el que es un ciudadano está obligado a cumplir con leyes que el inmigrante ilegal puede saltarse.

A lo que me refiero es a lo siguiente: imagina que una empresa que fabrica tornillos quisiera expandirse y para ello necesitara contratar a 100 nuevos empleados. La empresa tiene al menos 200 candidatos americanos interesados en trabajar para ellos en esta nueva expansión. Sin embargo el presupuesto solo alcanza para pagar 4 dólares la hora a cada empleado nuevo. Muchos americanos desempleados estarían dispuestos a trabajar por ese sueldo, es preferible a estar en la calle, pero no pueden hacerlo porque están obligados a cumplir con las leyes de sueldo mínimo que es $7.25 la hora. Quizás algunos americanos estarían dispuestos a violar la ley y trabajar por menos que eso, pero ninguna empresa se arriesgaría a contratar a un ciudadano americano pagándole menos del sueldo mínimo porque nada impide que esa persona vaya a un juzgado a introducir una demanda a la empresa.

Dado que ningún americano puede trabajar por menos de $7.25 la hora, la empresa se ve en la necesidad de contratar a 100 trabajadores ilegales, o desechar su proyecto de expansión. Algunas empresas eligen una ruta, otras empresas la otra. Quizás si no hubiesen inmigrantes ilegales la empresa tendría que buscar una alternativa, quizás tendría que contratar solamente a 50 trabajadores americanos pagándoles $8 la hora. Cuando un inmigrante ilegal viene a EEUU “solo a trabajar” está sumándose a una casta inferior que perjudica al trabajador americano quitándole puestos de trabajo.

Si bien el inmigrante ilegal “bueno” no es violento como el “malo”, es imposible diferenciarlos. Ambos cruzan la frontera sin pasar por filtro alguno, el Estado no sabe ni siquiera que existen. Si un puñado de mexicanos cruza la frontera el día lunes, no sabrás cuántos de ellos son trabajadores y cuántos son criminales. Aceptar a un grupo implica necesariamente aceptar al otro.

Por otro lado cuando un país acepta a un inmigrante legal, esa persona ha pasado por un filtro. A esa persona, por ejemplo, se le puede haber pedido un certificado de penales, detalles acerca de su situación económica, y otros factores que ayudarán a determinar si su presencia en el país será positiva o negativa, si es “bueno” o “malo”. Sin embargo no hay que caer en el error de creer que simplemente porque alguien entró de manera legal en el país, implica que es un “buen” inmigrante. La inmigración legal es también un problema cuando el país de acogida no se toma en serio el proceso de filtrar a los candidatos y abre las puertas a cualquiera.

Dzhokhar y Tamerlan Tsarnaev (los terroristas del maratón de Boston) eran ambos inmigrantes legales que vivían de ayudas del Estado, Dzhokhar era ciudadano naturalizado. Este es sólo un ejemplo de la larga lista de destacados terroristas con pasaporte americano.

Anwar al-Awlaki, miembro de Al-Qaeda, y bebé ancla, también tenía un pasaporte americano. Murió en Afganistán durante un ataque con drones orquestado por el ejército americano. Su muerte provocó que el senador Rand Paul iniciara un filibuster de 13 horas que buscaba prohibir que el gobierno americano atacara con drones a “ciudadanos americanos desarmados”.

Nidal Malik Hasan, el shooter de Fort Hood, otro bebé ancla que era también americano, como lo era Faisal Shahzad, el terrorista del ataque a Times Square, sólo que Shahzad entró con una visa de estudiante y se naturalizó en 2009. Todos los inmigrantes somalíes que vivían en Minnesota y que votaron en bloque por Al Franken antes de viajar a Siria para unirse a ISIS también entraron de manera legal.

Ninguno de ellos contrató a un coyote para cruzar la frontera con México. Ninguno cruzó a nado el Rio Grande, ni entró por la frontera con Canadá. Todos ellos son inmigrantes legales, son bebés-ancla de madres musulmanas, o llegaron a EEUU en calidad de refugiados humanitarios, con visas de estudiante o de turista. Hay decenas de ejemplos más, pero creo que con este par es suficiente.

Para que la inmigración legal deje de ser un problema, el Estado tiene que utilizar sus filtros de la manera más dura posible. El baremo tiene que ser siempre alto. Aceptar únicamente lo mejor de las culturas semejantes. Nunca de culturas dramáticamente distintas, de países adversarios, o de religiones hostiles. No es suficiente con hacer un análisis de los antecedentes penales que pueda tener una persona porque muchos de estos criminales entran a EEUU siendo niños. La pregunta debe ser siempre: ¿de qué manera beneficiará este inmigrante a nuestro país? Si vamos a aceptar a esta persona en nuestro seno ¿qué nos ofrece él a cambio?

A lo que iba con todo esto es que es insuficiente pensar en la inmigración en términos de “inmigrantes vs ciudadanos”. O de “inmigrantes legales vs. inmigrantes ilegales” porque hay demasiadas variables y complicaciones.

Los inmigrantes legales que son personas normales tienen una afinidad, una alianza natural, con los ciudadanos de clase media que son trabajadores, como ellos. Ambos grupos comparten el interés de acabar con la inmigración ilegal porque consideran que es una fuente de criminalidad, y que les quitan los puestos de trabajo, no sin razón.

Los inmigrantes legales que son personas normales, en especial los hispanos, no quieren que EEUU se transforme en el país del que huyeron. En eso se parecen a la clase media del país de acogida, al menos a quienes tienen sentido común, y por eso no sorprende ver que ambos votarían de buena gana por alguien como Trump, precisamente porque (y no a pesar de que) propone construir un gran muro entre EEUU y México.

Por otra parte, existe otra alianza natural entre los grupos que están en el poder (de ambos lados) y la inmigración ilegal. Los progresistas tienen una cómoda alianza con los criminales, los legales y los ilegales, porque no solamente representan una actual o futura mina de votos, sino que además, cumplen una función mucho más vital: son agitadores, son turbas al servicio del poder. Los demócratas son capaces de movilizar estas turbas porque funcionan como milicias a sueldo del partido. Esa relación no es peculiar, no es algo único que no tenga antecedentes en la historia. Imagino que líderes como Farrakhan y Al Sharpton tendrían muchos temas que discutir si se encontrasen con Milo y Clodius, y se tomarían unas cervezas con los Tupamaros venezolanos.

Por su parte los conservadores que están en el poder tienen una alianza con los inmigrantes ilegales que “solo vienen a trabajar”. Hay grandes empresas que se benefician del hecho de que existe una casta inferior que está dispuesta a cobrar menos de lo que cobraría un ciudadano normal, y por quienes además, no tienen que pagar seguridad social al Estado. Los inmigrantes ilegales son una mina de oro. Si construyen un muro y los echan, muchas empresas dejarían de ser viables, y otras serían mucho menos rentables de lo que son hoy.

Esta es la razón por la cual de la inmigración no se habla en ninguna parte. Es sorprendente, pero es el único tema en el que no se escucha la opinión contraria en los medios de comunicación. Cuando se habla de otros temas polémicos como puede ser el aborto, escuchamos a los que están a favor, y también escuchamos a los que están en contra. Pasa con la seguridad social, con el asistencialismo del Estado, con los deshaucios, pasa incluso con el separatismo. Pero no con la inmigración. Cuando se trata de inmigración, lo único que escuchamos de ambos lados es alabanzas a la diversidad y a la multi-culturalidad.

Pasa en todo Occidente. No queda un sólo país en Europa que se salve de la inmigración, de la importación masiva de barbarismo. No se sabe, por ejemplo, cuántos inmigrantes ilegales hay (ni en EEUU, ni en España, ni en Europa en general). Se usa la misma cifra estimada durante décadas (12 millones en EEUU, 5 en España) que claramente está muy por debajo de los números reales. No se sabe cuántos están empleados y cuántos están en paro, cuántos han cometido delitos, y nadie se atreve a discutir el tema de la inmigración de manera seria en el escenario político.

Las políticas de inmigración masiva son una traición a la clase trabajadora, al ciudadano medio, cuyo único aliado, paradójicamente, es el inmigrante legal decente. Nadie le dice al pueblo la verdad. Nadie le dice al ciudadano que la inmigración puede cambiar totalmente una cultura. Que al aceptar millones de personas que nada tienen que ver con nosotros ponemos en peligro nuestra forma de vida y debilitamos la sociedad de la que formamos parte.

De los problemas que las políticas masivas de inmigración traen consigo todos hablan, pero nadie dice que son problemas de inmigración. La pobreza infantil por ejemplo, ese meme absurdo que le gusta invocar a Carmena y compañía, es producto de la inmigración, como lo fue también la alarmante cifra de violencia doméstica en España, cuando parecía que cada semana una mujer diferente era asesinada por su marido y se llegaba a hablar de la nacionalidad de la mujer que era la víctima, pero raras veces se mencionaba la del hombre. El terrorismo, el narcotráfico, la trata de blancas, las violaciones y la inseguridad, la destrucción de los parques, el colapso del sistema de salud, los nuevos casos de enfermedades que habían sido erradicadas, todos son problemas importados.

Todos estos problemas son, a grandes rasgos, resultado de la inmigración, pero en los medios nadie los identifica como tal. El que asesina a su mujer es siempre “un hombre”, la pobreza infantil es siempre un problema de “familias en España”, etc. Si como ciudadano te cuestionas esto o si te atreves a decir que te gustaba como solía ser España antes, o como era EEUU en el pasado, te tildan de racista.

Pero la realidad es que al importar millones de inmigrantes de culturas que nada tienen que ver con la nuestra, traemos toda una serie de problemas al país, diluímos nuestra cultura, ponemos en peligro nuestro modo de vida, la libertad y la prosperidad de nuestras sociedades, y nos estamos arriesgando a un experimento social suicida.

Para ponerlo de manera más simple: tenemos 4 tipos básicos de inmigrante: (1) el inmigrante legal que cumple con la ley, (2) el inmigrante legal que es un criminal o un terrorista, (3) el inmigrante ilegal que viene “solo a trabajar”, (4) El inmigrante ilegal que es un criminal. La solución al problema de la inmigración varía según tus alianzas:

Si eres progresista, entonces tu solución es ofrecer una vía voluntaria para la ciudadanía a los grupos (3) y (4), pero sin hacerla obligatoria. De cara al público es porque “todos somos iguales” y por lo tanto no se debe criminalizar al inmigrante ilegal, los policías no deben tener la capacidad de pedirle los papeles a alguien únicamente por su aspecto o su conducta, y no se debe poder deportar a nadie del país. Para ello es necesario establecer ciudades “santuario” en las que ni siquiera es posible deportar a inmigrantes ilegales que han cometido un crimen. Con respecto a los grupos (1) y (2) el Estado no debe poder vigilar a nadie por las buenas, ni siquiera si existe la sospecha de que algun inmigrante legal pueda cometer un acto de terrorismo. La realidad es la alianza que mencioné antes.

Si eres moderado, y aquí incluyo a la “derecha” que también suele pecar de Universalista, entonces tu solución es diferenciar al grupo (3) del (4) para poder deportar a uno y perdonar al segundo, de cara al público es un tema “de carácter”. Pero realmente es un tema de alianzas. aCon respecto a los inmigrantes legales, consideras que la diversidad es buena porque enriquece al país y se debe proteger y expandir el grupo (1). Al grupo (2) se le debe procesar como a cualquier otro ciudadano criminal.

Pero un esencialista comprende que la diversidad no es buena, que la sociedad más fuerte es la homogénea. Para el reaccionario todos los grupos (1), (2), (3), y (4) son un problema para el país de acogida porque debilitan el tejido social y diluyen la cultura original. Incluso los inmigrantes legales que cumplen con la ley son un problema para el país de acogida si su cultura y su idioma no son los mismos que los de la nación.

Imagina el caso del edificio de vecinos. Imagina que en lugar de venderle el apartamento a un chavista de la favela, mi vecino se lo hubiese vendido a un inmigrante chino que no habla español. La situación hubiese sido diferente, desde luego, no hubiésemos tenido problemas de venta de drogas en el estacionamiento ni latas de cerveza tiradas por los pasillos. Pero en las reuniones de vecinos las cosas posiblemente hubiesen sido más difíciles que antes. Llegar a un acuerdo con un chino que no habla el idioma hubiese sido todo un reto. Sus valores y sus costumbres hubiesen sido completamente diferentes a las del resto de los vecinos, y su presencia hubiese sido causa de incomodidad y fracturas en lo que solía ser un solo grupo de vecinos.

La presencia del chino hubiese sido una carga para el edificio. Si el vecino pagaba puntualmente su cuota de la comunidad y ponía de su parte a la hora de comunicarse, quizás a la larga se hubiese integrado y las reuniones serían un poco más fluidas. Pero ese trabajo de integración lleva tiempo y jamás es completo. También podría ocurrir lo contrario: que el chino se mantuviera al margen del edificio, continuara hablando en chino, avisara a sus amigos chinos de que hay otro apartamento en venta en el edificio y terminaran creando una coalición de chinos votando en bloque por propuestas que difieren de los intereses del resto de los vecinos.

Nada de esto hubiese ocurrido si mi vecino hubiese vendido su apartamento a un semejante. A un venezolano normal, o a alguien que compartiese el idioma y las costumbres como, por ejemplo, un español o un cubano decente. La presencia de un vecino cubano hubiese enriquecido las reuniones porque compartiría valores y costumbres, pero aportaría un punto de vista nuevo.

De manera que cuando se trata de inmigración la única inmigración que un país debe aceptar es la inmigración de semejantes. De gente que comparte idioma, cultura, etnia, y religión contigo. No hay problema alguno con que un italiano migre a España. A pesar de la diferencia de idiomas, son la misma cosa. Un español y un italiano se entienden porque forman parte de la misma cultura, profesan la misma religión, y tienen un sentido de destino compartido. La diversidad étnico-cultural no hace a un país fuerte, ni lo hace más interesante, ni más rico. Las minorías étnicas, raciales, religiosas, o culturales siempre desembocan en fricción social. Son como quistes en el tejido social de un país.

De la misma manera, aunque un país acepte inmigración de otro por sus semejanzas, no debe aceptar incondicionalmente a todos sus individuos por igual. Debe enfocarse en aceptar exclusivamente a los de cierta talla moral y rechazar a los criminales, a quienes no se apegan a la ley o a las buenas costumbres. Únicamente aplicando estos dos filtros se debería aceptar a un ciudadano de otro país en el tuyo.

He utilizado el ejemplo de EEUU porque considero que es un ejemplo más neutral para hablar de políticas de inmigración. Es fácil ver las cosas de manera objetiva si tú estás en España y te estoy hablando de inmigrantes mexicanos en California, que si cogiera como ejemplo a Europa y a los inmigrantes musulmanes que vienen de Turquía o a los negros que vienen de Africa a través de Marruecos. Pero en todas las naciones aplican los mismos principios.

Por qué ya no soy feminista

February 15, 2015

En este artículo uso algunas anotaciones a pie de página que aparecen como números en superscript resaltados en amarillo. No es indispensable leer las anotaciones para entender el artículo, pero ofrecen mayor nivel de detalle sobre algunos puntos. No tengo que añadir que el artículo es largo, después de todo es A70 y en la extensión está la gloria, pero léelo completo, si eres feminista cabe la posibilidad de que al terminar de leerlo dejes de serlo.

Feminismo
* Artículo sobre feminismo. Pic related.

Hasta hace poco cuando alguien me preguntaba si soy feminista respondía con una sola palabra: “no”. Esa respuesta era inconveniente porque solía convertirse en el punto final de la conversación. Me quedaba con la sensación de que la otra persona se iba con la idea en la cabeza de que quizás yo estoy a favor de las violaciones y la diferencia de sueldos.

Así que ahora cuando me hacen la pregunta respondo que soy esencialista. El término me ha venido bien porque me ubica al margen de la propaganda de ambos lados, no me asocia con nadie, y por eso ese término suele ser el principio de una conversación y no el final. Casi nadie utiliza el término “esencialista”. A diferencia de “conservador” no te ubica sobre el territorio de la religión. Nada es menos urbano o cosmopolita que ser religioso. A diferencia de “tradicionalista” no denota una preocupación por lo práctico, tu postura no está motivada por la nostalgia. Puede que te salga algún pesado, pero siempre puedes actualizar el término agregándole un “neo” delante y te desprendes de lo clásico. Eres un neo-esencialista. Tres chic.

Claro que hay que hacer la advertencia de que si vas por ahí declarándote neo-esencialista en tu día a día es porque has bebido del Kool-Aid de A70. Escribir este tipo de material subversivo es como hubiese sido llevar ácido a la fiesta de tu grupo de amigos literarios en 1963. ¿Ese de ahí es un tonto? ¿Sí? Dale un vaso de la jarra azul que está allí. Diez años más tarde te enteras que el tonto está en Esalen dando clases de yoga y haciéndose llamar “Raj Bhatt”.

El esencialismo es una postura que las feministas considerarían inconveniente cuando no incompatible, así que puse el título a este artículo a propósito. Sé a lo que me expongo. Sé que me estoy metiendo en aguas profundas con las declaraciones que haré en este artículo, pero estoy preparada para el Dos Minutos de Odio reglamentario al que me someterán las aparatchiks del feminismo digital. ¿No eres feminista? ¡Has de ser misógina! ¡Allá va la judía sexista sionista y facha de A70! Da igual porque alguien tiene que corromper a la juventud.

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Ajedrez y democracia.

December 8, 2014

A menos de que tengas doscientos años lo más probable es que al escuchar la palabra “democracia” pienses en prosperidad, justicia, progreso, y paz. Pero para mí la palabra “democracia” significa tiranía, guerra, y atraso. De manera que es probable que si nos encontrásemos en alguna parte tú y yo tendríamos algunas cosas que decirnos.

Cuando frente a un hecho se desprenden dos explicaciones: una basada en la realidad y otra basada en una ficción, no siempre gana la primera. Es posible que en una disputa entre la verdad y la ficción, sea la ficción la que gane, y no solo que gane, sino que además, por atractiva o conveniente, suplante a la realidad.

Imagina que una persona comenta que está cansada y otra le dice que la mejor forma de descansar es salir a correr un rato. Todos sabemos que la solución no es esa sino precisamente la contraria, pero con el mensaje adecuado y la intensidad suficiente se puede llegar a convencer a todo un pueblo de que la solución al cansancio está en salir a correr. En especial si el gobernante es el dueño de la fábrica de zapatillas deportivas.

No siempre las ficciones son lo opuesto a la realidad como en el ejemplo anterior, muchas veces son simplemente explicaciones alternativas y ficticias, como señalar que la solución al cansancio pasa por comer brócoli. El caso es que casi siempre estas ideas ficticias se propagan porque quienes están en el poder tienen el motivo y los medios para propagarlas, y porque la marabunta carece del ingenio necesario para detectar el engaño.

El truco de las ficciones políticas está en que nadie las detecta. Se sostienen precisamente porque son capaces de suplantar a la realidad de forma completa. Hay que acotar que no son mentiras cogidas por los pelos, son ficciones creíbles, difíciles de desmentir, que evolucionan junto con la sociedad a lo largo de varios siglos, en el caso de la democracia son los últimos 200 años, y es una idea que está tan arraigada socialmente que planteársela trae consigo un estigma social.

El mejor ejemplo para ilustrar esto es el de la Monarquía Divina porque es una ficción difunta: ya nadie cree en esto, pero hace unos siglos todo el mundo creía que la Monarquía Divina era el gobierno perfecto: un sistema en el que el Rey es elegido y puesto allí por D-os para gobernar sobre todos. Dado que en el pasado sí creímos en esto de forma colectiva y hoy nadie cree en ello entonces la única conclusión que se puede sacar es que o bien la ficción suplantó a la realidad en el pasado y estuvimos todos engañados; o lo estamos ahora y la Monarquía Divina sí es, en efecto, un designio de los Cielos.

Convencer a un ciudadano egipcio del siglo 3 AdC de que la Monarquía Divina no era real, que D-os no seleccionó a nadie, y que por lo tanto el gobernante estaba allí de forma más o menos arbitraria, sería un ejercicio tan complicado como convencer al ciudadano del siglo 21 de que la Democracia Participativa es una ficción, que no produce igualdad ni trae bienestar ni paz a los pueblos, y que en definitiva está en el origen de las tiranías.

Quizás esto es un artículo que por lo extenso debería ir en la sección de artículos, pero dado que las ideas aunque forman un cuadro sólido, entre ellas son más o menos independientes prefiero hacer varias notas cortas, cada una explicando una idea puntual acerca de la ficción de la Democracia, que un artículo largo. Esta es la primera de ellas acerca de lo pernicioso que es el voto popular.

Imagina que hay un tablero de ajedrez. Tenemos las fichas negras, las fichas blancas, un jugador a cada lado. Alrededor del tablero hay además una audiencia. A medida que se desarrolla el juego la audiencia hace apuestas. Algunos apuestan a favor del jugador negro. Otros a favor del blanco. Dependiendo de los movimientos que hace cada uno las probabilidades de ganar o de perder aumentan y lo mismo ocurre con las apuestas.

Supongamos que el juego acaba de empezar. El tablero está intacto. En este momento tanto el blanco como el negro tienen las mismas probabilidades de ganar, y por lo tanto colocar una apuesta a favor de uno o a favor del otro paga lo mismo: 50-50.

El blanco abre con un movimiento tradicional, como podría ser el Peón del Rey. Es un movimiento típico para el que existe una amplia gama de respuestas predeterminadas y que por lo tanto no afecta en gran medida el desenlace del juego. Si decides apostar en este punto las probabilidades siguen siendo 50-50 o supongamos que son algo así como 49-51 dado que el blanco ya ha movido.

Ahora imagina que en lugar de abrir de la forma tradicional, el blanco abre con una jugada torpe como el Peón del Alfil. Es difícil recuperarse si cometes un error estúpido al principio de un juego. Sabemos que la audiencia considera que el blanco tiene menos probabilidades de ganar porque las apuestas rondan el 30-70 a favor del negro.

Considera las posibilidades de este arreglo y piensa en lo que pasaría si tú pudieras conocer de antemano las apuestas que haría la audiencia en base al juego que se está desarrollando. Sabrías qué apuestas haría la audiencia dependiendo de cada movimiento, y podrías elegir cómo reaccionar en base a eso. Es decir, serías capaz de eliminar al jugador. Es una idea radical y hasta cierto punto genial. No dependes de la capacidad del jugador para elegir de qué forma mover las fichas y parece que has logrado desprenderte del error humano.

Pero aquí viene el problema y es el siguiente: para que este ejercicio tenga un final feliz la audiencia ha de cumplir con tres requisitos:

1) La audiencia ha de conocer el juego.

2) La audiencia ha de estar involucrada con el desenlace del juego.

3) No debe haber un conflicto de interés.

La audiencia ha de conocer cómo funciona el ajedrez y debe tener experiencia jugando. Si la audiencia no conoce la diferencia que existe entre abrir con el Peón del Rey y abrir con el Peón del Alfil, están apostando a ciegas y sus elecciones tendrán poca relación con la realidad por lo que guiarte por ellas no será mejor que lanzar una moneda.

Si a la audiencia le da igual el desenlace del juego porque no ha invertido nada en él entonces también tenderán a apostar por diversión. No apostarán de manera rigurosa ni estudiarán las posibilidades con atención. Quizás una manera de corregirlo sería observar cuánto dinero apuesta cada cual. Una persona que no ha invertido nada, o casi nada, en la apuesta tiene menos que perder que alguien que ha invertido una cuantiosa suma, podemos pensar que la tendencia es que la gente que invierte fuertemente lo hace con convicción: sabe a qué está apostando. El dinero se toma simplemente como una medida de cuánto confía el que apuesta en su elección: mientras más ha arriesgado una persona en una empresa, tanto más importante es para él el desenlace.

En última instancia es necesario que no existan conflictos de interés. Supongamos que a un miembro de la audiencia se le ocurre que si apuesta fuertemente a un resultado determinado puede ganar mucho dinero pero para ello necesita que el resto de la audiencia apueste al escenario contrario aunque no tenga mucho sentido hacerlo. Si esta persona puede utilizar su dinero para alterar el patrón de apuestas de la audiencia e influir en sus elecciones lo hará siempre y cuando le reporte un beneficio. Digamos que él sabe que apostar a cierto resultado le generará una cantidad de dinero, llamémoslo X. Y él determina que para influenciar las apuestas de la audiencia de manera que su apuesta funcione debe invertir una cantidad de dinero, llamémoslo Y. Esta persona cambiará el resultado de las apuestas siempre que Y sea menor que X. Así que podríamos estar basando nuestras jugadas sobre el tablero no en lo que verdaderamente la audiencia considera que es la movida acertada, sino en un espejismo: en lo que una persona de la audiencia eligió de antemano por su propio beneficio.

Es probable que de cada 100 personas que lean este artículo las que tienen experiencia alguna en política, y entienden de qué manera se gobierna sean exactamente 0. Sin embargo cuando llegan las elecciones todos pueden ir a votar. Su voto es tan valioso como la apuesta del que no sabe diferenciar entre el Peón del Rey y el Peón del Alfil. Elegir el destino de una Nación en base a las elecciones arbitrarias de millones de personas es tan absurdo como lo es elegir tu estrategia sobre el tablero de ajedrez en base a las elecciones aleatorias de cientos de espectadores que están viendo por primera vez un partido de ajedrez.

Supongamos que mis 100 lectores han decidido ir a votar. Es probable que la mayoría de ellos no tenga nada invertido en el país: no tienen una propiedad a su nombre, ni son dueños de una empresa que opera y genera beneficios en España. Alguno habrá que tenga una familia y sea responsable por la vida de sus hijos, pero pocos son los padres que se dan cuenta de ese hecho y lo asumen con la debida responsabilidad. Habrá varios con múltiples nacionalidades, o españoles por el mundo que viven en otro país pero votan por el destino de España aunque ni siquiera vivan allí. Por lo tanto la mayor parte de quienes votan en unas elecciones son personas que tienen poco invertido en el país. Es como el miembro de la audiencia del juego de ajedrez que apostó un céntimo y lo único que arriesga es su propio aburrimiento: elegirá en base al que prometa mayor entretenimiento a corto plazo.

Es evidente que cuando se trata de gobernar los conflictos de interés son múltiples y comprar votos es rentable. A veces ni siquiera hace falta dinero para comprar votos, basta con promesas y discursos. Así que el voto popular que es el principal mecanismo de la Democracia Participativa es un mecanismo pernicioso que desemboca en movimientos estúpidos.

Aunque al voto popular es la cura al cansancio –nos lo venden como “el gobierno de todos”, es “el gobierno del pueblo”– en realidad es el gobierno de nadie porque se parece más a jugar ajedrez con los ojos vendados o seguir las direcciones de un tercero cuyo interés está en conflicto con el interés del pueblo que la ficción que nos venden.

La Democracia Participativa también la presentan como la alternativa a otros sistemas primitivos. En lugar de tener un Jefe de Jefes como las mafias o las tribus de gorilas en la selva, nosotros tenemos la Democracia, ese maravilloso antídoto a la opresión y a la violencia.

La realidad, sin embargo, es que la nación que elige como modelo la Democracia Participativa está en un estado de constante fricción. La lucha por el poder entre diferentes facciones o partidos en períodos de cuatro años es una especie de guerra limitada en la que no se pueden usar armas, sólo el número de cabezas. Este sistema sólo lo soportan sociedades homogéneas y estables en las que hay una idea de destino compartido con pocas variaciones. La Democracia en esas sociedades es un mal que a duras penas se soporta, y las sociedades que no consiguen soportarlo desembocan en guerras civiles y el posterior gobierno de gorilas.